He vuelto a Sayatón, importante lugar de la Baja Alcarria después de una temporada de ausencia demasiado larga. Sólo algunos rincones muy concretos he sido capaz de recordar después de tanto tiempo.
Hice este viaje en dirección favorable a las aguas del Tajo, que desde los aledaños de Sacedón corre manso, dibujando meandros por una ancha vega repleta de vegetación. Es una delicia viajar por aquellos parajes cuando la tarde de junio comienza a declinar. El caserío de Anguix, vallada la finca y prohibida la entrada como propiedad particular, queda al borde del camino, con los restos de su castillo medieval al otro lado, desde donde quiero recordar haber visto en otro tiempo uno de los paisajes más sublimes de la diversa Alcarria con el río como protagonista.
Sayatón, el pueblo, se alcanza a ver en la media distancia subido sobre la suave peana que deja la ribera a mano derecha del cauce del río, teniendo a sus pies una vega formidable, sembrada de cereal ya maduro en lo que antes fue generoso suelo de hortalizas, regado a placer con las aguas del Tajo.
De paseo por el pueblo
Acabo de subir hasta lo más alto del pueblo atravesando calles limpias y plazuelas solitarias. Dejo el coche junto a un pequeño monumento, a modo de pirámide escalonada, que sostiene sobre lo alto una artística cruz de hierro. Más arriba el llano de las eras, desde donde queda al descubierto una visión amplísima de tierras de la Alcarria, con todos sus efectos, sus contrastes y sus atributos, remarcados por la claridad de la tarde. Pasa junto a mí un hombre entrado en edad que porta en una mano un escavillo y en la otra dos cubos de plástico de distinto tamaño. El hombre me ha dicho que se llama Casimiro, y anda un poco de cabeza con los pájaros que le destrozan el huerto que tiene en las orillas del pueblo.
- Pues sí señor; tengo ahí cuatro tomateras, y los tordos me las están destrozando. Voy a ver si las riego un poco.
- Tienen un pueblo estupendo, muy bien cuidado; pero se me antoja que con poca gente.
- Poca. Viviendo aquí a diario somos cuatro viejos. El pueblo está muy bien. Si baja usted por lo de San Roque y toda aquella parte, verá que se han hecho algunas cosas nuevas.
- Digo yo que la vega debió de ser una importante fuente de riqueza cuando la tuvieron de huerta ¿no?
- Claro que lo era. Y con toda el agua que hiciera falta para regarla. Ahora ya lo ve usted, de cebada o de baldío. La vida ha cambiado mucho de lo que era antes.
No lejos de allí, algo más abajo, se llega a la placita del Ayuntamiento, un edificio nuevo situado muy cerca de la iglesia, que luce en su balcón la bandera de España y el reloj municipal coronando la fachada. Al respaldo de la iglesia se abre, más ancha y más antigua, la Plaza de los hermanos Alcalá Galiano, notables personajes nacidos aquí, y de los que uno de ellos, don Félix, hombre sencillo y de excelente condición, alcanzó en la milicia el grado de general de división y ostentó cargos importantes a nivel de estado. Don Félix Alcalá Galiano falleció en Guadalajara el 21 de febrero del año 2005.
Desde el mirador que en el pueblo conocen por el Miralete Alto, me detengo a contemplar el impresionante panorama que desde aquella altura ofrece la vega, con sus campos de mies comenzando a teñirse de amarillo, y por cuya mitad baja el río dibujando un ancho meandro camino de la extinta Central Nuclear, ya a poca distancia.
