Los habitantes de los pueblos cercanos conocían al Real Sitio de La Isabela como "Los Baños". Estaba situado aquel pequeño Versalles de la Alcarria en la orilla derecha del río Guadiela, muy cerca de Sacedón. Era un balneario ostentoso, levantado por mandato y capricho de la reina Isabel de Braganza, segunda mujer de Fernando VII, en recuerdo de la cual recibió su nombre. Se comenzó a construir según los reales gustos de su tiempo en 1817, y fue declarado Real Sitio en 1826, año en el que concluyeron las obras. A mediados del siglo XX, con la subida de las aguas del pantano de Buendía, desapareció para siempre.
Como datos de interés respecto a lo que el poblado de La Isabela fue, puede decirse que contaba con veintiséis manzanas de casas y unas cincuenta viviendas; un edificio destacado como cuartel para los guardias de Corps, además de otros servicios de posada, tienda, carnicería, horno de cocer, escuelas de niños y de niñas y una iglesia dedicada a San Antonio de Padua. Todo ello en torno a dos calles geométrica¬mente rectas, dos plazas y una extensa huerta rodeada de verja. La Casa Real, que era el más noble de sus edificios, tenía trece balcones y doce ventanas sólo en la fachada que miraba a los jardines. Las dos fuentes principales estaban dedicadas al rey Fernando VII y a la reina Isabel II, su heredera. El paseo principal, al que llamaban Salón del Prado, estaba dedicado así mismo a Isabel II.
La Casa de Baños estaba a 150 metros separada de la residencia, muy cerca del cauce del río. Contaba con treinta y una habitaciones para bañistas y residentes. Los efectos curativos de sus aguas se extendían a males tan dispares como reuma, gota, erupción de la piel, efectos nerviosos, enajenación mental, epilepsia, convulsiones, hipocondria, asmas nerviosas, neuralgias, parálisis, cálculos, hepatitis y efectos sifilíticos, oftalmias, bronquitis y catarros, por señalar tan sólo los más comunes. Queda constancia de que en el año 1512, es decir, tres siglos antes de ser constituido balneario y casa de baños, ya acudían enfermos a buscar remedio para sus dolencias, y entre ellos don Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán.
Sus aguas podían tomarse bebidas o en baño. La gente prefería emplearlas por el segundo sistema, debido al mal sabor que, incluso a baja temperatura, suelen tener las aguas sulfurosas.
(En la imagen, puente de entrada a La Isabela sobre el río Guadiela)
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