lunes, 7 de enero de 2013

GUÍA DE ENFERMOS DE LOS BAÑOS DE TRILLO



            En el año 1992, el Ayuntamiento de Trillo publicó en edición facsímil dos libritos cuya edición primera había visto la luz en el año 1840. Los dos constituyen un valioso documen­to acerca de los que fueron en sus momentos de esplendor los famosos Baños de Carlos III, cuya ubicación conocemos y somos testigos de su paso al admirable mundo de la leyenda. Uno de ellos se titula "Tratado de las aguas minero-medicinales del establecimiento de baños de Carlos III" del que fue su autor D. Mariano José González y Crespo, médico-director por S.M., que trata, como en su largo título se anuncia, de la composición de las aguas del establecimiento, de las enfermedades para las que eran recomendables, además de otros datos referentes a la época, al paraje y en general a la villa de Trillo. El otro se titula "Guía de enfermos ó itinerario de Madrid á los baños minerales de Trillo", cuyo autor no figura en la portada y lo fue el mismo del libro anterior, aunque sí  que aparece el nombre de la imprenta, la de don Norberto Llorenci, advirtiéndose al lector que la obra escrita es propiedad del editor, cuya rúbrica figura impresa en cada ejemplar.
            Al segundo de los dos libros reseñados es al que hoy vamos a dedi­car este breve comentario, por lo que tiene de evocador y de ilustrativo a pesar de su corta extensión, pues no va más allá de la 48 páginas en tamaño octavilla, incluyendo títulos, créditos, índice, y demás aditamentos que siempre debe llevar todo libro que se precie, y más todavía los que proceden de aquella época tan característica, la efervescencia del movimiento romántico por toda Europa, cuando a estas cosas los editores solían prestar especial cuidado y los lectores la mayor importancia.
            La fama de los balnearios en aquellos tiempos debió de ser extraordinaria. Las familias más pudientes del país solían acudir a ellos con cierta regularidad, buscando solución a sus proble­mas de salud, o simplemente al reclamo de la comodidad, o del glamour que ya se apuntaba, y que por lo general ofrecían a sus clientes tanto las instalacio­nes como los parajes, siempre en contacto directo con la naturaleza. Algunos de estos lugares, como el Solán de Cabras en la Serranía de Cuenca,  o La Isabela en la Alcarria, tomaron para la posteridad la etiqueta de "rea­les sitios", por ser asiduos entre los usuarios los Reyes de España, sobre todo Fernando VII, quien, de baño en baño, buscaba solución a la infecundidad de sus esposas inútilmente.

             En viaje sobre ruedas acudían los bañistas desde Madrid hasta Trillo, es decir, haciendo uso de góndolas, fastones, galeras, coches, tartanas y calesines, bien como encargo o alquiler, bien con carruajes de punto en línea regular. Según la "Guía de enfermos", los vehículos a tiro de caballo salían de Madrid por la Puerta de Alcalá; pasaban luego por Canille­jas, Puente de Viveros, Torrejón de Ardoz, Alcalá de Henares, Venta de Meco y nuevo parador del conde de la Cortina, Guada­lajara, Taracena, Valdenoches, Torija, Brihuega, Malacuera, Solanillos y Trillo. Salían de Madrid al amanecer y pernocta­ban en Taracena; el día siguiente lo empleaban completo para llegar a Trillo: «La última jornada -se dice en la Guía- es más embarazosa por ser las leguas de Torija a Trillo muy largas, por no hallarse la carretera en el brillante estado que el arrecife de Zaragoza, y por haber varios pedazos de terreno bastante quebrados, siendo los más notables las cues­tas de Brihuega y la de Malacuera, las vueltas y revueltas que hay antes de bajar a Solanillos, y algunos otros sitios dema­siado pendientes que existen desde este pueblo a Trillo, y así en el segundo día, a pesar de ser menor el número de leguas, se invierte en el camino, por lo menos, tanto tiempo como en el primero.»
            El precio total del asiento en góndola, que era el vehículo más cómodo, era de setenta reales en la berlina, sesenta en el centro y cincuenta en la rotonda; en las galeras el precio era de cuarenta reales, de los cuales los niños pagaban sólo la mitad. Los carruajes salían de Madrid cada cinco días.

