martes, 14 de diciembre de 2010

PRIEGO



Espero que no se enojen los amigos de Huete si digo que Priego es la capital de la Alcarria de Cuenca. Alegarán, no faltos de razón, que Priego es menos Alcarria, que sus campos tienen olor, color y casi sabor a pino serrano, apenas pasar las peñas del Estrecho por donde se cuelan las aguas del Escabas que baja desde la Serranía. Dejémoslo, pues, estar, y que cada cuál interprete a sus anchas mi inocente manera de decir.
He oído decir que el nombre de Priego proviene de "prio ego", yo rompo, refiriéndose al río que horadó las rocas, recordando así al caminante su origen latino. Hace frío hoy en la villa de Priego. En ocasiones preceden­tes que anduve por aquí, el sol impío de las Alcarrias sacudía fuego sobre los cerros y sobre los barrancos, sobre los huertos y sobre las rocas, que de todo hay en los entornos de este histórico lugar. Uno, que medianamente conoce la historia de Priego, porque hace tiempo que alguien se la contó o le ofreció la oportunidad de aprenderla, se pasea medio encogido por su Plaza Mayor pensando en las vueltas que da la vida; en que los hombres, por mucho que nos empeñemos en demostrar lo contrario, somos pobres marionetas movidas por el hilo invisible del tiempo y de las circunstancias. Priego, la villa que hoy me acoge, con sus escudos heráldicos recordatorios y con su tradición artesanal impresa como una constante en el alma de los ciudadanos, es algo así como una lección permanente que viene a reforzar ese criterio palpable.
En la Plaza Mayor hay una casona blasonada. Los habitantes le llaman el Hospital del Niño. Está construida con piedra noble del siglo XVI, que fue el siglo de Priego. La calle Larga es la avenida más importante que tiene la villa. La calle Larga se cuela enseguida por el ojo de un arco que los nativos reconocen como Arco de Molina. Nadie me ha sabido explicar por qué. Estas hermosas calles, como las de Pastrana o las de la vieja Toledo, conjugan su antigüedad con un interesante comercio, tal corres­ponde a la nostálgica ciudad cabecera de comarca.
La iglesia de San Nicolás de Bari destaca por su monumental torre cuadrada. Vista desde el pie la torre de la iglesia es sencillamente grandiosa, está construida con piedra sillar almohadillada; sobre la piedra perdura alguna inscripción alusiva al gremio de labradores. Ya en su interior, roba la mirada del visitante el estupendo retablo que desde 1991 sirve de fondo al presbiterio. Es un retablo nuevo, distribuido en siete calles entre columnas doradas al gusto jónico y corintio; lo adornan quince pinturas y ocho imágenes en magnífica talla. El retablo se corona con un lienzo que representa el Calvario y otros dos, uno a cada lado, con el Bautismo y la Resurrección de Cristo como motivo. En uno de los laterales de la iglesia queda la llamada Capilla de los condes, personajes principales de su tiempo y algo así como el cañamazo sobre el que se entreteje la historia local.
Por cuanto a su importancia en el pasado, se sabe que doña Teresa Carrillo, señora de Priego, Escabas y Cañaveras, casó con don Diego Hurtado de Mendoza, señor de Castilnuevo y pan de pecho del Señorío de Molina, a quien la augusta majestad del rey don Enrique IV de Castilla, otorgó el título de Conde en carta firmada en la villa de Olmedo el día 6 de noviembre de 1465. El sexto conde de Priego fue don Fernando Carrillo de Mendoza, mayordomo de don Juan de Austria, personaje histórico al que siguió con sus dos hijos, don Luis y don Antonio, en la memorable batalla de Lepanto. A él, a don Fernando Carrillo de Mendoza, cupo el honor de llevar la noticia de la victoria naval al papa Pío V, como enviado del propio don Juan de Austria, lo que fue motivo bastante como para prometerse a sí mismo la construcción de un convento religioso en la villa cabecera de su condado, como exvoto y conmemoración solemne de «la más grande ocasión que vieron los siglos». Y allí queda hoy, después de las importantes reformas de 1777, el convento de San Miguel de las Victorias, bajo el roquedal montuno del Monte Santo sobre el que otean los buitres en las orillas de Priego, albergando la imagen venerable del Cristo de la Caridad, obra probable de José Salvador Carmona, copia no muy bien lograda del nuestro del Perdón que se guarda en la iglesia de Atienza, y que salió, años antes que éste de Priego, del taller madrileño de Luis Salvador, el más notable de los Carmona.
En las celdas monacales de San Miguel de las Victorias rezó, trabajó e hizo sacrificios siguiendo las reglas de la Orden, el franciscano alcarreño fray Juan de Sacedón, diseñador que fue del plan de regadíos y fundador de la ciudad mejicana de Monterrey; y fray Antonio Panés, maestro en el arte de la versificación, que lleno de inspiradas décimas las paredes de las celdas y las del refectorio, siendo la más conocida -la más universal- de todas, aquella de «Bendita sea tu pureza», dedicada a la Virgen Santa María; y fray Jorge de la Calzada de Calatrava, que desterró milagrosamente de aquellos campos a los gorriones porque "se comían toda hortaliza y lo demás de la huerta", sin que los pajarillos, según me contaron, hayan vuelto por allí.
Se dice que una hija de los condes de Priego, doña María de Mendoza, fue durante muchos años prometida de don Juan de Austria, y sin que las nupcias llegaran a celebrarse, profesó como monja en el monasterio de Santa María del Rosal, fundado por un tío suyo, y cuyo campanario, muros desmantelados de la iglesia y arcadas del claustro, aún se conservan en estado de ruina no lejos de la villa, a escasa distancia por la carretera comarcal que sigue hasta Alcantud.
Se me ha ido el tiempo, y lo que es peor, el espacio, con esas cuatro pinceladas de la historia de Priego que apenas servirán para hilvanar medianamente en el ánimo del lector la importancia de su pasado. Sobre ser un lugar clave en aquella España de leyenda de los Carrillos y de los Mendozas, hoy Priego se nos presenta como un pueblo sin demasiadas perspectivas. La gente vive del campo, un poco del comercio, y no sé si mucho más de la alfarería y de las labores de mimbre que han ido saliendo de sus obradores durante los últimos años, casi todas con destino a la exportación.
Si de algo pudiera servir, dejémoslo sobre la plataforma que rodea el Escabas con su convento de San Miguel de las Victorias como enseña, con su silencio y con el rancio soplo de la Historia pesándole sobre la piel.
-¡Oiga...! No ha dicho nada de Luis Ocaña, el ganador del Tour de la Francia en el año 1973. Era de aquí.
-Tiene usted toda la razón. Hubiera sido un fallo imperdonable. Queda dicho.

(En la foto, "Fachada del Ayuntamiento de Priego")

viernes, 10 de diciembre de 2010

LA BATALLA DE VILLAVICIOSA. TERCER CENTENARIO


Hoy se cumplen trescientos años de la Batalla de Villaviciosa. Éste fue el último enfrentamiento que sostuvieron en la llamada Guerra de Sucesión los ejércitos del Archiduque Carlos de Austria y los de Felipe de Anjou, nieto del rey francés Luís XIV; ambos aspirantes al trono de España tras la muerte sin descendencia del último de los reyes de la Casa de Austria, Carlos II El Hechizado. Una vez que la suerte en la zona de Valencia pareció decidirse en la batalla de Almansa, el entusiasmo de los soldados del futuro Felipe V fue grande. El 10 de diciembre de 1710, los aliados del Archiduque se vieron derrotados definitivamente en Brihuega primero y en Villaviciosa después, lugares muy próximos0 situados en el corazón de la Alcarria. La última de estas batallas fue decisiva. Felipe V personalmente, con el duque de Vêndome, estuvo al frente de su ejército que, al salir victorioso, sirvió para colocarle en el trono e instalar en España la nueva dinastía de los Borbones. Un monolito en los altos alcarreños próximos a Villaviciosa, recuerda aquel enfrentamiento bélico de tanta trascendencia para la moderna Historia de España.
Los actos conmemorativos, con participación del Ejército, en recuerdo del tercer centenario de tan decisiva batalla, se están celebrando en ambas localidades alcarreñas durante estos días.

(En la fotografía: Monumento conmemorativo a la batalla, existente en Villaviciosa, junto a la carretera, que recuerda al caminante cómo en aquellos campos se libró la batalla. Fue erigido, según consta grabado sobre la piedra, por el pueblo y el Ejército en diciembre de 1910, segundo centenario)

martes, 7 de diciembre de 2010

EN LA CIUDAD ROMANA DE VALERIA


Hemos viajado a un pueblo de nuestra región, notable por su antigüedad y por los restos que allí quedan a la vista de todos. Más de veinte siglos de existencia testimonian las excavaciones llevadas a cabo en torno al pueblo, si bien, conviene reseñar que una buena parte de lo que todavía se ve nunca quedó sepultado bajo tierra, sino que muy por el contrario siempre estuvo a la vista, aguantando todo tipo de efectos dañinos a la intemperie, hasta el día de hoy en que a expensas de los organismos oficiales se van descubriendo nuevos restos y ampliando el recinto de la que en otro tiempo fue la ciudad romana de Valeria, una de las tres que asientan en la actual provincia de Cuenca. Las otras dos serían Segóbriga y Ercávica, ésta última muy cercana a nosotros en la Alcarria del Guadiela.
La ciudad de Valeria estuvo situada en lo alto de un cerro al que rodea la hoz espectacular que tajó el arroyo Gritos, junto a la carretera que va desde Cuenca a la villa de Valverde del Júcar. Un paraje muy particular de nuestra región, al que nunca se le dio la importancia histórica y paisajística que merece.

Se necesitaría, como es fácil suponer, todo un tratado para dar mediana cuenta del pasado de esta ciudad romana, lo que está completamente fuera de nuestro propósito. Documentos hay, escritos por responsables investigadores, en los que uno se puede informar debidamente de lo que hasta los primeros años del siglo VIII pudo ser la que ha llegado hasta nosotros con el rotundo apelativo de la Gran Valeria.
Todo apunta a que la ciudad fue fundada hacia el año 82 antes de Cristo por el pretor Valerius Flacus. Se sabe que Roma le concedió el derecho del Lacio y la incorporación al Convento jurídico Cartaginense. Durante la España visigoda alcanzó el rango de sede episcopal, sufragánea de la metropolitana de Toledo. Ya en el año 589 aparece documentado el nombre de su primer obispo, de nombre Juan, uno de los presentes en el Tercer Concilio de Toledo, aquel en el que, renunciando al arrianismo, el rey visigodo Recaredo se convirtió a la fe católica con todo su pueblo. Los sucesivos obispos valerienses asistieron a todos los concilios toledanos, hasta el punto que el último de ellos, llamado Gaudencio, participó en el decimoprimero y en todos los demás hasta el decimosexto, siendo en éste en el que suscribió las actas en primer lugar por tratarse del obispo más antiguo entre los asistentes. De la sede valeriense, y aun de la propia ciudad, se dejó de tener noticia a partir de la segunda década del siglo VIII, a cuya decadencia y posterior desaparición debió de contribuir la invasión musulmana de la Península iniciada en el año 711.
A diferencia de otras ciudades romanas, Valeria nunca ha ofrecido dudas en su localización; pues ha conservado su nombre latino hasta nuestros días, si bien salvando algún periodo de la historia reciente en el que se llamó Valera de Arriba, hasta recobrar de nuevo su denominación primitiva a mediados del pasado siglo. De ahí que las referencias han sido continuas en los tratados de los más importantes historiadores, sobre todo a partir del siglo XVI. Martín del Rizo la llama Quemada, por haber sido incendiada por los romanos en su lucha contra los cartagineses, nombre que antes había empleado al referirse a ella el P.Mariana. Marcos Burriel, el P.Florez, Ponz, Cean Bermúdez, y muchos más en épocas recientes, se han ocupado de recopilar datos y de descubrir inscripciones en sus piedras. Las excavaciones, llevadas a cabo no con demasiado empeño, comenzaron en el año 1974.

