sábado, 26 de septiembre de 2015

RECORDANDO A MANU LEGUINECHE


            La editorial Stella Maris ha sacado una reedición de “La felicidad de la tierra”, la mejor prosa de Manu Leguineche que, por fortuna, escribió sobre nosotros y para nosotros. Para mi uso es lo más hermoso que se ha escrito sobre Guadalajara por cuanto a calidad y estilo literarios. Por allí salen pueblos amigos, salen (salimos) personas amigas, arropados con una prosa magnífica. El recuerdo de Manu para quienes lo conocimos durará siempre, para los que vengan detrás será el firme referente de una persona de bien, de un escritor magnífico, de un caballero de la pluma. Escribí y publiqué cosas sobre Manu en distintos momentos, de las que hoy, buscando otras cosas por los archivos -que, por cierto, los tengo bastante desordenados- me encuentro con este trabajo que apareció en “Nueva Alcarria”, no recuerdo la fecha exacta, pero que pudo ser en los primeros meses del año 2008. Lo he vuelto a leer esta misma tarde y me ha parecido que vale la pena sacarlo al aire una segunda vez, ahora como homenaje y memoria del amigo. Lo titulé “Unas horas con Manu Leguineche en la “Casa de los Gramáticos” Ahí lo tenéis: 

           « Hace dos o tres semanas, en obstinada tarde de lluvia viajé hasta Brihuega con la sola intención de pasar un rato con Manu. Hacía demasiado tiempo que no había estado con él, sin más razón que lo justificase que la pereza, esa lacra que arrastramos desde el día de nuestro nacimiento y que se acrecienta, como la mala hierba, con el paso del tiempo. Me consta, y así es, que a Manu Leguineche no le faltan amigos con los que conversar y tomar un vaso de vino en esa especie de retiro al que le obliga la convalecencia de aquella delicada operación a la que se tuvo que someter tiempo atrás.
            Es una delicia tratar con este hombre en la paz de su casa de Brihuega; tener como para ti sólo a quien le faltaron días para andar por el mundo como enviado especial, como corresponsal de guerra, como autor de miles de crónicas periodísticas desde países remotos, y de libros en los que, cuando se leen, uno se da cuenta de que tal vez se haya expuesto a sacar de su vida más de lo que ésta es capaz de dar, que la ha exprimido como se exprime un limón hasta dar la última gota; luego, uno se da cuenta de que, por fortuna, no todo es así.
            Su estancia en lugares de la Alcarria: Cañizar, primero, y Brihuega después, ha sido el ingrediente que a Manu le faltaba añadir al denso cóctel de su vida. Pienso que los ruidos y las continua presiones de Madrid le obligaron a salir de allí en busca de la tranquilidad que necesitaba con toda urgencia, para recuperarse de las consecuencias de esa vida tan intensa que había llevado hasta entonces y que al final pasa factura. El golpe a su salud vino después, no sé si a consecuencia de haber vivido con demasiada intensidad las exigencias de la profesión, a las que unió siempre su propio deseo. Sospecho que sí.
            La Alcarria, la tranquilidad de sus pueblos y de sus campos, el trato con las buenas gentes que le fueron saliendo al paso, y que él sabe apreciar y conservar, pueden ser, y creo que lo son de hecho, el mejor antídoto para salir del estado de tensión al que la vida nos somete a poco que nos descuidemos. No obstante, a manera de relax, y porque a él se lo pedía el cuerpo, durante estos años de mayor sosiego Manu se ha ocupado de agradecer a la tierra de acogida, yo diría que el mejor fruto de su trabajo: “La felicidad de la tierra” y “El club de los faltos de cariño”, dos obras maestras que, de manera muy distinta a lo que hasta ahora se había hecho, nos dan, así como a retazos, una visión real, sentida, fácil de descubrir, lejos de lo sabido por todos, pero que dentro de la sencillez de lo cotidiano, viene a ser como una visión nueva y aleccionadora, sobre todo aleccionadora, para los que andamos a pie por los caminos del mundo, sin caer en la cuenta de que también en esas cosas, en las que están alrededor nuestro sin que apenas merezcan la más mínima consideración por nuestra parte, la vida suele mostrar su mejor cara.

