miércoles, 11 de mayo de 2016

CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE C.J.CELA


         Como regalo de cumpleaños, convencido de que le podría gustar, por estas fechas del año noventa y cinco, le hice llegar a don Camilo a través de Marina, su mujer, un ejemplar de la edición Aache de mi “Diccionario enciclopédico de la provincia de Guadalajara”. Le gustó, como supe después por Marina, y sobre todo porque al día siguiente tuvo la gentileza de agradecerme el obsequio con carta manuscrita que recibí en un sobre, también escrito a mano, con franqueo gratuito como “cartero honorario” que lo era del Cuerpo de Correos, privilegio que, según el cartero que me lo trajo a casa, solía emplear en contadísimas ocasiones; que guardase el sobre -me dijo- porque tenía un gran valor filatélico.

         El Sr. Cela estaba enamorado de esta tierra, así lo pudimos comprobar al decidirse por compartir los últimos años de su vida entre nosotros como un vecino más, lo que nos obliga, especialmente en el día de hoy, a manifestarle de alguna manera nuestro público y sincero reconocimiento. Aparición de libros en su memoria, como la magnífica biografía escrita por Francisco García Marquina y presentada días atrás en Guadalajara, que todos deberíamos conocer y, por supuesto, leer; otros homenajes de distinto carácter que no dudo se llevarán a cabo en la provincia, especialmente en la Alcarria, teniendo en cuenta que si la principal de nuestras comarcas es conocida en todo el mundo, se debe a la obra de nuestro Premio Nobel, traducida a los principales idiomas de la tierra, incluido el chino; un algo en lo que jamás la Alcarria, y Guadalajara toda, hubiesen podido soñar.

         Con la fotografía de la carta antes dicha, me uno al fervoroso reconocimiento y homenaje de gratitud de la Alcarria a su universal cronista, el día en que se cumple el primer centenario de su nacimiento. En siglos venideros, confío que serán otros quienes en Guadalajara y en todo el mundo hispánico se encargarán de hacerlo.    

lunes, 7 de marzo de 2016

EN LA CIUDAD ENCANTADA


       «En el mismo tenderete donde se sacan las entradas, me compro como recuerdo una postal que representa la toma de Cuenca en el año 1177 por el rey de Castilla Alfonso VIII. Delante de mí mar­cha un matrimonio joven, de simpá­tico acento andaluz, con un niño pequeñito, casi un bebé, colgado a la espalda. El niño al entrar va dormido como un bendito sobre los hombros de su padre. Poco más adelante hay un puesto hay un puesto curiosísimo, donde se venden fósiles originarios del Cretáceo y de otros tiempos ante­riores arrancados de los bancales de la sierra, piedrecitas de cuarzo cristalizado, manojos de té y bolsas de tila. La dueña sale del chamizo a la sombra en el que se esconde y se vuelve a entrar cada vez que los posibles clientes pasan de largo. A la altura de la primera de las piedras famosas, el Tormo Alto, co­mienzan a caer unas cuantas gotas finas que cesan inmediatamente. El Tormo Alto es quizás el ejemplar más representativo de todas las piedras de la Ciudad Encantada. Con él se abren las puertas de aquel insólito espectáculo de rocas trabajadas por la Natura­leza, y en su cima descansan, según dijo el poeta, los huesos convertidos en piedra del bravo pastor Viriato, símbolo, quimera o realidad, ¿qué importa?, del alma y del carácter de la Celtibe­ria, cuyo centro geográfico, aseguran, coincide con el eje verti­cal de este soberbio pedrusco.

