miércoles, 1 de agosto de 2012

TRES MUSEOS, TRES


Cuenca por sí sola, sin necesidad de acudir al obligado recurso de lo que le dejó la Historia, es toda ella un verdadero museo. A pesar de todo, la capital por una parte con la pesada carga de vicisitudes que hubo de soportar, y la provincia a la que sirve de cabecera por otra, paso obligado de toda suerte de pueblos y de civilizaciones desde que el hombre colocó por primera vez su planta en la Meseta, resultan ser asiento de infinitos y variados objetos de valor histórico y artístico que en sus tierras han ido apareciendo.
Los tres museos más importantes que tiene Cuenca están recogidos en un radio insignificante de la ciudad alta, muy juntos los tres, aprovechando para su emplazamiento nobles casonas o palacetes de vieja raíz en las callejuelas que avecinan con la Catedral. Uno de ellos, el Museo Diocesano de Arte Sacro, queda incluido dentro del complejo de edificios y salones anejos al Palacio Episcopal. Los otros dos: el Museo Arqueológico Provincial, y el Museo de Arte Abstracto Español, quedan a muy corta distancia de aquel.
Por seguir un orden, cronológico en este caso según su contenido, comenzaremos a hacer una leve referencia de cada uno de ellos por el Museo Arqueológico Provincial. Se encuentra instalado en la calle del Obispo Valero, bajando desde la Plaza Mayor hacia las Casas Colgadas. En sus diferentes estancias aparecen expuestas buenas colecciones de vasijas, enseres, cerámicas, esculturas, y pequeños objetos de metal pertenecientes a las distintas épocas de la Historia, y aun anteriores a ella. Tal vez sean piezas estrella de la arqueología conquense guardadas allí los diferentes hallazgos recogidos en las excavaciones de sus tres ciudades romanas: Segóbriga, Valeria y Ercávica. Son piezas de excelente belleza las estatuas de varios patricios togados del siglo I procedentes de Segóbriga, así como el busto romano de Lucio cesar niño, también del siglo I, extraído de Ercávica. Aparte de todo ello es interesante el muestrario de piezas de metal en pequeño tamaño, y otros objetos de interés procedentes de la España ibera, visigoda y musulmana, que hay repartidos por las distintas salas.
El Museo Diocesano de Arte Sacro se halla anejo al Palacio Episcopal. En él se recoge lo más valioso de cuanto ha existido en iglesias y conventos de la diócesis. Varias de las obras pictóricas, esculturas, y otros objetos de reconocido mérito, estuvieron hasta hace algunos años ocupando sus lugares en capillas de la Catedral y en otras iglesias y conventos de la diócesis. Todo a mano para admirar la ingente maravilla del arte religioso de los últimos siete siglos custodiado por la Iglesia de Cuenca. En este museo comparten el interés del visitante las ricas obras en valor material con las de arte propiamente dicho, y con aquellos otros objetos en los que su valor no va mucho más allá de lo puramente emotivo o testimonial, como piezas recuerdo ligadas directamente con personajes que, a lo largo de su historia, rigieron los destinos de la diócesis. Es el caso de tantas custodias y cálices salidos de los talleres de orfebrería conquenses, y, muy concretamente, el "báculo de San Julián", de excelso bronce dorado y ricos esmaltes de Limoges, a lo que hay que unir su cuidada ejecución por hábiles artesanos bajomedievales.
Dos bellos lienzos del Greco, una "Oración en el Huerto" procedente del convento de la Merced de Huete, y un "Cristo con la Cruz", enriquecieron el bagaje artístico de la Catedral y ahora el de su museo. Hay un díptico bizantino del siglo XIV, conocido por el relicario de "los Déspotas de Epiro", con una treintena de iconos y rica pedrería cuyo valor es incalculable; tablas de Juan de Borgoña y de Yáñez de la Almedina; otra tabla renacentista de Gerard David en la que se ve "El Calvario"; otro "Calvario" más que dicen de Alfonso VIII, pero este en soberbia talla del siglo XIII; más custodias y cruces procesionales de los Becerril; dos pequeños detalles escultóricos de Mariano Benlliure; ternos, casullas, dalmáticas, y tantas piezas más de marcado interés, cuya relación sobre el papel resultaría fría y, por tanto, improcedente.

El tercero de los tres museos más importantes que tiene Cuenca, está situado en el interior de una de las Casas Colgadas. Sí, las Casas Colgadas son el piadoso santuario que desde 1966 sirve de albergue a la nueva concepción de las formas, es decir, al Museo de Arte Abstracto Español. ¿Habrá algo más inconcreto que aquellas viejas rinconeras de leyenda en donde todo cabe? ¿Algo más irracional y etéreo en este mundo nuestro del dos y dos son cuatro, que la Cuenca de Hércules, en donde es de buena ley que la luz se convierta en noche y los vientos de la sierra en retorcida forja? Ahí precisamente quiso el pintor Fernando Zóbel que atravesara por tiempos infinitos el océano de las estaciones y de los siglos su colección de formas y de colores abstractos, producto en exclusiva del genio hispano sacado de órbita, si es que se ha de tomar como referencia la tradicional concepción artística de nuestros clásicos. Precisamente ahí asienta lo más selecto de nuestra producción en el terreno de lo inverosímil. Un privilegio para Cuenca y un escenario simpar en donde exponer, ya en el último peldaño del precipicio, la materia increíble e inex¬presiva tornada en imagen; convertida en meditación sobre las riscos en los que se asegura la ciudad, en sueño inadmisible que, aun pareciendo un contrasentido, coincide sin embargo con la más rigurosa realidad.
Nombres tan señeros en el arte de vanguardia como los de Chillida, Millares, Saura, Rivera, Sempere, Gustavo Torner, Tapies, Palazuelo, el propio Zóbel, y tantos más, completan el nutrido catálogo de autores cuyos trabajos más significativos se guardan en este museo, como en permanente exposición, muestra de una de las maneras de concebir el arte más representativo del siglo en que vivimos.



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