jueves, 2 de septiembre de 2010

EN EL CENTENARIO DEL "CRIMEN DE CUENCA"



Uno de los errores judiciales más graves que se han conocido hasta ahora, y que mayor notoriedad produjo no sólo en España, sino también lejos de ella, cumple por estos días su primer centenario. Fue todo un proceso de equivocaciones, de falta de tacto y de responsabilidad profesional por parte de las autoridades competentes del momento, lo que dio origen al famoso Crimen de Cuenca, una provincia entera que, con la herida abierta entre dos pueblos vecinos durante años y décadas, ha venido sufriendo el sambenito de “Provincia del crimen”, ante el que con toda justicia se sublevan -nos sublevamos- todos los conquenses, defendiendo el honor del terruño en todo momento y en todo lugar. La película “El Crimen de Cuenca” de Pilar Miró, estrenada en 1979 y rodada en los mismos lugares donde sucedieron los hechos que en ella se cuentan, ha servido para esclarecer en parte viejas teorías. A un siglo de distancia la cicatriz en estos pueblos está completamente cerrada, “pero se nota las señal”, dicen algunos lugareños, y se notarán por años y generaciones tal vez, debido principalmente a la resonancia que tuvo, a la importancia que tuvo, y al mal trato informativo que se le dio, no falto de un cierto matiz frívolo y burlesco, con el que se presentó en sociedad a partir de su resolución, allá por el año 1926, como se verá después.

Los hechos
Sitúate, amigo lector, en un pueblo de la Mancha Conquense (Osa de la Vega) allá por la primera década del siglo XX; en la casa de labranza de un terrateniente local, Francisco Antonio Ruiz, en la que trabaja como pastor José María Grimaldos López, apodado El Cepa y natural del pueblo vecino de Tresjuncos; como mayoral León Sánchez, y como guarda Gregorio Valero, ambos naturales y vecinos de Osa de la Vega.
Fue el día 21 del mes de agosto de 1910 cuando, sin saber cuál pudo ser realmente el motivo, despareció del pueblo el pastor José María Grimaldos. Días después, muy pocos días después, se empezó a sospechar en Tresjuncos que El Cepa había muerto asesinado por los otros dos trabajadores de la casa, posiblemente para robarle el dinero que había cobrado por la venta de algo de ganado. El juez de Belmonte, a cuyo partido judicial pertenecía el pueblo, citó a declarar a los dos sospechosos y los dejó en libertad al no haber encontrado en el interrogatorio pruebas suficientes de culpabilidad. La enemistad y las acusaciones entre los dos pueblos, Osa de la Vega y Tresjuncos, comienza a tomar caracteres preocupantes. El nuevo juez que llega a Belmonte, Emilio Isasa, cree oportuno reabrir el caso dos años después, y con ello comienzan de nuevo las acusaciones, se recrudecen los odios, las torturas a los dos detenidos (arrancarles las uñas, privarles de beber agua, palizas frecuentes por parte de la Guardia Civil). El juez ordena que se extienda acta de defunción del pastor Grimaldos, sin que hasta entonces hubiese aparecido el cadáver.
En 1918 se inicia en Cuenca el juicio contra los dos acusados. Un juicio falto de datos contundentes y esclarecedores, que se resuelve con la condena de 18 años de prisión para cada uno de ellos. El cadáver, en tanto, seguía sin aparecer.
La enemistad entre las dos familias y entre los dos pueblos llegó a límites insostenibles: manifestaciones con varas y garrotes, constantes amenazas…Las familias de los encarcelados dejaron de hablarse y entre ellas comenzaron las acusaciones, pues habían llegado a sospechar de ellas mismas, creándose un clima entre pueblo y pueblo, entre familia y familia, imposible de seguir pudiéndose soportar durante más tiempo.
En esto llega el mes de julio de 1925. Los dos encarcelados se acogen a un indulto que los pone en libertad después de doce años de prisión y de quince desde que comenzaron las sospechas. El cadáver del Cepa sigue sin aparecer. El encono entre los pueblos y las familias vuelve a recrudecerse, ahora con las personas de los presumibles asesinos andando por las calles.

