En
el año 1992, el Ayuntamiento de Trillo publicó en edición facsímil dos libritos
cuya edición primera había visto la luz en el año 1840. Los dos constituyen un
valioso documento acerca de los que fueron en sus momentos de esplendor los
famosos Baños de Carlos III, cuya ubicación conocemos y somos testigos de su
paso al admirable mundo de la leyenda. Uno de ellos se titula "Tratado de
las aguas minero-medicinales del establecimiento de baños de Carlos III"
del que fue su autor D. Mariano José González y Crespo, médico-director por
S.M., que trata, como en su largo título se anuncia, de la composición de las
aguas del establecimiento, de las enfermedades para las que eran recomendables,
además de otros datos referentes a la época, al paraje y en general a la villa
de Trillo. El otro se titula "Guía de enfermos ó itinerario de Madrid á
los baños minerales de Trillo", cuyo autor no figura en la portada y lo
fue el mismo del libro anterior, aunque sí
que aparece el nombre de la imprenta, la de don Norberto Llorenci,
advirtiéndose al lector que la obra escrita es propiedad del editor, cuya
rúbrica figura impresa en cada ejemplar.
Al
segundo de los dos libros reseñados es al que hoy vamos a dedicar este breve
comentario, por lo que tiene de evocador y de ilustrativo a pesar de su corta
extensión, pues no va más allá de la 48 páginas en tamaño octavilla, incluyendo
títulos, créditos, índice, y demás aditamentos que siempre debe llevar todo
libro que se precie, y más todavía los que proceden de aquella época tan
característica, la efervescencia del movimiento romántico por toda Europa,
cuando a estas cosas los editores solían prestar especial cuidado y los
lectores la mayor importancia.
La
fama de los balnearios en aquellos tiempos debió de ser extraordinaria. Las
familias más pudientes del país solían acudir a ellos con cierta regularidad,
buscando solución a sus problemas de salud, o simplemente al reclamo de la
comodidad, o del glamour que ya se apuntaba, y que por lo general ofrecían a
sus clientes tanto las instalaciones como los parajes, siempre en contacto
directo con la naturaleza. Algunos de estos lugares, como el Solán de Cabras en
la Serranía de Cuenca, o La Isabela en
la Alcarria, tomaron para la posteridad la etiqueta de "reales
sitios", por ser asiduos entre los usuarios los Reyes de España, sobre
todo Fernando VII, quien, de baño en baño, buscaba solución a la infecundidad
de sus esposas inútilmente.
En
viaje sobre ruedas acudían los bañistas desde Madrid hasta Trillo, es decir,
haciendo uso de góndolas, fastones, galeras, coches, tartanas y calesines, bien
como encargo o alquiler, bien con carruajes de punto en línea regular. Según la
"Guía de enfermos", los vehículos a tiro de caballo salían de Madrid por
la Puerta de Alcalá; pasaban luego por Canillejas, Puente de Viveros, Torrejón
de Ardoz, Alcalá de Henares, Venta de Meco y nuevo parador del conde de la
Cortina, Guadalajara, Taracena, Valdenoches, Torija, Brihuega, Malacuera,
Solanillos y Trillo. Salían de Madrid al amanecer y pernoctaban en Taracena;
el día siguiente lo empleaban completo para llegar a Trillo: «La última jornada
-se dice en la Guía- es más embarazosa por ser las leguas de Torija a Trillo
muy largas, por no hallarse la carretera en el brillante estado que el arrecife
de Zaragoza, y por haber varios pedazos de terreno bastante quebrados, siendo
los más notables las cuestas de Brihuega y la de Malacuera, las vueltas y
revueltas que hay antes de bajar a Solanillos, y algunos otros sitios demasiado
pendientes que existen desde este pueblo a Trillo, y así en el segundo día, a
pesar de ser menor el número de leguas, se invierte en el camino, por lo menos,
tanto tiempo como en el primero.»
El
precio total del asiento en góndola, que era el vehículo más cómodo, era de
setenta reales en la berlina, sesenta en el centro y cincuenta en la rotonda;
en las galeras el precio era de cuarenta reales, de los cuales los niños
pagaban sólo la mitad. Los carruajes salían de Madrid cada cinco días.
