lunes, 25 de junio de 2012

EL VALLE DEL HENARES ( I )


Guadalajara es casi toda ella tierra de valles; sus pueblos asientan por lo general a la vera de los ríos o de los pequeños arroyos que surcan en cualquier dirección los campos de la provincia. De todos estos valles, merece una atención muy especial aquel por el que discurren desde su nacimiento a las afueras de Horna, en Sierra Ministra, las aguas del Henares; río de añosas nostalgias culturales donde los haya, sobre cuyas riberas fueron tomando cuerpo algunas de las universidades más celebradas de la España Medieval, tal y como pudieran ser a título de muestra la antigua Universidad de Sigüenza, o la de Alcalá, allá aguas abajo, en la provincia de Madrid.

El Valle del Henares abre en el fondo de una cañada de contados recursos, de abrigos rupestres conocidos ya por los hombres de la Prehistoria. Los primeros lugares con los que se cruza a su paso el pequeño hilo de agua dulce son recoletos, sin población apenas, donde es harto frecuente chocar por sorpresa con recias edificaciones del XVIII y de épocas anteriores en donde nadie vive; o con arcadas románicas incomparables en iglesias tan apartadas del mundo y de la vida actual como la de Cubillas, pongamos por caso, uno de los nimios caseríos de la vega que, como sus vecinos Mojares o Alcuneza, acostumbra adormecerse cada noche y despertar cada mañana con el silbo lejano de las máquinas del ferrocarril.


Todo el valle apunta en dirección poniente desde su nacimiento hacia Sigüenza, la Ciudad Mitrada, primer motivo de interés que el río, jovencísimo aún, hallará en su camino. La Segontia de los celtíberos se desliza con sus tejados ocres, con los pináculos de sus iglesias, con las torres almenadas de la Catedral y con los muros ahora remozados de su Castillo convertido en Parador de Turismo, por la vertiente meridional al paso del río. Sigüenza es una de aquellas venerables ciudades castellanas a las que todo se les puede y se les debe pedir. Sus calles, angostas casi todas ellas, son un bello escaparate de formas y una exhibición permanente de piedra trabajada, acorde con los gustos y con los estilos arquitectónicos más diversos habidos desde el siglo XII en que fuera reconquistada por el obispo guerrero don Bernardo de Agén, sin duda el primero de los padres de la nueva Sigüenza.


Tres obispos, tres: el ya mencionado don Bernardo, don Pedro González de Mendoza, y don Juan Díaz de la Guerra, dejaron con cumplido orden y en determinados barrios de la ciudad el sello de su tiempo; y así, al andar por las calles de Sigüenza, uno suele encontrarse con toda una serie de monumentos, de casonas blasonadas, de callejuelas pinas y de rincones, que nos trasladan sin el menor esfuerzo por nuestra parte a la Castilla Medieval de don Bernardo de Agén, a la España Renacentista del Cardenal Mendoza, o a la Sigüenza barroca de la Ilustración, cuya herencia dejó para siempre a la ciudad el obispo Díaz de la Guerra ocupando la señorial barriada que llaman de San Roque.


La Plaza Mayor, acolumnada y renacentista, es una de las más bellas de toda Castilla, tierra, como sabido es, de plazas hermosas. Por las calles que suben desde la Catedral, el viajero se extasía ante la pureza antañona de los edificios multiseculares hilvanados a manera de rosario, juego de aleros, de esquinas desgastadas y de farolillas tenues que invitan a vivirlas en noche cerrada, donde no falta la atractiva filigrana de las portadas románicas de sus iglesias; la evocadora mansión en la que aseguran que vivió "El Doncel" don Martín Vázquez de Arce, aquel adolescente de hidalga estirpe seguntina que entró en la inmortalidad por obra y gracia de su sepulcro anónimo en la Catedral; los románticos "arquillos", a manera de entrada piadosa a la ciudad vieja, que vienen a ser todavía, sin que los siglos hayan puesto objeción alguna para que se pueda pensar lo contrario, unos de los rincones más bellos de la ciudad.


