lunes, 27 de septiembre de 2010

EL FUERO DE CUENCA


He encontrado diferentes motivos para incluir en este blog el comentario que me sugiere un libro que guardo en mi biblioteca y que hace años que no había vuelto a abrir. Se trata de uno de los más interesantes documentos que se conservan de la Edad Media en España: el “Fuero de Cuenca”, concedido a esta ciudad por el rey Alfonso VIII, quien la recuperó del poder musulmán en aquella fecha memorable de la historia de Castilla, como fue la del día 21 de septiembre del año 1177, fiesta de San Mateo, después de un costoso y prolongado asedio a la ciudad por parte de los ejércitos cristianos.
El primero de esos motivos no es otro que el traductor de la edición que poseo es un amigo fallecido recientemente, don Alfredo Valmaña Vicente, catedrático de Latín que fue de los Institutos de Enseñanza Media de Cuenca, primero, y de Guadalajara después. Otro de esos motivos, parejo al anterior, es que los dibujos que lo ilustran se deben a otro conquense ilustre, conocido y admirado, don Víctor de la Vega; y a ello deseo añadir que lo presenta el que por entonces (año 1977) era alcalde de la ciudad de Cuenca, don Jesús Moya Gómez, natural de Olivares de Júcar, mi pueblo natal, así mismo persona conocida y admirada. Pero me satisface, sobre todo, la traducción del mismo, realizada como se ha dicho por el profesor Valmaña, y su publicación por la Editorial Tormo en el octavo centenario de la reconquista de Cuenca, como estimable aportación a la cultura autóctona.
El “Fuero de Cuenca” no es otra cosa que un libro de leyes, de ordenanzas y de mandamientos dictados por el propio rey, que sirviesen para desenvolverse en el vivir diario de los habitantes de esta ciudad, tan importante y tan querida por el monarca que la recuperó, y por la mostró una especial predilección entre todas las ciudades y villas de su reino.
Cuenta el Fuero con 43 capítulos y con un total aproximado de 1.500 artículos, referentes a todas las actividades y circunstancias propias de aquella época, como una norma de conducta a seguir, cuyo incumplimiento obligaba a someterse a toda una serie de multas y castigos corporales, entre los que aparece la pena capital para ciertos y determinados casos. Ni qué decir que este Fuero beneficiaba en ciertos aspectos a los habitantes de la ciudad para la que se dictó y se ordenó su cumplimiento.
A título meramente anecdótico he entresacado diez de los ya referidos artículos del amplio contenido del Fuero; digamos que se trata de los que más me han llamado la atención entre otros muchos. De su lectura se saca como consecuencia que la justicia y su administración eran, a una distancia en el tiempo de más de ocho siglos, bastante diferentes de las que hemos conocido y de las que tenemos para juzgar nuestras acciones los españoles de hoy, incluidos los conquenses, naturalmente. Sírvannos pues como muestra. Son los siguientes:

Capitulo I
8.- Mando que no haya en Cuenca más que dos palacios; a saber, el del Rey y el del Obispo. Todas las demás casas, tanto la del rico como la del pobre, la del noble como la del no noble, tengan los mismos derechos y las mismas obligaciones.

11.- Todo hombre de otra villa que cometa un homicidio en Cuenca, sea despeñado y no le valgan ni iglesia, ni palacio, ni monasterio, aunque el muerto sea un enemigo suyo antes o después de la conquista de Cuenca.

Capítulo II

32.- Los hombres vayan al baño público el martes, jueves y sábado. Las mujeres vayan el lunes y el miércoles. Los judíos el viernes y el domingo. Nadie, ni mujer, ni hombre, pague por entrar al baño más que una meaja. Los criados, tanto de los hombres como de las mujeres, y los niños no den nada.
Si un hombre entra en el baño o en alguna de sus dependencias en los días que correspondan a las mujeres, pague diez maravedís. Igualmente pague diez maravedís cualquiera que aceche a las mujeres en el baño. Sin embargo, si alguna mujer, en los días que correspondan a los hombres, entra en el baño o es sorprendida en él por la noche, y alguno la deshonra o viola, no pague por este motivo pena alguna ni salga enemigo suyo.

Capítulo XI

14.- Todo el que invite a alguien a su casa a comer o a beber, o lo llame a consejo y lo mate, sea enterrado vivo debajo del muerto. Esta misma pena tenga el que mate a su amo cuyo pan coma y cuyas órdenes obedezca, o póngalo en manos de sus enemigos para que hagan con él lo que les plazca.