Lo más interesante que hay a la vista entre lo descubierto en las ruinas de Valeria, es el “ninfeo” o fuete gigante a la que en su tiempo bajaban las aguas desde los grandes aljibes situados en la parte superior. Tanto la recogida de aguas como su distribución a la ciudad por los diferentes canales que se iban alineando uno junto al otro, abasteciéndose del contenido de los aljibes a través de una galería abovedada en conexión con las diferentes salidas, debieron ser la nota más sobresaliente de la ciudad; pues los 85 metros de longitud que tiene la galería abovedada, solo fue superada en cuatro metros más por el “Splizonium” de Septimio Severo, en Roma, destruido hacia el año 500. De la grandiosidad de esta obra, nos da hoy una idea bastante aproximada lo que en estado de ruina todavía se conserva.

martes, 30 de noviembre de 2010

LOS TAPICES DE PASTRANA


La iglesia Colegiata de Pastrana es uno de los principales monumentos que los Mendoza dejaron como herencia a la provincia de Guadalajara, y dentro su cripta subterránea se guardan, en elegantes urnas de piedra, los restos de una buena parte de los miembros de aquella familia, mecenas y pioneros del Renacimiento Español. El mayor atractivo de la Colegiata de Pastrana es su Museo Parroquial, cargado de recuerdos de Santa Teresa de Jesús, de la Princesa de Éboli -cuyos restos junto a los de su marido, Ruy Gómez de Silva, se guardan en la cripta-, y de toda aquella familia hidalga de los siglos XVI y posteriores. Los célebres Tapices de Alfonso V de Portugal, pudieran ser a su vez la estrella del museo.

Los tapices de Pastrana -se asegura que en estilo gótico es la mejor colección del mundo- fueron tejidos en Flandes por encargo de la Casa Real portuguesa. Tomados como botín, según unos, en la batalla de Toro; o como obsequio personal, según otros, del rey portugués al Gran Cardenal Mendoza como gesto de gratitud por su postura en favor de los prisioneros lusos; lo cierto es que pasaron a ser propiedad de la familia Mendoza, y de ella a Pastrana en el siglo XVII por matrimonio de doña Catalina Mendoza Sandoval con el cuarto duque, don Rodrigo de Silva, quien, al no disponer en palacio de sitio suficiente para colgarlos, los legó a la Colegiata con la condición de que se sacaran cada año a las cales para embellecer la villa con motivo de la procesión del Corpus Christi. Deseo que en Pastrana se cumplió durante mucho tiempo.Son seis los tapices que forman la colección; y sus medidas aproximadas de diez metros de largo por seis de ancho cada uno. Tienen como tema exclusivo cantar con el arte del tejido las hazañas guerreras del rey de Portugal Alfonso V en sus campañas de África durante la segunda mitad del siglo XV. Los cartones que sirvieron de modelo para su realización, parece ser que fueron obra del pintor de la corte portuguesa Nuño Gonçalves, según se desprende del meticuloso trabajo de investigación llevado a cabo por Reynaldo dos Santos, y que se recoge en una publicación fechada en Lisboa el año 1925 y que su autor tituló "As tapeça­rias da Toma de Arzila".Los motivos tratados en cada uno de estos tapices, con una asombrosa riqueza iconográfica, armamento diverso de la época, estandartes y material de guerra, son por el orden cronológico en que ocurrieron los hechos (1457 y 1471) los siguientes: Cerco de Alcázar Seguer, Entrada en Alcázar Seguer, El desembarco de Arzila, Cerco de Arzila, Asalto de Arzila y Entrada en Tánger. De exquisita obra de arte pueden considerarse las figuras del rey Alfonso V y de su hijo el príncipe Juan, que aparecen revestidos de armaduras y en colores vivos en el primero de ellos. Fueron tejidos, según la fuente antes dicha, en los telares de Paschier Grenier, de Tournay (Bélgica), hacia el año 1473.
(En la fotografía, detalle de uno de los famosos tapices)

domingo, 21 de noviembre de 2010

B E T E T A


Transcribo a continuación dos páginas de un libro de juventud del que ya tienen noticia, por anteriores transcripciones, los lectores del blog. Me refiero al “Viaje a la Serranía de Cuenca”, que escribí sobre la marcha allá por el verano de 1982 y que se publicó un año más tarde. Lamento que haya dificultad por parte de los posibles lectores para adquirirlo. ¡Ha pasado tanto tiempo! Se trata de un fragmento del capítulo VIII, titulado “BETETA”. La fotografía que se incluye la tomé aquel mismo día, cuando la calidad de los medios dejaba bastante que desear.

«Metidos ya en la calle principal de Beteta, que como en tantos pueblos más de los que tuvieron vida coincide con la ca­rretera de paso, uno se encuen­tra con una microciudad antigua y encantadora, sugerente, engalanada con exquisitez, que recuerda en todo su porte las recias villas castellanas del Siglo de Oro. Tiene una plaza historiada y juvenil, que las manos, no siempre acerta­das, de los reformadores han quitado tipismo; pero que han doblado con mucho en grandiosidad, en luz y en empaque. Al cente­nario edificio de las escuelas, situado en la plaza, acompaña desde otro ángulo el más moderno del Ayunta­miento, y completa el juego de estilos al otro lado de la calle, una casona sopor­ta­lada, con larga galería de maderas, que ha venido embelleciendo duran­te cuatro centurias, y todavía lo hace, la típica estampa serrana de la villa de los Albornoces.
En Beteta, a buena hora de la tarde todavía, uno se apresura en buscar alojamiento; y lo encuentra muy pronto, en una fonda que hay por una callejue­la estrecha, transversal entre la plaza y la iglesia.
Pregunto en la fonda si por casualidad andan sobre estas fechas por allí otros dos antiguos colegas de mocedad, los herma­nos Gargallo Pérez, Alfredo y Antonio. Me dicen que no, que Al­fredo pudiera estar pasando el verano en Carrascosa, y que Anto­nio, como se instaló en la capital, viene poco, y que cuando lo hace es visto y no visto.
- A quien sí que puede ver es a sus padres. Ya están muy mayores los dos. Viven en una casa grande de la carretera, por debajo de la plaza.
Don Alfredo, el padre de mis amigos, es un señor venerable que a sus muchos años deja entrever la elegancia y el buen porte del mozo que fue, dis­tinguido, servicial, muy amable. Estaba sentado al fresco en el portal al lado de su esposa. Don Alfredo acoge con extraordinario cariño la visita del forastero y le sirve como primicia que su hijo Alfredo tiene previsto llegar a Beteta esa misma tarde.
- ¿Me ha dicho que hace muchos años que no se ven?
- Muchos. De veinte para arriba, si no recuerdo mal.
- Entonces, desde que acabaron los estudios, seguramente. Eran unos niños entonces. Ahora, igual ni se conocen.
Don Alfredo se ha salido conmigo a dar un paseo corto por los alrededo­res de su casa. Me cuenta que Beteta es un pueblo con mucha historia, que existe desde el tiempo de los arévacos y que fue cabecera de las siete aldeas: El Tobar, Lagunaseca, Masegosa, Valsalobre, Carrascosa, La Cueva y Valtabla­do. Me va contando las cosas muy pausadamente, queriendo agradar, esforzán­dose por contarme todo con el máximo rigor y detalle.
- A Valtablado lo compró el Gobierno, hace ya tiempo, y ahora no deben quedar ni las tejas.
- ¿Cómo se vive en Beteta?
- Bien. Este debe ser de los pocos pueblos que, por lo menos hasta el momento, vive ajeno al paro y a la mayor parte de los problemas graves de carácter económico que existen por ahí.
Nos hemos acercado hasta un mirador sobre la vega que hay cerca de su casa. Desde aquellos altos me muestra don Alfredo todo el valle, los campos de mimbre, y me indica, más o menos, el lugar por donde viene a caer la ermita de La Rosa, a nuestra derecha, ya en la lejanía de cara a las puestas del sol.
- Es que con estos ojos míos ya no alcanzo hasta tan lejos; pero desde aquí se ve muy bien. La Virgen se la han tenido que traer al pueblo porque dentro de la ermita se estropeaba con la humedad. La fiesta se celebra para el día 16 de septiembre.
Por los ajardinados patios de Beteta, la antigua y bella Vétera de los romanos, al pie del castillo roquero que dicen de Rochafría, destrozado, según cuentan, en tiempo de los carlistas, conviven en armonía el peral, el tilo y el glorioso laurel. La iglesia es una hermosa muestra del arte ojival con portada plate­resca, en cuyo arco de cobertura se cuentan cabezas esculpidas de ángeles mofletudos, de apóstoles, de evangelistas y de pa­triar­cas de la Antigua Ley. Por el interior del templo corren aires de catedral. Se abre en tres naves separadas por recias columnas de piedra serrana, y un retablo de formas góticas no acorde en el tiempo con el resto de la obra. Por el techo, en los huecos que dejan entre sí al cruzarse las diferentes nervaduras, se aparecen repetidas veces los escudos familiares de los Albornoz, señores que fueron de Beteta y de sus siete aldeas.
La imagen de la Virgen de la Rosa está colocada sobre unas andas en la tercera nave del templo. Es una talla muy bonita, revestida con ropajes color de rosa y lleva una rosa en la mano. En torno a imagen de la Patrona de Beteta corre una leyenda cu­riosa en la que se habla de un pastor de Valtablado, llama­do Ruperto, que la encontró casualmente junto a un rosal, y tantas veces como se la llevó al pueblo, tantas como volvió a aparecer en el lugar del hallazgo; hasta que las autoridades acordaron, visto lo visto, levantarle allí una ermita, en donde ha recibido desde muy antiguo el fervor y las oraciones de las buenas gentes de aquellas sierras.
Al regresar a la casa de don Alfredo Gargallo, mi amigo estaba esperan­do. Más de cuatro lustro de por medio es demasiado tiempo para volverse a reconocer a primera vista. Cuando mi amigo dice que por sí solo no me hubiera reconocido, siento una enorme desilusión. Con Alfredo vuelvo a dar la segunda vuelta por el pueblo. Beteta es pequeño y se recorre a pie sobradamente en cuestión de media hora. Para entrar a fondo en su vida y en su historia sería preciso emplear muchos días; pero uno reconoce que no es esa su misión, que no va exactamente por ahí. Nada nuevo, sino la amistad con Alfredo traída a la actualidad por milagro de la memoria y una conversación, tanto para uno como para otro cargada de recuerdos, de nombres entrañables, de aconteceres no olvidados, fue en cualquier momento la salsa y el almíbar de este último paseo por la villa de Beteta envuelta en la noche.»

lunes, 15 de noviembre de 2010

LA CASA DE GUADALAJARA EN MADRID


Se trata de la sede común de todos los habitantes de la provincia de Guadalajara en la capital de España. Está situada en el viejo Madrid, primera planta del número 15 de la Plaza de Santa Ana.
La Casa de Guadalajara quedó constituida el día 23 de marzo de 1961, por una asamblea que presidía el gobernador civil de entonces don Manuel Pardo Gayoso. El 9 de abril del mismo año se procedió a su inauguración y bendición oficial, a cargo del obispo de la diócesis Mons. Lorenzo Bereciartúa y del antes dicho goberna­dor civil.
Contó como primer presidente con don Ángel Montero Herre­ros, y los vicepresidentes don Baldomero García, don Manuel López Villalba y don Sinforiano García Sanz. Como secretario actuó en la primera directiva don Bernardo Pradel Roa, además de un representante por cada uno de los partidos judiciales de la provincia.
La Casa de Guadalajara ha sido siempre, con períodos de mayor o menor actividad, centro de concurrencia de intelectua­les y de pueblo llano, canal de comunicación entre todas las tierras de Guadalajara con la capital de España. En sus diver­sas dependencias cuenta con bar, salón restaurante, sala de juegos, biblioteca, exposición de artesanía provincial, salón de actos, sala de trofeos y despacho. Las actividades de tipo cultural que lleva a cabo son muchas y muy variadas a lo largo del año. Cuenta con un grupo de Zarzuela, clases de baile, presentación de libros, conferencias sobre temática provincial, y publica con cierta periodicidad la revista “Arriaca”, en la que se informa de las más importantes actividades realizadas. Hace tres décadas aproximadamente la Casa de Guadalajara en Madrid instituyó la insignia “melero de plata” y “melero de oro”, como homenaje de reconocimiento y gratitud a las personas que más se han distinguido por la defensa y promoción de la provincia en cualquiera de sus aspectos. Bajo la presiden­cia de José Ramón Pérez Acevedo, hombre eficiente y entregado con celo a su labor directiva, la Casa de Guadalajara en Madrid ha tomado durante los últimos años una singular relevancia.