En la calle y plaza de San Roque, ya en lo más bajo del pueblo, se encuentran una buena parte de los centros al servicio del ciudadano, algunos de ellos ocupando sólidos edificios de piedra labrada y otros en estancias de más moderna construcción: la ermita del Santo, la sede de la Asociación de Pensionistas, el bar, el juego de pelota; y al final de la calle, teniendo al campo por vecino, la moderna picota de piedra tallada, nueva, impecable, perfecta, adornada en su pie por el escudo de la villa, cuatro cabezas de león en el capitel, y una cruz como remate del mismo material. Bella estampa ésta de la picota, levantada en el año 2000, y a la que le falta, como así la tienen tantas más de su especie sin salir de la Alcarria, la pátina de la piedra envejecida que se irá recobrando con el correr del tiempo.
La bella Lupe Sino
Y ya con la tarde de caída, perdido por la encrucijada de calles que suben y bajan entre ambos barrios, a uno se le ocurre pensar si todavía estará en pie, o quedará algo siquiera, de la casa en la que el 6 de marzo de 1917, vino al mundo una mujer hoy olvidada por todos, incluso por la mayor parte de sus paisanos; pero que de haber rodado las cosas de manera distinta a como sucedieron, pudo haber sido considerada durante años, y tal vez durante siglos, como la “Viuda de España”, un título tan de hoy y tan manido. Me refiero a Antoñita Bronchalo Lopesino, “Lupe Sino” en el mundo del arte, la novia de Manolete, el más legendario de los nombres que desde su existencia haya podido dar en todo el planeta el Arte de Cúchares.
El interés al que en su tiempo dio lugar la pareja formada por el diestro cordobés y la bella alcarreña, ha vuelto a surgir del olvido desde que se conoció la intención de rodar una película sobre la vida y amores del famoso torero, con Adrien Brody como Manolete y Penélope Cruz en el papel de Lupe Sino.
De esta mujer se sabe que fue una actriz mediocre, bellísima; que su primer encuentro con el torero tuvo lugar en el conocido bar Chicote de Madrid en el año 1943, en presencia de Pastora Imperio, amiga de ambos, que los puso en contacto. A partir de entonces, la relación entre la bella alcarreña y el famoso diestro fueron cada vez más frecuentes, hasta acabar en una relación estable.
Manolete vino a su pueblo con Antoñita en alguna ocasión, aunque lo hizo con mayor frecuencia al vecino lugar de Fuentelencina, donde residía una de sus hermanas. En Fuentelencina pasó el torero largas temporadas, casi completo el año 1946, donde alternó en fiestas y en reuniones frecuentes con los lugareños.
Conviene decir que desde que comenzó la relación entre Antoñita Bronchalo y Manolete, la oposición de la familia del torero fue rotunda, sobre todo por parte de su madre, doña Angustias Sánchez, quien llevada por las habladurías y sin razones suficientes y mucho menos comprobadas, prefirió entrar de lleno en aquella rueda de calumnias mordaces en detrimento de la felicidad de su hijo.
Con el nombre de Lupe Sino (derivado de su segundo apellido) Antoñita Bronchalo intervino en varias películas durante la década de los años cuarenta. Viajó a México con Manolete en dos temporadas, hasta que la tragedia de Linares, en aquella tarde fatal del verano del 47, acabó con la vida del torero y con la explosiva felicidad de Antoñita; pues para mayor dolor, no se le permitió visitar en la enfermería de la plaza al novio agonizante, por miedo -se dijo- a que en el último momento el diestro llegase a pedir el matrimonio in artículo mortis.
La vida de Lupe Sino fue a partir de entonces una sucesión de desdichas; pues luego de haber participado en la última de sus películas se fue a México, y allí se casó más tarde con una abogado de nombre Manuel Rodríguez, lo mismo que el torero muerto, (caprichos de la vida), hombre adinerado y del que se divorciaría poco después en su deseo de volver a España. Murió sola y olvidada de todos en su casa de Madrid, de muerte repentina. Era le mes de septiembre de 1959 y solo contaba 42 años. Sus restos reposan en humilde tumba, junto a sus padres, en el cementerio madrileño de Hortaleza. Todo un contraste con el llorado final de su amado, cuya muerte y cuyo entierro conmovió a toda España.
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