lunes, 30 de agosto de 2010

EN EL PUEBLO NATAL DE LA NOVIA DE MANOLETE



He vuelto a Sayatón, importante lugar de la Baja Alcarria después de una temporada de ausencia demasiado larga. Sólo algunos rincones muy concretos he sido capaz de recordar después de tanto tiempo.
Hice este viaje en dirección favorable a las aguas del Tajo, que desde los aledaños de Sacedón corre manso, dibujando meandros por una ancha vega repleta de vegetación. Es una delicia viajar por aquellos parajes cuando la tarde de junio comienza a declinar. El caserío de Anguix, vallada la finca y prohibida la entrada como propiedad particular, queda al borde del camino, con los restos de su castillo medieval al otro lado, desde donde quiero recordar haber visto en otro tiempo uno de los paisajes más sublimes de la diversa Alcarria con el río como protagonista.
Sayatón, el pueblo, se alcanza a ver en la media distancia subido sobre la suave peana que deja la ribera a mano derecha del cauce del río, teniendo a sus pies una vega formidable, sembrada de cereal ya maduro en lo que antes fue generoso suelo de hortalizas, regado a placer con las aguas del Tajo.

De paseo por el pueblo
Acabo de subir hasta lo más alto del pueblo atravesando calles limpias y plazuelas solitarias. Dejo el coche junto a un pequeño monumento, a modo de pirámide escalonada, que sostiene sobre lo alto una artística cruz de hierro. Más arriba el llano de las eras, desde donde queda al descubierto una visión amplísima de tierras de la Alcarria, con todos sus efectos, sus contrastes y sus atributos, remarcados por la claridad de la tarde. Pasa junto a mí un hombre entrado en edad que porta en una mano un escavillo y en la otra dos cubos de plástico de distinto tamaño. El hombre me ha dicho que se llama Casimiro, y anda un poco de cabeza con los pájaros que le destrozan el huerto que tiene en las orillas del pueblo.
- Pues sí señor; tengo ahí cuatro tomateras, y los tordos me las están destrozando. Voy a ver si las riego un poco.
- Tienen un pueblo estupendo, muy bien cuidado; pero se me antoja que con poca gente.
- Poca. Viviendo aquí a diario somos cuatro viejos. El pueblo está muy bien. Si baja usted por lo de San Roque y toda aquella parte, verá que se han hecho algunas cosas nuevas.
- Digo yo que la vega debió de ser una importante fuente de riqueza cuando la tuvieron de huerta ¿no?
- Claro que lo era. Y con toda el agua que hiciera falta para regarla. Ahora ya lo ve usted, de cebada o de baldío. La vida ha cambiado mucho de lo que era antes.
No lejos de allí, algo más abajo, se llega a la placita del Ayuntamiento, un edificio nuevo situado muy cerca de la iglesia, que luce en su balcón la bandera de España y el reloj municipal coronando la fachada. Al respaldo de la iglesia se abre, más ancha y más antigua, la Plaza de los hermanos Alcalá Galiano, notables personajes nacidos aquí, y de los que uno de ellos, don Félix, hombre sencillo y de excelente condición, alcanzó en la milicia el grado de general de división y ostentó cargos importantes a nivel de estado. Don Félix Alcalá Galiano falleció en Guadalajara el 21 de febrero del año 2005.
Desde el mirador que en el pueblo conocen por el Miralete Alto, me detengo a contemplar el impresionante panorama que desde aquella altura ofrece la vega, con sus campos de mies comenzando a teñirse de amarillo, y por cuya mitad baja el río dibujando un ancho meandro camino de la extinta Central Nuclear, ya a poca distancia.
En la calle y plaza de San Roque, ya en lo más bajo del pueblo, se encuentran una buena parte de los centros al servicio del ciudadano, algunos de ellos ocupando sólidos edificios de piedra labrada y otros en estancias de más moderna construcción: la ermita del Santo, la sede de la Asociación de Pensionistas, el bar, el juego de pelota; y al final de la calle, teniendo al campo por vecino, la moderna picota de piedra tallada, nueva, impecable, perfecta, adornada en su pie por el escudo de la villa, cuatro cabezas de león en el capitel, y una cruz como remate del mismo material. Bella estampa ésta de la picota, levantada en el año 2000, y a la que le falta, como así la tienen tantas más de su especie sin salir de la Alcarria, la pátina de la piedra envejecida que se irá recobrando con el correr del tiempo.