39.- La mujer que aborte a sabiendas, sea quemada viva, si lo confiesa; pero si no, sálvese mediante la prueba del hierro caliente. (Esta prueba consistía en quemarle la palma de la mano con un hierro candente y cubrírsela con cera y un paño de lino. Si a los tres días el juez comprobaba que había herida, se le declaraba culpable y se le aplicaba el castigo).
Capítulo XII
16.- Cualquiera que castre a un hombre, pague doscientos maravedís y salga enemigo suyo; si lo niega, sálvese con doce vecinos o luche en combate judicial. No obstante, si es sorprendido con su mujer o con su hija y lo capa, no pague nada.

28.- Cualquiera que sea sorprendido en sodomía, sea quemado vivo. El que diga a otro: “yo te jodí por el culo”, si se les puede probar que esto es verdad, ambos sean quemados vivos; pero si no, sea quemado vivo el que dijo semejante ignominia.
Capitulo XVI
41.- Si alguno de los andadores es enviado al Rey como fiel, y cambia la sentencia que haya sido dada en el tribunal del Rey, córtesele la lengua. (Los andadores eran los recaderos del Consejo, o de los jueces, y se encargaban de llevar los mensajes de viva voz, por lo que se les exigía ser rigurosamente fieles).

Capítulo XXX

37.- El Juez y los alcaldes investiguen todas las posadas si tienen sospecha de hurto, y al que le encuentren lo robado, quédese sin su parte y, además, trasquilado en forma de cruz, córtensele las orejas.

Capítulo XLIII

13.- Cualquiera que pesque desde el estrecho de Villalba hasta Belvis con algún ingenio, excepto con anzuelo, sea apresado y pierda todo lo que tenga. La mitad destínese a las obras de las murallas y la otra mitad para las necesidades de los guardas de los montes y de las aguas.
Como puede verse, ninguno de estos artículos tiene desperdicio.

martes, 21 de septiembre de 2010

LAS RUTAS NORTEÑAS DEL ROMÁNICO RURAL

La de Guadalajara es una de las provincias españolas en donde quedó como legado de la cultura medieval una muestra espléndida del arte románico. Más de ocho siglos nos separan de la época en que se fueron levantando en el suelo de la provincia cerca del medio centenar de iglesias según el viejo estilo del Císter. La franja norte de Guadalajara es un magnífico muestrario del arte románico en su modalidad rural, no menos valioso que el de las grandes catedrales europeas, pero más humilde, más al alcance de todos.

No creo que ignores, amigo lector, que estas fechas en las que perezosamente nos disponemos a estrenar un nuevo otoño, son las más indicadas para viajar por los campos y los pueblos de la provincia. La fuerza del verano ha quedado atrás; los turistas de temporada se han ido -nos hemos ido- a nuestros habituales lugares de residencia y de trabajo, y los pueblos y los campos han vuelto a quedarse solos, las calles desiertas, los campanarios encendidos cada tarde con la luz del último sol, y todos los encantos del la vida rural -la soledad es uno entre tantos- puestos al descubierto para quienes deseen aprovecharse de ellos, y que no son otros que los viajeros ávidos de sensaciones gratas para los ojos y para el corazón, o esos centenares de jubilados que alargan sus vacaciones en el pueblo hasta que los fríos de noviembre les obligan a partir en retirada: septiembre. La experiencia me dice que septiembre es el tiempo ideal para perderse por cualquiera de nuestros pueblos, y nosotros tenemos muchos, más de cuatrocientos donde elegir.
Elijamos cualquiera de los caminos que parten de la capital y salgamos en la mañana apacible del fin de semana tomando el hilo de cualquiera de las rutas, de las infinitas rutas, que nos dan la ocasión: la de los castillos calatravos, la de los campanarios, la de las batallas, la de los pairones molineses, la de los pueblos negros, la ruta del Cid, la de los gancheros, la ruta del Románico Rural... Es ésta última la que hemos preferido para hoy.
El arte románico está extendido por toda la provincia de Guadalajara. El Dr.Layna puso en catálogo hasta cuarenta iglesias conformes a ese estilo, sin contar las ya desaparecidas y las que se van sumando a la relación como consecuencia de posteriores descubrimientos, en las que así mismo se pone de manifiesto lo más significativo del arte cristiano de la Edad Media: Cifuentes, Sigüenza, Brihuega, Molina de Aragón, Labros, Hinojosa, Millana, Zorita de los Canes, Henche, Sauca, Carabias, Beleña de Sorbe, Pinilla de Jadraque, Escopete, y un etcétera mucho mayor, son puntos capitales de nuestra geografía en donde el arte románico dejó para la posteridad importantes muestras.