       No faltan quienes aseguran que en la Ciudad Encantada se da la para­doja del desencanto. Es muy poco, ciertamente, lo que el confiado visitante que acude a este lugar por primera vez encuentre que literalmente se ajuste a la idea de una ciu­dad dormida. Ni hay nada siquiera que pueda entenderse que vino allí por arte de encantamiento, que jamás lo hubo, sino el milagro conti­nuo y permanente de los milenios, de los vientos y de las aguas, que, desde el día siguiente al de la Creación, se han venido entreteniendo en el arte del modelado, tomando como mate­ria prima para llevar a cabo su obra gigantesca la contextura caliza de este rincón de la Serranía de Cuenca; y aquí queda encarnada, como regalo del tiempo, esta magnífica exposición de figuras fantas­males que la imaginación popular ha ido catalogando con toda una serie de nombres a cuya concreta realidad por apa­riencia se quiso emparejar. Y así, unas veces con más y otras con menos fortuna, nos encontramos a la vuelta de cualquier pasadizo, perdidas en medio de este inmenso laberinto de rocas y de formas, las ingentes proas de unos transatlánticos encallados en el mar de hierba, unas mesas, un perro, una cara de hombre, un puente romano, una foca o un tobogán, un frutero, dos elefantes, unos osos...; y olor a romero, a pino, a jara, a menta y a lentisco, para deleite, no sólo de la vista, que aquí ya tiene hartos moti­vos conque deleitarse, sino para el olfato también, y para el oído que se hiere con el son atronador del silencio que sale de los volúmenes y de las formas en su alma de piedra.
       Inscritos en su libro de oro, cuenta la Ciudad Encantada con nombres de personajes tan ilustres como los de Eugenio d´Ors o Miguel de Unamuno, Gustavo Doré, cuya soledad y profundo misterio llevaría después a los fondos increíbles de sus grabados, y músi­cos como Maurice Ravel, Manuel de Falla y Claude Debussy, por mencionar sólo unos pocos muy anteriores en el tiempo al impara­ble torrente turístico de las últimas décadas.
       El joven matrimonio andaluz se ha sentado a descansar en un rellano pasada la ojiva del "convento". El niño, ajeno por com­pleto al extraño mundo por el que le pasean sus progenitores, chupa del biberón con voracidad, como si no hubiera comido ni bebido en su vida.
       - ¡Ya ve usted -dice la madre-, si no hay quien le haga tomar una gota! Lo vamos a tener que traer por aquí todos los días, a ver si se asusta de los monstruos y le da por comer.
       - Eso es el aire de los pinos, señora; o el cansancio, cual­quiera sabe. Los niños enseguida se cansan.
       - ¿Del cansancio?... De eso nada, mi alma. Su padre, el pobrecito, es el que tiene las espaldas derretías de llevarlo encima. El, nada; él va como un rey.
       - ¿Qué les parece todo esto?
       - Muy bien. Nos parece muy bien; aunque para venir una per­sona sola de noche y dormir aquí, tiene que dar una pizca de miedo, ¡vamos, digo yo! Que lo mismo está uno tan tranquilo oyen­do el canto de los buhos o soñando con los angelitos, y, de bue­nas, va y se espabila un bicho de esos y amaneces en el otro mundo hecho papilla en la panza de un cocodrilo. »
(De mi libro "Viaje a la Serranía de Cuenca")

miércoles, 24 de febrero de 2016

EL LIBRO DE LAS MARAVILLAS


Con el salón de actos del edificio central en Guadalajara de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha lleno de público, tuvo lugar en la tarde de ayer la presentación en la capital del esperado libro “100 propuestas esenciales para conocer Guadalajara”, editado por Aache, con el número cien de la colección “Tierras de Guadalajara”, y escrito por el propio director-gerente de la editorial guadalajareña, Dr. Herrera Casado, con otros 50 coautores entre los que tengo el honor de encontrarme. Autores todos ellos elegidos por el editor como conocedores de los temas a tratar, lo que avala el interés del libro como vehículo imprescindible y difícilmente superable, para conocer esta antigua -y como por su contenido podemos comprobar- también variada e interesante provincia castellana.


         Una edición digna, bellamente presentada, con más de un centenar de fotografías en color, y la garantía de que los textos proceden de la mejor fuente posible, aunque, eso sí, nos hemos tenido que atener al espacio indicado por la editorial, algo que no en todos los casos se ha tenido en cuenta.

         Una provincia como Guadalajara, tan importante como lo ha sido en hechos históricos, escenario de tantos acontecimientos desde los primeros vagidos del idioma castellano, tan bien situada en los caminos de la cultura desde la Alta Edad Media, tiene mucho que decir, que conocer y que enseñar. Monumentos, espacios naturales, parajes y paisajes, hechos históricos, literatura, personajes señeros, fiestas y costumbres…, en fin, todo aquello que conviene conocer como lo más destacable de una provincia viva, altamente interesante, ideal pensando en esa inquietud que de hace años a hoy se ha despertado en todo el país, y aun entre los visitantes de fuera, por el Turismo de Tierra Adentro, al que Guadalajara se ofrece con todo su mérito, como tierra de acogida.

         El Dr. Herrera pidió en su día mi colaboración para tan acertado proyecto, proponiéndome el tema “El Hayedo de la Tajera Negra”, naturalmente por mi relación con Cantalojas, término municipal en el que se encuentra; trabajo que le remití a vuelta de correo (electrónico, claro está), y que figura en las páginas 180-181, el cuál, por razones obvias, os presento a mi vez como complemento gráfico.