El sorprendente final
Habían pasado siete meses desde que León Sánchez y Gregorio Valero salieron de la cárcel (febrero de 1926), cuando el cura párroco de Tresjuncos recibió por correo una notificación escrita, procedente de la parroquia de Mira (otro pueblo de la provincia situado en la Baja Serranía), en la que se le solicitaba la partida de bautismo de José María Grimaldo López, requisito para que éste contrajera matrimonio canónico como perteneciente a aquella feligresía. Se trataba del Cepa.
La noticia cayó en aquellos pueblos como es fácil imaginar. De nuevo la Justicia en acción. Interviene el juez de Belmonte que ordena detener al susodicho José María Grimaldos. La prensa nacional e internacional se hace eco del suceso y de su inesperado desenlace. El Ministerio de Justicia manda que de manera inmediata se interponga recurso de casación contra la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Cuenca y que se reconozca oficialmente la inocencia de León Sánchez y de Gregorio Valero, así como que se fijen las indemnizaciones correspondientes por parte del Estado para ambos acusados, si bien el mal hecho era irreparable. A los dos se les dio como compensación un puesto de guardas en Madrid a cargo de su ayuntamiento.

Hoy en aquellos pueblos

He querido seguir la huella de todo lo que allí pasó, cien años después. Coincidiendo con la efemérides de este primer centenario viajé hasta los referidos pueblos hace escasas fechas. Osa de la Vega y Tresjuncos están a muy corta distancia de la villas de Belmonte, cabecera de partido judicial en plena Mancha y patria chica de uno de nuestros más insignes autores del Siglo de Oro, Fray Luís de León.
Ha pasado mucho tiempo y como podemos imaginar todavía quedan de todo aquello bastantes cabos sueltos, muchas preguntas sin responder que todos nos hacemos. No busco la respuesta porque el tiempo lo borra todo y seguro que no las hay, o al menos no las hay para el hombre de la calle. De los protagonistas de tan tremenda historia pienso que apenas quedará el recuerdo y algunos familiares vivos.
Osa de la Vega y Tresjuncos se encuentran escasamente a media hora de camino a pie. Dos pueblos típicamente manchegos, de casas blancas y calles limpias y cómodas. La Osa aparece al principio de la ancha vega que le da nombre, extendido en el llano; Tresjuncos al final, escalonado sobre la vertiente de una suave colina. La población actual debe de andar en torno a los quinientos o seiscientos habitantes de hecho en cada uno de ellos. Tal vez Osa de la Vega sea un poco mayor; un pueblo próspero, embarcado en la aventura de nuevas industrias de producción de energía. Los jubilados de Osa de la Vega, entre los que se cuentan habitualmente los nietos de nuestros protagonistas, conversan animadamente a la sombra densa de los árboles de la Plaza, al lado de dos monumentos significativos y muy distintos: la estatua en bronce del héroe local, Gregorio Catalán Valero, soldado de uno de los batallones que se batieron el cobre en Filipinas en 1899; y el motor monumental de la antigua fábrica de harinas, una pieza impresionante de colosales dimensiones. En Tresjuncos destaca el edificio de su ayuntamiento en la Plaza Mayor, en esta ocasión, por ser lunes, la encuentro ocupada por los vendedores ambulantes del mercadillo.
Juan Garde es un hombre joven, alcalde de Osa de Vega durante los últimos quince años; una persona abierta y amigable, que me advierte cómo la rivalidad entre La Osa y Tresjuncos ya no existe, que son dos pueblos vecinos con un trato absolutamente normal, sin que entre ellos cuente nada de lo que pudiera haber ocurrido cien años atrás. Pues una vez conocido por todos lo que ocurrió, tanto allí como en Tresjuncos, es claro que sólo existieron dos culpables: José María Grimaldos por el hecho inconcebible de desaparecer sin dejar rastro, y el juez, por actuar de la manera que lo hizo, saltándose a su antojo algo tan elemental como dar orden de que se extiendiese la partida de defunción de una persona, sin haber encontrado el cadáver y actuar en consecuencia, lo que trajo como resultado toda una serie en cadena de errores y despropósitos mayúsculos, con dos víctimas de por medio: Gregorio y León, con sus familias, naturalmente.
Por cuanto al comportamiento de la Guardia Civil, opina el alcalde -y en parte estoy de acuerdo con él- que le cargan de manera casi exclusiva toda responsabilidad, cuando realmente se limitó a cumplir lo ordenado por el juez; si bien -pienso yo-, los métodos empleados debemos reconocer que fueron irracionales, estaban fuera de todo lugar, si es que las torturas a las que fueron sometidos que se muestran en la película de Pilar Miró, como así dicen sus familiares vivos, todavía se quedan cortas.
En fin, cien años de un hecho singular que en su día dio la vuelta al mundo, deben servir para pasar página definitivamente, aunque, al menos como fábula, dada su repercusión, continuará en el decir de las gentes por tiempo sin límite.
En la fotografía: monumento al héroe de Filipinas en Osa de la Vega

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