viernes, 14 de agosto de 2015

LOS HINOJOSOS, UN PASEO POR LA MANCHA


Cosas más extrañas todavía registra la Historia de Castilla; pero me has de creer, amigo lector, si te digo que en este instante me encuentro sentado sobre la grada de piedra que rodea la boca de un viejo pozo manchego, desde donde alguien que tenía potestad para hacerlo decidió que a su mano izquierda, campos y casas pasaran a pertenecer a la Orden de Santiago, mientras que, a su mano derecha, campos y casas correspondiesen al Marquesado de Villena, quedando integrada la parte de la Orden en la provincia de Toledo, y la parte del Marquesado en la provincia de Cuenca. Hinojoso de la Orden e Hinojoso del Marquesado quedaron separados por una estrecha calle, a modo de muralla virtual de sólo unos metros.
Alguien más sesudo y más sensato que aquel primer iluminado que ordenó tal desatino, quedadas atrás las Cortes de Cadiz y siendo regente el general Espartero, en el mes de agosto de 1841 se decretó que ambos pueblos formasen una sola unidad local, nada más lógico, con  el nombre de Los Hinojosos, y se encuadrasen en lo administrativo dentro de la provincia de Cuenca, no así en su conjunto las pertenencias agrarias de sus pobladores, que todavía siguen siendo parte de ambas provincias. El decreto entró en vigor con fecha 1 de enero de 1842.
Hay quien sabe más, mucho más que yo con relación a esta gruesa anomalía de nuestro pasado, pero con lo ya dicho tienes al menos una idea aproximada donde situarte. Dos pueblos, dos iglesias. Hoy un solo municipio con su ayuntamiento a menos de un tiro de piedra de donde yo estoy, y una misma feligresía que comparten ambos templos: la iglesia de la Orden y la iglesia del Marquesado, una con san Bernabé como titular y la otra dedicada a san Bartolomé. El oficio religioso para todo el pueblo se alterna cada semana entre una y otra.
Pues sí, aquí nació y aquí vive a temporadas uno de mis más recordados amigos de juventud, Julián Cobo, con el que después de medio siglo -ni un año menos- he reanudado el trato personal, que no el afecto, teniendo como primera consecuencia el pasar dos días juntos con nuestras respectivas esposas en nuestros pueblos, aprovechando que el verano nos permite y nos invita a hacerlo, dada la razonable distancia que separa a Los Hinojosos, su pueblo, de Olivares de Júcar que es el mío. Media hora de viaje, con el que se vio cumplida la primera parte del plan propuesto, que con la generosidad de Julián y de su esposa Carmen, más la fuerza de la añosa amistad rejuvenecida y puesta al adía, dio como resultado una jornada memorable de recuerdos, en un acontecimiento sencilla y realmente feliz. Confío en que la segunda parte, la correspondiente a mi pueblo, también lo sea.

Apenas tomé nota escrita de mi estancia en Los Hinojosos. Lo creí innecesario. Fueron todos claros momentos para recordar, de aquellos que se fijan en la memoria y en el corazón a través de los ojos. Perdona, paciente lector, si insisto en la fuerte dosis de virtud que se dio en este viaje, no sólo por el hecho tan lógico de pretender resaltar los valores adormecidos de la vieja amistad puestos en el lugar que les corresponde, sino por haber tenido la ocasión de disfrutar una vea más de los infinitos encantos de esta tierra que nos sacó al mundo, dignamente aquí representada por uno de los pueblos más característicos de esta inmensa y universal Llanura Manchega que tantos sabemos gozar con los ojos del alma bien abiertos; pues por su propio mérito, por ella misma, dio lugar, con estos campos y con estas buenas gentes, a las más brillantes páginas de la lengua castellana, que es tanto como decir de la narrativa universal de todos los tiempos. ¿Por aquí vivía Sancho Panza? Sí, hijo, sí; y también don Quijote -respondí a mi nietecillo de morena piel, bajo las aspas maltrechas de un molino de viento.
Enseguida me di cuenta de que la intención de amigo fue la de colocar en mi cerebro, durante el tiempo que estuve allí, la historia toda de este nobilísimo lugar de la Mancha Conquense. Algunos datos los asimilé con su propio nombre, otros los intuí, y otros más quedaron escondidos entre los pliegues de la memoria e irán saliendo, creo yo, antes o después en el mejor momento.
La fuente de la Hontanilla mana sin parar por sus cuatro caños, pero sólo es por uno por el que la gente de Los Hinojosos y de varios pueblos vecinos suelen recoger su agua algunas veces para beberla como artículo de lujo. Nos detuvimos unos instantes a contemplarla junto a los campos de girasol.
Y para después las dos iglesias de las que antes se habló. La de San Bernabé o de la Orden en primer lugar. Un hermoso templo donde se venera la imagen menuda de Nuestra Señora del Carmen. Me llamaron la atención en su interior los retablos, representantes de una devoción que viene de siglos, y en cuyas piedras de sillería, heraldos y otros motivos ornamentales, nos pareció ver como se repetía la Cruz de Santiago, insignia de la Orden cuya cabecera, como bien sabemos, fue el monasterio de Uclés.

No muy lejos de la anterior está la iglesia de San Bartolomé o del Marquesado, más antigua en su origen que la anterior, pues su ábside -monumental, por cierto- corresponde al gusto románico (Siglo XIII, quizás), mientras que el cuerpo general de la ancha nave nos lleva a tres o cuatro centurias después, a la época en la que la Mancha fue grande y estos lugares y villas castellanas gozaron de un singular esplendor. El Renacimiento había entrado en España. La capilla lateral de la Virgen “Morenita” es de lo mejor y más cuidado que conozco, como espacio anexo dedicado al culto en iglesia de esta época en tierras castellanas.

Una visita final -fugaz, pero sorprendente y grata al mismo tiempo- es la que hicimos al taller artesanal en el que se trabaja en la elaboración de vidrieras, donde un grupo de personas, hombres y mujeres, se ejercitan en dar forma, pieza a pieza, a unas obras bellísimas, haciendo uso de pequeños trozos de cristal de colores, debidamente ensamblados en canalillos de plomo o de estaño que, una vez sometidos a altas temperaturas, dan lugar a esos juegos de luz y de imagen que tantas veces hemos podido admirar en los ventanales en ojiva de tantos conventos y catedrales.