domingo, 10 de enero de 2016

"LA MELODÍA DEL TIEMPO" José Luis Perales


Acabo de concluir la lectura de una novela que desde que supe de su aparición hice lo posible por adquirir. La he procurado seguir con la debida pausa sin escatimar el valor del tiempo. La novela se titula “La melodía del tiempo” y está escrita por un personaje excepcional, antiguo conocido y admirado autor con el que me une el doble vínculo del paisanaje y el de una antigua amistad. Su nombre es José Luis Perales, de cuya producción discográfica como cantautor soy incondicional desde aquellos años de “Celos de mi guitarra”, en los que ayudé a promocionar el disco por tierras de Valencia, hasta hoy que lo sigo siendo, además, por otros motivos. Después nos hemos vuelto a juntar alguna vez en Castejón, su pueblo, año 1973, al que pertenece la foto en la que aparece parte de su familia y de la mía;  en Cuenca en otra ocasión; y en Guadalajara con motivo del concierto que nos ofreció el “Día de la Región”, hace ya también bastantes años
         El contacto con otros miembros de su familia, a través del teléfono o de las redes sociales, es más frecuente, sobre todo con su hermana Alicia y familia, viuda de mi querido y recordado Carlos Ochando, compañero y amigo, memoria que el correr del tiempo sigue respetando.
         De la personalidad, del ingenio y de la calidad humana y profesional como compositor e intérprete de José Luis Perales, somos testigos dos generaciones de hispanohablantes. Del encanto de su música y del mensaje de las letras de sus canciones, nada podemos añadir que no sean palabras de elogio. Pero su incursión, inesperada por cierto, en el campo de la narrativa, no ha hecho otra cosa que agrandar y fortalecer aquel concepto que siempre tuve de él. Hace unos minutos, he dicho, acabo de leer “La melodía del tiempo”, la más larga -según él- de sus canciones; en ella nuestro autor se vuelca, en cuerpo y espíritu, en el vivir diario de un pueblo de Castilla (nunca he dudado que es el suyo) siguiendo el latido de los días y de los años, el ritmo vital, sencillo y entrañable, de tres generaciones, haciendo frente a la vida con sus realidades y con sus problemas; almas transparentes y diversas en un ambiente, para nosotros harto conocido -el de la Alcarria del Tajo y de los Pantanos- siempre a la vista desde Castejón, como mirador ideal hacia una dilatada panorámica de ambas provincias, Cuenca y Guadalajara, que el autor dibuja con su palabra e intenta disimular con el nombre de El Castro, su pueblo, que por situación pudo serlo en tiempos lejanísimos y es muy probable que lo llegaría a ser.
       
  El libro no es de los que se caen de las manos, como tantos actuales, sino más bien lo contrario; por mi parte he dedicado todo el tiempo necesario para internarme en él, no sólo leerlo, sino vivirlo, y emparejar pasajes y paisajes con tantas vivencias de las que fui testigo por aquellos mismos tiempos y en mi propio pueblo.
         Con relación a esto, me viene a la memoria la desilusión que me produjo cuando una “amable” lectora me aseguró, hace ya bastantes años, que se había leído de un tirón uno de mis primeros libros: el “Viaje a la Serranía de Cuenca”. Lo consideré un error. El primer libro de José Luis Perales se presta a meterse en situación, a vivirlo y a admirarlo, como todo lo que el hace y dice en sus canciones. En su lectura me he vuelto a encontrar con el talento, el ingenio y la sensibilidad, de lo que nos dice en tantas de sus inspiradas canciones. Amante de su tierra y perfecto conocedor del medio rural castellano, vivido en primera persona. Siempre con el corazón por delante, que para un escritor nunca es un defecto, sino una hermosa virtud.
         “La melodía del tiempo” lo ha editado Plaza y Janés y, como es de suponer, os recomiendo su lectura. Más a los que confiáis en la personalidad del autor y en el embrujo de las tierras y pueblos de la Alcarria. 

“La melodía del tiempo” concluye con el siguiente párrafo, que transcribo literalmente:
        
«De nuevo pasaron frente a la casa de sus padres. La casa donde sesenta y tantos años atrás, él, José Pedraza Salinas, había nacido, mientras la nieve, aquel día, cubría las calles y los tejados del pueblo.
         La conversación entre los dos amigos fue dando paso a los silencios. El paseo por El Castro no daba para más y ya lo habían recorrido todo calle por calle hasta el cementerio. Allí descansaban los cuerpos convertidos en polvo de sus padres, de sus abuelos y el resto de la familia. La puerta de hierro estaba abierta, pero José no quiso entrar. Allí no quedaba nada de los que tanto había querido. Era ya hora de marcharse, para posiblemente -dijo- no volver.
-¿Para no volver más? –preguntó Juan.
-Es posible –contestó José.
-¿Y tu casa? ¿Y el molino?
- Los fantasmas de los que vivieron entre esas paredes siguen ocupando su espacio.
-¿Los muertos? -Preguntó Juan.
- Sí, los muertos -respondió José. Ellos siguen ocupando su casa y su molino, y no seré yo quien los destierre del lugar que ellos eligieron para quedarse.»