jueves, 20 de agosto de 2009

LAS SALINAS DE GUADALAJARA


Es muy posible que el agua salinosa de algunos arroyos guadalajareños, haya sido explotada para la extracción de sal desde los remotos tiempos de la Celtiberia, si bien, otras civili­zaciones posteriores: romanos, visigodos y musulmanes, supie­ron aprovechar con mayor intensidad la técnica y el arte primitivo de la evapora­ción para obtener el preciado producto. Pero sería en el siglo XVIII, reinando Carlos III, cuando estas instalaciones se fueron modernizando: se cuadricularon, para facilitar la evaporación del agua, las superficies de las salinas en cómodas albercas con pavimento de guijarro, pasillos intermedios que permitieran la manipulación desde la orilla, se construyeron grandes alfolíes para almacenar en cantidad la sal obtenida, y se levantaron en sus proximidades viviendas para los empleados. Fue en ese siglo, y en el XIX, cuando más importancia se prestó a esta -ahora caduca- fuente de riqueza.
Todavía en explotación se cuentan en Guadala­jara las salinas de Imón, Olmeda de Jadraque, Rienda y Gormellón de Santamera, en tierras de Siguenza, que aprovechan las corrien­tes del Río Salado; en tanto que las de Saelices de la Sal, Almallá en Tierzo, y Anquela -éstas últimas antigua posesión del monasterio de Buenafuente, más hacia el saliente de la provincia- ocupan una situa­ción distante de las anteriores, sin que jamás haya sido subestimado su producto con relación a las otras. Algunas de estas salinas conservan todavía un poblado anejo, en el que suele vivir una o dos familias.
(En la imagen, una interesante panorámica de las salinas de Imón)

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