Es muy posible que el agua salinosa de algunos arroyos guadalajareños, haya sido explotada para la extracción de sal desde los remotos tiempos de la Celtiberia, si bien, otras civilizaciones posteriores: romanos, visigodos y musulmanes, supieron aprovechar con mayor intensidad la técnica y el arte primitivo de la evaporación para obtener el preciado producto. Pero sería en el siglo XVIII, reinando Carlos III, cuando estas instalaciones se fueron modernizando: se cuadricularon, para facilitar la evaporación del agua, las superficies de las salinas en cómodas albercas con pavimento de guijarro, pasillos intermedios que permitieran la manipulación desde la orilla, se construyeron grandes alfolíes para almacenar en cantidad la sal obtenida, y se levantaron en sus proximidades viviendas para los empleados. Fue en ese siglo, y en el XIX, cuando más importancia se prestó a esta -ahora caduca- fuente de riqueza.
Todavía en explotación se cuentan en Guadalajara las salinas de Imón, Olmeda de Jadraque, Rienda y Gormellón de Santamera, en tierras de Siguenza, que aprovechan las corrientes del Río Salado; en tanto que las de Saelices de la Sal, Almallá en Tierzo, y Anquela -éstas últimas antigua posesión del monasterio de Buenafuente, más hacia el saliente de la provincia- ocupan una situación distante de las anteriores, sin que jamás haya sido subestimado su producto con relación a las otras. Algunas de estas salinas conservan todavía un poblado anejo, en el que suele vivir una o dos familias.
(En la imagen, una interesante panorámica de las salinas de Imón)
Todavía en explotación se cuentan en Guadalajara las salinas de Imón, Olmeda de Jadraque, Rienda y Gormellón de Santamera, en tierras de Siguenza, que aprovechan las corrientes del Río Salado; en tanto que las de Saelices de la Sal, Almallá en Tierzo, y Anquela -éstas últimas antigua posesión del monasterio de Buenafuente, más hacia el saliente de la provincia- ocupan una situación distante de las anteriores, sin que jamás haya sido subestimado su producto con relación a las otras. Algunas de estas salinas conservan todavía un poblado anejo, en el que suele vivir una o dos familias.
(En la imagen, una interesante panorámica de las salinas de Imón)
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