            Nos da cuenta el librito a continuación acerca de la villa de Trillo, y detalladamente sobre el establecimiento de los baños: «Hay en él bellas y majestuosas alamedas de gruesos y elevados chopos, llanos y cómodos paseos, montes pintorescos, cubiertos de eterno verdor, infinidad de plantas aromáticas que embalsaman su pura y saludable atmósfera, y buenos y sólidos edificios. En este valle o cañada brotan siete manan­tiales minero-medicinales, cuatro de ellos de diversa tempera­tura y naturaleza.»
            El primero de los manantiales a los que se refiere el texto, es decir, al primero que se encontraba yendo desde Trillo, fue el de la Princesa, con cuatro habitaciones (dos para pilas y dos para el descanso) y agua que brotaba a trein­ta grados centígrados de temperatura. Al segundo le llamaban la fuente del Director, que se descubrió en el año 1830 y brotaba por un sólo caño; su temperatura era de veinticuatro grados. El tercero de los manantia­les era la fuente del Rey; debía de ser una fuente muy hermosa, con dos caños de bronce y abundante caudal; el agua salía a veintiocho grados y medio de temperatura. El cuarto manantial era el más abundante de todos; de él se surtía la fuente del Rey. El edificio contaba con cuatro pilas y ocho habitaciones. El quinto manantial se llamaba del Príncipe o de militares Pobres; el agua le llegaba canalizada desde la fuente del Rey, siendo la temperatura muy similar a la que tenía en su nacimien­to; constaba de dos departamentos diferentes, y en su balsa podían bañarse con toda comodidad hasta diez personas. El de la Condesa era el sexto manantial; estaba situado en las orillas del Tajo; cuando lo disponía el Director el agua de la fuente se mezcla­ba con la del río, para disminuir su efecto en los casos que era necesario; sólo contaba con una pila, aunque hubiera podido soportar tres más con la riqueza de su caudal. El séptimo quedaba junto al edificio de baños de la Princesa; era de diferente naturaleza al resto de las fuentes; su temperatu­ra solía ser de veintiséis grados. A la última fuente se le llamaba Leprosa, debido a la virtud de sus aguas para curar toda clase de erupciones en la piel por graves que fuesen.
            De los efectos curativos nos da idea el siguiente párra­fo: «con el uso de estas aguas en bebida y baños se han curado infinidad de herpes horrorosos, sarnas envejecidas, úlceras rebeldes de esta naturaleza, irritaciones crónicas de la piel irisipelatosas y pustulosas, comezones insufribles, lacerías incipientes y otras muchas dolencias que habrían resistido al plan terapéutico más enérgico...»


            Los baños eran de primera y de segunda clase aunque fueran los mismos, sólo se distinguían en las temporadas de mayor concurrencia, por tener o no una hora fija para bañarse. A los primeros se les llamaba "baños de hora" y costaban ocho reales cada baño; los de segunda clase pagaban cuatro reales por baño, si bien, padre e hijo, madre e hija, marido y mujer, podían bañarse los dos por el precio de uno en presencia del Director.
            El orden por cuanto a higiene era admirable dentro de los precarios medios de los que se disponía en comparación, naturalmente, con los que disponemos hoy. En lo posible se procuraba evitar los contagios haciendo el debido uso de las corrientes del agua. Así se explica en la guía en su capítulo VI: «Todos los enfermos acomodados se bañan separadamente, sin que jamás sirva a uno el agua del otro; ésta corre de continuo todo el tiempo que dura el baño, estando a discreción del bañista el disminuir la cantidad absoluta del caudal que arroja el surtidor.» 
            Curioso e interesante. Lástima que el espacio del que disponemos no nos permita reseñar más detalles. Con la "Guía de enfermos" en la mano -documento admirable- uno trae a la imaginación el vivir de nuestros bisabuelos; pues si los más pudientes de la sociedad española de entonces solucionaban sus problemas de salud de aquella manera, ¿cómo lo harían las clases menos pudientes, los campesinos de a pie que fue la raíz y el origen de tantos de nosotros? La media de edad en todo el occidente europeo, el espacio más civilizado de la tierra, no llegaba a los cuarenta años. 

(En las fotografías: el río Tajo a su paso por Trillo; Edición facsimil de la "Guía de  enfermos"; y estado actual de la casa de los Baños.)