«En el mismo tenderete donde se sacan las entradas, me compro
como recuerdo una postal que representa la toma de Cuenca en el año 1177 por el
rey de Castilla Alfonso VIII. Delante de mí marcha un matrimonio joven, de
simpático acento andaluz, con un niño pequeñito, casi un bebé, colgado a la
espalda. El niño al entrar va dormido como un bendito sobre los hombros de su
padre. Poco más adelante hay un puesto hay un puesto curiosísimo, donde se
venden fósiles originarios del Cretáceo y de otros tiempos anteriores
arrancados de los bancales de la sierra, piedrecitas de cuarzo cristalizado,
manojos de té y bolsas de tila. La dueña sale del chamizo a la sombra en el que
se esconde y se vuelve a entrar cada vez que los posibles clientes pasan de
largo. A la altura de la primera de las piedras famosas, el Tormo Alto, comienzan
a caer unas cuantas gotas finas que cesan inmediatamente. El Tormo Alto es
quizás el ejemplar más representativo de todas las piedras de la Ciudad
Encantada. Con él se abren las puertas de aquel insólito espectáculo de rocas
trabajadas por la Naturaleza, y en su cima descansan, según dijo el poeta, los
huesos convertidos en piedra del bravo pastor Viriato, símbolo, quimera o
realidad, ¿qué importa?, del alma y del carácter de la Celtiberia, cuyo centro
geográfico, aseguran, coincide con el eje vertical de este soberbio pedrusco.
No faltan quienes aseguran que en la Ciudad Encantada se da la
paradoja del desencanto. Es muy poco, ciertamente, lo que el confiado visitante
que acude a este lugar por primera vez encuentre que literalmente se ajuste a
la idea de una ciudad dormida. Ni hay nada siquiera que pueda entenderse que
vino allí por arte de encantamiento, que jamás lo hubo, sino el milagro continuo
y permanente de los milenios, de los vientos y de las aguas, que, desde el día
siguiente al de la Creación, se han venido entreteniendo en el arte del
modelado, tomando como materia prima para llevar a cabo su obra gigantesca la
contextura caliza de este rincón de la Serranía de Cuenca; y aquí queda
encarnada, como regalo del tiempo, esta magnífica exposición de figuras fantasmales
que la imaginación popular ha ido catalogando con toda una serie de nombres a
cuya concreta realidad por apariencia se quiso emparejar. Y así, unas veces
con más y otras con menos fortuna, nos encontramos a la vuelta de cualquier
pasadizo, perdidas en medio de este inmenso laberinto de rocas y de formas, las
ingentes proas de unos transatlánticos encallados en el mar de hierba, unas mesas,
un perro, una cara de hombre, un puente romano, una foca o un tobogán, un
frutero, dos elefantes, unos osos...; y olor a romero, a pino, a jara, a menta
y a lentisco, para deleite, no sólo de la vista, que aquí ya tiene hartos motivos
conque deleitarse, sino para el olfato también, y para el oído que se hiere con
el son atronador del silencio que sale de los volúmenes y de las formas en su
alma de piedra.
Inscritos en su libro de oro, cuenta la Ciudad Encantada con
nombres de personajes tan ilustres como los de Eugenio d´Ors o Miguel de
Unamuno, Gustavo Doré, cuya soledad y profundo misterio llevaría después a los
fondos increíbles de sus grabados, y músicos como Maurice Ravel, Manuel de
Falla y Claude Debussy, por mencionar sólo unos pocos muy anteriores en el
tiempo al imparable torrente turístico de las últimas décadas.
El joven matrimonio andaluz se ha sentado a descansar en un
rellano pasada la ojiva del "convento". El niño, ajeno por completo
al extraño mundo por el que le pasean sus progenitores, chupa del biberón con
voracidad, como si no hubiera comido ni bebido en su vida.
- ¡Ya ve usted -dice la madre-, si no hay quien le haga tomar
una gota! Lo vamos a tener que traer por aquí todos los días, a ver si se
asusta de los monstruos y le da por comer.
- Eso es el aire de los pinos, señora; o el cansancio, cualquiera
sabe. Los niños enseguida se cansan.
- ¿Del cansancio?... De eso nada, mi alma. Su padre, el
pobrecito, es el que tiene las espaldas derretías de llevarlo encima. El, nada;
él va como un rey.
- ¿Qué les parece todo esto?
- Muy bien. Nos parece muy bien; aunque para venir una persona
sola de noche y dormir aquí, tiene que dar una pizca de miedo, ¡vamos, digo yo!
Que lo mismo está uno tan tranquilo oyendo el canto de los buhos o soñando con
los angelitos, y, de buenas, va y se espabila un bicho de esos y amaneces en
el otro mundo hecho papilla en la panza de un cocodrilo. »
(De mi libro "Viaje a la Serranía de Cuenca")
3 comentarios:
Logicamente para buscar encantamiento, o recibes la locura de don Quijote o te tomas algo, pero encantamiento existen pocos. Me ha gustado el artículo www.aceitecsb.es
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