martes, 30 de noviembre de 2010

LOS TAPICES DE PASTRANA


La iglesia Colegiata de Pastrana es uno de los principales monumentos que los Mendoza dejaron como herencia a la provincia de Guadalajara, y dentro su cripta subterránea se guardan, en elegantes urnas de piedra, los restos de una buena parte de los miembros de aquella familia, mecenas y pioneros del Renacimiento Español. El mayor atractivo de la Colegiata de Pastrana es su Museo Parroquial, cargado de recuerdos de Santa Teresa de Jesús, de la Princesa de Éboli -cuyos restos junto a los de su marido, Ruy Gómez de Silva, se guardan en la cripta-, y de toda aquella familia hidalga de los siglos XVI y posteriores. Los célebres Tapices de Alfonso V de Portugal, pudieran ser a su vez la estrella del museo.

Los tapices de Pastrana -se asegura que en estilo gótico es la mejor colección del mundo- fueron tejidos en Flandes por encargo de la Casa Real portuguesa. Tomados como botín, según unos, en la batalla de Toro; o como obsequio personal, según otros, del rey portugués al Gran Cardenal Mendoza como gesto de gratitud por su postura en favor de los prisioneros lusos; lo cierto es que pasaron a ser propiedad de la familia Mendoza, y de ella a Pastrana en el siglo XVII por matrimonio de doña Catalina Mendoza Sandoval con el cuarto duque, don Rodrigo de Silva, quien, al no disponer en palacio de sitio suficiente para colgarlos, los legó a la Colegiata con la condición de que se sacaran cada año a las cales para embellecer la villa con motivo de la procesión del Corpus Christi. Deseo que en Pastrana se cumplió durante mucho tiempo.Son seis los tapices que forman la colección; y sus medidas aproximadas de diez metros de largo por seis de ancho cada uno. Tienen como tema exclusivo cantar con el arte del tejido las hazañas guerreras del rey de Portugal Alfonso V en sus campañas de África durante la segunda mitad del siglo XV. Los cartones que sirvieron de modelo para su realización, parece ser que fueron obra del pintor de la corte portuguesa Nuño Gonçalves, según se desprende del meticuloso trabajo de investigación llevado a cabo por Reynaldo dos Santos, y que se recoge en una publicación fechada en Lisboa el año 1925 y que su autor tituló "As tapeça­rias da Toma de Arzila".Los motivos tratados en cada uno de estos tapices, con una asombrosa riqueza iconográfica, armamento diverso de la época, estandartes y material de guerra, son por el orden cronológico en que ocurrieron los hechos (1457 y 1471) los siguientes: Cerco de Alcázar Seguer, Entrada en Alcázar Seguer, El desembarco de Arzila, Cerco de Arzila, Asalto de Arzila y Entrada en Tánger. De exquisita obra de arte pueden considerarse las figuras del rey Alfonso V y de su hijo el príncipe Juan, que aparecen revestidos de armaduras y en colores vivos en el primero de ellos. Fueron tejidos, según la fuente antes dicha, en los telares de Paschier Grenier, de Tournay (Bélgica), hacia el año 1473.
(En la fotografía, detalle de uno de los famosos tapices)

domingo, 21 de noviembre de 2010

B E T E T A


Transcribo a continuación dos páginas de un libro de juventud del que ya tienen noticia, por anteriores transcripciones, los lectores del blog. Me refiero al “Viaje a la Serranía de Cuenca”, que escribí sobre la marcha allá por el verano de 1982 y que se publicó un año más tarde. Lamento que haya dificultad por parte de los posibles lectores para adquirirlo. ¡Ha pasado tanto tiempo! Se trata de un fragmento del capítulo VIII, titulado “BETETA”. La fotografía que se incluye la tomé aquel mismo día, cuando la calidad de los medios dejaba bastante que desear.