La Alcarria, su tierra de adopción
            Antes de que Manu me hiciera llegar su libro “El club de los faltos de cariño”, ya me advirtió que no me gustaría tanto como el anterior. Me lo he ido releyendo en sesiones de diez o de quince páginas diarias durante el último mes, y pienso que en nada desmerece del anterior, que durante algún tiempo he tenido como libro de cabecera. “La felicidad de la tierra” lo escribió en Cañizar, durante su estancia en el Tejar de la Mata; un libro escrito con la tranquilidad que casi siempre requiere la buena literatura. Su tema era el propio que le regalaba el ambiente: lo que veía, lo que sentía, lo que le solían contar las buenas gentes que pasaban por allí, lo que le inspiraba aquel apartado lugar con toda su riqueza de impresiones.
            “El club de los faltos de cariño”, quizás carezca de aquel sosiego. Su temática es de lo más diversa: son sus recuerdos; aquello que más le llama la atención de lo que dicen los periódicos; el ambiente diario de su casa de Brihuega…, dos o tres centenares de capítulos, generalmente cortos, con títulos de una sola palabra: “Setas”, “Ajedrez”, “Elías”, “Regalos”…
            Un obsequio impagable -de los que por fortuna no tienen fecha de caducidad, porque los libros buenos no suelen tenerla-, que Manu Leguineche ha hecho a Guadalajara, a su gente, a las tierras de la Alcarria en las que se ha quedado a vivir, y que jamás será posible corresponderle en la medida justa. Se le han hecho algunos actos de reconocimiento y, supongo, se le seguirán haciendo, como el que en homenaje a su persona y a su obra tendrá lugar en Guadalajara esta semana, con intervención de importantes periodistas y escritores, y con la presentación de un libro escrito por todos, cuyo título, “Guadalajara tiene quien le escriba. Homenaje a Manu Leguineche”, creo que lo dice todo.        
                         

Unas horas en la Casa de Gramáticos
            Jesús Rodrigo me abre la puerta en la antigua Casa de los Gramáticos donde vive Manu, una casa con mucha historia, me explicaría luego Jesús. En ella había vivido la poetisa Margarita de Pedroso, la que fuese en vida el gran amor de Juan Ramón Jiménez, quien la rehabilitó y se entretuvo, mientras estuvo allí, en componer algunos versos que, no dudo, le inspirarían los amaneceres y las románticas puestas de sol sobre la vega desde el mirador de Los Guinches. La placita junto al arco en donde está la casa, se llama: Plaza de Manu Leguineche. “Vivir en la calle de uno mismo tiene sus pelendengues”, dice él.
            Mientras que Gabri, la señora que atiende a Manu, le ayuda a ponerse en disposición de recibir visitas, he tenido unos minutos de conversación con Jesús en la antesala. Jesús Rodrigo es un hombre que sabe mucho, tiene una memoria providencial. Hablamos de su pueblo natal, Morillejo, y de algunas gentes de allí, que Jesús me iba ilustrando con recuerdos de juventud. Con Muki, la gata, es Jesús Rodrigo uno de los personajes más celebrados de los libros de Manu, escritos durante su estancia en la Alcarria. Jesús opina que la gata Muki es más famosa que él.
            Como casi todos los genios, nuestro hombre tuvo inquietudes literarias a una edad precoz. No conocía ese dato. De todo cuanto dio de sí mi conversación con él en la tarde de lluvia, creo que ha sido ese el detalle que más me sorprendió. Manu se formó siendo niño en el colegio de Jesuitas de Tudela. Cuenta que durante la Semana Santa solían llevar a los alumnos del colegio a lugares recogidos y apartados de la ciudad navarra, con el fin de que vivieran con mayor intensidad el espíritu de tan señaladas fechas. Al Manu de ocho años de edad lo llevaron con sus jóvenes condiscípulos al monasterio de Veruela; sí, allí adonde se retiró Bécquer para recuperar la salud y escribió sus famosas “Cartas desde mi celda”. Al joven escolar no debió gustarle demasiado el sitio, ni tampoco el ambiente de aquellos días de retiro. Dedicó su tiempo -dice- en escribir un relato corto, al que tituló “Una Navidad en Londres”, y se quedó tan ancho. Nunca había estado en Londres, y la redacción -no sé si todavía la conserva- cuenta él que era un cúmulo de tópicos, que todos los tópicos estaban allí, pero, eso sí, puestos cada uno en su lugar, en el sitio justo donde debían estar. Poco después escribió otro cuento, inspirado en una chica de la que se había enamorado perdidamente. Se lo dio; pero “no me hizo ni caso”, dice él.
            Ideas sencillas de un gran escritor y de un hombre admirable, al que, una vez más, tengo que pedir disculpas por no haber sido lo suficientemente hábil para encontrar algo mordaz en descrédito de su obra, sencillamente porque no lo encuentro.
            Tomamos unos vasos de vino y fuimos picando de las cosas que nos sacó Gabri. Nos acompañaron Jesús, y Muki, la gata, muy enfadada aquella tarde porque han metido en la casa un ser al que aborrece con saña: un perrillo joven que intentaron pasar al salón, pero que ante las iras de Muki, fue necesario devolverlo otra vez al patio. No hay duda de que son incompatibles. Dice Jesús que esa agresividad de Muki se debe al cambio del tiempo.

(En las fotos: Manu con su fiel Jesús, y Manu firmando un libro en Peñalver la fría mañana que le dieron su peso en miel)