martes, 21 de septiembre de 2010

LAS RUTAS NORTEÑAS DEL ROMÁNICO RURAL

La de Guadalajara es una de las provincias españolas en donde quedó como legado de la cultura medieval una muestra espléndida del arte románico. Más de ocho siglos nos separan de la época en que se fueron levantando en el suelo de la provincia cerca del medio centenar de iglesias según el viejo estilo del Císter. La franja norte de Guadalajara es un magnífico muestrario del arte románico en su modalidad rural, no menos valioso que el de las grandes catedrales europeas, pero más humilde, más al alcance de todos.

No creo que ignores, amigo lector, que estas fechas en las que perezosamente nos disponemos a estrenar un nuevo otoño, son las más indicadas para viajar por los campos y los pueblos de la provincia. La fuerza del verano ha quedado atrás; los turistas de temporada se han ido -nos hemos ido- a nuestros habituales lugares de residencia y de trabajo, y los pueblos y los campos han vuelto a quedarse solos, las calles desiertas, los campanarios encendidos cada tarde con la luz del último sol, y todos los encantos del la vida rural -la soledad es uno entre tantos- puestos al descubierto para quienes deseen aprovecharse de ellos, y que no son otros que los viajeros ávidos de sensaciones gratas para los ojos y para el corazón, o esos centenares de jubilados que alargan sus vacaciones en el pueblo hasta que los fríos de noviembre les obligan a partir en retirada: septiembre. La experiencia me dice que septiembre es el tiempo ideal para perderse por cualquiera de nuestros pueblos, y nosotros tenemos muchos, más de cuatrocientos donde elegir.
Elijamos cualquiera de los caminos que parten de la capital y salgamos en la mañana apacible del fin de semana tomando el hilo de cualquiera de las rutas, de las infinitas rutas, que nos dan la ocasión: la de los castillos calatravos, la de los campanarios, la de las batallas, la de los pairones molineses, la de los pueblos negros, la ruta del Cid, la de los gancheros, la ruta del Románico Rural... Es ésta última la que hemos preferido para hoy.
El arte románico está extendido por toda la provincia de Guadalajara. El Dr.Layna puso en catálogo hasta cuarenta iglesias conformes a ese estilo, sin contar las ya desaparecidas y las que se van sumando a la relación como consecuencia de posteriores descubrimientos, en las que así mismo se pone de manifiesto lo más significativo del arte cristiano de la Edad Media: Cifuentes, Sigüenza, Brihuega, Molina de Aragón, Labros, Hinojosa, Millana, Zorita de los Canes, Henche, Sauca, Carabias, Beleña de Sorbe, Pinilla de Jadraque, Escopete, y un etcétera mucho mayor, son puntos capitales de nuestra geografía en donde el arte románico dejó para la posteridad importantes muestras.

No obstante, en su llamada variedad rural, es decir, en arte puro de menos pretensiones, menos a la vista del público y por eso más interesante para su conocimiento y estudio, queda en aquella comarca serrana del norte de la provincia una cadena de ejemplos todavía en pie, a los que bien vale la pena referirse una vez recogidos en un solo motivo y dada su proximidad en el espacio. Su impacto cultural y artístico convierten esta ruta, la llamada del Románico Rural, en una de las más interesantes, aunque no de las más visitadas, al menos en su conjunto.
La villa de Atienza, capitalidad de toda aquella comarca, es también la que goza de un muestrario más extenso. La especial atención del rey castellano Alfonso VIII con la villa por motivos harto conocidos, dieron como inmediato resultado la construcción de varias iglesias por todos sus barrios siguiendo escrupulosamente el estilo de moda. A la ya existente de Santa María del Val, cuya portada adornada con frailecillos saltimbanquis retorciéndose en los arcos y un relieve de la Huida a Egipto, habría que añadir otras diez o doce iglesias más repartidas por los distintos barrios, con la particularidad todas ellas de los capiteles foliados sosteniendo archivoltas de medio punto en piedra caliza trabajada con maestría y paciencia: San Bartolomé, la del elegante atrio porticado, convertida hoy en museo de arte religioso; las de San Gil y la Trinidad, también museos; la de Santa María del Rey, al pie del castillo, con su magnífica portada sur que se abre al cementerio, donde las figurillas múltiples de santos y de campesinos dan cuenta del insuperable hacer de los canteros castellanos del siglo XII.