No obstante, en su llamada variedad rural, es decir, en arte puro de menos pretensiones, menos a la vista del público y por eso más interesante para su conocimiento y estudio, queda en aquella comarca serrana del norte de la provincia una cadena de ejemplos todavía en pie, a los que bien vale la pena referirse una vez recogidos en un solo motivo y dada su proximidad en el espacio. Su impacto cultural y artístico convierten esta ruta, la llamada del Románico Rural, en una de las más interesantes, aunque no de las más visitadas, al menos en su conjunto.
La villa de Atienza, capitalidad de toda aquella comarca, es también la que goza de un muestrario más extenso. La especial atención del rey castellano Alfonso VIII con la villa por motivos harto conocidos, dieron como inmediato resultado la construcción de varias iglesias por todos sus barrios siguiendo escrupulosamente el estilo de moda. A la ya existente de Santa María del Val, cuya portada adornada con frailecillos saltimbanquis retorciéndose en los arcos y un relieve de la Huida a Egipto, habría que añadir otras diez o doce iglesias más repartidas por los distintos barrios, con la particularidad todas ellas de los capiteles foliados sosteniendo archivoltas de medio punto en piedra caliza trabajada con maestría y paciencia: San Bartolomé, la del elegante atrio porticado, convertida hoy en museo de arte religioso; las de San Gil y la Trinidad, también museos; la de Santa María del Rey, al pie del castillo, con su magnífica portada sur que se abre al cementerio, donde las figurillas múltiples de santos y de campesinos dan cuenta del insuperable hacer de los canteros castellanos del siglo XII.

No lejos de la Villa Realenga, siguiendo por cómoda carretera en dirección poniente, la sorpresa surge en forma de puente, sillería rojiza y hechura románica sobre las escasas corrientes del río Cañamares dentro del pueblo que lleva ese mismo nombre. Lo escondido de su emplazamiento al otro lado de las casas y de los álamos, impide toda visión y todo lucimiento.
Por tierras ariscas de estepa y de tiernos pinares de repoblación, se llega muy pronto al lugar de Albendiego. Es éste el pueblo más inmediato en donde la arquitectura medieval se nos muestra en una extraordinaria joya. Se trata de la ermita (recientemente restaurada) de Santa Coloma en las afueras, pero con accesible camino por donde bajar cómodamente; bellísimo muestrario de celosías mudéjares con calados geométricos de inspiración judía adornando el triple ventanal del ábside; sin duda lo mejor que en esa particularidad ornamental se guarda en la provincia de Guadalajara. Y poco más arriba, en dirección al pueblo y junto al camino, el arte religioso popular del siglo XII mantiene todavía sobre un recio muro de sillería, las tres cruces en piedra labrada de un Calvario. Olvidado, sin que la gente repare en él, el Calvario en piedra de Albendiego parece ser parte consustancial del propio paisaje.
En la otra ribera del Bornova, aguas arriba, queda asentado en la solana de un voluminoso cerro de tierras blancas Somolinos. Detalles románicos de interés en Somolinos no los hay, pero allí queda a la salida su famosa laguna, frente por frente de un rincón pétreo impresionante al que llaman El Recuenco, y en el que han descubierto, hace muy poco tiempo, una fuente que mana abundantemente por un chorro cuyo caudal se pierde buscando más abajo el cauce común del Bornova.
Y Campisábalos más adelante. Los “molinos” que convierten la fuerza del viento en energía son los nuevos invitados del paisaje sobre los altos serranos por los que caminó el Cid. Campisábalos es por propio merecimiento parada obligatoria para los amantes del mundo medieval, para los estudiosos de sus costumbres y de su arte. Además de algún interesante ventanal, la iglesia de Campisábalos muestra dos portadas gemelas, inspiradas las dos en el gusto mudéjar, ingrediente, como venimos viendo, bastante común dentro del arte románico popular que prevalece al paso de los siglos por toda aquella cinta de tierras altas. Entre las dos portadas de la iglesia de Campisábalos, bajo cubierta una y al exterior la llamada de Sangalindo, se conserva un tanto desgastada por el influjo del tiempo y de los elementos climatológicos, la procesión ornamental de un mensario esculpido en altorrelieves sobre los bloques de piedra, a modo de cenefa en la que están representadas escenas campesinas referentes a las labores más características de los meses del año. El interesante mensario, único en disposición lineal, concluye con una escena de caza de jabalí con perros, y con otra final en la que dos guerreros medievales cruzan sus lanzas luchando a caballo.