La bella Lupe Sino
Y ya con la tarde de caída, perdido por la encrucijada de calles que suben y bajan entre ambos barrios, a uno se le ocurre pensar si todavía estará en pie, o quedará algo siquiera, de la casa en la que el 6 de marzo de 1917, vino al mundo una mujer hoy olvidada por todos, incluso por la mayor parte de sus paisanos; pero que de haber rodado las cosas de manera distinta a como sucedieron, pudo haber sido considerada durante años, y tal vez durante siglos, como la “Viuda de España”, un título tan de hoy y tan manido. Me refiero a Antoñita Bronchalo Lopesino, “Lupe Sino” en el mundo del arte, la novia de Manolete, el más legendario de los nombres que desde su existencia haya podido dar en todo el planeta el Arte de Cúchares.
El interés al que en su tiempo dio lugar la pareja formada por el diestro cordobés y la bella alcarreña, ha vuelto a surgir del olvido desde que se conoció la intención de rodar una película sobre la vida y amores del famoso torero, con Adrien Brody como Manolete y Penélope Cruz en el papel de Lupe Sino.
De esta mujer se sabe que fue una actriz mediocre, bellísima; que su primer encuentro con el torero tuvo lugar en el conocido bar Chicote de Madrid en el año 1943, en presencia de Pastora Imperio, amiga de ambos, que los puso en contacto. A partir de entonces, la relación entre la bella alcarreña y el famoso diestro fueron cada vez más frecuentes, hasta acabar en una relación estable.
Manolete vino a su pueblo con Antoñita en alguna ocasión, aunque lo hizo con mayor frecuencia al vecino lugar de Fuentelencina, donde residía una de sus hermanas. En Fuentelencina pasó el torero largas temporadas, casi completo el año 1946, donde alternó en fiestas y en reuniones frecuentes con los lugareños.
Conviene decir que desde que comenzó la relación entre Antoñita Bronchalo y Manolete, la oposición de la familia del torero fue rotunda, sobre todo por parte de su madre, doña Angustias Sánchez, quien llevada por las habladurías y sin razones suficientes y mucho menos comprobadas, prefirió entrar de lleno en aquella rueda de calumnias mordaces en detrimento de la felicidad de su hijo.
Con el nombre de Lupe Sino (derivado de su segundo apellido) Antoñita Bronchalo intervino en varias películas durante la década de los años cuarenta. Viajó a México con Manolete en dos temporadas, hasta que la tragedia de Linares, en aquella tarde fatal del verano del 47, acabó con la vida del torero y con la explosiva felicidad de Antoñita; pues para mayor dolor, no se le permitió visitar en la enfermería de la plaza al novio agonizante, por miedo -se dijo- a que en el último momento el diestro llegase a pedir el matrimonio in artículo mortis.
La vida de Lupe Sino fue a partir de entonces una sucesión de desdichas; pues luego de haber participado en la última de sus películas se fue a México, y allí se casó más tarde con una abogado de nombre Manuel Rodríguez, lo mismo que el torero muerto, (caprichos de la vida), hombre adinerado y del que se divorciaría poco después en su deseo de volver a España. Murió sola y olvidada de todos en su casa de Madrid, de muerte repentina. Era le mes de septiembre de 1959 y solo contaba 42 años. Sus restos reposan en humilde tumba, junto a sus padres, en el cementerio madrileño de Hortaleza. Todo un contraste con el llorado final de su amado, cuya muerte y cuyo entierro conmovió a toda España.