(La fotografía representa la entrada de la Casa de Guadalajara en la madrileña Plaza de Santa Ana)

viernes, 5 de noviembre de 2010

JOSÉ LUÍS PERALES HABLA DE LA ALCARRIA



Revolviendo mis papeles, perdidos en los cajones de la casa del pueblo, me he encontrado con un recorte de “Nueva Alcarria” del 10 de octubre de 1981. Quise conservar como algo importante para mí de aquellos años primeros de práctica en el periodismo escrito, una entrevista con José Luís Perales que titulé “Un alcarreño que canta para el pueblo”. Nos habíamos conocido poco tiempo atrás en tierras distintas a la nuestra y todavía conservábamos una relativa vieja amistad. Aparecido de forma casual aquel viejo tesoro, amarillento después de tantos años, me viene a la memoria su envidiable personalidad, su singular calidad humana, junto a Alicia y Carlos, sus hermanos, para mí de tan feliz memoria.
Esto me contaba José Luís Perales en aquella ocasión sobre estas tierras nuestras, sobre la Alcarria, horas antes de aquel concierto memorable que ofreció en Guadalajara con motivo de las fiestas patronales de la ciudad. Han pasado veintinueve años, y la gente todavía lo recuerda:

"Lo conocí hace media docena de años con su primer disco bajo el brazo buscando promoción por las emisoras de radio en tierras de Valencia. Luego vino a resultar que éramos paisanos, que teníamos amistades comunes, que éramos amigos. Conservo todavía la grabación de un programa especial que le hice para la SER en la que intervenía José Luís, su hermana Alicia, sus canciones de entonces y la participación telefónica de sus primeras fans en la región levantina. Meses después nos volvimos a encontrar en su casa de Castejón, al lado del pantano, y hasta hoy, fecha en la que uno vuelve a celebrar el reencuentro en los aledaños de la estación de ferrocarril de Guadalajara, teniendo entre dos luces a la ciudad como fondo.
José Luís Perales es alcarreño, de la Alcarria de Cuenca. Sus primeras canciones destilan un olor a miel y a tomillo. Sus gentes son nuestras gentes; pero José Luís no conocía Guadalajara.
-Pues no; y tenía muchas ganas de venir. Conocía Guadalajara de rodearla poor la carretera general camino de Sacedón y de mi pueblo, pero de hecho nunca había estado en la ciudad. Así que, hoy se cumple para mí una vieja ilusión. Me alegra mucho que en Guadalajara se me haya tenido en cuenta.
-¿Dónde empieza la Alcarria para ti y dónde acaba?
-Para mí yo creo que empieza en Castejón, mi pueblo, que por algo es el “balcón de la Alcarria”, y no sé dónde acaba. Es toda ésta una tierra tan parecida en sus gustos, en sus gentes y en sus costumbres que, a pesar de que a veces se escape del recinto geográfico que la limita, que para mí siguen siendo alcarreños casi, casi, hasta Madrid.
-Como me consta que compones en aquel tu “refugio” junto al pantano de Buendía, quisiera saber si estas tierras duras tienen algo que ver con tus canciones.
-Claro que tienen que ver. Primero con mi personalidad. La gente de las Alcarria somos muy abiertos, pero somos secos; por lo menos ese es el concepto que la gente de fuera tiene de nosotros. Somos secos como buenos castellanos y como producto de una tierras sacrificada, olvidada, y eso en mis canciones se tiene que reflejar, sobre todo en mis personajes que siempre arranqué de la Alcarria, como el pastor, el labrador, doña Asunción, todos aquellos de mi primera época eran una imagen viva de la gente de esta tierra.
-Que, por cierto, da la impresión de que los has ido marginando un poco en tus últimas canciones.
-No; esos personajes van siempre conmigo. Lo que ocurre es que mi música se ha conseguido colar a otros países, en donde no entienden el deambular de un pastor alcarreño, el encanto de doña Asunción, la vida dura de nuestros campesinos. Son personajes que se escapan a ellos, y esa es la razón que me obligó a hacer otro tipo de cosas. No obstante vivo de cerca la Alcarria, siento sus dolores, comparto sus alegrías y es mi pequeña fuente de inspiración, como lo fue siempre.
-¿Por qué te has ido a vivir al pie de las Casas Colgadas?
-Bueno; me he ido un poco por comodidad. Tú sabes muy bien que Cuenca, capital, tiene las ventajas de una ciudad y es todavía un poco pueblo. Por mí hubiera vivido siempre en ese refugio de Castejón, pero tengo la gran suerte de tener unos hijos y reconozco que necesitan un poco más de comodidades que las que pueda darles en esa Alcarria árida, que yo personalmente prefiero para mí.
-¿Para quién cantas?
-Yo canto para todo el mundo, para todas las mentalidades, para todas las culturas, parta todas las ideologías. Canto para la gente en general, sin preferencias. Canto para el pueblo.
-¿No te da un poco de pena componer para otros cantantes?
-No; no me da pena porque me han dado muchas satisfacciones, y de ellos me llegó, componiendo, mi primer pan, hablando musicalmente, antes de que yo empezara a cantar. Además, muchos han conseguido con mi música números uno, y eso, aun egoístamente también satisface.
-¿Crees que te sentirás a gusto en este encuentro con Guadalajara?
-Mucho. Por aquí voy a encontrarme con una gente que es la mía, y eso es lo que, más o menos, deseamos todos. Además, estoy a gusto pues es la primera vez que vengo y me hace mucha ilusión.
Todavía no había visto José Luís el cartel de “no hay entradas”. Por la noche, una buena parte del público tuvo que conformarse viendo y escuchado de pie la velada. El éxito fue clamoroso. Fuimos testigos de un auténtico delirio a veces al oírle cantar. Guadalajara, que se identifica con su música y conoce el porqué de su mensaje, se sintió completamente feliz durante las dos horas, o quizás más, que duró el concierto."

miércoles, 27 de octubre de 2010

GALERÍA DE NOTABLES (IV): EL CARDENAL MENDOZA


Gran Cardenal de España. Nació en Guadalajara el día 3 de mayo de 1428. Fue hijo del primer Duque del Infantado, don Diego Hurtado de Mendoza, y de doña Catalina Suárez de Figue­roa. Estudió leyes y cánones en Toledo y Salamanca, entrando después en la corte de Juan II, de donde pasó a ostentar el cargo y la dignidad de obispo de Calahorra, y más tarde de Sigüenza en 1467. Ostentó la mitra seguntina hasta su muerte, incluso mientras fue Arzobispo de Sevilla y Cardenal Primado de Toledo. Son recuerdo de su episcopado la Plaza Mayor de Sigüenza, las restauradas bóvedas de crucería de la Catedral, la sillería de nogal tallado del coro de la misma, así como la fundación de la antigua Universidad de Sigüenza.
A la muerte del primer Marqués de Santillana, su padre, se convirtió en cabeza de su familia que fue emparentando con los más selectos linajes de Castilla. Fue partidario de la legitimi­dad de la infanta doña Juana, por lo que no quiso aceptar la concordia de los Toros de Guisando, pero una vez que la infanta Isabel contrajo matrimonio con Fernando de Aragón, y que Enrique IV había conseguido para él el capelo cardenalicio, se mostró en favor de la última, abandonando el partido de La Beltraneja.
El Cardenal Mendoza influyó decisivamente en la conquista de Granada y en el Descubrimiento de América. Los Reyes Cató­licos encontraron siempre en él un consejero prudente y segu­ro. De doña Mencía de Castro, o Meneses, tuvo dos hijos: Rodrigo de Vivar y Mendoza, Marqués de Zenete, y Diego, Conde de Melito. De doña Inés de Tovar tuvo un tercer hijo, don Juan de Tovar. Durante su primacía se terminaron de cubrir las bóvedas de la catedral de Toledo.
El 23 de junio de 1494 hizo testamento en Guadalajara, dejando por heredero de todos sus bienes al hospital toledano de la Santa Cruz, reconociendo las donaciones hechas anterior­mente a la Catedral Primada, joyas de gran valor sobre todo, que fueron expoliadas durante la Guerra Civil de 1936.
En la ciudad de Guadalajara y provincia dejó clara señal de su paso; pues son obras promovidas a sus expensas o bajo su mecenazgo: el Palacio del Cardenal Mendoza frente a la iglesia de Santa María, donde murió; el castillo de Jadraque; el castillo de Pioz; el monasterio de Sopetrán; el monasterio de San Francisco en Guadalajara; la Universidad de Sigüenza; varios detalles y obras en la catedral seguntina, aparte de hospitales y colegios fuera de sus fronteras.
Murió en Guadalajara el día 11 de enero de 1495. Su grandioso sepulcro queda en un lateral de la Capilla Mayor de la Catedral Primada de Toledo.

(En la imagen: Monumento en Guadalajara al Cardenal Mendoza)

lunes, 18 de octubre de 2010

HOJEANDO EL VIEJO ÁLBUM


De tarde en tarde me gusta cubrir esos minutos libres que nunca faltan -creo que a ti te ocurrirá igual, amigo lector- echando un vistazo al almacén de recuerdos que es el viejo álbum. Esa colección de momentos del pasado, de fotografías en blanco y negro que gusta conservar, con devoción a veces, en un intento inútil por detener el paso del tiempo. Hay veces en las que el viejo álbum nos hace reír, otras nos invita a llorar o cuando menos nos entristece, y otras muchas, las más, nos hunde el ánimo en un pozo de inevitables añoranzas y nos lleva a creer, como al poeta, que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Cada vez que miro el viejo álbum, me suelo detener particularmente en la fotografía que encabeza este comentario. Felices recuerdos de aquella juventud sana, alegre y sufrida. Se trata de la hora esperada, después de tantos trabajos y de tantas privaciones. El final de carrera de la buena gente de mi curso: Escuela del Magisterio de Cuenca; mes de junio de 1957. Éramos algunos más. Echo en falta a varios que tal vez en aquel momento andarían despistados, o tomando unos chatos en la calle Colón para celebrar el acontecimiento.
Hoy vivimos, a Dios gracias, la mayor parte de los que estamos ahí; algunos ya no cuentan entre nosotros: Balbino Noheda, Saturnino Arroyo, Octavio Cano, y quizás algún otro que yo no sepa, se han ido quedando en el camino a lo largo de estos cincuenta y tres años que nos separan del instante en el que el más popular de los fotógrafos de Cuenca, Luís Pascual, tomara la histórica instantánea en el patio de la Escuela.
Nos acompañan dos de nuestros profesores: el director, don José Niño, y el secretario, don Alberto del Pozo. ¡Ah!, también está Máximo, el conserje, personaje que siempre aparece bullendo por la imaginación cuando uno abre las alas al correr del tiempo y se detiene en aquel lugar y en aquel momento preciso. Ahora, también allí, todo es distinto.

domingo, 10 de octubre de 2010

OTRO ESPANTOSO ERROR JUDICIAL



Dias atrás publiqué en el diario “Nueva Alcarria” el reportaje titulado “En el centenario del Crimen de Cuenca”, que así mismo apareció recientemente en estas páginas del blog. Pues bien, ahora, cuando en ciertos sectores de la sociedad vemos que la Justicia, tanto como virtud o como norma fundamental de todo derecho, hace agua por todas partes, he tenido ocasión de encontrar en una de mis lecturas el siguiente fragmento, que transcribo por tratarse de algo que ocurrió en la provincia de Guadalajara hace poco más de un siglo y que puso en pie de guerra a una buena parte de la intelectualidad española en defensa de una causa justa, con lo que se pudo evitar la muerte de dos inocentes que “según la ley” deberían morir ajusticiados. El párrafo que llamó mi atención fue el siguiente: «Tomás Maestre Pérez, natural de Monóvar, en cuya calle del Triunfo nació el 18 de mayo de 1857, emprendió -en calidad de Catedrático de Medicina Legal y Toxicología en la Universidad de Madrid- una fructífera campaña en defensa de Juan García Moreno y de su hijo Eusebio, acusados de haber asesinado en Mazarete a su pariente Guillermo García, vecino de Mantiel, conocido vulgarmente con el apodo del Aceitero».
Hasta aquí la sorprendente noticia de la que pasados cien años apareció constancia escrita. A partir de ahí tan sólo resta buscar el cómo y el porqué, una vez que el quién, el qué y el dónde, figuran escuetos, pero precisos, en la breve reseña antes transcrita.
He preguntado por aquel hecho tan sonoro a personas residentes en ambos pueblos, en Mazarete y en Mantiel. En el primero de ellos un señor me intentó explicar algo muy en abstracto, a guisa de leyenda imposible de hilvanar por falta de datos sostenibles. En Mantiel, nadie de los que pregunté en un viaje todavía reciente sabía nada acerca del asunto. Por fortuna las hemerotecas están ahí, y la letra impresa perdura en el tiempo por encima de la vida y de la memoria de los hombres.