Villacadima. Hay que desviarse a mano izquierda poco más allá de Campisábalos y tomar la carretera que sale hacia Galve de Sorbe. Tierras frías, entrañable páramo que aboca en Villacadima agazapado en un hoyo. Durante algunos fines de semana, y más todavía en verano, no suelen faltar pobladores en Villacadima. Durante el resto del año el pueblo se queda solo. El cementerio en las afueras, las fuentes siamesas pueblo arriba, el campanario, y al pie la portada románica de su iglesia restaurada que siempre causa sensación. Pasar por la carretera de Villacadima y no detenerme a visitar por enésima vez la portada de su iglesia produce en mi ánimo cierto pesar, Allí está, amigo lector, para ser vista, para disfrutar de lo antiguo y montar en tu imaginación miles de historias pueblerinas en aquel escenario simpar casi siempre en silencio, desde que el último de sus habitantes decidió marcharse de allí y dejar al pueblo solo. Han levantado algunas casas nuevas para el verano. La triste historia de una veintena larga de pueblos nuestros, a los que angustia el peso de su ayer en los días cortos y en las noches largas de los inviernos. Dicen que el correr de la vida sigue su curso y que es de necios lanzar coces contra el aguijón, pero habremos de reconocer que durante el último medio siglo la vida ha corrido demasiado aprisa en nuestro medio rural, dejándolo todo, abandonándolo todo, incluso estas magníficas joyas de piedra medieval irrepetibles, únicas, que solemos encontrar en tantos de nuestros pueblos al amparo de nadie, y que no deja de ser un verdadero milagro encontrarlas allí, para nuestro gozo y disfrute. Ahora somos nosotros quienes tenemos ocasión de aprovechar tan valioso legado. Una hora o poco más de viaje desde la capital tienen la culpa. Vale la pena dedicarles unas horas, un día, antes de que el invierno a la vista multiplique los inconvenientes que al emprender un viaje pudieran surgir.
(En la fotografía, portada románica de la iglesia de Canmpisábalos)

martes, 14 de septiembre de 2010

GALERÍA DE NOTABLES (III): HERVÁS Y PANDURO



Lorenzo Hervás y Panduro es uno de los personajes de más valía y mayor renombre que ha dado la provincia de Cuenca en toda su historia.
Nació en Horcajo de Santiago el 10 de mayo de 1735, hijo de Juan García Hervás y de Inés Panduro, modestos agricultores de este conocido pueblo manchego. Ingresó en la Compañía de Jesús en calidad de alumno al cumplir los once años. Estudió Filosofía y Teología en la Universidad de Alcalá, y fue ordenado sacerdote en el año 1760. Como consecuencia del decreto de Carlos III, por el que se ordenaba la expulsión de los Jesuitas en todo el territorio españpl, Lorenzo Hervás tuvo que marchar a Italia -Cesena primero y Roma después-, donde empezó a trabajar en una monumental Enciclopedia de la Humanidad, en la cuál se incluía un catálogo inicial en italiano de todas las lenguas conocidas del mundo; al que seguiría un catálogo mucho más extenso, ahora en español, aprovechando todo el material que pudo recoger de otros jesuitas que habían trabajado como misioneros en diferentes países de la tierra.
En la obra de Hervás y Panduro, conocida como Catálogo de las lenguas, se describen las particularidades filológicas de más de 300 lenguas diferentes, dando cumplido detalle de la Gramática de más de cuarenta idiomas.
Como importante erudito y gran filólogo que fue, escribió una metodología y didáctica especial destinada a la educación de discapacitados, método de lectura y escritura que tituló Escuela española de sordomudos.
Hervás y Panduro fue un profundo conocedor de las lenguas, pero fue ademá un didáctico eminente, apasionado por la Arqueología, y como tal enseñó en varios colegios de Jesuitas: Madrid, Cáceres, Murcia; fue director del Real Seminario de Nobles de la capital de España, miembro de la Academia Real de Dublín y de la Academia de Cortona, bibliotecario del papa Pío VII, entre otros cargos y ocupaciones de especial relevancia, siempre en relación con el estudio y estructura de las lenguas.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