«Metidos ya en la calle principal de Beteta, que como en tantos pueblos más de los que tuvieron vida coincide con la ca­rretera de paso, uno se encuen­tra con una microciudad antigua y encantadora, sugerente, engalanada con exquisitez, que recuerda en todo su porte las recias villas castellanas del Siglo de Oro. Tiene una plaza historiada y juvenil, que las manos, no siempre acerta­das, de los reformadores han quitado tipismo; pero que han doblado con mucho en grandiosidad, en luz y en empaque. Al cente­nario edificio de las escuelas, situado en la plaza, acompaña desde otro ángulo el más moderno del Ayunta­miento, y completa el juego de estilos al otro lado de la calle, una casona sopor­ta­lada, con larga galería de maderas, que ha venido embelleciendo duran­te cuatro centurias, y todavía lo hace, la típica estampa serrana de la villa de los Albornoces.
En Beteta, a buena hora de la tarde todavía, uno se apresura en buscar alojamiento; y lo encuentra muy pronto, en una fonda que hay por una callejue­la estrecha, transversal entre la plaza y la iglesia.
Pregunto en la fonda si por casualidad andan sobre estas fechas por allí otros dos antiguos colegas de mocedad, los herma­nos Gargallo Pérez, Alfredo y Antonio. Me dicen que no, que Al­fredo pudiera estar pasando el verano en Carrascosa, y que Anto­nio, como se instaló en la capital, viene poco, y que cuando lo hace es visto y no visto.
- A quien sí que puede ver es a sus padres. Ya están muy mayores los dos. Viven en una casa grande de la carretera, por debajo de la plaza.
Don Alfredo, el padre de mis amigos, es un señor venerable que a sus muchos años deja entrever la elegancia y el buen porte del mozo que fue, dis­tinguido, servicial, muy amable. Estaba sentado al fresco en el portal al lado de su esposa. Don Alfredo acoge con extraordinario cariño la visita del forastero y le sirve como primicia que su hijo Alfredo tiene previsto llegar a Beteta esa misma tarde.
- ¿Me ha dicho que hace muchos años que no se ven?
- Muchos. De veinte para arriba, si no recuerdo mal.
- Entonces, desde que acabaron los estudios, seguramente. Eran unos niños entonces. Ahora, igual ni se conocen.
Don Alfredo se ha salido conmigo a dar un paseo corto por los alrededo­res de su casa. Me cuenta que Beteta es un pueblo con mucha historia, que existe desde el tiempo de los arévacos y que fue cabecera de las siete aldeas: El Tobar, Lagunaseca, Masegosa, Valsalobre, Carrascosa, La Cueva y Valtabla­do. Me va contando las cosas muy pausadamente, queriendo agradar, esforzán­dose por contarme todo con el máximo rigor y detalle.
- A Valtablado lo compró el Gobierno, hace ya tiempo, y ahora no deben quedar ni las tejas.
- ¿Cómo se vive en Beteta?
- Bien. Este debe ser de los pocos pueblos que, por lo menos hasta el momento, vive ajeno al paro y a la mayor parte de los problemas graves de carácter económico que existen por ahí.
Nos hemos acercado hasta un mirador sobre la vega que hay cerca de su casa. Desde aquellos altos me muestra don Alfredo todo el valle, los campos de mimbre, y me indica, más o menos, el lugar por donde viene a caer la ermita de La Rosa, a nuestra derecha, ya en la lejanía de cara a las puestas del sol.
- Es que con estos ojos míos ya no alcanzo hasta tan lejos; pero desde aquí se ve muy bien. La Virgen se la han tenido que traer al pueblo porque dentro de la ermita se estropeaba con la humedad. La fiesta se celebra para el día 16 de septiembre.
Por los ajardinados patios de Beteta, la antigua y bella Vétera de los romanos, al pie del castillo roquero que dicen de Rochafría, destrozado, según cuentan, en tiempo de los carlistas, conviven en armonía el peral, el tilo y el glorioso laurel. La iglesia es una hermosa muestra del arte ojival con portada plate­resca, en cuyo arco de cobertura se cuentan cabezas esculpidas de ángeles mofletudos, de apóstoles, de evangelistas y de pa­triar­cas de la Antigua Ley. Por el interior del templo corren aires de catedral. Se abre en tres naves separadas por recias columnas de piedra serrana, y un retablo de formas góticas no acorde en el tiempo con el resto de la obra. Por el techo, en los huecos que dejan entre sí al cruzarse las diferentes nervaduras, se aparecen repetidas veces los escudos familiares de los Albornoz, señores que fueron de Beteta y de sus siete aldeas.
La imagen de la Virgen de la Rosa está colocada sobre unas andas en la tercera nave del templo. Es una talla muy bonita, revestida con ropajes color de rosa y lleva una rosa en la mano. En torno a imagen de la Patrona de Beteta corre una leyenda cu­riosa en la que se habla de un pastor de Valtablado, llama­do Ruperto, que la encontró casualmente junto a un rosal, y tantas veces como se la llevó al pueblo, tantas como volvió a aparecer en el lugar del hallazgo; hasta que las autoridades acordaron, visto lo visto, levantarle allí una ermita, en donde ha recibido desde muy antiguo el fervor y las oraciones de las buenas gentes de aquellas sierras.
Al regresar a la casa de don Alfredo Gargallo, mi amigo estaba esperan­do. Más de cuatro lustro de por medio es demasiado tiempo para volverse a reconocer a primera vista. Cuando mi amigo dice que por sí solo no me hubiera reconocido, siento una enorme desilusión. Con Alfredo vuelvo a dar la segunda vuelta por el pueblo. Beteta es pequeño y se recorre a pie sobradamente en cuestión de media hora. Para entrar a fondo en su vida y en su historia sería preciso emplear muchos días; pero uno reconoce que no es esa su misión, que no va exactamente por ahí. Nada nuevo, sino la amistad con Alfredo traída a la actualidad por milagro de la memoria y una conversación, tanto para uno como para otro cargada de recuerdos, de nombres entrañables, de aconteceres no olvidados, fue en cualquier momento la salsa y el almíbar de este último paseo por la villa de Beteta envuelta en la noche.»

