miércoles, 27 de octubre de 2010

GALERÍA DE NOTABLES (IV): EL CARDENAL MENDOZA


Gran Cardenal de España. Nació en Guadalajara el día 3 de mayo de 1428. Fue hijo del primer Duque del Infantado, don Diego Hurtado de Mendoza, y de doña Catalina Suárez de Figue­roa. Estudió leyes y cánones en Toledo y Salamanca, entrando después en la corte de Juan II, de donde pasó a ostentar el cargo y la dignidad de obispo de Calahorra, y más tarde de Sigüenza en 1467. Ostentó la mitra seguntina hasta su muerte, incluso mientras fue Arzobispo de Sevilla y Cardenal Primado de Toledo. Son recuerdo de su episcopado la Plaza Mayor de Sigüenza, las restauradas bóvedas de crucería de la Catedral, la sillería de nogal tallado del coro de la misma, así como la fundación de la antigua Universidad de Sigüenza.
A la muerte del primer Marqués de Santillana, su padre, se convirtió en cabeza de su familia que fue emparentando con los más selectos linajes de Castilla. Fue partidario de la legitimi­dad de la infanta doña Juana, por lo que no quiso aceptar la concordia de los Toros de Guisando, pero una vez que la infanta Isabel contrajo matrimonio con Fernando de Aragón, y que Enrique IV había conseguido para él el capelo cardenalicio, se mostró en favor de la última, abandonando el partido de La Beltraneja.
El Cardenal Mendoza influyó decisivamente en la conquista de Granada y en el Descubrimiento de América. Los Reyes Cató­licos encontraron siempre en él un consejero prudente y segu­ro. De doña Mencía de Castro, o Meneses, tuvo dos hijos: Rodrigo de Vivar y Mendoza, Marqués de Zenete, y Diego, Conde de Melito. De doña Inés de Tovar tuvo un tercer hijo, don Juan de Tovar. Durante su primacía se terminaron de cubrir las bóvedas de la catedral de Toledo.
El 23 de junio de 1494 hizo testamento en Guadalajara, dejando por heredero de todos sus bienes al hospital toledano de la Santa Cruz, reconociendo las donaciones hechas anterior­mente a la Catedral Primada, joyas de gran valor sobre todo, que fueron expoliadas durante la Guerra Civil de 1936.
En la ciudad de Guadalajara y provincia dejó clara señal de su paso; pues son obras promovidas a sus expensas o bajo su mecenazgo: el Palacio del Cardenal Mendoza frente a la iglesia de Santa María, donde murió; el castillo de Jadraque; el castillo de Pioz; el monasterio de Sopetrán; el monasterio de San Francisco en Guadalajara; la Universidad de Sigüenza; varios detalles y obras en la catedral seguntina, aparte de hospitales y colegios fuera de sus fronteras.
Murió en Guadalajara el día 11 de enero de 1495. Su grandioso sepulcro queda en un lateral de la Capilla Mayor de la Catedral Primada de Toledo.

(En la imagen: Monumento en Guadalajara al Cardenal Mendoza)

lunes, 18 de octubre de 2010

HOJEANDO EL VIEJO ÁLBUM


De tarde en tarde me gusta cubrir esos minutos libres que nunca faltan -creo que a ti te ocurrirá igual, amigo lector- echando un vistazo al almacén de recuerdos que es el viejo álbum. Esa colección de momentos del pasado, de fotografías en blanco y negro que gusta conservar, con devoción a veces, en un intento inútil por detener el paso del tiempo. Hay veces en las que el viejo álbum nos hace reír, otras nos invita a llorar o cuando menos nos entristece, y otras muchas, las más, nos hunde el ánimo en un pozo de inevitables añoranzas y nos lleva a creer, como al poeta, que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Cada vez que miro el viejo álbum, me suelo detener particularmente en la fotografía que encabeza este comentario. Felices recuerdos de aquella juventud sana, alegre y sufrida. Se trata de la hora esperada, después de tantos trabajos y de tantas privaciones. El final de carrera de la buena gente de mi curso: Escuela del Magisterio de Cuenca; mes de junio de 1957. Éramos algunos más. Echo en falta a varios que tal vez en aquel momento andarían despistados, o tomando unos chatos en la calle Colón para celebrar el acontecimiento.
Hoy vivimos, a Dios gracias, la mayor parte de los que estamos ahí; algunos ya no cuentan entre nosotros: Balbino Noheda, Saturnino Arroyo, Octavio Cano, y quizás algún otro que yo no sepa, se han ido quedando en el camino a lo largo de estos cincuenta y tres años que nos separan del instante en el que el más popular de los fotógrafos de Cuenca, Luís Pascual, tomara la histórica instantánea en el patio de la Escuela.
Nos acompañan dos de nuestros profesores: el director, don José Niño, y el secretario, don Alberto del Pozo. ¡Ah!, también está Máximo, el conserje, personaje que siempre aparece bullendo por la imaginación cuando uno abre las alas al correr del tiempo y se detiene en aquel lugar y en aquel momento preciso. Ahora, también allí, todo es distinto.