jueves, 19 de agosto de 2010

MARI CARMEN


No me gusta hacer comentarios sobre personajes vivos; pues tengo la experiencia, no siempre agradable, de que rara vez salen al gusto de la persona a la que se refieren, aun por mucho que uno se empeñe en conseguirlo. En el caso de Mari Carmen -conquense como todos saben, y mujer de la mejor calidad tanto en lo humano como en lo profesional, como supongo todos deben saber- voy a hacer, con mucho gusto por cierto, una excepción.
Lo más que sé de ella por cuanto a lo personal se refiere, es que su padre fue amigo del mío, pues siendo joven solía ir por mi pueblo con cierta asiduidad por asuntos de profesión; y, sobre todo, porque tuve el gusto de conocerla, y de tratarla personalmente con motivo de una gala, allá por los primeros años de la década de los setenta en tierras levantinas, que me correspondió presentar en mis tiempos de radiofonista en la cadena S.E.R. Ella era ya una artista consagrada y genial. La fotografía que incluyo es de aquel día, tal vez de unas horas antes de su presentación.
Mari Carmen es una de esas personas que honran y acrecientan la buena fama y el prestigio del lugar donde nacieron -en este caso la ciudad de Cuenca. Ventrílocua y humorista de profesión, ha llevado por todo el mundo la gracia sin par de sus muñecos ¿Quién no conoce a Doña Rogelia, su personaje estrella, ejemplo vivo de la mujer de nuestra Serranía?, y a Deisy, y a Rodolfo, y a no sé cuanto mágicos personajes más que el tiempo, tantas veces cruel, va borrando de nuestra memoria.
Conservo un libro de relatos entrañables. “Ventana al Edén” se titula ese libro. Mari Carmen Martínez-Villaseñor es su autora. Es ella, la “Mari Carmen y sus muñecos” que conocemos en España y en todo el mundo; un genio de mujer que, entre las muchas virtudes que posee, una de ellas es la de ejercer de conquense allá por donde va.