En la zona baja hay una Alameda que los seguntinos emplean para descansar y para dar un paseo en los atardeceres de estío. Las nuevas edificaciones en que suelen habitar los veraneantes, salpican graciosamente los terrenos de extramuros, ocupando una buena porción de los fondos y de las laderas de la vega. (Continuará)


(En las fotografías, la iglesia románica de Cubilla y una calle de la ciudad de Sigüenza)





lunes, 18 de junio de 2012

LA CATEDRAL DE CUENCA ( I )


La estrella por excelencia de los distintos monumentos religiosos que tiene Cuenca es su catedral. Está situada en la Plaza Mayor. La fachada que ahora podemos ver es toda ella obra de nuestro siglo, cuya reconstrucción hubo de emprenderse después del trágico hundimiento del 13 de abril de 1902, fecha desgraciada para la ciudad, en la que se desplomó entera la torre mayor, llamada del Giraldo, ocasionando, como mal menor para lo que bien pudo haber sido, dos víctimas mortales. Cuatro meses después, siendo obispo de la diócesis don Wenceslao Sangüesa y Guía, se declaró monumento nacional, tal vez por piadosa compensación al lamentable abandono al que, a nivel gubernamental, se había tenido hasta el día en que ocurrió la catástrofe.
La erección de la catedral de Cuenca está relacionada directamente con la persona de su rey conquistador Alfonso VIII, y más todavía con la de su mujer la reina Leonor de Inglaterra.
Se comenzó a edificar después de la reconquista de la ciudad, en el mismo lugar que había ocupado hasta entonces una vieja mezquita árabe. La primera piedra se colocó en tiempos del obispo don Juan Yáñez, descendiente del Cid y primer obispo de la Cuenca reconquistada. La capilla con la que se iniciaron las obras fue consagrada por el que más tarde sería arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada, a la sazón obispo de Osma. Correspondió, en cambio, a San Julián, su segundo obispo y patrón de la ciudad, el acto solemne de la consagración del altar mayor el día 15 de agosto de 1196, que fue dedicado, conforme con la fecha, a la Asunción de la Virgen.


Aunque bajo el episcopado de San Julián (de 1196 a 1208) se construyó una buena parte del grandioso templo la puramente románica de la primera época , dos siglos más tarde se quitaron algunas capillas del ábside y la iglesia se amplió con doble girola, según el gusto ojival predominante.
Desde las puertas principales hasta el crucero, la Catedral tiene tres naves. A partir de ahí se ensancha en otras dos naves laterales más, de forma que serán cuatro de ellas las que al final giran en torno a la nave central, dando lugar a la espléndida girola, enmarcada por capillas y oratorios por ambos lados.
Si se tienen en cuenta algunos detalles característicos de su estructura, y del artístico triforio sobre todo, habremos de reconocer que nos hallamos ante la mejor muestra del arte gótico anglonormando que existe en España. La fecha de conclusión de toda esta maravilla, según opiniones autorizadas, se cifra entre los años 1480 y 1485.
Varias circunstancias en favor de la Catedral y de la propia ciudad de Cuenca vendrán a concurrir apenas iniciado el siglo XVI. La ciudad acrecentó por aquel entonces su población de hecho, debido a los muchos talleres artesanos que se instalaron en ella, así como al floreciente comercio de ganado, consecuencia de sus buenas dehesas. Muchas familias de nobles y de artistas asentaron en los palacetes de la ciudad alta, reclamados por el quehacer cultural y el prestigio que Cuenca había ido adquiriendo en el conjunto del reino. Por otra parte, coincidió que vino a ocupar la silla episcopal don Diego Ramírez de Fuenleal, nacido en Villaescusa, lugar de la Mancha conquense; hombre de inagotables influencias, que impulsó, en cuanto estuvo de su parte, la renoación interior de la iglesia cabecera de diócesis, dando paso a la revolución renacentista italiana que, unida al movimiento innovador emprendido anteriormente para el que se había tomado como modelo la catedral de Toledo, consiguió hacer de la de CuenC un emporio artístico, muy en consonancia con los últimos gritos de la moda propiciados por el Renacimiento. En el año 1850, siendo obispo don Fermín Sánchez Artesero, el Papa la declaró Basílica Mayor, señalándose los siete altares privilegiados, cuya condición todavía se ve marcada sobre las verjas de algunas capillas con la inscripción "UNUM EX SEPTEM".


Deteniéndonos únicamente en las capillas y en los altares que más merecen la pena, iniciamos el recorrido por la Catedral en la primera de ellas; queda a nuestra derecha según entramos: la Capilla del Pilar.


(Continuará)