La defensa de aquellos dos infelices, condenados a muerte a instancia del fiscal de Guadalajara comenzó con un artículo del Dr. Maestre Pérez titulado “Un error judicial” publicado el 26 de agosto de 1904 por el periódico El Liberal de Murcia, y al que, como lanzados por un resorte, se sumaron en fechas inmediatas a través de sus editoriales casi todos los periódicos madrileños: El Diario Universal, El Globo, El Heraldo de Madrid, El Imparcial…en apoyo de la defensa desinteresada que días antes había iniciado el Dr. Maestre. Defensa a la que se unieron además nombres de la más alta resonancia política y de las finanzas del momento, entre los que se contaban José Canalejas, Calixto Rodríguez, J.Ruiz Jiménez, Gumersindo Azcárate, y otros muchos que dirigieron a los periódicos cartas de indignación y de enérgica protesta por la caprichosa aplicación de la ley sin haber llegado al fondo de los hechos; pues, como antes se ha dicho, andaba en juego nada menos que la vida de dos campesinos inocentes. Pero todo lo que se hizo no sirvió de nada; pues el 19 de enero de 1905, el Tribunal Supremo dictaminó en los siguientes términos: “Debemos declarar y declaramos, no haber lugar a los interpuestos ni al admitido de derecho en beneficio de Juan García Moreno ni de Eusebio García Valero”.
Todo hubiese acabado ahí a no ser que el Dr.Maestre hubiera emprendido con mayor empeño su empresa de poner a salvo a los dos acusados, convencido plenamente de su inocencia. Y así, el 21 de febrero de 1905 dio una conferencia en el Ateneo de Madrid, que sirvió como detonante para que la mayor parte de la prensa nacional se levantase en favor de los acusados. El Imparcial publicó un extenso artículo al día siguiente animando al Dr. Maestre para que no cesara en su empeño, incluyendo una carta del párroco de Mazarete en la que manifestaba estar “convencido de la inocencia de sus dos feligreses, los honrados labradores del lugar Juan y Eusebio García”. Por aquellos días, un amigo del Catedrático defensor se vio obligado a salir al balcón de la casa del Dr. Maestre para dar las gracias a los quinientos manifestantes -estudiantes de Medicina en su mayoría- que se habían reunido allí para aclamarle.

A la vista de los primeros resultados, y de la repercusión que tuvo en toda España su trabajo en defensa de una causa que él había considerado justa en todo momento, el Dr. Maestre redactó un memorial en el que se recogía hasta el menor detalle todo cuanto en relación con ese asunto había ocurrido en Mazarete; y con ese memorial se dirigió a las Cortes Españolas aportando las pruebas que, según se desprendía de su trabajo de investigación, ponían en claro la inocencia de dos personas condenadas a la pena de muerte por un espantoso error judicial. De esa manera llegó hasta las Cortes haciendo saber a Sus Señorías que: «La justicia oficial no ha podido deshacer la fatal equivocación que pone a dos seres sin culpa en las manos del verdugo, y el atropello de dos hogares, la degradación de dos honras, la pérdida de la libertad de dos hombres, el emplazamiento de dos vidas, están aún sin subsanar, y la ley escrita no halla camino ni modo por donde la rehabilitación de dos víctimas pueda hacerse. Sólo las Cortes soberanas, con su poder augusto y omnímodo, tienen potestad en este caso para volver los fueros de la verdad y remediar un daño injusto, hijo de la equivocación involuntaria de los mortales. Los representantes de la Nación tienen, entre sus altas atribuciones, la altísima de velar por la salud del pueblo, y nada enferma tanto la conciencia social como la inmoderada aplicación de la Ley, aunque esto sea hecho con la voluntad más plausible y el celo más desinteresado».
Una vez enunciadas en el referido memorial las conclusiones provisionales del fiscal de Guadalajara, promotor de la condena, el Dr. Maestre comparó el Código Penal de España con el Código de Procedimiento Criminal de Alemania, poniendo en claro que “El fiscal se equivocó al pedir la pena de muerte en garrote vil para los dos campesinos, pues el Aceitero de Mantiel fue un pobre suicida, un desventurado loco que se pegó un tiro”; por lo cual rogó a las Cortes no sólo el perdón, sino la libertad y la honra que les habían quitado, forzando una nueva revisión de la causa.
La idea general de todo lo antes dicho procede del trabajo "Dos penas de muerte", escrito por el propio Tomás Maestre y que en fechas no lejanas ha recordado a sus lectores otro monovero actual, José Payá, en un interesante artículo en el que une a los dos hijos más ilustres de aquella laboriosa ciudad alicantina: Tomás Maestre y José Martínez Ruiz, “Azorín”, más conocido por todos.
Comenta Payá en su escrito sobre las dos penas de muerte a las que hemos dedicado nuestra página de hoy, que el tesón por una causa justa llevado a cabo por su paisano, y que acabó con tan feliz resultado, influyó en el propio Azorín que había seguido con interés todo el proceso; pues en aquel mismo año de 1905 publicó uno de sus mejores artículos al que tituló "El Buen Juez", y que aparece en Los Pueblos, una de las obras más conocidas del insigne autor alicantino.
Otro hecho lamentable más que por suerte -no siempre ocurre así- pudo ver la luz fuera de toda esperanza. Ha pasado a ser historia, historia olvidada, que no por eso deja de tener su espacio en el voluminoso cronicón de esta provincia.

(En la imagen, un detalle actual del pueblo de Mazarete)

lunes, 27 de septiembre de 2010

EL FUERO DE CUENCA


He encontrado diferentes motivos para incluir en este blog el comentario que me sugiere un libro que guardo en mi biblioteca y que hace años que no había vuelto a abrir. Se trata de uno de los más interesantes documentos que se conservan de la Edad Media en España: el “Fuero de Cuenca”, concedido a esta ciudad por el rey Alfonso VIII, quien la recuperó del poder musulmán en aquella fecha memorable de la historia de Castilla, como fue la del día 21 de septiembre del año 1177, fiesta de San Mateo, después de un costoso y prolongado asedio a la ciudad por parte de los ejércitos cristianos.
El primero de esos motivos no es otro que el traductor de la edición que poseo es un amigo fallecido recientemente, don Alfredo Valmaña Vicente, catedrático de Latín que fue de los Institutos de Enseñanza Media de Cuenca, primero, y de Guadalajara después. Otro de esos motivos, parejo al anterior, es que los dibujos que lo ilustran se deben a otro conquense ilustre, conocido y admirado, don Víctor de la Vega; y a ello deseo añadir que lo presenta el que por entonces (año 1977) era alcalde de la ciudad de Cuenca, don Jesús Moya Gómez, natural de Olivares de Júcar, mi pueblo natal, así mismo persona conocida y admirada. Pero me satisface, sobre todo, la traducción del mismo, realizada como se ha dicho por el profesor Valmaña, y su publicación por la Editorial Tormo en el octavo centenario de la reconquista de Cuenca, como estimable aportación a la cultura autóctona.
El “Fuero de Cuenca” no es otra cosa que un libro de leyes, de ordenanzas y de mandamientos dictados por el propio rey, que sirviesen para desenvolverse en el vivir diario de los habitantes de esta ciudad, tan importante y tan querida por el monarca que la recuperó, y por la mostró una especial predilección entre todas las ciudades y villas de su reino.
Cuenta el Fuero con 43 capítulos y con un total aproximado de 1.500 artículos, referentes a todas las actividades y circunstancias propias de aquella época, como una norma de conducta a seguir, cuyo incumplimiento obligaba a someterse a toda una serie de multas y castigos corporales, entre los que aparece la pena capital para ciertos y determinados casos. Ni qué decir que este Fuero beneficiaba en ciertos aspectos a los habitantes de la ciudad para la que se dictó y se ordenó su cumplimiento.
A título meramente anecdótico he entresacado diez de los ya referidos artículos del amplio contenido del Fuero; digamos que se trata de los que más me han llamado la atención entre otros muchos. De su lectura se saca como consecuencia que la justicia y su administración eran, a una distancia en el tiempo de más de ocho siglos, bastante diferentes de las que hemos conocido y de las que tenemos para juzgar nuestras acciones los españoles de hoy, incluidos los conquenses, naturalmente. Sírvannos pues como muestra. Son los siguientes:

Capitulo I
8.- Mando que no haya en Cuenca más que dos palacios; a saber, el del Rey y el del Obispo. Todas las demás casas, tanto la del rico como la del pobre, la del noble como la del no noble, tengan los mismos derechos y las mismas obligaciones.

11.- Todo hombre de otra villa que cometa un homicidio en Cuenca, sea despeñado y no le valgan ni iglesia, ni palacio, ni monasterio, aunque el muerto sea un enemigo suyo antes o después de la conquista de Cuenca.

Capítulo II

32.- Los hombres vayan al baño público el martes, jueves y sábado. Las mujeres vayan el lunes y el miércoles. Los judíos el viernes y el domingo. Nadie, ni mujer, ni hombre, pague por entrar al baño más que una meaja. Los criados, tanto de los hombres como de las mujeres, y los niños no den nada.
Si un hombre entra en el baño o en alguna de sus dependencias en los días que correspondan a las mujeres, pague diez maravedís. Igualmente pague diez maravedís cualquiera que aceche a las mujeres en el baño. Sin embargo, si alguna mujer, en los días que correspondan a los hombres, entra en el baño o es sorprendida en él por la noche, y alguno la deshonra o viola, no pague por este motivo pena alguna ni salga enemigo suyo.

Capítulo XI

14.- Todo el que invite a alguien a su casa a comer o a beber, o lo llame a consejo y lo mate, sea enterrado vivo debajo del muerto. Esta misma pena tenga el que mate a su amo cuyo pan coma y cuyas órdenes obedezca, o póngalo en manos de sus enemigos para que hagan con él lo que les plazca.

39.- La mujer que aborte a sabiendas, sea quemada viva, si lo confiesa; pero si no, sálvese mediante la prueba del hierro caliente. (Esta prueba consistía en quemarle la palma de la mano con un hierro candente y cubrírsela con cera y un paño de lino. Si a los tres días el juez comprobaba que había herida, se le declaraba culpable y se le aplicaba el castigo).
Capítulo XII
16.- Cualquiera que castre a un hombre, pague doscientos maravedís y salga enemigo suyo; si lo niega, sálvese con doce vecinos o luche en combate judicial. No obstante, si es sorprendido con su mujer o con su hija y lo capa, no pague nada.

28.- Cualquiera que sea sorprendido en sodomía, sea quemado vivo. El que diga a otro: “yo te jodí por el culo”, si se les puede probar que esto es verdad, ambos sean quemados vivos; pero si no, sea quemado vivo el que dijo semejante ignominia.
Capitulo XVI
41.- Si alguno de los andadores es enviado al Rey como fiel, y cambia la sentencia que haya sido dada en el tribunal del Rey, córtesele la lengua. (Los andadores eran los recaderos del Consejo, o de los jueces, y se encargaban de llevar los mensajes de viva voz, por lo que se les exigía ser rigurosamente fieles).

Capítulo XXX

37.- El Juez y los alcaldes investiguen todas las posadas si tienen sospecha de hurto, y al que le encuentren lo robado, quédese sin su parte y, además, trasquilado en forma de cruz, córtensele las orejas.

Capítulo XLIII

13.- Cualquiera que pesque desde el estrecho de Villalba hasta Belvis con algún ingenio, excepto con anzuelo, sea apresado y pierda todo lo que tenga. La mitad destínese a las obras de las murallas y la otra mitad para las necesidades de los guardas de los montes y de las aguas.
Como puede verse, ninguno de estos artículos tiene desperdicio.

martes, 21 de septiembre de 2010

LAS RUTAS NORTEÑAS DEL ROMÁNICO RURAL

La de Guadalajara es una de las provincias españolas en donde quedó como legado de la cultura medieval una muestra espléndida del arte románico. Más de ocho siglos nos separan de la época en que se fueron levantando en el suelo de la provincia cerca del medio centenar de iglesias según el viejo estilo del Císter. La franja norte de Guadalajara es un magnífico muestrario del arte románico en su modalidad rural, no menos valioso que el de las grandes catedrales europeas, pero más humilde, más al alcance de todos.

