martes, 14 de diciembre de 2010

PRIEGO



Espero que no se enojen los amigos de Huete si digo que Priego es la capital de la Alcarria de Cuenca. Alegarán, no faltos de razón, que Priego es menos Alcarria, que sus campos tienen olor, color y casi sabor a pino serrano, apenas pasar las peñas del Estrecho por donde se cuelan las aguas del Escabas que baja desde la Serranía. Dejémoslo, pues, estar, y que cada cuál interprete a sus anchas mi inocente manera de decir.
He oído decir que el nombre de Priego proviene de "prio ego", yo rompo, refiriéndose al río que horadó las rocas, recordando así al caminante su origen latino. Hace frío hoy en la villa de Priego. En ocasiones preceden­tes que anduve por aquí, el sol impío de las Alcarrias sacudía fuego sobre los cerros y sobre los barrancos, sobre los huertos y sobre las rocas, que de todo hay en los entornos de este histórico lugar. Uno, que medianamente conoce la historia de Priego, porque hace tiempo que alguien se la contó o le ofreció la oportunidad de aprenderla, se pasea medio encogido por su Plaza Mayor pensando en las vueltas que da la vida; en que los hombres, por mucho que nos empeñemos en demostrar lo contrario, somos pobres marionetas movidas por el hilo invisible del tiempo y de las circunstancias. Priego, la villa que hoy me acoge, con sus escudos heráldicos recordatorios y con su tradición artesanal impresa como una constante en el alma de los ciudadanos, es algo así como una lección permanente que viene a reforzar ese criterio palpable.
En la Plaza Mayor hay una casona blasonada. Los habitantes le llaman el Hospital del Niño. Está construida con piedra noble del siglo XVI, que fue el siglo de Priego. La calle Larga es la avenida más importante que tiene la villa. La calle Larga se cuela enseguida por el ojo de un arco que los nativos reconocen como Arco de Molina. Nadie me ha sabido explicar por qué. Estas hermosas calles, como las de Pastrana o las de la vieja Toledo, conjugan su antigüedad con un interesante comercio, tal corres­ponde a la nostálgica ciudad cabecera de comarca.
La iglesia de San Nicolás de Bari destaca por su monumental torre cuadrada. Vista desde el pie la torre de la iglesia es sencillamente grandiosa, está construida con piedra sillar almohadillada; sobre la piedra perdura alguna inscripción alusiva al gremio de labradores. Ya en su interior, roba la mirada del visitante el estupendo retablo que desde 1991 sirve de fondo al presbiterio. Es un retablo nuevo, distribuido en siete calles entre columnas doradas al gusto jónico y corintio; lo adornan quince pinturas y ocho imágenes en magnífica talla. El retablo se corona con un lienzo que representa el Calvario y otros dos, uno a cada lado, con el Bautismo y la Resurrección de Cristo como motivo. En uno de los laterales de la iglesia queda la llamada Capilla de los condes, personajes principales de su tiempo y algo así como el cañamazo sobre el que se entreteje la historia local.
Por cuanto a su importancia en el pasado, se sabe que doña Teresa Carrillo, señora de Priego, Escabas y Cañaveras, casó con don Diego Hurtado de Mendoza, señor de Castilnuevo y pan de pecho del Señorío de Molina, a quien la augusta majestad del rey don Enrique IV de Castilla, otorgó el título de Conde en carta firmada en la villa de Olmedo el día 6 de noviembre de 1465. El sexto conde de Priego fue don Fernando Carrillo de Mendoza, mayordomo de don Juan de Austria, personaje histórico al que siguió con sus dos hijos, don Luis y don Antonio, en la memorable batalla de Lepanto. A él, a don Fernando Carrillo de Mendoza, cupo el honor de llevar la noticia de la victoria naval al papa Pío V, como enviado del propio don Juan de Austria, lo que fue motivo bastante como para prometerse a sí mismo la construcción de un convento religioso en la villa cabecera de su condado, como exvoto y conmemoración solemne de «la más grande ocasión que vieron los siglos». Y allí queda hoy, después de las importantes reformas de 1777, el convento de San Miguel de las Victorias, bajo el roquedal montuno del Monte Santo sobre el que otean los buitres en las orillas de Priego, albergando la imagen venerable del Cristo de la Caridad, obra probable de José Salvador Carmona, copia no muy bien lograda del nuestro del Perdón que se guarda en la iglesia de Atienza, y que salió, años antes que éste de Priego, del taller madrileño de Luis Salvador, el más notable de los Carmona.
En las celdas monacales de San Miguel de las Victorias rezó, trabajó e hizo sacrificios siguiendo las reglas de la Orden, el franciscano alcarreño fray Juan de Sacedón, diseñador que fue del plan de regadíos y fundador de la ciudad mejicana de Monterrey; y fray Antonio Panés, maestro en el arte de la versificación, que lleno de inspiradas décimas las paredes de las celdas y las del refectorio, siendo la más conocida -la más universal- de todas, aquella de «Bendita sea tu pureza», dedicada a la Virgen Santa María; y fray Jorge de la Calzada de Calatrava, que desterró milagrosamente de aquellos campos a los gorriones porque "se comían toda hortaliza y lo demás de la huerta", sin que los pajarillos, según me contaron, hayan vuelto por allí.
Se dice que una hija de los condes de Priego, doña María de Mendoza, fue durante muchos años prometida de don Juan de Austria, y sin que las nupcias llegaran a celebrarse, profesó como monja en el monasterio de Santa María del Rosal, fundado por un tío suyo, y cuyo campanario, muros desmantelados de la iglesia y arcadas del claustro, aún se conservan en estado de ruina no lejos de la villa, a escasa distancia por la carretera comarcal que sigue hasta Alcantud.
Se me ha ido el tiempo, y lo que es peor, el espacio, con esas cuatro pinceladas de la historia de Priego que apenas servirán para hilvanar medianamente en el ánimo del lector la importancia de su pasado. Sobre ser un lugar clave en aquella España de leyenda de los Carrillos y de los Mendozas, hoy Priego se nos presenta como un pueblo sin demasiadas perspectivas. La gente vive del campo, un poco del comercio, y no sé si mucho más de la alfarería y de las labores de mimbre que han ido saliendo de sus obradores durante los últimos años, casi todas con destino a la exportación.
Si de algo pudiera servir, dejémoslo sobre la plataforma que rodea el Escabas con su convento de San Miguel de las Victorias como enseña, con su silencio y con el rancio soplo de la Historia pesándole sobre la piel.
-¡Oiga...! No ha dicho nada de Luis Ocaña, el ganador del Tour de la Francia en el año 1973. Era de aquí.
-Tiene usted toda la razón. Hubiera sido un fallo imperdonable. Queda dicho.

