Ya hace tiempo que recibí de la Fundación de Cultura Ciudad de Cuenca un libro estupendo, que he vuelto a repasar durante estos días de vacaciones en Olivares, mi pueblo natal. El libro se titula La Ciudad de la Luz y del Aire. A la ciudad de Cuenca es a la que se refiere es sus aspectos más característicos y más diversos. El libro es muy distinto a lo que hasta ahora se ha hecho en esta clase de publicaciones. Es todo él una obra de arte, no sólo de presentación, sino también de contenido. Se nota que ha pasado por sus páginas la mano de su coordinador, el periodista José Luis Muñoz Ramírez, perito en saberes conquenses, cuyo estilo y gusto exquisito flota a lo largo y ancho de las 254 páginas que lo completan. La edición corrió a cargo del Ayuntamiento de la ciudad.
No debería decir que esta obra magnífica me ha llegado a tocar la fibra de las nostalgias, se ha metido sin mi permiso en ese rinconcito del corazón en el que guardamos lo que es nuestro, exclusivamente nuestro: recuerdos, añoranzas, sanos sentimientos de juventud ahí adormilados, nombres de amigos con los que se compartió trabajo y escasez en plena adolescencia, y tantas cosas más que van despertando en los dormitorios de la memoria al leer los textos escritos por sus autores y al volver a contemplar, tales como son y como ya eran, las bellísimas imágenes que aparecen en las fotografías de Santiago Torralba, inmejorables, que adornan sus páginas.
Aparte de José Luis Muñoz, referido ya como coordinador del trabajo en su conjunto, autor además del trabajo Los cambios más allá de la Historia, y de Santiago Torralba, también dicho ya como autor de las fotografías, son cinco más los coautores, a los que no conozco, que intervinieron en su redacción. Personas destacables en el momento cultural de la ciudad de Cuenca, conquenses algunos de ellos, que ejercen sus respectivas profesiones como profesores de la Universidad Regional, o como periodistas en diferentes medios de comunicación. Estos se llaman Joaquín Saúl García Marchante, que escribe sobre El territorio de la ciudad de Cuenca, con especial referencia a los parajes más bellos y sugerentes de esta tierra y que son los de su famosa Serranía, por los que, cuando yo era veinticinco años más joven de lo que ahora soy, me permití el capricho de andarlos a pie y de escribir uno de mis primeros libros como resultado de aquel largo paseo.
Miguel Jiménez Monteserín es el segundo de los autores de la obra, siguiendo el orden en el que van apareciendo los trabajos de cada uno de ellos. Escribe un interesante Esbozo para una Historia de Cuenca, valiente proyecto y delicado trabajo sobre el que clavar el diente con la ilusión de aportar algo nuevo, más que nada porque han sido varios los que antes que él anduvieron esos pasos, dejando como herencia a los que vinimos después y a la propia Ciudad alguna más de las glorias de Cuenca. En cualquier caso ahí queda, en la aportación de Jiménez Monteserín, un resumen cumplido y acertado que bien vale la pena leer y conservar.
Un abulense de El Arenal, Miguel Ángel Toitiño Vinuesa, que es doctor en Geografía e Historia, escribe acerca de Dinámica Histórica y crecimiento urbano, es decir, un historial magníficamente documentado y mejor expuesto, sobre la Ciudad en el aspecto meramente urbanístico desde sus orígenes, desde aquel castillo musulmán de principios del siglo XI colocado en lo alto, entre ambas hoces, un paraje hermoso y hasta cierto punto libre de peligros que a sus primeros moradores les debió de gustar. Luego la Cuenca de las primeras iglesias cristianas y de la Catedral; la de los “rascacielos” que impresionaron a Baroja, por encima de la corriente de los ríos -del Huécar, sobre todo-, para caer más tarde en la Cuenca barroca de las portadas artísticas, y luego en la de Carretería, conocida de todas, para concluir en la más actual que tiene por enseña el extraordinario edificio del Teatro-Auditorio, estrenado en 1994.
Sobre la Cuenca artística escribe, bajo el título de Memoria de un Arte olvidado, Pedro Miguel Ibáñez Martínez, un conquense doctor en Historia del Arte, que conoce como pocos lo que se guarda en el interior de ese joyel llamado Cuenca, y que no es otra cosa que un complemento interesantísimo de las exquisiteces naturales de la ciudad y de su entorno. Ahí tienen cabida los conventos multiseculares y las iglesias de los barrios viejos; la Catedral con todas sus capillas, con los retablos y pinturas que tiene dentro; los modernos museos que marcan una meta altísima en el conocimiento del Arte y de las Ciencias actuales, como son el Museo de Arte Abstracto en las Casas Colgadas y el de las Ciencias de Castilla-La Mancha.
Otras páginas dignas de agradecer son las que aporta al total de este trabajo el periodista José Ángel García. Dinámica Histórica y crecimiento urbano es el título de su trabajo en este libro. Con él andamos por parques y jardines, por callejones que son únicos; por la Ciudad Baja en donde están los comercios, las oficinas, los centros educativos y sanitarios, que es la más frecuentada por los conquenses de la capital y por los que llegan desde los pueblos; por lasa fiestas y costumbres que todavía se conservan y se disfrutan; por la renombrada gastronomía conquense, y por cualquiera de los rincones de aquella ciudad en exposición permanente como éste último que acabo de ver en una imagen maravillosa y muy conquense: el paso tranquilo y de verde color de las aguas del Júcar frente al Recreo Peral, un nombre de esos que a cualquier nativo de los que viven fuera, y aun a los que están allí, les dice tantas cosas.