JADRAQUE


Se trata de una de las villas más importantes de la provincia de Guadalajara, situada a 46 kilómetros de distancia desde la capital, siguiendo la carretera de Soria. Su censo de pobla­ción oscila en torno a los 1300 habitantes de derecho, contando a los de Castilblanco de Henares, su barrio anejo. La extensión de su término es de 39,3 km², y queda a 832 metros de altura sobre el nivel del mar.
Jadraque, siempre a la sombra de su Castillo de Cid, alzado sobre la cumbre de un cerro cónico, es para los guada­lajareños villa señera por diferentes razones de historia, de arte, de representatividad y de vida, activa y perpetuada hasta hoy.
Su origen resulta incierto. Se sabe que hacia el siglo IX hubo sobre el cerro jadraqueño un torreón de cuya existencia dan fe las crónicas medievales. El primitivo caserío estuvo durante casi cuatrocientos años en poder de los árabes. Luego pasó a pertenecer al común de Atienza, haciéndose inde­pen­diente con sus territorios propios en el año 1434, por manda­miento real de Juan II de Castilla, dando así lugar a un nuevo señorío con 49 enclaves de población. Hacia 1492, el Cardenal Mendoza acabó la construcción del flamante castillo-palacio en el mismo lugar donde había estado la primitiva fortaleza mora, y que cedió con el derecho de Condado de Cid a su hijo don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza.
Tal vez los hechos más importantes que registró la Era Moderna en la historia de Jadraque sean el que allí, en la que llaman Casa de las Cadenas, la reina Isabel de Farnesio, en días anteriores al de su matrimonio con Felipe V, dio de bofetadas y expulsó de España a la Princesa de los Ursinos, persona influyen­te hasta entonces en los asuntos de Estado dentro de la Corte de quien había de ser su esposo. El histórico hecho tuvo lugar durante la noche ante­rior a la Nochebuena del año 1714.
Registra asimismo la villa del Henares la estancia duran­te más de tres meses del célebre escritor y político don Gaspar Melchor de Jovellanos en el verano de 1808, a quien parece ser que acompañó durante algún tiempo el pintor Francisco de Goya, cuyo retrato del ilustrado personaje -ahora en el Museo del Prado- se dice que pintó mientras estuvo con él en el palacete de Arias Saavedra.
Otro importante acontecimiento liga a esta villa con la Historia Nacional del siglo XIX; pues hay constancia documentada de que en el año 1836 llegó a Jadraque el dirigente carlista Gómez; allí hizo prisionera a una brigada de los ejércitos isabelinos formada por dos batallones de la guardia, veinticinco caballos y dos piezas de artillería. Desde esta villa del Henares pidió a Cabrera y a otros jefes aragoneses y valencianos que unieran sus fuerzas a la columna expedicionaria dirigida por él, proponiéndoles llevar a efecto algunas incursiones fuera de las provincias en las que habían ofrecido batalla hasta entonces.
Es de destacar en Jadraque su ancestral costumbrismo, su especialidad gastronómica en la preparación del "cabrito asado", y las modernas industrias para la elaboración de alabastros artísticos. La iglesia jadraqueña, de bella porta­da manierista, obra de Pedro de Villa Monchalián, guarda algu­nas piezas de valor incalculable, entre ellas el famoso Cristo de los Milagros, hermosa talla atribuida a Pedro de Mena, y un lienzo de Cristo recogiendo sus vestiduras, obra firmada por Zurbarán en 1661. En la ermita de la Soledad conserva la villa la imagen venerable de su santo patrón, el Cristo de la Cruz Acuestas.
Son hijos de Jadraque personas de la talla del poeta José Antonio Ochaíta, nacido en 1903, y del Diputado, Senador del Reino y Alcalde de Guadalajara durante varias legislaturas, José María Bris Gallego, nacido en esta villa el año 1937.
Jadraque fue y sigue siendo el foco principal del comer­cio y la capitalidad efectiva de toda aquella comarca.

jueves, 2 de septiembre de 2010

EN EL CENTENARIO DEL "CRIMEN DE CUENCA"