(En la foto, "Fachada del Ayuntamiento de Priego")

viernes, 10 de diciembre de 2010

LA BATALLA DE VILLAVICIOSA. TERCER CENTENARIO


Hoy se cumplen trescientos años de la Batalla de Villaviciosa. Éste fue el último enfrentamiento que sostuvieron en la llamada Guerra de Sucesión los ejércitos del Archiduque Carlos de Austria y los de Felipe de Anjou, nieto del rey francés Luís XIV; ambos aspirantes al trono de España tras la muerte sin descendencia del último de los reyes de la Casa de Austria, Carlos II El Hechizado. Una vez que la suerte en la zona de Valencia pareció decidirse en la batalla de Almansa, el entusiasmo de los soldados del futuro Felipe V fue grande. El 10 de diciembre de 1710, los aliados del Archiduque se vieron derrotados definitivamente en Brihuega primero y en Villaviciosa después, lugares muy próximos0 situados en el corazón de la Alcarria. La última de estas batallas fue decisiva. Felipe V personalmente, con el duque de Vêndome, estuvo al frente de su ejército que, al salir victorioso, sirvió para colocarle en el trono e instalar en España la nueva dinastía de los Borbones. Un monolito en los altos alcarreños próximos a Villaviciosa, recuerda aquel enfrentamiento bélico de tanta trascendencia para la moderna Historia de España.
Los actos conmemorativos, con participación del Ejército, en recuerdo del tercer centenario de tan decisiva batalla, se están celebrando en ambas localidades alcarreñas durante estos días.