Nos
da cuenta el librito a continuación acerca de la villa de Trillo, y
detalladamente sobre el establecimiento de los baños: «Hay en él bellas y
majestuosas alamedas de gruesos y elevados chopos, llanos y cómodos paseos,
montes pintorescos, cubiertos de eterno verdor, infinidad de plantas aromáticas
que embalsaman su pura y saludable atmósfera, y buenos y sólidos edificios. En
este valle o cañada brotan siete manantiales minero-medicinales, cuatro de
ellos de diversa temperatura y naturaleza.»
El
primero de los manantiales a los que se refiere el texto, es decir, al primero
que se encontraba yendo desde Trillo, fue el de la Princesa, con cuatro
habitaciones (dos para pilas y dos para el descanso) y agua que brotaba a treinta
grados centígrados de temperatura. Al segundo le llamaban la fuente del
Director, que se descubrió en el año 1830 y brotaba por un sólo caño; su
temperatura era de veinticuatro grados. El tercero de los manantiales era la
fuente del Rey; debía de ser una fuente muy hermosa, con dos caños de bronce y
abundante caudal; el agua salía a veintiocho grados y medio de temperatura. El
cuarto manantial era el más abundante de todos; de él se surtía la fuente del
Rey. El edificio contaba con cuatro pilas y ocho habitaciones. El quinto manantial
se llamaba del Príncipe o de militares Pobres; el agua le llegaba canalizada
desde la fuente del Rey, siendo la temperatura muy similar a la que tenía en su
nacimiento; constaba de dos departamentos diferentes, y en su balsa podían
bañarse con toda comodidad hasta diez personas. El de la Condesa era el sexto
manantial; estaba situado en las orillas del Tajo; cuando lo disponía el
Director el agua de la fuente se mezclaba con la del río, para disminuir su
efecto en los casos que era necesario; sólo contaba con una pila, aunque
hubiera podido soportar tres más con la riqueza de su caudal. El séptimo
quedaba junto al edificio de baños de la Princesa; era de diferente naturaleza
al resto de las fuentes; su temperatura solía ser de veintiséis grados. A la
última fuente se le llamaba Leprosa, debido a la virtud de sus aguas para curar
toda clase de erupciones en la piel por graves que fuesen.
De
los efectos curativos nos da idea el siguiente párrafo: «con el uso de estas
aguas en bebida y baños se han curado infinidad de herpes horrorosos, sarnas
envejecidas, úlceras rebeldes de esta naturaleza, irritaciones crónicas de la
piel irisipelatosas y pustulosas, comezones insufribles, lacerías incipientes y
otras muchas dolencias que habrían resistido al plan terapéutico más
enérgico...»
Los
baños eran de primera y de segunda clase aunque fueran los mismos, sólo se
distinguían en las temporadas de mayor concurrencia, por tener o no una hora
fija para bañarse. A los primeros se les llamaba "baños de hora" y
costaban ocho reales cada baño; los de segunda clase pagaban cuatro reales por
baño, si bien, padre e hijo, madre e hija, marido y mujer, podían bañarse los
dos por el precio de uno en presencia del Director.
El
orden por cuanto a higiene era admirable dentro de los precarios medios de los
que se disponía en comparación, naturalmente, con los que disponemos hoy. En lo
posible se procuraba evitar los contagios haciendo el debido uso de las
corrientes del agua. Así se explica en la guía en su capítulo VI: «Todos los
enfermos acomodados se bañan separadamente, sin que jamás sirva a uno el agua
del otro; ésta corre de continuo todo el tiempo que dura el baño, estando a
discreción del bañista el disminuir la cantidad absoluta del caudal que arroja
el surtidor.»
Curioso
e interesante. Lástima que el espacio del que disponemos no nos permita reseñar
más detalles. Con la "Guía de enfermos" en la mano -documento
admirable- uno trae a la imaginación el vivir de nuestros bisabuelos; pues si
los más pudientes de la sociedad española de entonces solucionaban sus
problemas de salud de aquella manera, ¿cómo lo harían las clases menos
pudientes, los campesinos de a pie que fue la raíz y el origen de tantos de
nosotros? La media de edad en todo el occidente europeo, el espacio más
civilizado de la tierra, no llegaba a los cuarenta años.
(En las fotografías: el río Tajo a su paso por Trillo; Edición facsimil de la "Guía de enfermos"; y estado actual de la casa de los Baños.)
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