Uno de los errores judiciales más graves que se han conocido hasta ahora, y que mayor notoriedad produjo no sólo en España, sino también lejos de ella, cumple por estos días su primer centenario. Fue todo un proceso de equivocaciones, de falta de tacto y de responsabilidad profesional por parte de las autoridades competentes del momento, lo que dio origen al famoso Crimen de Cuenca, una provincia entera que, con la herida abierta entre dos pueblos vecinos durante años y décadas, ha venido sufriendo el sambenito de “Provincia del crimen”, ante el que con toda justicia se sublevan -nos sublevamos- todos los conquenses, defendiendo el honor del terruño en todo momento y en todo lugar. La película “El Crimen de Cuenca” de Pilar Miró, estrenada en 1979 y rodada en los mismos lugares donde sucedieron los hechos que en ella se cuentan, ha servido para esclarecer en parte viejas teorías. A un siglo de distancia la cicatriz en estos pueblos está completamente cerrada, “pero se nota las señal”, dicen algunos lugareños, y se notarán por años y generaciones tal vez, debido principalmente a la resonancia que tuvo, a la importancia que tuvo, y al mal trato informativo que se le dio, no falto de un cierto matiz frívolo y burlesco, con el que se presentó en sociedad a partir de su resolución, allá por el año 1926, como se verá después.

Los hechos
Sitúate, amigo lector, en un pueblo de la Mancha Conquense (Osa de la Vega) allá por la primera década del siglo XX; en la casa de labranza de un terrateniente local, Francisco Antonio Ruiz, en la que trabaja como pastor José María Grimaldos López, apodado El Cepa y natural del pueblo vecino de Tresjuncos; como mayoral León Sánchez, y como guarda Gregorio Valero, ambos naturales y vecinos de Osa de la Vega.
Fue el día 21 del mes de agosto de 1910 cuando, sin saber cuál pudo ser realmente el motivo, despareció del pueblo el pastor José María Grimaldos. Días después, muy pocos días después, se empezó a sospechar en Tresjuncos que El Cepa había muerto asesinado por los otros dos trabajadores de la casa, posiblemente para robarle el dinero que había cobrado por la venta de algo de ganado. El juez de Belmonte, a cuyo partido judicial pertenecía el pueblo, citó a declarar a los dos sospechosos y los dejó en libertad al no haber encontrado en el interrogatorio pruebas suficientes de culpabilidad. La enemistad y las acusaciones entre los dos pueblos, Osa de la Vega y Tresjuncos, comienza a tomar caracteres preocupantes. El nuevo juez que llega a Belmonte, Emilio Isasa, cree oportuno reabrir el caso dos años después, y con ello comienzan de nuevo las acusaciones, se recrudecen los odios, las torturas a los dos detenidos (arrancarles las uñas, privarles de beber agua, palizas frecuentes por parte de la Guardia Civil). El juez ordena que se extienda acta de defunción del pastor Grimaldos, sin que hasta entonces hubiese aparecido el cadáver.
En 1918 se inicia en Cuenca el juicio contra los dos acusados. Un juicio falto de datos contundentes y esclarecedores, que se resuelve con la condena de 18 años de prisión para cada uno de ellos. El cadáver, en tanto, seguía sin aparecer.
La enemistad entre las dos familias y entre los dos pueblos llegó a límites insostenibles: manifestaciones con varas y garrotes, constantes amenazas…Las familias de los encarcelados dejaron de hablarse y entre ellas comenzaron las acusaciones, pues habían llegado a sospechar de ellas mismas, creándose un clima entre pueblo y pueblo, entre familia y familia, imposible de seguir pudiéndose soportar durante más tiempo.
En esto llega el mes de julio de 1925. Los dos encarcelados se acogen a un indulto que los pone en libertad después de doce años de prisión y de quince desde que comenzaron las sospechas. El cadáver del Cepa sigue sin aparecer. El encono entre los pueblos y las familias vuelve a recrudecerse, ahora con las personas de los presumibles asesinos andando por las calles.

El sorprendente final
Habían pasado siete meses desde que León Sánchez y Gregorio Valero salieron de la cárcel (febrero de 1926), cuando el cura párroco de Tresjuncos recibió por correo una notificación escrita, procedente de la parroquia de Mira (otro pueblo de la provincia situado en la Baja Serranía), en la que se le solicitaba la partida de bautismo de José María Grimaldo López, requisito para que éste contrajera matrimonio canónico como perteneciente a aquella feligresía. Se trataba del Cepa.
La noticia cayó en aquellos pueblos como es fácil imaginar. De nuevo la Justicia en acción. Interviene el juez de Belmonte que ordena detener al susodicho José María Grimaldos. La prensa nacional e internacional se hace eco del suceso y de su inesperado desenlace. El Ministerio de Justicia manda que de manera inmediata se interponga recurso de casación contra la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Cuenca y que se reconozca oficialmente la inocencia de León Sánchez y de Gregorio Valero, así como que se fijen las indemnizaciones correspondientes por parte del Estado para ambos acusados, si bien el mal hecho era irreparable. A los dos se les dio como compensación un puesto de guardas en Madrid a cargo de su ayuntamiento.