No debería decir que esta obra magnífica me ha llegado a tocar la fibra de las nostalgias, se ha metido sin mi permiso en ese rinconcito del corazón en el que guardamos lo que es nuestro, exclusivamente nuestro: recuerdos, añoranzas, sanos sentimientos de juventud ahí adormilados, nombres de amigos con los que se compartió trabajo y escasez en plena adolescencia, y tantas cosas más que van despertando en los dormitorios de la memoria al leer los textos escritos por sus autores y al volver a contemplar, tales como son y como ya eran, las bellísimas imágenes que aparecen en las fotografías de Santiago Torralba, inmejorables, que adornan sus páginas.
Aparte de José Luis Muñoz, referido ya como coordinador del trabajo en su conjunto, autor además del trabajo Los cambios más allá de la Historia, y de Santiago Torralba, también dicho ya como autor de las fotografías, son cinco más los coautores, a los que no conozco, que intervinieron en su redacción. Personas destacables en el momento cultural de la ciudad de Cuenca, conquenses algunos de ellos, que ejercen sus respectivas profesiones como profesores de la Universidad Regional, o como periodistas en diferentes medios de comunicación. Estos se llaman Joaquín Saúl García Marchante, que escribe sobre El territorio de la ciudad de Cuenca, con especial referencia a los parajes más bellos y sugerentes de esta tierra y que son los de su famosa Serranía, por los que, cuando yo era veinticinco años más joven de lo que ahora soy, me permití el capricho de andarlos a pie y de escribir uno de mis primeros libros como resultado de aquel largo paseo.
Miguel Jiménez Monteserín es el segundo de los autores de la obra, siguiendo el orden en el que van apareciendo los trabajos de cada uno de ellos. Escribe un interesante Esbozo para una Historia de Cuenca, valiente proyecto y delicado trabajo sobre el que clavar el diente con la ilusión de aportar algo nuevo, más que nada porque han sido varios los que antes que él anduvieron esos pasos, dejando como herencia a los que vinimos después y a la propia Ciudad alguna más de las glorias de Cuenca. En cualquier caso ahí queda, en la aportación de Jiménez Monteserín, un resumen cumplido y acertado que bien vale la pena leer y conservar.
Un abulense de El Arenal, Miguel Ángel Toitiño Vinuesa, que es doctor en Geografía e Historia, escribe acerca de Dinámica Histórica y crecimiento urbano, es decir, un historial magníficamente documentado y mejor expuesto, sobre la Ciudad en el aspecto meramente urbanístico desde sus orígenes, desde aquel castillo musulmán de principios del siglo XI colocado en lo alto, entre ambas hoces, un paraje hermoso y hasta cierto punto libre de peligros que a sus primeros moradores les debió de gustar. Luego la Cuenca de las primeras iglesias cristianas y de la Catedral; la de los “rascacielos” que impresionaron a Baroja, por encima de la corriente de los ríos -del Huécar, sobre todo-, para caer más tarde en la Cuenca barroca de las portadas artísticas, y luego en la de Carretería, conocida de todas, para concluir en la más actual que tiene por enseña el extraordinario edificio del Teatro-Auditorio, estrenado en 1994.
Sobre la Cuenca artística escribe, bajo el título de Memoria de un Arte olvidado, Pedro Miguel Ibáñez Martínez, un conquense doctor en Historia del Arte, que conoce como pocos lo que se guarda en el interior de ese joyel llamado Cuenca, y que no es otra cosa que un complemento interesantísimo de las exquisiteces naturales de la ciudad y de su entorno. Ahí tienen cabida los conventos multiseculares y las iglesias de los barrios viejos; la Catedral con todas sus capillas, con los retablos y pinturas que tiene dentro; los modernos museos que marcan una meta altísima en el conocimiento del Arte y de las Ciencias actuales, como son el Museo de Arte Abstracto en las Casas Colgadas y el de las Ciencias de Castilla-La Mancha.
Otras páginas dignas de agradecer son las que aporta al total de este trabajo el periodista José Ángel García. Dinámica Histórica y crecimiento urbano es el título de su trabajo en este libro. Con él andamos por parques y jardines, por callejones que son únicos; por la Ciudad Baja en donde están los comercios, las oficinas, los centros educativos y sanitarios, que es la más frecuentada por los conquenses de la capital y por los que llegan desde los pueblos; por lasa fiestas y costumbres que todavía se conservan y se disfrutan; por la renombrada gastronomía conquense, y por cualquiera de los rincones de aquella ciudad en exposición permanente como éste último que acabo de ver en una imagen maravillosa y muy conquense: el paso tranquilo y de verde color de las aguas del Júcar frente al Recreo Peral, un nombre de esos que a cualquier nativo de los que viven fuera, y aun a los que están allí, les dice tantas cosas.
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