No creo que ignores, amigo lector, que estas fechas en las que perezosamente nos disponemos a estrenar un nuevo otoño, son las más indicadas para viajar por los campos y los pueblos de la provincia. La fuerza del verano ha quedado atrás; los turistas de temporada se han ido -nos hemos ido- a nuestros habituales lugares de residencia y de trabajo, y los pueblos y los campos han vuelto a quedarse solos, las calles desiertas, los campanarios encendidos cada tarde con la luz del último sol, y todos los encantos del la vida rural -la soledad es uno entre tantos- puestos al descubierto para quienes deseen aprovecharse de ellos, y que no son otros que los viajeros ávidos de sensaciones gratas para los ojos y para el corazón, o esos centenares de jubilados que alargan sus vacaciones en el pueblo hasta que los fríos de noviembre les obligan a partir en retirada: septiembre. La experiencia me dice que septiembre es el tiempo ideal para perderse por cualquiera de nuestros pueblos, y nosotros tenemos muchos, más de cuatrocientos donde elegir.
Elijamos cualquiera de los caminos que parten de la capital y salgamos en la mañana apacible del fin de semana tomando el hilo de cualquiera de las rutas, de las infinitas rutas, que nos dan la ocasión: la de los castillos calatravos, la de los campanarios, la de las batallas, la de los pairones molineses, la de los pueblos negros, la ruta del Cid, la de los gancheros, la ruta del Románico Rural... Es ésta última la que hemos preferido para hoy.
El arte románico está extendido por toda la provincia de Guadalajara. El Dr.Layna puso en catálogo hasta cuarenta iglesias conformes a ese estilo, sin contar las ya desaparecidas y las que se van sumando a la relación como consecuencia de posteriores descubrimientos, en las que así mismo se pone de manifiesto lo más significativo del arte cristiano de la Edad Media: Cifuentes, Sigüenza, Brihuega, Molina de Aragón, Labros, Hinojosa, Millana, Zorita de los Canes, Henche, Sauca, Carabias, Beleña de Sorbe, Pinilla de Jadraque, Escopete, y un etcétera mucho mayor, son puntos capitales de nuestra geografía en donde el arte románico dejó para la posteridad importantes muestras.

No obstante, en su llamada variedad rural, es decir, en arte puro de menos pretensiones, menos a la vista del público y por eso más interesante para su conocimiento y estudio, queda en aquella comarca serrana del norte de la provincia una cadena de ejemplos todavía en pie, a los que bien vale la pena referirse una vez recogidos en un solo motivo y dada su proximidad en el espacio. Su impacto cultural y artístico convierten esta ruta, la llamada del Románico Rural, en una de las más interesantes, aunque no de las más visitadas, al menos en su conjunto.
La villa de Atienza, capitalidad de toda aquella comarca, es también la que goza de un muestrario más extenso. La especial atención del rey castellano Alfonso VIII con la villa por motivos harto conocidos, dieron como inmediato resultado la construcción de varias iglesias por todos sus barrios siguiendo escrupulosamente el estilo de moda. A la ya existente de Santa María del Val, cuya portada adornada con frailecillos saltimbanquis retorciéndose en los arcos y un relieve de la Huida a Egipto, habría que añadir otras diez o doce iglesias más repartidas por los distintos barrios, con la particularidad todas ellas de los capiteles foliados sosteniendo archivoltas de medio punto en piedra caliza trabajada con maestría y paciencia: San Bartolomé, la del elegante atrio porticado, convertida hoy en museo de arte religioso; las de San Gil y la Trinidad, también museos; la de Santa María del Rey, al pie del castillo, con su magnífica portada sur que se abre al cementerio, donde las figurillas múltiples de santos y de campesinos dan cuenta del insuperable hacer de los canteros castellanos del siglo XII.

No lejos de la Villa Realenga, siguiendo por cómoda carretera en dirección poniente, la sorpresa surge en forma de puente, sillería rojiza y hechura románica sobre las escasas corrientes del río Cañamares dentro del pueblo que lleva ese mismo nombre. Lo escondido de su emplazamiento al otro lado de las casas y de los álamos, impide toda visión y todo lucimiento.
Por tierras ariscas de estepa y de tiernos pinares de repoblación, se llega muy pronto al lugar de Albendiego. Es éste el pueblo más inmediato en donde la arquitectura medieval se nos muestra en una extraordinaria joya. Se trata de la ermita (recientemente restaurada) de Santa Coloma en las afueras, pero con accesible camino por donde bajar cómodamente; bellísimo muestrario de celosías mudéjares con calados geométricos de inspiración judía adornando el triple ventanal del ábside; sin duda lo mejor que en esa particularidad ornamental se guarda en la provincia de Guadalajara. Y poco más arriba, en dirección al pueblo y junto al camino, el arte religioso popular del siglo XII mantiene todavía sobre un recio muro de sillería, las tres cruces en piedra labrada de un Calvario. Olvidado, sin que la gente repare en él, el Calvario en piedra de Albendiego parece ser parte consustancial del propio paisaje.
En la otra ribera del Bornova, aguas arriba, queda asentado en la solana de un voluminoso cerro de tierras blancas Somolinos. Detalles románicos de interés en Somolinos no los hay, pero allí queda a la salida su famosa laguna, frente por frente de un rincón pétreo impresionante al que llaman El Recuenco, y en el que han descubierto, hace muy poco tiempo, una fuente que mana abundantemente por un chorro cuyo caudal se pierde buscando más abajo el cauce común del Bornova.
Y Campisábalos más adelante. Los “molinos” que convierten la fuerza del viento en energía son los nuevos invitados del paisaje sobre los altos serranos por los que caminó el Cid. Campisábalos es por propio merecimiento parada obligatoria para los amantes del mundo medieval, para los estudiosos de sus costumbres y de su arte. Además de algún interesante ventanal, la iglesia de Campisábalos muestra dos portadas gemelas, inspiradas las dos en el gusto mudéjar, ingrediente, como venimos viendo, bastante común dentro del arte románico popular que prevalece al paso de los siglos por toda aquella cinta de tierras altas. Entre las dos portadas de la iglesia de Campisábalos, bajo cubierta una y al exterior la llamada de Sangalindo, se conserva un tanto desgastada por el influjo del tiempo y de los elementos climatológicos, la procesión ornamental de un mensario esculpido en altorrelieves sobre los bloques de piedra, a modo de cenefa en la que están representadas escenas campesinas referentes a las labores más características de los meses del año. El interesante mensario, único en disposición lineal, concluye con una escena de caza de jabalí con perros, y con otra final en la que dos guerreros medievales cruzan sus lanzas luchando a caballo.

Villacadima. Hay que desviarse a mano izquierda poco más allá de Campisábalos y tomar la carretera que sale hacia Galve de Sorbe. Tierras frías, entrañable páramo que aboca en Villacadima agazapado en un hoyo. Durante algunos fines de semana, y más todavía en verano, no suelen faltar pobladores en Villacadima. Durante el resto del año el pueblo se queda solo. El cementerio en las afueras, las fuentes siamesas pueblo arriba, el campanario, y al pie la portada románica de su iglesia restaurada que siempre causa sensación. Pasar por la carretera de Villacadima y no detenerme a visitar por enésima vez la portada de su iglesia produce en mi ánimo cierto pesar, Allí está, amigo lector, para ser vista, para disfrutar de lo antiguo y montar en tu imaginación miles de historias pueblerinas en aquel escenario simpar casi siempre en silencio, desde que el último de sus habitantes decidió marcharse de allí y dejar al pueblo solo. Han levantado algunas casas nuevas para el verano. La triste historia de una veintena larga de pueblos nuestros, a los que angustia el peso de su ayer en los días cortos y en las noches largas de los inviernos. Dicen que el correr de la vida sigue su curso y que es de necios lanzar coces contra el aguijón, pero habremos de reconocer que durante el último medio siglo la vida ha corrido demasiado aprisa en nuestro medio rural, dejándolo todo, abandonándolo todo, incluso estas magníficas joyas de piedra medieval irrepetibles, únicas, que solemos encontrar en tantos de nuestros pueblos al amparo de nadie, y que no deja de ser un verdadero milagro encontrarlas allí, para nuestro gozo y disfrute. Ahora somos nosotros quienes tenemos ocasión de aprovechar tan valioso legado. Una hora o poco más de viaje desde la capital tienen la culpa. Vale la pena dedicarles unas horas, un día, antes de que el invierno a la vista multiplique los inconvenientes que al emprender un viaje pudieran surgir.
(En la fotografía, portada románica de la iglesia de Canmpisábalos)

martes, 14 de septiembre de 2010

GALERÍA DE NOTABLES (III): HERVÁS Y PANDURO



Lorenzo Hervás y Panduro es uno de los personajes de más valía y mayor renombre que ha dado la provincia de Cuenca en toda su historia.
Nació en Horcajo de Santiago el 10 de mayo de 1735, hijo de Juan García Hervás y de Inés Panduro, modestos agricultores de este conocido pueblo manchego. Ingresó en la Compañía de Jesús en calidad de alumno al cumplir los once años. Estudió Filosofía y Teología en la Universidad de Alcalá, y fue ordenado sacerdote en el año 1760. Como consecuencia del decreto de Carlos III, por el que se ordenaba la expulsión de los Jesuitas en todo el territorio españpl, Lorenzo Hervás tuvo que marchar a Italia -Cesena primero y Roma después-, donde empezó a trabajar en una monumental Enciclopedia de la Humanidad, en la cuál se incluía un catálogo inicial en italiano de todas las lenguas conocidas del mundo; al que seguiría un catálogo mucho más extenso, ahora en español, aprovechando todo el material que pudo recoger de otros jesuitas que habían trabajado como misioneros en diferentes países de la tierra.
En la obra de Hervás y Panduro, conocida como Catálogo de las lenguas, se describen las particularidades filológicas de más de 300 lenguas diferentes, dando cumplido detalle de la Gramática de más de cuarenta idiomas.
Como importante erudito y gran filólogo que fue, escribió una metodología y didáctica especial destinada a la educación de discapacitados, método de lectura y escritura que tituló Escuela española de sordomudos.
Hervás y Panduro fue un profundo conocedor de las lenguas, pero fue ademá un didáctico eminente, apasionado por la Arqueología, y como tal enseñó en varios colegios de Jesuitas: Madrid, Cáceres, Murcia; fue director del Real Seminario de Nobles de la capital de España, miembro de la Academia Real de Dublín y de la Academia de Cortona, bibliotecario del papa Pío VII, entre otros cargos y ocupaciones de especial relevancia, siempre en relación con el estudio y estructura de las lenguas.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

