martes, 2 de agosto de 2011

GUADALAJARA EN LA LITERATURA

La provincia de Guadalajara ha tenido, desde los orígenes de nuestra lengua, un atractivo especial para los escritores de todas las épocas. Se ve, y así lo podemos asegurar ante la evidencia de los hechos, que es una tierra que se presta a ser cantada, contada o descrita. También en ella nacieron o han vivido personas que dejaron huella a lo largo de la Historia en el quehacer literario, manejando como instrumento de extraordinaria calidad la Lengua Castellana que, dicho sea de paso, en Guadalajara se suele emplear de manera correcta, incluso a nivel popular, en su modalidad coloquial como medio de expresión oral al uso y servicio de todos.
Ya en las primeras manifestaciones de la naciente Lengua Castellana, aparece Guadalajara en algunas de las más populares "jarchas", cuando no tomando parte de los grandes monumentos de la literatura medieval, como el Poema de Mío Cid o en la obra del Arcipreste de Hita. Allá por el año 1040 el autor o autores del Poema daban detalles geográficos bastante precisos de Atienza, Miedes, Castejón, Hita, las Alcarrias, Anguita, como se lee en varios de sus versos. El Libro de Buen Amor, sitúa muy veladamente muchas de sus andanzas y relatos en campos presumiblemente guadalajareños, campiñeses, y serranos sobre todo, también en la capital. «Mur de Guadalfajara entró en su forado/ el huesped acá e allá fuía deserrado/ non tenía lugar çierto do fuese anparado/ estovo a lo escuro, a la pared arrimado». Era para nuestro uso el siglo XIV.
Metidos en pleno Siglo de Oro, será Santa Teresa de Jesús quien en su libro de Las Fundaciones dedique todo un capítulo a contar los inicios de la Orden Carmelita en la provincia, dando cumplida referencia acerca de la fundación de los dos conventos de Pastrana, allá por el año de 1569.
Los años de la Ilustración tuvieron como punto de interés la provincia de Guadalajara, en la que fijaron su residencia temporal algunos de los nombres más sonoros de aquel siglo. Tal es el caso de Moratín, que pasó temporadas enteras en su casa de Pastrana; de Jovellanos, huésped ilustre de Jadraque durante el verano de 1808, quien también conoció en 1798 los baños de Trillo y las posadas del Pozo y de Aranzueque, como bien dejó escrito en sus Diarios.
En 1781 viajó a la Alcarria Tomás de Iriarte. De los recuerdos que dejó, fruto de su deambular alcarreño, hay notas referentes a su paso por Aranzueque y Tendilla; pernoctó en el convento que los Franciscanos tenían en La Salceda. Los frailes le debieron servir bien, más no todo pareció ser a su gusto, pues así dejó escrito:«Ya he dicho lo bien que me hospedaron y me dieron de cenar los Padres; pero como los gustos de esta vida no son durables, quiso mi mala suerte que cargasen sobre mí aquella noche tantas pulgas que no me dejasen dormir».



El final del siglo XIX, período del Realismo en la novela, lo ocupa en buena parte don Benito Pérez Galdós. Son muchas las citas, alusiones con nombres incluidos, que de la provincia de Guadalajara suelen figurar en su extensa obra; "La Fontana de Oro", Juan Martín "El Empecinado" y El Caballero encantado" son una buena muestra para poderlo comprobar; pero es quizás Narváez, una de las más conocidas de las novelas que se incluyen en los Episodios Nacionales, la que dedica mayor extensión a las tierras de Guadalajara, concretamente a la villa de Atienza con sus viejas calles, sus costumbres, sus monumentos, sus gentes y sus leyendas: «Adiós, Atienza, ruina gloriosa, hospitalaria; adiós, santa madre mía; adiós, Noble Hermandad de los Remedios, que me hicisteis vuestro "Prioste"; adiós, amigos míos, curas de San Juan, San Gil y la Trinidad; adiós Ursula, Prisca, José, servidores fieles». Dice Pepillo Fajardo, el protagonista, al despedirse de la villa con profundo dolor en su alma.
Por aquellos mismos años, coincidiendo con la Semana Santa de 1891, la condesa de Pardo Bazán viajó en tren desde Madrid hasta Sigüenza, pasando por Guadalajara. En su libro Por la España pintoresca, dejó escrito doña Emilia, entre muchas cosas más: «Hacía luna durante nuestro viaje de Guada¬la¬jara a Sigüenza, y el país, conforme nos acercábamos a tierras de Aragón, aparecía abrupto y montañoso. El alcalde, persona muy cortés, nos esperaba en la estación.»
Leopoldo Alas, "Clarín", escribe en 1892 una novela corta a la que tituló Superchería; en ella se puede adivinar la contradicción en la que el autor se debate por aquellos años. Clarín sitúa en esta obra a Nicolás Serrano, el protagonista, aposentado en una fonda que debió haber frente a la Academia de Ingenieros, otro monumento emblemático que hace tiempo desapare¬ció del paisaje urbano de Guadalajara. Así lo refiere el propio Leopoldo Alas. «Llegó a la triste ciudad del Henares al empezar la noche, entre los pliegues de una nube que descargaba en hilos muy delgados y fríos el agua, que parecía caer ya sucia, que corría sobre la tierra pegajosa. Un ómnibus con los cristales de las ventanillas rotos le llevó a trompicones por una cuesta arriba, a la puerta de un mesón que había que tomar por fonda. Estaba frente al edificio de la Academia vieja, a la entrada del pueblo. La oscuridad y la cerrazón no permitían distinguir bien el famoso palacio del Infantado, que estaba allí cerca, a la izquierda; pero Serrano se acordó en seguida de su fachada suntuosa que adornan, en simétricas filas, pirámides que parecen descomunales cabezas de clavos de piedra». (Continuará)

No hay comentarios: