jueves, 23 de mayo de 2013

¡GUAPA! ¡GUAPA! ¡y GUAPA!



            Motivos exclusivamente familiares dieron conmigo el pasado lunes en la ciudad manchega de San Clemente, importante localidad conquense a la que en 1445 el Marqués de Villena, don Juan Pacheco, le concedió el título de villa con jurisdicción sobre las cuatro aldeas situadas en su entorno, de las que ya en el siglo XV fue cabecera. El San Clemente que todos conocemos tiene su origen en las primeras décadas del siglo XII, según cuentan que estaba escrito sobre una lápida de piedra encontrada en las inmediaciones de la ermita de Rus, y de cuyo texto dejaron noticia José Torres Mena y Fermín Caballero, dos de los más celebrados historiadores del pasado de la provincia de Cuenca. La referida inscripción rezaba lo siguiente: “Aquí yace el honrado caballero Clemente Pérez de Rus, el primer hombre que hizo casa en este lugar e le puso el nombre de San Clemente. Falleció en la era de Nuestro Señor Jesucristo, mil y ciento treinta y seis años.”

            Aunque la autenticidad de la lápida en cuestión haya quedado en entredicho (nadie la ha visto después -que yo sepa- ni se tenga noticia de su paradero-, de lo que no hay duda es de la relación de aquel supuesto personaje con el San Clemente real por razón de su nombre y del segundo de sus apellidos: Clemente y Rus. Nombre que asímismo lleva el arroyo que cruza la ciudad, el arroyo Rus, que por primera vez he visto con su corriente de agua de los mejores tiempos.
            Pues bien, el pasado lunes fue un día grande para San Clemente en honor de su Patrona. De madrugada, portadores y fieles en general procedieron al traslado a hombros hasta su santuario de la venerada imagen de Nuestra Señora de Rus, y horas después lo harían en caminata de regreso hasta el convento de Carmelitas con la Virgen de los Remedios, que sustituyó como Señora del santuario a la imagen de su titular y Patrona, mientras ésta pasaba su temporada anual en la iglesia del pueblo.

            No conocía este acontecimiento festivo, tan señero y principal para San Clemente y para algunos pueblos más de su comarca. Los traslados desde y hasta el santuario de la Virgen de Rus -nueve kilómetros de distancia, a hombros de portadores- llevan en sí la mayor parte del interés de la fiesta. Los establecimientos oficiales y las tiendas están cerrados. La gente se echa a la calle o a la carretera para acompañar y vitorear a su Virgen de Rus tanto a las llegadas como a las despedidas. A un lado y al otro de la calle hay puestos de refrescos repletos de clientes. Es la gran fiesta de todos: ancianos y jóvenes, hombres maduros con sus niños sobre los hombros o en los brazos de sus madres para ver a la Virgen, son parte del paisaje local cuando llega la procesión con el dosel engalanado sobre cuatro columnas donde va la imagen -bellísima, ciertamente- de la Madre común en cualquiera de sus dos advocaciones. Los gritos de ¡¡Viva la Virgen de Rus!!, y de ¡Guapa! ¡Guapa! ¡Guapa!, se oyen por todo el trayecto, a la vez que la banda de música suena a ritmo de pasodoble y se jalea a la imagen patronal sobre las andas al compás de la música.

            ¡Ah, sí! Se me había olvidado dejar constancia de que los portadores que llevan y traen a hombros la imagen de la Virgen, lo hacen corriendo en medio de la procesión de gente que los sigue. Hubiera sido obviar un dato fundamental en esta importante fiesta tradicional, tan unida a la esencia de la ciudad, una de las más distinguidas y prósperas de toda la Mancha.
            Sólo me resta considerar en su valor el acontecimiento, y recomendar a los lectores que lo conozcan siempre que tengan ocasión.   

(En las fotos: un momento de la entrada de la Virgen; imagen de la Virgen de Rus; y Monumento a los portadores.)                

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