martes, 7 de diciembre de 2010

EN LA CIUDAD ROMANA DE VALERIA


Hemos viajado a un pueblo de nuestra región, notable por su antigüedad y por los restos que allí quedan a la vista de todos. Más de veinte siglos de existencia testimonian las excavaciones llevadas a cabo en torno al pueblo, si bien, conviene reseñar que una buena parte de lo que todavía se ve nunca quedó sepultado bajo tierra, sino que muy por el contrario siempre estuvo a la vista, aguantando todo tipo de efectos dañinos a la intemperie, hasta el día de hoy en que a expensas de los organismos oficiales se van descubriendo nuevos restos y ampliando el recinto de la que en otro tiempo fue la ciudad romana de Valeria, una de las tres que asientan en la actual provincia de Cuenca. Las otras dos serían Segóbriga y Ercávica, ésta última muy cercana a nosotros en la Alcarria del Guadiela.
La ciudad de Valeria estuvo situada en lo alto de un cerro al que rodea la hoz espectacular que tajó el arroyo Gritos, junto a la carretera que va desde Cuenca a la villa de Valverde del Júcar. Un paraje muy particular de nuestra región, al que nunca se le dio la importancia histórica y paisajística que merece.

Se necesitaría, como es fácil suponer, todo un tratado para dar mediana cuenta del pasado de esta ciudad romana, lo que está completamente fuera de nuestro propósito. Documentos hay, escritos por responsables investigadores, en los que uno se puede informar debidamente de lo que hasta los primeros años del siglo VIII pudo ser la que ha llegado hasta nosotros con el rotundo apelativo de la Gran Valeria.
Todo apunta a que la ciudad fue fundada hacia el año 82 antes de Cristo por el pretor Valerius Flacus. Se sabe que Roma le concedió el derecho del Lacio y la incorporación al Convento jurídico Cartaginense. Durante la España visigoda alcanzó el rango de sede episcopal, sufragánea de la metropolitana de Toledo. Ya en el año 589 aparece documentado el nombre de su primer obispo, de nombre Juan, uno de los presentes en el Tercer Concilio de Toledo, aquel en el que, renunciando al arrianismo, el rey visigodo Recaredo se convirtió a la fe católica con todo su pueblo. Los sucesivos obispos valerienses asistieron a todos los concilios toledanos, hasta el punto que el último de ellos, llamado Gaudencio, participó en el decimoprimero y en todos los demás hasta el decimosexto, siendo en éste en el que suscribió las actas en primer lugar por tratarse del obispo más antiguo entre los asistentes. De la sede valeriense, y aun de la propia ciudad, se dejó de tener noticia a partir de la segunda década del siglo VIII, a cuya decadencia y posterior desaparición debió de contribuir la invasión musulmana de la Península iniciada en el año 711.
A diferencia de otras ciudades romanas, Valeria nunca ha ofrecido dudas en su localización; pues ha conservado su nombre latino hasta nuestros días, si bien salvando algún periodo de la historia reciente en el que se llamó Valera de Arriba, hasta recobrar de nuevo su denominación primitiva a mediados del pasado siglo. De ahí que las referencias han sido continuas en los tratados de los más importantes historiadores, sobre todo a partir del siglo XVI. Martín del Rizo la llama Quemada, por haber sido incendiada por los romanos en su lucha contra los cartagineses, nombre que antes había empleado al referirse a ella el P.Mariana. Marcos Burriel, el P.Florez, Ponz, Cean Bermúdez, y muchos más en épocas recientes, se han ocupado de recopilar datos y de descubrir inscripciones en sus piedras. Las excavaciones, llevadas a cabo no con demasiado empeño, comenzaron en el año 1974.

Lo más interesante que hay a la vista entre lo descubierto en las ruinas de Valeria, es el “ninfeo” o fuete gigante a la que en su tiempo bajaban las aguas desde los grandes aljibes situados en la parte superior. Tanto la recogida de aguas como su distribución a la ciudad por los diferentes canales que se iban alineando uno junto al otro, abasteciéndose del contenido de los aljibes a través de una galería abovedada en conexión con las diferentes salidas, debieron ser la nota más sobresaliente de la ciudad; pues los 85 metros de longitud que tiene la galería abovedada, solo fue superada en cuatro metros más por el “Splizonium” de Septimio Severo, en Roma, destruido hacia el año 500. De la grandiosidad de esta obra, nos da hoy una idea bastante aproximada lo que en estado de ruina todavía se conserva.

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