viernes, 15 de febrero de 2013

"LA ENDIABLADA" DE ALMONACID DEL MARQUESADO

            Desde muchas décadas atrás tenía noticia de una fiesta popular, antiquísima, que cada año celebran en este pueblo de la Mancha Conquense durante los primeros días del mes de febrero. Se trata de una de las festividades costumbristas más importantes que por estas fechas se celebran en centenares de pueblos de toda Castilla y que, por fortuna, dejando a un lado la influencia de los nuevos tiempos, a los que necesariamente nos debemos adaptar, ha llegado hasta nosotros con una autenticidad sorprendente, gracias al entusiasmo y al fervor por lo suyo de este lugar de labradores, reducido hoy por obvias razones a la mitad de población de la que antes tuvo.
            Se ha escrito mucho acerca de la fiesta de la “Endiablada” de Almonacid por parte de etnólogos, antropólogos y folcloristas de todos los tiempos, siendo para mí la más completa de entre las que conozco, la descripción de Julio Caro Baroja, antropólogo y folclorista de reconocido prestigio, y visitante de excepción en las fiestas de la Candelaria y de San Blas en el año 1964; después de él no han faltado los informadores, tanto profesionales como espontáneos, que con motivo de este acontecimiento popular han hecho sus pinitos en los diversos medios de información, de un modo especial en los de última hora, más completos y definitorios que los de la simple palabra escrita, que en asuntos como el que hoy nos ocupa requiere un importante esfuerzo de la imaginación.
            Este año se ha cumplido mi viejo deseo de asistir a esta manifestación festiva de origen medieval, aceptando la invitación de un antiguo compañero de estudios, José Antonio Cuenca, natural de Almonacid, y de su esposa Ana, incondicionales cada año de esta explosión de júbilo, que por mandamiento ineludible de la tradición, convierten a su pueblo en la estrella hacia la que mira toda aquella comarca del viejo Marquesado de Villena, a sólo un tiro de piedra de la ciudad romana de Segóbriga y a cuatro pasos más del histórico monasterio de Uclés, caput ordinis de los caballeros santiaguistas y panteón a perpetuidad del precursor de la poesía romántica, Jorge Manrique, el autor de las famosas Coplas.
 
     
           Día 3 de febrero, San Blas. La fiesta había comenzado el día anterior con actos similares a los de hoy, tanto religiosos como profanos, en honor de la Virgen de las Candelas; digamos que como un ensayo general para la fiesta de hoy, con la única diferencia del tocado que cubre la cabeza de los “diablos”: gorro floreado el día dos, y mitra episcopal el día tres en memoria del obispo San Blas, su santo Patrón, y como tal, referente espiritual de la comunidad almonaceña sobre quien, como después pude ver, tienen puestos todos sus amores y todas sus confianzas.
            A eso de la media mañana se empiezan a ver por las calles los primeros diablos y a sonar por todo el pueblo el estruendo de los cencerros, que con la mitra y la porra forman parte de la indumentaria o aparejo que soportan los diablos; el traje suele ser floreado y de tonos vimos, diverso y al gusto de cada cual. La mitra es roja, orlada con cintas amarillas, todas con las iniciales del nombre y apellido de cada uno, y sobre el frontal suele aparecer una cruz de la misma cinta que los bordes o una estampa del santo Patrón. Los diablos lo son de todas las edades, desde niños de sólo unos meses hasta diablos venerables de curtida piel, como es el caso de Aniceto Rodrigo, el Diablo Mayor, inscrito a los cuatro años en la Hermandad y así hasta el presente cumplidos los setenta y seis. Los cencerros son de distinto tamaño y peso: desde simples esquilas que llevan los niños, hasta los tres cencerros que portan los mayores con un peso de cinco kilos por unidad. No se trata de cencerros comunes, de cencerros al uso de los que antiguamente usaban las yuntas de bueyes, ni de los que en nuestro tiempo llevan los cabestros en los encierros de los toros de lidia, no; se trata de cencerros especiales para el aparejo de los diablos, de cuarenta o más centímetros de largos, que han de sostener por medio correas que bajan desde los hombros, y que en muchos casos obligan al usuario a ponerse una mohadilla protectora debajo del pantalón para aminorar el impacto de los quince o veinte kilos sobre el trasero para hacerles sonar en saltos y carreras.  En este momento la Hermandad está formada por 135 componentes, todos hijos del pueblo según me explicaron, si bien, una mayoría de ellos viven fuera de Almonacid. La juventud, como cabe imaginar, predomina entre los protagonistas de la fiesta.
            A las doce la iglesia está llena; la gente prefiere asegurar un sitio para la misa que llegará después. La plaza está abarrotada de público. Por una calle lateral se aproxima el grupo de “danzantas” bailado al ritmo que les marcan las dulzainas y el tamboril, retumba el sonar de los cencerros. Son ocho mujeres, mas la “alcaldesa”, vestidas con el traje popular festivo a la vieja usanza de los pueblos de Castilla; muchachas incansables en sus movimientos, que danzarán sin parar un instante mientras dura la procesión, previa a la celebración de la misa. Hace años integraron el grupo de danzantes también los hombres, pero algo ha pasado, a modo de general epidemia, que no sólo aquí, sino en tantos pueblos más, el género masculino se ha ido dando de baja en estos menesteres, injusta e injustificadamente; una deficiencia que el folclore popular acusa de manera sensible. Danza de las cintas en la plaza, y momentos después los cientos de asistente nos fuimos situando sobre las aceras de una calle en vertiente, contigua a la iglesia, para observar el paso de la procesión y no perder detalle de las carreras y salto de los diablos que, tras la Cruz y el estandarte de la Hermandad, desfilan abriendo camino delate de la imagen del santo Patrón. Los vivas a San Blas y el retumbar de los cencerros es una constante mientras dura la procesión, que cierran las autoridades eclesiásticas y civiles, las “danzantas” y el público. Las carreras, a una velocidad endiablada en los descensos de las calles, los saltos y los gritos de súplica y los vivas de los diablos con los brazos extendidos mirando hacia la imagen de San Blas, no cesan en todo el recorrido.
 