domingo, 10 de octubre de 2010

OTRO ESPANTOSO ERROR JUDICIAL



Dias atrás publiqué en el diario “Nueva Alcarria” el reportaje titulado “En el centenario del Crimen de Cuenca”, que así mismo apareció recientemente en estas páginas del blog. Pues bien, ahora, cuando en ciertos sectores de la sociedad vemos que la Justicia, tanto como virtud o como norma fundamental de todo derecho, hace agua por todas partes, he tenido ocasión de encontrar en una de mis lecturas el siguiente fragmento, que transcribo por tratarse de algo que ocurrió en la provincia de Guadalajara hace poco más de un siglo y que puso en pie de guerra a una buena parte de la intelectualidad española en defensa de una causa justa, con lo que se pudo evitar la muerte de dos inocentes que “según la ley” deberían morir ajusticiados. El párrafo que llamó mi atención fue el siguiente: «Tomás Maestre Pérez, natural de Monóvar, en cuya calle del Triunfo nació el 18 de mayo de 1857, emprendió -en calidad de Catedrático de Medicina Legal y Toxicología en la Universidad de Madrid- una fructífera campaña en defensa de Juan García Moreno y de su hijo Eusebio, acusados de haber asesinado en Mazarete a su pariente Guillermo García, vecino de Mantiel, conocido vulgarmente con el apodo del Aceitero».
Hasta aquí la sorprendente noticia de la que pasados cien años apareció constancia escrita. A partir de ahí tan sólo resta buscar el cómo y el porqué, una vez que el quién, el qué y el dónde, figuran escuetos, pero precisos, en la breve reseña antes transcrita.
He preguntado por aquel hecho tan sonoro a personas residentes en ambos pueblos, en Mazarete y en Mantiel. En el primero de ellos un señor me intentó explicar algo muy en abstracto, a guisa de leyenda imposible de hilvanar por falta de datos sostenibles. En Mantiel, nadie de los que pregunté en un viaje todavía reciente sabía nada acerca del asunto. Por fortuna las hemerotecas están ahí, y la letra impresa perdura en el tiempo por encima de la vida y de la memoria de los hombres.

La defensa de aquellos dos infelices, condenados a muerte a instancia del fiscal de Guadalajara comenzó con un artículo del Dr. Maestre Pérez titulado “Un error judicial” publicado el 26 de agosto de 1904 por el periódico El Liberal de Murcia, y al que, como lanzados por un resorte, se sumaron en fechas inmediatas a través de sus editoriales casi todos los periódicos madrileños: El Diario Universal, El Globo, El Heraldo de Madrid, El Imparcial…en apoyo de la defensa desinteresada que días antes había iniciado el Dr. Maestre. Defensa a la que se unieron además nombres de la más alta resonancia política y de las finanzas del momento, entre los que se contaban José Canalejas, Calixto Rodríguez, J.Ruiz Jiménez, Gumersindo Azcárate, y otros muchos que dirigieron a los periódicos cartas de indignación y de enérgica protesta por la caprichosa aplicación de la ley sin haber llegado al fondo de los hechos; pues, como antes se ha dicho, andaba en juego nada menos que la vida de dos campesinos inocentes. Pero todo lo que se hizo no sirvió de nada; pues el 19 de enero de 1905, el Tribunal Supremo dictaminó en los siguientes términos: “Debemos declarar y declaramos, no haber lugar a los interpuestos ni al admitido de derecho en beneficio de Juan García Moreno ni de Eusebio García Valero”.
Todo hubiese acabado ahí a no ser que el Dr.Maestre hubiera emprendido con mayor empeño su empresa de poner a salvo a los dos acusados, convencido plenamente de su inocencia. Y así, el 21 de febrero de 1905 dio una conferencia en el Ateneo de Madrid, que sirvió como detonante para que la mayor parte de la prensa nacional se levantase en favor de los acusados. El Imparcial publicó un extenso artículo al día siguiente animando al Dr. Maestre para que no cesara en su empeño, incluyendo una carta del párroco de Mazarete en la que manifestaba estar “convencido de la inocencia de sus dos feligreses, los honrados labradores del lugar Juan y Eusebio García”. Por aquellos días, un amigo del Catedrático defensor se vio obligado a salir al balcón de la casa del Dr. Maestre para dar las gracias a los quinientos manifestantes -estudiantes de Medicina en su mayoría- que se habían reunido allí para aclamarle.

