jueves, 7 de julio de 2011

LAS TORCAS



Desde Cuenca hasta el torcal de Los Palancares la distancia es poco más que un paseo. Veinte kilómetros partiendo por la carretera de Teruel, y pasando por los pueblos de La Melgosa y Mohorte, mínimos lugares enclavados en la periferia de la capital. A la altura del segundo de ellos habrá que tomar un ramal que parte a nuestra izquierda, por el que se llega a Las Torcas en cuestión de minutos. Hay una fuente en plácido merendero a mitad de camino, con tres caños fríos de manar generoso, que habla al caminante de la verdad serrana del paraje en donde, de hecho, se acaba de entrar: pureza en el ambiente llevada al extremo, y pública manifestación de lo más sublime de la Naturaleza dejada a su antojo.
El terreno por aquí comienza en seguida a ser pinariego. Entre la suelta vegetación de bosque alto, surgen sorprendentemente enormes socavones recortados en vertical por altísimas murallas de roca, que suelen tener como fondo, a respetable profundidad, llanas plataformas en las que por lo general abunda la maleza, cuando no la misma especie arbórea que se da en la superficie: son las Torcas. Casi medio centenar de hundimientos similares en una extensión de cinco o seis kilómetros cuadrados en total. La anchura de boca es muy variable de unas a otras; oscila entre los quinientos y los cuarenta metros de diámetro, siendo su profundidad en algunas de ellas muy próxima a los cien. La mayor parte de las torcas presentan ligera forma de cono in vertido, en tanto que otras, torcas y torquetes, se abren de arriba abajo en una casi geométrica verticalidad. Es de notar, en tanto no se prevea una solución, pensando en los muchos visitantes que a diario acuden al paraje, que la señalización es muy deficiente, siendo difíciles de hallar la mayor parte de estos hundimientos si no se va acompañado de un guía.
Las torcas, curiosa irregularidad en la superficie de la tierra, han sido durante mucho tiempo motivo de preocupación y de estudio, con el fin de descubrir, o de querer buscar al menos, alguna explicación lógica sobre la causa que las produjo, no ajena a suposiciones mágicas y a fuerzas indeterminadas de tipo extranatural, que tan sólo sirvieron para cristalizar en hermosas leyendas que, poco a poco, fueron desapareciendo del decir de las gentes. Hace más de un siglo que los estudiosos de la Geología descartaron toda posibilidad de que aquellas tremendas hondonadas fueran, como alguien dijo, cráteres apagados de algún supuesto volcán, o producto de fuerzas extrañas a las de la Naturaleza, sobre las que la opinión de las gentes en los pueblos vecinos habían descargado el hecho. La razón que da luz al verdadero origen de Las Torcas es algo más complicada quizás, pero mucho más esclarecedora, a la que la ciencia moderna ha prestado en todo momento su aprobación.
Fueron, sin duda, las aguas subterráneas las que, desde el lejano día de la Creación, y en labor constante de disolución sobre la masa caliza del subsuelo, dieron lugar a tremendas cavidades que a fuerza de muchos siglos de erosión, se encontraron, al fin, con una capa superior dura e impermeable, sin el suficiente apoyo en la base como para poderse sostener por sí sola en un determinado momento. Ello produjo, en tiempo inmemorial, una serie de sucesivos hundimientos del terreno, factibles de poderse repetir en cualquier época incluso en la nuestra , contando con que las aguas subterráneas siguen calladamente su labor de desgaste, como así lo confirma el hecho ocurrido en marzo de 1927, cuando un campesino del lugar de La Frontera, fue testigo presencial de la súbita desaparición de una viña que se tragó la tierra. Si con posterioridad a la formación de la torca, coincide que una corriente de agua inunda el barranco a que dio lugar, se forma entonces una torca semejante a una laguna de las que, muy cerca de estas otras de Los Palancares, hay media docena de ejemplares que admirar en las proximidades de Cañada del Hoyo. Bellísimos anfiteatros de fondo azul, donde la gente se baña a placer en los días de verano, con la brisa suave del pinar refrescando sus cuerpos y soplando sobre sus cabezas.
Las torcas secas tienen por lo general en el fondo abundante vegetación de pinos, dándose asimismo otras especies arbóreas distintas de aquellas, que suele favorecer la humedad y mantiene la sombra, a veces permanente, de los barrancos, entre las que se pueden contar los avellanos, las aliagas, la simple maleza o la hierba para pastos, lo que ha dado lugar en determinados casos al nombre actual por el que comúnmente se las conoce:
El Prado, la Aliaga, la Torca de las Avellanas. Otras, en cambio, suelen llevar por nombre el de las personas que las descubrieron, o el de aquellas que por accidente en los rigurosos inviernos serranos, hubieran podido sucumbir despeñadas en su interior o sepultadas por algún alud, si no en cualquiera de sus frecuentes ventisqueros de nieve. Así podrían contarse entre otras las torcas del Tío Agustín la del Tío Señas, la del Tío Joaquín o la del Sastre. En ciertos casos fue su tamaño quien determinó el nombre, el Torcazo y el Torquete. También se tuvo en cuenta al pensar en su nomenclatura la disposición o forma del barranco, tal como ocurre con la Torca Larga, el Medio Celemín, la Torca Honda, Las Mellizas, La Bañera, La Escaleruela, La Llanilla o la Torca Rubia, aunque tampoco se descarta que la leyenda, o algún acontecimiento especial ahora desconocido, pudiera haber dado motivo al nombre que tiene; es el caso de la torca llamada de La Novia o la Torca del Lobo. No obstante, en cualquiera de ellas hizo presa la fantasía por parte de pastores y de leñadores de antaño, sin que a ninguna le falte su capítulo co¬rrespondiente de misterios y desapariciones que los más ancianos de los pueblos vecinos suelen referir con emoción todavía.
Resulta impresionante, en la tremenda soledad de aquellos barrancos, escuchar el restallido del eco que va y que viene de pared en pared, de peña en peña, o el susurro al caer del agua de sus fuentes, como sucede en la conocida Torca del Agua.

(De mi libro-guía “La Serranía de Cuenca” Aache 1992)