            Va a comenzar la Misa Mayor. La iglesia parroquial de Santiago Apóstol no puede acoger a la mitad siquiera del público y de los diablos que han seguido por las calles el paso de la procesión. La ceremonia litúrgica la preside el director espiritual del Seminario de Cuenca, don José Félix Bricio -guadalajareño, por cierto, y hasta hace poco párroco de Albalate y de Almonacid de Zorita- con otros cuatro sacerdotes más. Una misa larga, como corresponde al momento y a la importancia del acto, cumplido sermón sobre la vida y milagros del Santo Patrón. Los que seguimos de pie la ceremonia notamos al final un severo malestar en las rodillas. Acabada la misa toman por suyo el interior de la iglesia el centenar y pico de diablos; pues va a tener lugar el acto más emotivo de toda la fiesta: la danza sin fin rotando por los pasillos a cargo de los diablos, donde parecía imposible poderse revolver para escuchar “los dichos”, intervenciones voluntarias del público -solo mujeres- dando lectura a lo que cada una había preparado para dirigirse al Santo en momento tan excepcional y tan oportuno. Los “dichos” son escuchados por el público que abarrota la iglesia con atención y un silencio sepulcral. Brotan lágrimas en los ojos de las mujeres y en los de algunos diablos hechos y derechos, que no consiguen contener la emoción. Suenan las dulzainas, redobla el tamboril, bailan las danzantas, y atronan los cencerros después de cada intervención. El coro de mujeres, al que hay que felicitar por su actuación durante la misa, canta el mítico y archipopular romance titulado “El arado”, que se acompaña de bailes, tamboril y sonido de dulzainas. Comienzan los “dichos”.
            Es imposible tomar una fotografía en condiciones aceptables dentro de la iglesia una vez acabada la misa, y más complicado aún tomar nota escrita de lo que se ve y de lo que se oye. Cada “dicho” suele tener una duración en torno a uno o dos minutos, y consisten en párrafos sentidos de súplica, a boca y a corazón abierto, o de agradecimiento dirigidos al Santo, cuya imagen preside la bulliciosa escena desde un lateral al fondo de la iglesia. La temática en cada mensaje suele ser de lo más variada; los diez o doce dichos del presente año pedían la curación de algunos enfermos, la divina intervención en un examen para obtener el permiso de conducir, la nostalgia por vivir fuera del pueblo…, todo con la naturalidad propia y la sencillez de quienes hablan con el corazón; pues para los lugareños de todos los siglos, las fiestas de la Candelaria y de San Blas es todo un ritual, que el pueblo procura conservar, y vivir en toda su pureza como algo extraordinario que va mucho más allá del vivir de cada día. “Es lo más grande que tenemos en el pueblo. La gente participa, desde los más jóvenes hasta los más viejos. A muchos niños los hacen “diablos” nada más nacer”, me ha dicho Aniceto, el Diablo Mayor, a la salida de la iglesia. 
            Y qué más añadir a todo lo dicho, como conclusión. No es mal consejo invitar a mis lectores habituales y a los que no lo son tanto, a darse una vuelta por estos pueblos y villas de la antigua Orden de Santiago: Almonacid, Puebla de Almenara, Saelices, Segóbriga, Uclés, motivo más que justificado por su interés como para dedicarle unas horas, un día o un fin de semana de nuestro tiempo; sin echar en olvido la fiesta popular a la que hoy dedico mi colaboración: es a fecha fija los días 2 y 3 del mes de febrero de cada año. Vale la pena pasarse por aquí y deleitarse saboreando in situ el néctar de nuestras raíces. 
 
(En las fotografías: "Diablos en la procesión", "Las danzantas dispuestas a comenzar los bailes en la plaza", "Saltos y carreras en la procesión", "Imagen de San Blas" y Aniceto Rodrigo "El diablo mayor"