Hoy en aquellos pueblos

He querido seguir la huella de todo lo que allí pasó, cien años después. Coincidiendo con la efemérides de este primer centenario viajé hasta los referidos pueblos hace escasas fechas. Osa de la Vega y Tresjuncos están a muy corta distancia de la villas de Belmonte, cabecera de partido judicial en plena Mancha y patria chica de uno de nuestros más insignes autores del Siglo de Oro, Fray Luís de León.
Ha pasado mucho tiempo y como podemos imaginar todavía quedan de todo aquello bastantes cabos sueltos, muchas preguntas sin responder que todos nos hacemos. No busco la respuesta porque el tiempo lo borra todo y seguro que no las hay, o al menos no las hay para el hombre de la calle. De los protagonistas de tan tremenda historia pienso que apenas quedará el recuerdo y algunos familiares vivos.
Osa de la Vega y Tresjuncos se encuentran escasamente a media hora de camino a pie. Dos pueblos típicamente manchegos, de casas blancas y calles limpias y cómodas. La Osa aparece al principio de la ancha vega que le da nombre, extendido en el llano; Tresjuncos al final, escalonado sobre la vertiente de una suave colina. La población actual debe de andar en torno a los quinientos o seiscientos habitantes de hecho en cada uno de ellos. Tal vez Osa de la Vega sea un poco mayor; un pueblo próspero, embarcado en la aventura de nuevas industrias de producción de energía. Los jubilados de Osa de la Vega, entre los que se cuentan habitualmente los nietos de nuestros protagonistas, conversan animadamente a la sombra densa de los árboles de la Plaza, al lado de dos monumentos significativos y muy distintos: la estatua en bronce del héroe local, Gregorio Catalán Valero, soldado de uno de los batallones que se batieron el cobre en Filipinas en 1899; y el motor monumental de la antigua fábrica de harinas, una pieza impresionante de colosales dimensiones. En Tresjuncos destaca el edificio de su ayuntamiento en la Plaza Mayor, en esta ocasión, por ser lunes, la encuentro ocupada por los vendedores ambulantes del mercadillo.
Juan Garde es un hombre joven, alcalde de Osa de Vega durante los últimos quince años; una persona abierta y amigable, que me advierte cómo la rivalidad entre La Osa y Tresjuncos ya no existe, que son dos pueblos vecinos con un trato absolutamente normal, sin que entre ellos cuente nada de lo que pudiera haber ocurrido cien años atrás. Pues una vez conocido por todos lo que ocurrió, tanto allí como en Tresjuncos, es claro que sólo existieron dos culpables: José María Grimaldos por el hecho inconcebible de desaparecer sin dejar rastro, y el juez, por actuar de la manera que lo hizo, saltándose a su antojo algo tan elemental como dar orden de que se extiendiese la partida de defunción de una persona, sin haber encontrado el cadáver y actuar en consecuencia, lo que trajo como resultado toda una serie en cadena de errores y despropósitos mayúsculos, con dos víctimas de por medio: Gregorio y León, con sus familias, naturalmente.
Por cuanto al comportamiento de la Guardia Civil, opina el alcalde -y en parte estoy de acuerdo con él- que le cargan de manera casi exclusiva toda responsabilidad, cuando realmente se limitó a cumplir lo ordenado por el juez; si bien -pienso yo-, los métodos empleados debemos reconocer que fueron irracionales, estaban fuera de todo lugar, si es que las torturas a las que fueron sometidos que se muestran en la película de Pilar Miró, como así dicen sus familiares vivos, todavía se quedan cortas.
En fin, cien años de un hecho singular que en su día dio la vuelta al mundo, deben servir para pasar página definitivamente, aunque, al menos como fábula, dada su repercusión, continuará en el decir de las gentes por tiempo sin límite.
En la fotografía: monumento al héroe de Filipinas en Osa de la Vega