No lejos de la Villa Realenga, siguiendo por cómoda carretera en dirección poniente, la sorpresa surge en forma de puente, sillería rojiza y hechura románica sobre las escasas corrientes del río Cañamares dentro del pueblo que lleva ese mismo nombre. Lo escondido de su emplazamiento al otro lado de las casas y de los álamos, impide toda visión y todo lucimiento.
Por tierras ariscas de estepa y de tiernos pinares de repoblación, se llega muy pronto al lugar de Albendiego. Es éste el pueblo más inmediato en donde la arquitectura medieval se nos muestra en una extraordinaria joya. Se trata de la ermita (recientemente restaurada) de Santa Coloma en las afueras, pero con accesible camino por donde bajar cómodamente; bellísimo muestrario de celosías mudéjares con calados geométricos de inspiración judía adornando el triple ventanal del ábside; sin duda lo mejor que en esa particularidad ornamental se guarda en la provincia de Guadalajara. Y poco más arriba, en dirección al pueblo y junto al camino, el arte religioso popular del siglo XII mantiene todavía sobre un recio muro de sillería, las tres cruces en piedra labrada de un Calvario. Olvidado, sin que la gente repare en él, el Calvario en piedra de Albendiego parece ser parte consustancial del propio paisaje.
En la otra ribera del Bornova, aguas arriba, queda asentado en la solana de un voluminoso cerro de tierras blancas Somolinos. Detalles románicos de interés en Somolinos no los hay, pero allí queda a la salida su famosa laguna, frente por frente de un rincón pétreo impresionante al que llaman El Recuenco, y en el que han descubierto, hace muy poco tiempo, una fuente que mana abundantemente por un chorro cuyo caudal se pierde buscando más abajo el cauce común del Bornova.
Y Campisábalos más adelante. Los “molinos” que convierten la fuerza del viento en energía son los nuevos invitados del paisaje sobre los altos serranos por los que caminó el Cid. Campisábalos es por propio merecimiento parada obligatoria para los amantes del mundo medieval, para los estudiosos de sus costumbres y de su arte. Además de algún interesante ventanal, la iglesia de Campisábalos muestra dos portadas gemelas, inspiradas las dos en el gusto mudéjar, ingrediente, como venimos viendo, bastante común dentro del arte románico popular que prevalece al paso de los siglos por toda aquella cinta de tierras altas. Entre las dos portadas de la iglesia de Campisábalos, bajo cubierta una y al exterior la llamada de Sangalindo, se conserva un tanto desgastada por el influjo del tiempo y de los elementos climatológicos, la procesión ornamental de un mensario esculpido en altorrelieves sobre los bloques de piedra, a modo de cenefa en la que están representadas escenas campesinas referentes a las labores más características de los meses del año. El interesante mensario, único en disposición lineal, concluye con una escena de caza de jabalí con perros, y con otra final en la que dos guerreros medievales cruzan sus lanzas luchando a caballo.

Villacadima. Hay que desviarse a mano izquierda poco más allá de Campisábalos y tomar la carretera que sale hacia Galve de Sorbe. Tierras frías, entrañable páramo que aboca en Villacadima agazapado en un hoyo. Durante algunos fines de semana, y más todavía en verano, no suelen faltar pobladores en Villacadima. Durante el resto del año el pueblo se queda solo. El cementerio en las afueras, las fuentes siamesas pueblo arriba, el campanario, y al pie la portada románica de su iglesia restaurada que siempre causa sensación. Pasar por la carretera de Villacadima y no detenerme a visitar por enésima vez la portada de su iglesia produce en mi ánimo cierto pesar, Allí está, amigo lector, para ser vista, para disfrutar de lo antiguo y montar en tu imaginación miles de historias pueblerinas en aquel escenario simpar casi siempre en silencio, desde que el último de sus habitantes decidió marcharse de allí y dejar al pueblo solo. Han levantado algunas casas nuevas para el verano. La triste historia de una veintena larga de pueblos nuestros, a los que angustia el peso de su ayer en los días cortos y en las noches largas de los inviernos. Dicen que el correr de la vida sigue su curso y que es de necios lanzar coces contra el aguijón, pero habremos de reconocer que durante el último medio siglo la vida ha corrido demasiado aprisa en nuestro medio rural, dejándolo todo, abandonándolo todo, incluso estas magníficas joyas de piedra medieval irrepetibles, únicas, que solemos encontrar en tantos de nuestros pueblos al amparo de nadie, y que no deja de ser un verdadero milagro encontrarlas allí, para nuestro gozo y disfrute. Ahora somos nosotros quienes tenemos ocasión de aprovechar tan valioso legado. Una hora o poco más de viaje desde la capital tienen la culpa. Vale la pena dedicarles unas horas, un día, antes de que el invierno a la vista multiplique los inconvenientes que al emprender un viaje pudieran surgir.
(En la fotografía, portada románica de la iglesia de Canmpisábalos)

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