A la vista de los primeros resultados, y de la repercusión que tuvo en toda España su trabajo en defensa de una causa que él había considerado justa en todo momento, el Dr. Maestre redactó un memorial en el que se recogía hasta el menor detalle todo cuanto en relación con ese asunto había ocurrido en Mazarete; y con ese memorial se dirigió a las Cortes Españolas aportando las pruebas que, según se desprendía de su trabajo de investigación, ponían en claro la inocencia de dos personas condenadas a la pena de muerte por un espantoso error judicial. De esa manera llegó hasta las Cortes haciendo saber a Sus Señorías que: «La justicia oficial no ha podido deshacer la fatal equivocación que pone a dos seres sin culpa en las manos del verdugo, y el atropello de dos hogares, la degradación de dos honras, la pérdida de la libertad de dos hombres, el emplazamiento de dos vidas, están aún sin subsanar, y la ley escrita no halla camino ni modo por donde la rehabilitación de dos víctimas pueda hacerse. Sólo las Cortes soberanas, con su poder augusto y omnímodo, tienen potestad en este caso para volver los fueros de la verdad y remediar un daño injusto, hijo de la equivocación involuntaria de los mortales. Los representantes de la Nación tienen, entre sus altas atribuciones, la altísima de velar por la salud del pueblo, y nada enferma tanto la conciencia social como la inmoderada aplicación de la Ley, aunque esto sea hecho con la voluntad más plausible y el celo más desinteresado».
Una vez enunciadas en el referido memorial las conclusiones provisionales del fiscal de Guadalajara, promotor de la condena, el Dr. Maestre comparó el Código Penal de España con el Código de Procedimiento Criminal de Alemania, poniendo en claro que “El fiscal se equivocó al pedir la pena de muerte en garrote vil para los dos campesinos, pues el Aceitero de Mantiel fue un pobre suicida, un desventurado loco que se pegó un tiro”; por lo cual rogó a las Cortes no sólo el perdón, sino la libertad y la honra que les habían quitado, forzando una nueva revisión de la causa.
La idea general de todo lo antes dicho procede del trabajo "Dos penas de muerte", escrito por el propio Tomás Maestre y que en fechas no lejanas ha recordado a sus lectores otro monovero actual, José Payá, en un interesante artículo en el que une a los dos hijos más ilustres de aquella laboriosa ciudad alicantina: Tomás Maestre y José Martínez Ruiz, “Azorín”, más conocido por todos.
Comenta Payá en su escrito sobre las dos penas de muerte a las que hemos dedicado nuestra página de hoy, que el tesón por una causa justa llevado a cabo por su paisano, y que acabó con tan feliz resultado, influyó en el propio Azorín que había seguido con interés todo el proceso; pues en aquel mismo año de 1905 publicó uno de sus mejores artículos al que tituló "El Buen Juez", y que aparece en Los Pueblos, una de las obras más conocidas del insigne autor alicantino.
Otro hecho lamentable más que por suerte -no siempre ocurre así- pudo ver la luz fuera de toda esperanza. Ha pasado a ser historia, historia olvidada, que no por eso deja de tener su espacio en el voluminoso cronicón de esta provincia.

(En la imagen, un detalle actual del pueblo de Mazarete)