lunes, 16 de julio de 2012

LA CATEDRAL DE CUENCA (y III)


(CONTINUACIÓN)

Frente al enterramiento de los Covarrubias, queda algo más adelante y en la misma nave, una de las capillas más interesantes de la Catedral: la de los Albornoz; más conocida por la Capilla de Caballeros. Tiene dos entradas; la principal cierra con una buena reja de Lemosín. En su interior reposan los restos de varios miembros de esta importante familia conquense, de entre los que se singularizan las estatuas yacentes del canónigo don Gómez Carrillo de Albornoz, y las de don Garci Alvarez y don Alvar García de Albornoz, sobre sus respectivos sarcófagos de excelente factura, ambos del siglo XV y obra de Antonio Flórez. Estos últimos personajes fueron el padre y el hermano del cardenal don Gil de Albornoz, fundador del Colegio Español en la Universidad de Bolonia y causa primera del regreso a Roma de la Sede Pontificia de Aviñón. Otra interesante piedra sepulcral de esta capilla es la de doña Teresa de Luna, madre del Cardenal, marcada en el suelo sobre losa negra de la que resaltan las manos y la cabeza en mármol blanco. No obstante, es muy posible que la mayor atracción de la Capilla de Caballeros, sean las pinturas de Hernando Yáñez de Almedina primera mitad del siglo XVI de entre las que merecen especial referencia "La Adoración de los Reyes", "La Crucifixión" y "La Piedad".

Muy cerca de la Capilla de Caballeros viene a caer la subida a la Torre del Ángel, así como una salida que conduce al claustro y a la Capilla del Espíritu Santo, la única de la Catedral que sólo se abre al público una vez al año, el día de Pentecostés. Fundó esta capilla don Juan Hurtado de Mendoza, señor de Cañete, allá por el siglo XV, siendo reedificada después por Rodrigo de Mendoza. Es algo así como el archivo familiar o memorial heráldico de la rama conquense de los Hurtado de Mendoza. Sobre sus muros cuelgan lienzos del siglo XVII, pintados por Zúcaro y Andrés de Vargas.


EL CORO, LA CAPILLA MAYOR Y EL ARCO DE JAMETE

Si el viajero se ha detenido durante su visita a la Catedral en contemplar desde distintos ángulos el impresionante conjunto de columnas, de capiteles y de arcadas en ojiva que tiene dentro, es el momento de visitar el Coro.

El Coro de la catedral de Cuenca se encuentra frente a la Capilla Mayor en la nave central. Se montó a instancias del obispo Flórez Osorio a mediados del siglo XVIII, que lo encargó al arquitecto Martín de Aldehuela. Destaca en él su reja de bella crestería, con el escudo de armas de don Diego Ramírez de Fuenleal que debió de ser en realidad quien corrió con los costos; es obra de Hernando de Arenas, concluida en 1557. La artística sillería de Annequin Egas, que tuvo a partir del siglo XV, fue vendida a la colegiata de Belmonte doscientos años después, y sustituida por la actual, obra de fray Vicente de Sevilla hacia el año 1753.

La Capilla Mayor se cierra con la más sensacional de las rejas que se lucen en esta catedral de rejas hermosas. Se debe al genio creador del artífice conquense Hernando de Arenas, que quiso dejar en tan vistoso escaparate lo más sublime de su trabajo como artista del hierro; y ahí está, en dorado permanente, motivo de admiración desde 1560, año en el que debieron quedar concluidos los últimos detalles de su forja. La costeó, igual que la del Coro, el obispo Ramírez de Fuenleal. De Rafael Armerua son las otras dos, las rejas laterales que cierran la capilla; menos meritorias, forjadas en Elorrio hacia el 1740.

El interior de la capilla lo trazó Ventura Rodríguez, y está ejecutado con jaspes y mármoles de la Serranía de Cuenca, bronces dorados y serpentina de Granada. El altar presenta, bajo la barroca imagen del Padre Eterno, un colosal altorrelieve de Nuestra Señora sostenido por querubines. Entre las columnas laterales hay dos bellas estatuas de San Joaquín y Santa Ana, las cuales, lo mismo que los relieves antes referidos, ambas en mármol de Carrara, las talló el maestro Vergara. En esta Capilla Mayor está enterrado su gran mecenas, el obispo don Diego Ramírez de Fuenleal.

El Arco de Jamete. Así se llama en la catedral de Cuenca al más suntuoso de sus detalles arquitectónicos, y que viene a ser una de las más bellas muestras del arte plateresco español, de las muchas que existen del largo siglo del Renacimiento. Se pone en duda que fuera el propio Esteban Jamete el autor material de todo el trazado y de la ejecución del arco; se piensa, más bien, que se limitó a realizar solamente las magníficas tallas y figuras que lo adornan.

Fue construido en la primera mitad del siglo XVI, después de que el entallador de Orleans hubiese trabajado en Salamanca, en la catedral de Toledo, y muy poco antes de ser procesado por la Inquisición se dijo que benévola de Cuenca , al que acusó de "hereje, apóstata, fautor y encubridor de herejes". Al margen, claro está, de su carácter pendenciero, violento y con ciertas inclinaciones a la bebida. El Arco de Jamete es toda una filigrana de formas exactas, y de figuras que rayan con la perfección, donde se advierte el influjo italianizante del artista. Está situado a la altura del Coro de la Catedral, en la nave del Evangelio. Sufrió seriamente las consecuencias del hundimiento de la torre mayor en 1902, sin que haya quedado huella. Por este arco se pasa al claustro, renacentista también, pieza capital del conjunto catedralicio que, debido a los constantes trabajos de restauración, rara vez suele estar en condiciones de ser visitado.

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