domingo, 8 de agosto de 2010

POR LAS VERTIENTES DEL CABRILLAS



Si alguna porción de tierras se da en la provincia de Guadalajara que se preste como ninguna otra a lo exótico, a lo legendario, a lo increíble, es precisamente aquella, la que próxima a las fuentes del Tajo sirve de límite entre las tres provincias: Guadalajara, cuenca y Teruel, y de divisoria de aguas entre dos cordilleras también diferentes: el Sistema Central de las Castillas y el Ibérico que baja desde Aragón.
Taravilla, Peñalén, Peralejos, Poveda de la Sierra, son para cualquier amante de los campos y de los paisajes, nombres señeros que vienen repletos de connotaciones excelentes, casi inaccesibles. Nombres de parajes remotos donde se puede dejar a la imaginación que vuele a su santo capricho, sin miedo a que llegue, por florida que sea, a la verdad de cuanto por allí se da.
Desde los altos de Orea discurren las aguas vírgenes del río Cabrillas abriendo paso entre los barrancos que les quedan al pie, en busca de otras tierras mansas que las acojan. Son aguas frías de cañada y de torrontera, aguas que salieron a la luz en las falducas escarpadas de los montes y que bajan hasta el cauce común arrastrándose en suaves canalillos como de cristal líquido, jolgorio a veces de truchas y alevines, revitalizador de la corriente que arrancaron casi en la cumbre misma del pico de la Nevera, el más galán de todas aquellas cumbres afines a la Sierra del Tremedal.
El río Cabrillas se enseñorea de un paisaje simpar por los alrededores de Checa, uno de los pueblos con mayor fortuna en bellezas naturales con que se pueda soñar, y allí se bebe las aguas de otro arroyuelo saltarín que atraviesa el pueblo. Entre Checa y Peralejos levanta su crestón plomizo el Pico del Cuerno, de 1663 metros de altura sobre el nivel del mar, que no es poco decir. Y río adelante Chequilla, el irrepetible lugarejo de Chequilla, espectacular y diferente como él solo, con sus casas blancas que crecieron entre los peñascos fantasmales que hay a su alrededor, raza de gigantes en roca fuerte vecinos del pinar y de los huertos, que comanda el mítico Trascastillo. En las afueras de Chequilla -y bien conocido es en horas de bullicio por toda la comarca- se encuentra la única plaza de toros natural que existe en el Planeta. Las rocas -figúrense- sirven de burladeros y de tendidos en los que se acomoda la gente, mientras que la lidia tiene lugar abajo, sobre la pradera, en el rellano que queda entre las peñas.
El cauce del Cabrillas deja a mano izquierda el otro paraíso de junto al Tajo: Peralejos de las Truchas, el de las recias casonas que en otro tiempo fueron cuna de personajes y de familias distinguidas, y al salir desciendo buscando las puestas del sol con dirección al Pico de la Machorra, otro mito de aquella peculiar orografía.
Más adelante recoge las aguas, cuando las hay, del arroyo Jándula, al poco de haber regado, campo atrás, las huertas de Megina, otro paraíso anónimo que adorna con su estampa aquellas tierras frías y preside con la mirada atenta hacia todas las tierras de la vega, la torre campanario por encima de las últimas casas al final de la cuesta. Luego, dejando a un lado y al otro los campos de Traid, de Pinilla, de Terzaga, y de Poveda en dirección contraria, la corriente baja mansa o precipitada, depende, hasta las proximidades de Taravilla.
El pueblo de Taravilla, a pesar de su mérito y de sus encantos bien visibles como pueblo serrano, hubiera pasado a un discreto olvido a no ser por los impresionantes alrededores con los que cuenta en dirección al Tajo. En las enrevesadas tierras de Taravilla conviene detenerse a disfrutar el sosegada paz, a dar quehacer a los sentidos y a la imaginación por ser aquellas tierras de ornatos y de rememoranzas insospechadas. Desde los altos de la pista se oyen al pie los murmullos enardecidos de la chorrera entre la masa de los pinares. Muy cerca de allí la famosa “Laguna”, paraje romántico que se goza reflejando como en un espejo inmenso el azul de los cielos sobre la limpia superficie de sus aguas. Por allí precisamente, por las profundidades inaccesibles de la laguna tan cargadas de misterio, deben de andar envueltas entre el lodo de los siglos las joyas y la rica pedrería de Florinda, la hija del Conde don Julián, que prefirió mandar al demonio todo su atalaje, antes de que los moros invasores se hicieran con él por la violenta razón de la fuerza. La Muela del Conde, el cerro de leyenda donde los nativos aseguran que tuvo su casa el Conde don Julián, queda por aquellos alrededores entre el olor penetrante a campo, al pastoso aroma de los pinos y al de las florecillas silvestres de la vertiente donde las abejas sacan cada primavera las finas mieles de la serranía.
Y luego Peñalén, como remate al cabo del día, con todo el encanto provocador de su vecina la Serranía de Cuenca a cuatro pasos, al que gusta sumar la gracia particular de su propia imagen. Peñalén, como varado en el centro mismo de la amplia caldera que forman los montes, lima su piel poco a poco con el soplo delicado de los fríos vientos ibéricos que descienden hasta el barranco en espiral, dibujando sobre su celaje de embudo los puros contornos de una caracola etérea, parto de los montes.
Aguas abajo, como por encanto también como lo parece todo por aquellas sierras, el Cabrillas desaparece, se lo sorben de un trago las corrientes del Tajo para engordar su cauce y adentrarse en los primeros llanos de la Alcarria con discreción, dejando atrás olvidados para siempre los cien avatares de su juventud.

(En la fotografía: "Detalle de los alrededores de Chequilla")