(En la fotografía: Monumento conmemorativo a la batalla, existente en Villaviciosa, junto a la carretera, que recuerda al caminante cómo en aquellos campos se libró la batalla. Fue erigido, según consta grabado sobre la piedra, por el pueblo y el Ejército en diciembre de 1910, segundo centenario)

martes, 7 de diciembre de 2010

EN LA CIUDAD ROMANA DE VALERIA


Hemos viajado a un pueblo de nuestra región, notable por su antigüedad y por los restos que allí quedan a la vista de todos. Más de veinte siglos de existencia testimonian las excavaciones llevadas a cabo en torno al pueblo, si bien, conviene reseñar que una buena parte de lo que todavía se ve nunca quedó sepultado bajo tierra, sino que muy por el contrario siempre estuvo a la vista, aguantando todo tipo de efectos dañinos a la intemperie, hasta el día de hoy en que a expensas de los organismos oficiales se van descubriendo nuevos restos y ampliando el recinto de la que en otro tiempo fue la ciudad romana de Valeria, una de las tres que asientan en la actual provincia de Cuenca. Las otras dos serían Segóbriga y Ercávica, ésta última muy cercana a nosotros en la Alcarria del Guadiela.
La ciudad de Valeria estuvo situada en lo alto de un cerro al que rodea la hoz espectacular que tajó el arroyo Gritos, junto a la carretera que va desde Cuenca a la villa de Valverde del Júcar. Un paraje muy particular de nuestra región, al que nunca se le dio la importancia histórica y paisajística que merece.

Se necesitaría, como es fácil suponer, todo un tratado para dar mediana cuenta del pasado de esta ciudad romana, lo que está completamente fuera de nuestro propósito. Documentos hay, escritos por responsables investigadores, en los que uno se puede informar debidamente de lo que hasta los primeros años del siglo VIII pudo ser la que ha llegado hasta nosotros con el rotundo apelativo de la Gran Valeria.
Todo apunta a que la ciudad fue fundada hacia el año 82 antes de Cristo por el pretor Valerius Flacus. Se sabe que Roma le concedió el derecho del Lacio y la incorporación al Convento jurídico Cartaginense. Durante la España visigoda alcanzó el rango de sede episcopal, sufragánea de la metropolitana de Toledo. Ya en el año 589 aparece documentado el nombre de su primer obispo, de nombre Juan, uno de los presentes en el Tercer Concilio de Toledo, aquel en el que, renunciando al arrianismo, el rey visigodo Recaredo se convirtió a la fe católica con todo su pueblo. Los sucesivos obispos valerienses asistieron a todos los concilios toledanos, hasta el punto que el último de ellos, llamado Gaudencio, participó en el decimoprimero y en todos los demás hasta el decimosexto, siendo en éste en el que suscribió las actas en primer lugar por tratarse del obispo más antiguo entre los asistentes. De la sede valeriense, y aun de la propia ciudad, se dejó de tener noticia a partir de la segunda década del siglo VIII, a cuya decadencia y posterior desaparición debió de contribuir la invasión musulmana de la Península iniciada en el año 711.
A diferencia de otras ciudades romanas, Valeria nunca ha ofrecido dudas en su localización; pues ha conservado su nombre latino hasta nuestros días, si bien salvando algún periodo de la historia reciente en el que se llamó Valera de Arriba, hasta recobrar de nuevo su denominación primitiva a mediados del pasado siglo. De ahí que las referencias han sido continuas en los tratados de los más importantes historiadores, sobre todo a partir del siglo XVI. Martín del Rizo la llama Quemada, por haber sido incendiada por los romanos en su lucha contra los cartagineses, nombre que antes había empleado al referirse a ella el P.Mariana. Marcos Burriel, el P.Florez, Ponz, Cean Bermúdez, y muchos más en épocas recientes, se han ocupado de recopilar datos y de descubrir inscripciones en sus piedras. Las excavaciones, llevadas a cabo no con demasiado empeño, comenzaron en el año 1974.

Lo más interesante que hay a la vista entre lo descubierto en las ruinas de Valeria, es el “ninfeo” o fuete gigante a la que en su tiempo bajaban las aguas desde los grandes aljibes situados en la parte superior. Tanto la recogida de aguas como su distribución a la ciudad por los diferentes canales que se iban alineando uno junto al otro, abasteciéndose del contenido de los aljibes a través de una galería abovedada en conexión con las diferentes salidas, debieron ser la nota más sobresaliente de la ciudad; pues los 85 metros de longitud que tiene la galería abovedada, solo fue superada en cuatro metros más por el “Splizonium” de Septimio Severo, en Roma, destruido hacia el año 500. De la grandiosidad de esta obra, nos da hoy una idea bastante aproximada lo que en estado de ruina todavía se conserva.