JADRAQUE


Se trata de una de las villas más importantes de la provincia de Guadalajara, situada a 46 kilómetros de distancia desde la capital, siguiendo la carretera de Soria. Su censo de pobla­ción oscila en torno a los 1300 habitantes de derecho, contando a los de Castilblanco de Henares, su barrio anejo. La extensión de su término es de 39,3 km², y queda a 832 metros de altura sobre el nivel del mar.
Jadraque, siempre a la sombra de su Castillo de Cid, alzado sobre la cumbre de un cerro cónico, es para los guada­lajareños villa señera por diferentes razones de historia, de arte, de representatividad y de vida, activa y perpetuada hasta hoy.
Su origen resulta incierto. Se sabe que hacia el siglo IX hubo sobre el cerro jadraqueño un torreón de cuya existencia dan fe las crónicas medievales. El primitivo caserío estuvo durante casi cuatrocientos años en poder de los árabes. Luego pasó a pertenecer al común de Atienza, haciéndose inde­pen­diente con sus territorios propios en el año 1434, por manda­miento real de Juan II de Castilla, dando así lugar a un nuevo señorío con 49 enclaves de población. Hacia 1492, el Cardenal Mendoza acabó la construcción del flamante castillo-palacio en el mismo lugar donde había estado la primitiva fortaleza mora, y que cedió con el derecho de Condado de Cid a su hijo don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza.
Tal vez los hechos más importantes que registró la Era Moderna en la historia de Jadraque sean el que allí, en la que llaman Casa de las Cadenas, la reina Isabel de Farnesio, en días anteriores al de su matrimonio con Felipe V, dio de bofetadas y expulsó de España a la Princesa de los Ursinos, persona influyen­te hasta entonces en los asuntos de Estado dentro de la Corte de quien había de ser su esposo. El histórico hecho tuvo lugar durante la noche ante­rior a la Nochebuena del año 1714.
Registra asimismo la villa del Henares la estancia duran­te más de tres meses del célebre escritor y político don Gaspar Melchor de Jovellanos en el verano de 1808, a quien parece ser que acompañó durante algún tiempo el pintor Francisco de Goya, cuyo retrato del ilustrado personaje -ahora en el Museo del Prado- se dice que pintó mientras estuvo con él en el palacete de Arias Saavedra.
Otro importante acontecimiento liga a esta villa con la Historia Nacional del siglo XIX; pues hay constancia documentada de que en el año 1836 llegó a Jadraque el dirigente carlista Gómez; allí hizo prisionera a una brigada de los ejércitos isabelinos formada por dos batallones de la guardia, veinticinco caballos y dos piezas de artillería. Desde esta villa del Henares pidió a Cabrera y a otros jefes aragoneses y valencianos que unieran sus fuerzas a la columna expedicionaria dirigida por él, proponiéndoles llevar a efecto algunas incursiones fuera de las provincias en las que habían ofrecido batalla hasta entonces.
Es de destacar en Jadraque su ancestral costumbrismo, su especialidad gastronómica en la preparación del "cabrito asado", y las modernas industrias para la elaboración de alabastros artísticos. La iglesia jadraqueña, de bella porta­da manierista, obra de Pedro de Villa Monchalián, guarda algu­nas piezas de valor incalculable, entre ellas el famoso Cristo de los Milagros, hermosa talla atribuida a Pedro de Mena, y un lienzo de Cristo recogiendo sus vestiduras, obra firmada por Zurbarán en 1661. En la ermita de la Soledad conserva la villa la imagen venerable de su santo patrón, el Cristo de la Cruz Acuestas.
Son hijos de Jadraque personas de la talla del poeta José Antonio Ochaíta, nacido en 1903, y del Diputado, Senador del Reino y Alcalde de Guadalajara durante varias legislaturas, José María Bris Gallego, nacido en esta villa el año 1937.
Jadraque fue y sigue siendo el foco principal del comer­cio y la capitalidad efectiva de toda aquella comarca.

jueves, 2 de septiembre de 2010

EN EL CENTENARIO DEL "CRIMEN DE CUENCA"



Uno de los errores judiciales más graves que se han conocido hasta ahora, y que mayor notoriedad produjo no sólo en España, sino también lejos de ella, cumple por estos días su primer centenario. Fue todo un proceso de equivocaciones, de falta de tacto y de responsabilidad profesional por parte de las autoridades competentes del momento, lo que dio origen al famoso Crimen de Cuenca, una provincia entera que, con la herida abierta entre dos pueblos vecinos durante años y décadas, ha venido sufriendo el sambenito de “Provincia del crimen”, ante el que con toda justicia se sublevan -nos sublevamos- todos los conquenses, defendiendo el honor del terruño en todo momento y en todo lugar. La película “El Crimen de Cuenca” de Pilar Miró, estrenada en 1979 y rodada en los mismos lugares donde sucedieron los hechos que en ella se cuentan, ha servido para esclarecer en parte viejas teorías. A un siglo de distancia la cicatriz en estos pueblos está completamente cerrada, “pero se nota las señal”, dicen algunos lugareños, y se notarán por años y generaciones tal vez, debido principalmente a la resonancia que tuvo, a la importancia que tuvo, y al mal trato informativo que se le dio, no falto de un cierto matiz frívolo y burlesco, con el que se presentó en sociedad a partir de su resolución, allá por el año 1926, como se verá después.

Los hechos
Sitúate, amigo lector, en un pueblo de la Mancha Conquense (Osa de la Vega) allá por la primera década del siglo XX; en la casa de labranza de un terrateniente local, Francisco Antonio Ruiz, en la que trabaja como pastor José María Grimaldos López, apodado El Cepa y natural del pueblo vecino de Tresjuncos; como mayoral León Sánchez, y como guarda Gregorio Valero, ambos naturales y vecinos de Osa de la Vega.
Fue el día 21 del mes de agosto de 1910 cuando, sin saber cuál pudo ser realmente el motivo, despareció del pueblo el pastor José María Grimaldos. Días después, muy pocos días después, se empezó a sospechar en Tresjuncos que El Cepa había muerto asesinado por los otros dos trabajadores de la casa, posiblemente para robarle el dinero que había cobrado por la venta de algo de ganado. El juez de Belmonte, a cuyo partido judicial pertenecía el pueblo, citó a declarar a los dos sospechosos y los dejó en libertad al no haber encontrado en el interrogatorio pruebas suficientes de culpabilidad. La enemistad y las acusaciones entre los dos pueblos, Osa de la Vega y Tresjuncos, comienza a tomar caracteres preocupantes. El nuevo juez que llega a Belmonte, Emilio Isasa, cree oportuno reabrir el caso dos años después, y con ello comienzan de nuevo las acusaciones, se recrudecen los odios, las torturas a los dos detenidos (arrancarles las uñas, privarles de beber agua, palizas frecuentes por parte de la Guardia Civil). El juez ordena que se extienda acta de defunción del pastor Grimaldos, sin que hasta entonces hubiese aparecido el cadáver.
En 1918 se inicia en Cuenca el juicio contra los dos acusados. Un juicio falto de datos contundentes y esclarecedores, que se resuelve con la condena de 18 años de prisión para cada uno de ellos. El cadáver, en tanto, seguía sin aparecer.
La enemistad entre las dos familias y entre los dos pueblos llegó a límites insostenibles: manifestaciones con varas y garrotes, constantes amenazas…Las familias de los encarcelados dejaron de hablarse y entre ellas comenzaron las acusaciones, pues habían llegado a sospechar de ellas mismas, creándose un clima entre pueblo y pueblo, entre familia y familia, imposible de seguir pudiéndose soportar durante más tiempo.
En esto llega el mes de julio de 1925. Los dos encarcelados se acogen a un indulto que los pone en libertad después de doce años de prisión y de quince desde que comenzaron las sospechas. El cadáver del Cepa sigue sin aparecer. El encono entre los pueblos y las familias vuelve a recrudecerse, ahora con las personas de los presumibles asesinos andando por las calles.

El sorprendente final
Habían pasado siete meses desde que León Sánchez y Gregorio Valero salieron de la cárcel (febrero de 1926), cuando el cura párroco de Tresjuncos recibió por correo una notificación escrita, procedente de la parroquia de Mira (otro pueblo de la provincia situado en la Baja Serranía), en la que se le solicitaba la partida de bautismo de José María Grimaldo López, requisito para que éste contrajera matrimonio canónico como perteneciente a aquella feligresía. Se trataba del Cepa.
La noticia cayó en aquellos pueblos como es fácil imaginar. De nuevo la Justicia en acción. Interviene el juez de Belmonte que ordena detener al susodicho José María Grimaldos. La prensa nacional e internacional se hace eco del suceso y de su inesperado desenlace. El Ministerio de Justicia manda que de manera inmediata se interponga recurso de casación contra la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Cuenca y que se reconozca oficialmente la inocencia de León Sánchez y de Gregorio Valero, así como que se fijen las indemnizaciones correspondientes por parte del Estado para ambos acusados, si bien el mal hecho era irreparable. A los dos se les dio como compensación un puesto de guardas en Madrid a cargo de su ayuntamiento.

Hoy en aquellos pueblos

He querido seguir la huella de todo lo que allí pasó, cien años después. Coincidiendo con la efemérides de este primer centenario viajé hasta los referidos pueblos hace escasas fechas. Osa de la Vega y Tresjuncos están a muy corta distancia de la villas de Belmonte, cabecera de partido judicial en plena Mancha y patria chica de uno de nuestros más insignes autores del Siglo de Oro, Fray Luís de León.
Ha pasado mucho tiempo y como podemos imaginar todavía quedan de todo aquello bastantes cabos sueltos, muchas preguntas sin responder que todos nos hacemos. No busco la respuesta porque el tiempo lo borra todo y seguro que no las hay, o al menos no las hay para el hombre de la calle. De los protagonistas de tan tremenda historia pienso que apenas quedará el recuerdo y algunos familiares vivos.
Osa de la Vega y Tresjuncos se encuentran escasamente a media hora de camino a pie. Dos pueblos típicamente manchegos, de casas blancas y calles limpias y cómodas. La Osa aparece al principio de la ancha vega que le da nombre, extendido en el llano; Tresjuncos al final, escalonado sobre la vertiente de una suave colina. La población actual debe de andar en torno a los quinientos o seiscientos habitantes de hecho en cada uno de ellos. Tal vez Osa de la Vega sea un poco mayor; un pueblo próspero, embarcado en la aventura de nuevas industrias de producción de energía. Los jubilados de Osa de la Vega, entre los que se cuentan habitualmente los nietos de nuestros protagonistas, conversan animadamente a la sombra densa de los árboles de la Plaza, al lado de dos monumentos significativos y muy distintos: la estatua en bronce del héroe local, Gregorio Catalán Valero, soldado de uno de los batallones que se batieron el cobre en Filipinas en 1899; y el motor monumental de la antigua fábrica de harinas, una pieza impresionante de colosales dimensiones. En Tresjuncos destaca el edificio de su ayuntamiento en la Plaza Mayor, en esta ocasión, por ser lunes, la encuentro ocupada por los vendedores ambulantes del mercadillo.
Juan Garde es un hombre joven, alcalde de Osa de Vega durante los últimos quince años; una persona abierta y amigable, que me advierte cómo la rivalidad entre La Osa y Tresjuncos ya no existe, que son dos pueblos vecinos con un trato absolutamente normal, sin que entre ellos cuente nada de lo que pudiera haber ocurrido cien años atrás. Pues una vez conocido por todos lo que ocurrió, tanto allí como en Tresjuncos, es claro que sólo existieron dos culpables: José María Grimaldos por el hecho inconcebible de desaparecer sin dejar rastro, y el juez, por actuar de la manera que lo hizo, saltándose a su antojo algo tan elemental como dar orden de que se extiendiese la partida de defunción de una persona, sin haber encontrado el cadáver y actuar en consecuencia, lo que trajo como resultado toda una serie en cadena de errores y despropósitos mayúsculos, con dos víctimas de por medio: Gregorio y León, con sus familias, naturalmente.
Por cuanto al comportamiento de la Guardia Civil, opina el alcalde -y en parte estoy de acuerdo con él- que le cargan de manera casi exclusiva toda responsabilidad, cuando realmente se limitó a cumplir lo ordenado por el juez; si bien -pienso yo-, los métodos empleados debemos reconocer que fueron irracionales, estaban fuera de todo lugar, si es que las torturas a las que fueron sometidos que se muestran en la película de Pilar Miró, como así dicen sus familiares vivos, todavía se quedan cortas.
En fin, cien años de un hecho singular que en su día dio la vuelta al mundo, deben servir para pasar página definitivamente, aunque, al menos como fábula, dada su repercusión, continuará en el decir de las gentes por tiempo sin límite.
En la fotografía: monumento al héroe de Filipinas en Osa de la Vega

lunes, 30 de agosto de 2010

EN EL PUEBLO NATAL DE LA NOVIA DE MANOLETE



He vuelto a Sayatón, importante lugar de la Baja Alcarria después de una temporada de ausencia demasiado larga. Sólo algunos rincones muy concretos he sido capaz de recordar después de tanto tiempo.
Hice este viaje en dirección favorable a las aguas del Tajo, que desde los aledaños de Sacedón corre manso, dibujando meandros por una ancha vega repleta de vegetación. Es una delicia viajar por aquellos parajes cuando la tarde de junio comienza a declinar. El caserío de Anguix, vallada la finca y prohibida la entrada como propiedad particular, queda al borde del camino, con los restos de su castillo medieval al otro lado, desde donde quiero recordar haber visto en otro tiempo uno de los paisajes más sublimes de la diversa Alcarria con el río como protagonista.
Sayatón, el pueblo, se alcanza a ver en la media distancia subido sobre la suave peana que deja la ribera a mano derecha del cauce del río, teniendo a sus pies una vega formidable, sembrada de cereal ya maduro en lo que antes fue generoso suelo de hortalizas, regado a placer con las aguas del Tajo.

