Hoy he tomado de buena mañana, y con no menos ilusión que otras veces, el camino de Trillo. No es precisamente ésta en la que ahora voy la hora de la Alcarria, sino la del atardecer, cuando todo en su ruda piel rezuma una vitalidad y una belleza indefinibles. La Alcarria, bajo mi punto de vista, se hizo para sufrirla en las horas fuertes de sol y de calina en los estíos, y para gozarla cuando el sol toma las de Villadiego sobre la cima del último teso del poniente.
Sin que el fin primero del viaje se lo permita, uno siente deseos al pasar de detenerse en Cifuentes, de volver a encontrar tantas cosas y tantas impresiones que bien sabe se guardan allí; de pararse en Gárgoles, donde uno conserva sus buenas amistades que a veces le invitan con la mejor intención a visitar las cuevas, sin que sea posible cumplir con el compromiso de aceptar. El río Cifuentes, a campo abierto, es en realidad el verdadero protagonista de estas tierras; como lo son por su parte las Tetas de Viana las dueñas y señoras de toda panorámica visual, de toda estampa alcarreña que se precie de serlo. Ahora tenemos frente a nosotros las Tetas de Viana recortando el horizonte. El río Cifuentes apenas lleva agua. Como sabido es, el río Cifuentes nace en la Fuente de la Balsa, al pie mismo del viejo castillo cifontino, se estira a lo largo de diez o de doce kilómetros por ambos Gárgoles y al final, luego de haber dado vida a las tierras llanas por las que transcurre, se precipita en la sombría barranquera de Trillo, antes de incorporarse total y definitivamente al cauce del Tajo.
Los pescadores de caña, los pacientes y más que sufridos pescadores de caña, dejan correr el tiempo a la sombra del puente, esperando que el espinoso barbo o la boga veloz tengan la bondad de tirar del hilo. Por encima del pueblo, más o menos sobre la informe silueta de las casas de poniente que se alinean al otro lado del río, escupen mansas su enorme bocanada de humo blanco las torres gemelas de la central nuclear.
Trillo, tanto el pueblo por sí mismo como por sus alrededores, fue durante los últimos siglos una de las villas más sonoras y más conocidas de toda la Alcarria. Todo a raíz de sus famosos Baños de Carlos III -pues se establecieron en el reinado de aquel monarca Borbón-, de los que ahora más bien queda el nombre que el recuerdo; pero no siempre fue así, pues queda constancia escrita, tanto en retazos literarios de aquella época como en documentos dignos de toda fiabilidad, que una vez realizadas las últimas obras de adaptación y acondicionamiento, podían acoger a lo largo del año a 850 personas bien acomodadas, a 250 militares y a 350 pobres de solemnidad, computando el gasto medio de unos con otros en 320 reales por persona. Según dice don Pascual Madoz en su "Diccionario Geográfico Histórico", compuesto hacia el año 1848, «las aguas de estos baños contienen gas oxígeno y azoe, hidroclorato de cal é hidrosulfato de la misma base, hidroclorato de sosa, hidroclorato de magnesia, sulfato de cal, ácido hidro-sulfúrico, ácido carbónico, carbonato de hierro y azufre; convienen en todas las enfermedades cutáneas, reumas crónicos, dolores artríticos y gotosos, cólicos nerviosos y otras varias enfermedades».
De la famosa fábrica de hilar estambres que los señores de Reig tuvieron instalada en las márgenes del Tajo, se llegó a decir y como tal aún consta, que «en este establecimiento se hallan reunidas cuantas máquinas ha inventado el hombre para centuplicar las fuerzas, ahorrar brazos y anticiparse, si puede decirse así, a la velocidad del tiempo», pues sus propietarios, parece ser, no perdonaron medios para ponerla al nivel de las más sobresalientes de Europa.
Nada queda hoy de todo aquello, como ya se ha dicho; y muy poco, salvo una pobre muestra de la tallada piedra medieval que no quisieron llevarse, del monasterio cisterciense de Santa María de Óvila, una penosa historia harto sabida, de cuya desaparición la Alcarria todavía se lamenta.
En este tiempo nuestro es la central nuclear la nota que distingue a las tierras de Trillo. Uno guarda para sí el deseo de opinar sobre la conveniencia o no de la misma. Los tiempos son otros, y otras son también las necesidades y el moderno sentido de la equidad y de la justicia. A distancia, quienes viajan por aquellos alrededores pueden ver la masa blanquecina que arrojan por su boca de cráter sobre los cielos limpios de la Alcarria las torres de la central nuclear, también dos, e iguales como las Tetas de Viana, a las que les han venido a caer de vecinas por contrapunto.
Las aguas del río Tajo pasean tranquilas entre una hilera de chopos por los bajos de la villa. Con baños reales y sin ellos, con sanatorio y sin él, con torres humeantes y lo mismo si no las tuviere, Trillo es para quien lo conoce uno de los pueblos más bellos y saludables de toda la Alcarria, demasiado bello y demasiado saludable quizá. Un canto rumoroso al agua y a la luz, a la sombra y al silencio; prerrogativas que le llegaron por simple derecho de creación y que nadie, por muchas vueltas que el mundo se empeñe en dar, podrá arrebatarle.
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