lunes, 15 de noviembre de 2010

LA CASA DE GUADALAJARA EN MADRID


Se trata de la sede común de todos los habitantes de la provincia de Guadalajara en la capital de España. Está situada en el viejo Madrid, primera planta del número 15 de la Plaza de Santa Ana.
La Casa de Guadalajara quedó constituida el día 23 de marzo de 1961, por una asamblea que presidía el gobernador civil de entonces don Manuel Pardo Gayoso. El 9 de abril del mismo año se procedió a su inauguración y bendición oficial, a cargo del obispo de la diócesis Mons. Lorenzo Bereciartúa y del antes dicho goberna­dor civil.
Contó como primer presidente con don Ángel Montero Herre­ros, y los vicepresidentes don Baldomero García, don Manuel López Villalba y don Sinforiano García Sanz. Como secretario actuó en la primera directiva don Bernardo Pradel Roa, además de un representante por cada uno de los partidos judiciales de la provincia.
La Casa de Guadalajara ha sido siempre, con períodos de mayor o menor actividad, centro de concurrencia de intelectua­les y de pueblo llano, canal de comunicación entre todas las tierras de Guadalajara con la capital de España. En sus diver­sas dependencias cuenta con bar, salón restaurante, sala de juegos, biblioteca, exposición de artesanía provincial, salón de actos, sala de trofeos y despacho. Las actividades de tipo cultural que lleva a cabo son muchas y muy variadas a lo largo del año. Cuenta con un grupo de Zarzuela, clases de baile, presentación de libros, conferencias sobre temática provincial, y publica con cierta periodicidad la revista “Arriaca”, en la que se informa de las más importantes actividades realizadas. Hace tres décadas aproximadamente la Casa de Guadalajara en Madrid instituyó la insignia “melero de plata” y “melero de oro”, como homenaje de reconocimiento y gratitud a las personas que más se han distinguido por la defensa y promoción de la provincia en cualquiera de sus aspectos. Bajo la presiden­cia de José Ramón Pérez Acevedo, hombre eficiente y entregado con celo a su labor directiva, la Casa de Guadalajara en Madrid ha tomado durante los últimos años una singular relevancia.

(La fotografía representa la entrada de la Casa de Guadalajara en la madrileña Plaza de Santa Ana)

viernes, 5 de noviembre de 2010

JOSÉ LUÍS PERALES HABLA DE LA ALCARRIA



Revolviendo mis papeles, perdidos en los cajones de la casa del pueblo, me he encontrado con un recorte de “Nueva Alcarria” del 10 de octubre de 1981. Quise conservar como algo importante para mí de aquellos años primeros de práctica en el periodismo escrito, una entrevista con José Luís Perales que titulé “Un alcarreño que canta para el pueblo”. Nos habíamos conocido poco tiempo atrás en tierras distintas a la nuestra y todavía conservábamos una relativa vieja amistad. Aparecido de forma casual aquel viejo tesoro, amarillento después de tantos años, me viene a la memoria su envidiable personalidad, su singular calidad humana, junto a Alicia y Carlos, sus hermanos, para mí de tan feliz memoria.
Esto me contaba José Luís Perales en aquella ocasión sobre estas tierras nuestras, sobre la Alcarria, horas antes de aquel concierto memorable que ofreció en Guadalajara con motivo de las fiestas patronales de la ciudad. Han pasado veintinueve años, y la gente todavía lo recuerda:

"Lo conocí hace media docena de años con su primer disco bajo el brazo buscando promoción por las emisoras de radio en tierras de Valencia. Luego vino a resultar que éramos paisanos, que teníamos amistades comunes, que éramos amigos. Conservo todavía la grabación de un programa especial que le hice para la SER en la que intervenía José Luís, su hermana Alicia, sus canciones de entonces y la participación telefónica de sus primeras fans en la región levantina. Meses después nos volvimos a encontrar en su casa de Castejón, al lado del pantano, y hasta hoy, fecha en la que uno vuelve a celebrar el reencuentro en los aledaños de la estación de ferrocarril de Guadalajara, teniendo entre dos luces a la ciudad como fondo.
José Luís Perales es alcarreño, de la Alcarria de Cuenca. Sus primeras canciones destilan un olor a miel y a tomillo. Sus gentes son nuestras gentes; pero José Luís no conocía Guadalajara.
-Pues no; y tenía muchas ganas de venir. Conocía Guadalajara de rodearla poor la carretera general camino de Sacedón y de mi pueblo, pero de hecho nunca había estado en la ciudad. Así que, hoy se cumple para mí una vieja ilusión. Me alegra mucho que en Guadalajara se me haya tenido en cuenta.
-¿Dónde empieza la Alcarria para ti y dónde acaba?
-Para mí yo creo que empieza en Castejón, mi pueblo, que por algo es el “balcón de la Alcarria”, y no sé dónde acaba. Es toda ésta una tierra tan parecida en sus gustos, en sus gentes y en sus costumbres que, a pesar de que a veces se escape del recinto geográfico que la limita, que para mí siguen siendo alcarreños casi, casi, hasta Madrid.
-Como me consta que compones en aquel tu “refugio” junto al pantano de Buendía, quisiera saber si estas tierras duras tienen algo que ver con tus canciones.
-Claro que tienen que ver. Primero con mi personalidad. La gente de las Alcarria somos muy abiertos, pero somos secos; por lo menos ese es el concepto que la gente de fuera tiene de nosotros. Somos secos como buenos castellanos y como producto de una tierras sacrificada, olvidada, y eso en mis canciones se tiene que reflejar, sobre todo en mis personajes que siempre arranqué de la Alcarria, como el pastor, el labrador, doña Asunción, todos aquellos de mi primera época eran una imagen viva de la gente de esta tierra.
-Que, por cierto, da la impresión de que los has ido marginando un poco en tus últimas canciones.
-No; esos personajes van siempre conmigo. Lo que ocurre es que mi música se ha conseguido colar a otros países, en donde no entienden el deambular de un pastor alcarreño, el encanto de doña Asunción, la vida dura de nuestros campesinos. Son personajes que se escapan a ellos, y esa es la razón que me obligó a hacer otro tipo de cosas. No obstante vivo de cerca la Alcarria, siento sus dolores, comparto sus alegrías y es mi pequeña fuente de inspiración, como lo fue siempre.
-¿Por qué te has ido a vivir al pie de las Casas Colgadas?
-Bueno; me he ido un poco por comodidad. Tú sabes muy bien que Cuenca, capital, tiene las ventajas de una ciudad y es todavía un poco pueblo. Por mí hubiera vivido siempre en ese refugio de Castejón, pero tengo la gran suerte de tener unos hijos y reconozco que necesitan un poco más de comodidades que las que pueda darles en esa Alcarria árida, que yo personalmente prefiero para mí.
-¿Para quién cantas?
-Yo canto para todo el mundo, para todas las mentalidades, para todas las culturas, parta todas las ideologías. Canto para la gente en general, sin preferencias. Canto para el pueblo.
-¿No te da un poco de pena componer para otros cantantes?
-No; no me da pena porque me han dado muchas satisfacciones, y de ellos me llegó, componiendo, mi primer pan, hablando musicalmente, antes de que yo empezara a cantar. Además, muchos han conseguido con mi música números uno, y eso, aun egoístamente también satisface.
-¿Crees que te sentirás a gusto en este encuentro con Guadalajara?
-Mucho. Por aquí voy a encontrarme con una gente que es la mía, y eso es lo que, más o menos, deseamos todos. Además, estoy a gusto pues es la primera vez que vengo y me hace mucha ilusión.
Todavía no había visto José Luís el cartel de “no hay entradas”. Por la noche, una buena parte del público tuvo que conformarse viendo y escuchado de pie la velada. El éxito fue clamoroso. Fuimos testigos de un auténtico delirio a veces al oírle cantar. Guadalajara, que se identifica con su música y conoce el porqué de su mensaje, se sintió completamente feliz durante las dos horas, o quizás más, que duró el concierto."