De paseo por el pueblo
Acabo de subir hasta lo más alto del pueblo atravesando calles limpias y plazuelas solitarias. Dejo el coche junto a un pequeño monumento, a modo de pirámide escalonada, que sostiene sobre lo alto una artística cruz de hierro. Más arriba el llano de las eras, desde donde queda al descubierto una visión amplísima de tierras de la Alcarria, con todos sus efectos, sus contrastes y sus atributos, remarcados por la claridad de la tarde. Pasa junto a mí un hombre entrado en edad que porta en una mano un escavillo y en la otra dos cubos de plástico de distinto tamaño. El hombre me ha dicho que se llama Casimiro, y anda un poco de cabeza con los pájaros que le destrozan el huerto que tiene en las orillas del pueblo.
- Pues sí señor; tengo ahí cuatro tomateras, y los tordos me las están destrozando. Voy a ver si las riego un poco.
- Tienen un pueblo estupendo, muy bien cuidado; pero se me antoja que con poca gente.
- Poca. Viviendo aquí a diario somos cuatro viejos. El pueblo está muy bien. Si baja usted por lo de San Roque y toda aquella parte, verá que se han hecho algunas cosas nuevas.
- Digo yo que la vega debió de ser una importante fuente de riqueza cuando la tuvieron de huerta ¿no?
- Claro que lo era. Y con toda el agua que hiciera falta para regarla. Ahora ya lo ve usted, de cebada o de baldío. La vida ha cambiado mucho de lo que era antes.
No lejos de allí, algo más abajo, se llega a la placita del Ayuntamiento, un edificio nuevo situado muy cerca de la iglesia, que luce en su balcón la bandera de España y el reloj municipal coronando la fachada. Al respaldo de la iglesia se abre, más ancha y más antigua, la Plaza de los hermanos Alcalá Galiano, notables personajes nacidos aquí, y de los que uno de ellos, don Félix, hombre sencillo y de excelente condición, alcanzó en la milicia el grado de general de división y ostentó cargos importantes a nivel de estado. Don Félix Alcalá Galiano falleció en Guadalajara el 21 de febrero del año 2005.
Desde el mirador que en el pueblo conocen por el Miralete Alto, me detengo a contemplar el impresionante panorama que desde aquella altura ofrece la vega, con sus campos de mies comenzando a teñirse de amarillo, y por cuya mitad baja el río dibujando un ancho meandro camino de la extinta Central Nuclear, ya a poca distancia.
En la calle y plaza de San Roque, ya en lo más bajo del pueblo, se encuentran una buena parte de los centros al servicio del ciudadano, algunos de ellos ocupando sólidos edificios de piedra labrada y otros en estancias de más moderna construcción: la ermita del Santo, la sede de la Asociación de Pensionistas, el bar, el juego de pelota; y al final de la calle, teniendo al campo por vecino, la moderna picota de piedra tallada, nueva, impecable, perfecta, adornada en su pie por el escudo de la villa, cuatro cabezas de león en el capitel, y una cruz como remate del mismo material. Bella estampa ésta de la picota, levantada en el año 2000, y a la que le falta, como así la tienen tantas más de su especie sin salir de la Alcarria, la pátina de la piedra envejecida que se irá recobrando con el correr del tiempo.

La bella Lupe Sino
Y ya con la tarde de caída, perdido por la encrucijada de calles que suben y bajan entre ambos barrios, a uno se le ocurre pensar si todavía estará en pie, o quedará algo siquiera, de la casa en la que el 6 de marzo de 1917, vino al mundo una mujer hoy olvidada por todos, incluso por la mayor parte de sus paisanos; pero que de haber rodado las cosas de manera distinta a como sucedieron, pudo haber sido considerada durante años, y tal vez durante siglos, como la “Viuda de España”, un título tan de hoy y tan manido. Me refiero a Antoñita Bronchalo Lopesino, “Lupe Sino” en el mundo del arte, la novia de Manolete, el más legendario de los nombres que desde su existencia haya podido dar en todo el planeta el Arte de Cúchares.
El interés al que en su tiempo dio lugar la pareja formada por el diestro cordobés y la bella alcarreña, ha vuelto a surgir del olvido desde que se conoció la intención de rodar una película sobre la vida y amores del famoso torero, con Adrien Brody como Manolete y Penélope Cruz en el papel de Lupe Sino.
De esta mujer se sabe que fue una actriz mediocre, bellísima; que su primer encuentro con el torero tuvo lugar en el conocido bar Chicote de Madrid en el año 1943, en presencia de Pastora Imperio, amiga de ambos, que los puso en contacto. A partir de entonces, la relación entre la bella alcarreña y el famoso diestro fueron cada vez más frecuentes, hasta acabar en una relación estable.
Manolete vino a su pueblo con Antoñita en alguna ocasión, aunque lo hizo con mayor frecuencia al vecino lugar de Fuentelencina, donde residía una de sus hermanas. En Fuentelencina pasó el torero largas temporadas, casi completo el año 1946, donde alternó en fiestas y en reuniones frecuentes con los lugareños.
Conviene decir que desde que comenzó la relación entre Antoñita Bronchalo y Manolete, la oposición de la familia del torero fue rotunda, sobre todo por parte de su madre, doña Angustias Sánchez, quien llevada por las habladurías y sin razones suficientes y mucho menos comprobadas, prefirió entrar de lleno en aquella rueda de calumnias mordaces en detrimento de la felicidad de su hijo.
Con el nombre de Lupe Sino (derivado de su segundo apellido) Antoñita Bronchalo intervino en varias películas durante la década de los años cuarenta. Viajó a México con Manolete en dos temporadas, hasta que la tragedia de Linares, en aquella tarde fatal del verano del 47, acabó con la vida del torero y con la explosiva felicidad de Antoñita; pues para mayor dolor, no se le permitió visitar en la enfermería de la plaza al novio agonizante, por miedo -se dijo- a que en el último momento el diestro llegase a pedir el matrimonio in artículo mortis.
La vida de Lupe Sino fue a partir de entonces una sucesión de desdichas; pues luego de haber participado en la última de sus películas se fue a México, y allí se casó más tarde con una abogado de nombre Manuel Rodríguez, lo mismo que el torero muerto, (caprichos de la vida), hombre adinerado y del que se divorciaría poco después en su deseo de volver a España. Murió sola y olvidada de todos en su casa de Madrid, de muerte repentina. Era le mes de septiembre de 1959 y solo contaba 42 años. Sus restos reposan en humilde tumba, junto a sus padres, en el cementerio madrileño de Hortaleza. Todo un contraste con el llorado final de su amado, cuya muerte y cuyo entierro conmovió a toda España.

jueves, 19 de agosto de 2010

MARI CARMEN


No me gusta hacer comentarios sobre personajes vivos; pues tengo la experiencia, no siempre agradable, de que rara vez salen al gusto de la persona a la que se refieren, aun por mucho que uno se empeñe en conseguirlo. En el caso de Mari Carmen -conquense como todos saben, y mujer de la mejor calidad tanto en lo humano como en lo profesional, como supongo todos deben saber- voy a hacer, con mucho gusto por cierto, una excepción.
Lo más que sé de ella por cuanto a lo personal se refiere, es que su padre fue amigo del mío, pues siendo joven solía ir por mi pueblo con cierta asiduidad por asuntos de profesión; y, sobre todo, porque tuve el gusto de conocerla, y de tratarla personalmente con motivo de una gala, allá por los primeros años de la década de los setenta en tierras levantinas, que me correspondió presentar en mis tiempos de radiofonista en la cadena S.E.R. Ella era ya una artista consagrada y genial. La fotografía que incluyo es de aquel día, tal vez de unas horas antes de su presentación.
Mari Carmen es una de esas personas que honran y acrecientan la buena fama y el prestigio del lugar donde nacieron -en este caso la ciudad de Cuenca. Ventrílocua y humorista de profesión, ha llevado por todo el mundo la gracia sin par de sus muñecos ¿Quién no conoce a Doña Rogelia, su personaje estrella, ejemplo vivo de la mujer de nuestra Serranía?, y a Deisy, y a Rodolfo, y a no sé cuanto mágicos personajes más que el tiempo, tantas veces cruel, va borrando de nuestra memoria.
Conservo un libro de relatos entrañables. “Ventana al Edén” se titula ese libro. Mari Carmen Martínez-Villaseñor es su autora. Es ella, la “Mari Carmen y sus muñecos” que conocemos en España y en todo el mundo; un genio de mujer que, entre las muchas virtudes que posee, una de ellas es la de ejercer de conquense allá por donde va.

domingo, 8 de agosto de 2010

POR LAS VERTIENTES DEL CABRILLAS



Si alguna porción de tierras se da en la provincia de Guadalajara que se preste como ninguna otra a lo exótico, a lo legendario, a lo increíble, es precisamente aquella, la que próxima a las fuentes del Tajo sirve de límite entre las tres provincias: Guadalajara, cuenca y Teruel, y de divisoria de aguas entre dos cordilleras también diferentes: el Sistema Central de las Castillas y el Ibérico que baja desde Aragón.
Taravilla, Peñalén, Peralejos, Poveda de la Sierra, son para cualquier amante de los campos y de los paisajes, nombres señeros que vienen repletos de connotaciones excelentes, casi inaccesibles. Nombres de parajes remotos donde se puede dejar a la imaginación que vuele a su santo capricho, sin miedo a que llegue, por florida que sea, a la verdad de cuanto por allí se da.
Desde los altos de Orea discurren las aguas vírgenes del río Cabrillas abriendo paso entre los barrancos que les quedan al pie, en busca de otras tierras mansas que las acojan. Son aguas frías de cañada y de torrontera, aguas que salieron a la luz en las falducas escarpadas de los montes y que bajan hasta el cauce común arrastrándose en suaves canalillos como de cristal líquido, jolgorio a veces de truchas y alevines, revitalizador de la corriente que arrancaron casi en la cumbre misma del pico de la Nevera, el más galán de todas aquellas cumbres afines a la Sierra del Tremedal.
El río Cabrillas se enseñorea de un paisaje simpar por los alrededores de Checa, uno de los pueblos con mayor fortuna en bellezas naturales con que se pueda soñar, y allí se bebe las aguas de otro arroyuelo saltarín que atraviesa el pueblo. Entre Checa y Peralejos levanta su crestón plomizo el Pico del Cuerno, de 1663 metros de altura sobre el nivel del mar, que no es poco decir. Y río adelante Chequilla, el irrepetible lugarejo de Chequilla, espectacular y diferente como él solo, con sus casas blancas que crecieron entre los peñascos fantasmales que hay a su alrededor, raza de gigantes en roca fuerte vecinos del pinar y de los huertos, que comanda el mítico Trascastillo. En las afueras de Chequilla -y bien conocido es en horas de bullicio por toda la comarca- se encuentra la única plaza de toros natural que existe en el Planeta. Las rocas -figúrense- sirven de burladeros y de tendidos en los que se acomoda la gente, mientras que la lidia tiene lugar abajo, sobre la pradera, en el rellano que queda entre las peñas.
El cauce del Cabrillas deja a mano izquierda el otro paraíso de junto al Tajo: Peralejos de las Truchas, el de las recias casonas que en otro tiempo fueron cuna de personajes y de familias distinguidas, y al salir desciendo buscando las puestas del sol con dirección al Pico de la Machorra, otro mito de aquella peculiar orografía.
Más adelante recoge las aguas, cuando las hay, del arroyo Jándula, al poco de haber regado, campo atrás, las huertas de Megina, otro paraíso anónimo que adorna con su estampa aquellas tierras frías y preside con la mirada atenta hacia todas las tierras de la vega, la torre campanario por encima de las últimas casas al final de la cuesta. Luego, dejando a un lado y al otro los campos de Traid, de Pinilla, de Terzaga, y de Poveda en dirección contraria, la corriente baja mansa o precipitada, depende, hasta las proximidades de Taravilla.
El pueblo de Taravilla, a pesar de su mérito y de sus encantos bien visibles como pueblo serrano, hubiera pasado a un discreto olvido a no ser por los impresionantes alrededores con los que cuenta en dirección al Tajo. En las enrevesadas tierras de Taravilla conviene detenerse a disfrutar el sosegada paz, a dar quehacer a los sentidos y a la imaginación por ser aquellas tierras de ornatos y de rememoranzas insospechadas. Desde los altos de la pista se oyen al pie los murmullos enardecidos de la chorrera entre la masa de los pinares. Muy cerca de allí la famosa “Laguna”, paraje romántico que se goza reflejando como en un espejo inmenso el azul de los cielos sobre la limpia superficie de sus aguas. Por allí precisamente, por las profundidades inaccesibles de la laguna tan cargadas de misterio, deben de andar envueltas entre el lodo de los siglos las joyas y la rica pedrería de Florinda, la hija del Conde don Julián, que prefirió mandar al demonio todo su atalaje, antes de que los moros invasores se hicieran con él por la violenta razón de la fuerza. La Muela del Conde, el cerro de leyenda donde los nativos aseguran que tuvo su casa el Conde don Julián, queda por aquellos alrededores entre el olor penetrante a campo, al pastoso aroma de los pinos y al de las florecillas silvestres de la vertiente donde las abejas sacan cada primavera las finas mieles de la serranía.
Y luego Peñalén, como remate al cabo del día, con todo el encanto provocador de su vecina la Serranía de Cuenca a cuatro pasos, al que gusta sumar la gracia particular de su propia imagen. Peñalén, como varado en el centro mismo de la amplia caldera que forman los montes, lima su piel poco a poco con el soplo delicado de los fríos vientos ibéricos que descienden hasta el barranco en espiral, dibujando sobre su celaje de embudo los puros contornos de una caracola etérea, parto de los montes.
Aguas abajo, como por encanto también como lo parece todo por aquellas sierras, el Cabrillas desaparece, se lo sorben de un trago las corrientes del Tajo para engordar su cauce y adentrarse en los primeros llanos de la Alcarria con discreción, dejando atrás olvidados para siempre los cien avatares de su juventud.

(En la fotografía: "Detalle de los alrededores de Chequilla")

viernes, 30 de julio de 2010

ENCUENTRO MEDIEVAL EN PIQUERAS DEL CASTILLO


Promovida por la mancomunidad “La Ribereña”, a la que pertenecen doce pueblos de la provincia de Cuenca: Valverde de Júcar, las dos Valeras, la Parra de las Vegas y Piqueras del Castillo, entre otros, se celebra durante estos días la “VII Feria Medieval” de pueblos de la comarca, en esta edición dedicada a Santiago Apóstol y otros santos peregrinos. Lugar: Piqueras del Castillo.
Son varios los actos que cubrirán las dos jornadas de duración que tiene la feria, siendo lo más importantes el mercado medieval, una conferencia sobre la “Ruta de la lana, otro Camino de Santiago”, funciones de baile popular y, como el más interesante de todos ellos por cuanto supone la participación de parroquias y municipios: una exposición de imágenes aportadas por las iglesias de los distintos pueblos de la Mancomunidad, más algunas otras cedidas por pueblos invitados.
Como escenario, el pueblo entero de Piqueras, con sus calles adornadas y su castillo engalanado con colgantes, banderas y gallardetes, como corresponde a una fiesta medieval que es lo que se pretende, además del gratísimo impacto que supone el encontrarse con toda una comarca de pueblos ocupados en un fin común. Una actividad abierta a todos los pueblos, en la que cada uno toma parte con lo que considera de mayor interés local: costumbres, gastronomía, actividades artísticas, y lo que sobre todo más destaca como valor, el sentido de colaboración de los diferentes vecindarios, precisamente en estos tiempos, cuando el buen entendimiento y la solidaridad de unos con otros, no es nuestra principal virtud.

(En la fotografía, la llegada en camión a Piqueras del Castillo de la imagen de Santiago Apóstol, procedente de la parroquia de Olivares de Júcar)

sábado, 24 de julio de 2010

ZAOREJAS, BALCÓN DEL ALTO TAJO



Sólo veo un inconveniente a considerar en relación con esa importante serie de parajes con los que la naturaleza premió a nuestra provincia, y que nunca nos cansaremos de ponderar. Ese inconveniente no es otro que el que se encuentren tan apartados de nosotros, de los que vivimos en la capital o en sus alrededores, que según las estadísticas anda en torno al ochenta por ciento de la población total de Guadalajara. Nuestros parques naturales: Barranco del río Dulce, el Hayedo de Tejera Negra, el Alto Tajo, y tantos más tal vez de menor renombre y consideración, se encuentran lejos de nosotros, por lo que se hace preciso buscar una oportunidad o plantearse un viaje con el exclusivo fin de conocerlos.
Los tiempos han cambiado mucho, también las maneras de vivir favorecidas por la facilidad de movimiento y los estupendos medios de transporte que, por lo general, tenemos a nuestra disposición. El momento, ahora a las puertas del verano, es el ideal para salir al campo y darnos el saludable capricho de disfrutar del medio natural, del que -no lo olvidemos- somos parte; de ahí que el hecho de incorporarnos a él plenamente como elementos más del mismo, aunque tan sólo sea de tarde en tarde, es un ejercicio que tanto el cuerpo como el espíritu necesitan, a veces con urgencia, y por tanto, un ejercicio que nunca debiera faltar en nuestros proyectos a lo largo del año.

El pueblo
No ha sido en la presente ocasión un viaje exclusivamente personal, digamos privado, como suele ser la norma que vengo siguiendo desde hace más de treinta años en mis recorridos por los pueblos de Guadalajara, no. Lo que días atrás me llevó a este privilegiado rincón fue un viaje en grupo de amigos con motivo de la reciente jubilación de Alfonso, uno de ellos, natural de Zaorejas, al que de alguna manera quisimos homenajear en su propio pueblo. Nada más sencillo, ni nada más acertado a la vista de los resultados al final del día.
Los naturales de todos aquellos pueblos aconsejan viajar desde la capital de provincia hasta esta comarca del Alto Tajo por la carretera de Cuenca, desviarse en Alcocer, y por Salmerón, bordeando los límites de la provincia entre ambas Alcarrias, situarse en Villanueva de Alcorón, y desde allí optar por dirigirse a Peñalén, a Poveda de la Sierra, a Arbeteta, a Armallones, a Zaorejas, a todo ese rosario de pueblos donde poderse echar al campo con la garantía de que el espectáculo natural, los muchos lugares en donde disfrutar, a ojos y a corazón abiertos de la esplendidez del campo, están asegurados.
Nuestro plan de viaje había sido Zaorejas, un pueblo singular cuyos encantos paisajísticos yo conocía desde antiguo y del que sabía de vida y costumbres; un pueblo con cierto regusto señorial, como se puede comprobar en cualquiera de sus dos plazas típicas: la Vieja, con el nuevo ayuntamiento ahora como enseña, y la Nueva, en uno de cuyos rincones se abre el viejo arco que enseguida nos lleva al campo, al mirador sobre uno de los pintorescos valles que rodean al pueblo.
Desde hace aproximadamente un año, o quizá algo más, en Zaorejas se instaló con acierto el Centro de Interpretación del Alto Tajo, algo así como el escaparate de todas aquellas tierras, que abarcan una superficie total de 176.000 hectáreas según nos dijeron. Para mí ha sido el Centro de Interpretación una interesante novedad. Lo atiende una mujer joven, Yolanda, que ha estudiado el medio natural de la comarca en sus detalles más destacados, y que explica de forma amena y comprensible delante de los respectivos paneles de flora y fauna dispuestos con ese fin. Una magnífica lección que se completa con la puesta en pantalla de unos audiovisuales muy interesantes, uno sobre el particular ecosistema de la comarca, con especial atención a las diferentes clases de vegetales, y otro acerca del río Tajo: lugares, parajes, principales pueblos y ciudades a lo largo de su recorrido, desde su nacimiento hasta su desembocadura en la ciudad de Lisboa. Una parada interesante, instalaciones perfectas, en donde ambientarse y poderse lanzar a los espectaculares campos de alrededor con unos conocimientos previos bien fundados.
Fue un acierto el que nos llevasen después a visitar el museo etnológico de Florencio Nicolás, instalado en lo que antes fue la escuela de párvulos. Florencio Nicolás nació en Zaorejas, es licenciado en Filosofía, y durante una buena parte de su vida ha ejercido como profesor de Historia en un Instituto de Secundaria en la capital. Desde que se jubiló, Florencio pasa largas temporadas en el pueblo, donde tiene como principal distracción cuidar y enriquecer el museo etnológico que lleva su nmbre. Él mismo nos acompañó durante el resto del día como uno más de la expedición.
-¿Habrá sido muy laborioso recoger todo lo que tienes aquí? –le pregunto.
- Más o menos unos cuatro años.
- No será fácil saber cuál es el número de objetos que hay en el museo.
- Exactamente no lo sé; pero debe andar alrededor de los doscientos cincuenta.
- ¿Lo más curioso?
- Hay varias cosas curiosas. Para mí lo más curioso puede ser una lavadora de mano que permitía, por medio de un extraño sistema de ventosas, lavar la ropa sin tener que tocarla. También un salvoconducto o permiso militar, fechado en Guadalajara en 1881 y extendido por el Director General de Infantería, por el que se autorizaba a un soldado a venir al pueblo.
Utensilios del hogar y de las faenas del campo, centenarios los más, llenan el local de la antigua escuela de niños colocados por secciones. Una idea feliz que permitirá a generaciones actuales y futuras, conocer también con los ojos la dureza de otras formas de vivir no tan lejanas en el tiempo.

Protagonista el campoSalimos después camino a pie a conocer lo que todavía queda del acueducto que hay, como a un kilómetro de distancia, junto a una milenaria vía romana a cuatro pasos de la Fuente de los Cholmos. Sólo queda de él un enorme lienzo de muro y un arco inmenso en mitad que pudo servir sitio de entrada y de salida.
La visita al hilo del medio día nos pudo servir para abrir boca antes de la comida, que fue pasadas las tres en el hotel Peñarrubia, uno de los mejores de su especie en pueblos de la provincia.
Pero todo cuanto se nos había mostrado durante la mañana en el Centro de Interpretación, aun con la valiosa ayuda de los audiovisuales ya referidos, hubiera sido pura teoría, o como mucho un poderoso ejercicio de la imaginación, si no se nos hubiese dado la oportunidad de vivirlo en directo contacto con la naturaleza. Y para ello, nada mejor que dedicar parte la tarde a visitar dos de los más impresionantes atractivos que ofrece el medio natural a escasa distancia del pueblo: el Mirador del Alto Tajo, y la chorrera del río que en el pueblo conocen por Fuente del Campillo.
Hasta el mismo Mirador se puede subir en coche sin demasiadas complicaciones, carretera de cemento, algo estrecha y con pendientes duras en alguno de los tramos, pero capaz de llevarnos al lugar indicado en cuestión de sólo unos minutos. Una vez arriba es todo una provocación, una exaltación de la naturaleza lo que se nos pone delante de los ojos: las aguas del río, verdes y claras en los fondos del barranco, colándose entre los abruptos peñascales que bajan violentos por ambas márgenes, dibujando su complicado cauce a una profundidad de vértigo; la abundante vegetación en fondos y laderas entre la que predomina el boj y tantas más especies vegetales propias de la comarca; alguna pequeña edificación a la caída que agracia la visión desde la altura; carreteras y senderos curvos al pie atravesando el valle; aves rapaces planeando sobre todos nosotros, y como vigía, allá al otro lado, la mítica peña del castillo de Alpetea, una más de las enseñas de esta tierra privilegiada.
El arroyo de la Fuente del Campillo tiene su nacimiento muy cerca de allí. Con las lluvias abundantes y las nieves del pasado invierno, el arroyo ha colmado todo su cauce. Hay un momento en el que las aguas del arroyo, condicionadas por lo abrupto del terreno, se precipitan de forma aparatosa hacia otro nivel, dando lugar a la caída a una chorrera o salto de agua que es todo un espectáculo, y a la que se puede acceder por una senda estrecha y complicada, no apta para todos.
Debo decir que para mí, después de tantos años de viaje por la provincia, ha sido un descubrimiento este viaje hasta la entraña misma del Alto Tajo. Y es que, tan cerca de nosotros, hay tanto todavía por conocer, que bien vale la pena una visita. Ninguna época del año mejor (quizá también el principio del otoño) para conocerlo.
("Nueva Alcarria", junio 2010)