La lista de personajes curiosos que ha dado el mundo no
tiene fin, y éste debió de ser en su tiempo y lugar uno de los que haya dejado
una huella más profunda para la posteridad.
Nos
referimos a una labradora del pueblo de Villar del Águila, provincia y diócesis
de Cuenca, que vivió en la segunda mitad del siglo XVIII, y de nombre Isabel María
Herráiz; la que ha pasado a la historia con el bien conocido apelativo de la
Beata de Villar del Águila.
A la
infeliz mujer no se le ocurrió nada mejor que considerarse -según ella por
revelación del propio Jesucristo- como materia eucarística, es decir, que en su
cuerpo se había producido la transustanciación propia del Sacramento, de manera
que su persona, su carne y su sangre, no eran otra cosa sino la carne y la
sangre de Jesucristo.
Produce
cierto sonrojo sólo pensar que estas cosas ocurriesen, y que además
trascendiesen en nuestro país en un periodo tan avanzado de la civilización; y
sobre todo que fuesen admitidas no sólo por la humilde masa del campesinado,
sino por otras personas de mayor cultura entre las que no faltaron varios
eclesiásticos y algunos religiosos, los cuales, con mejor o peor intención,
entraron en el juego hasta el punto de venerarla y adorarla con culto de latría,
o sea, con el culto qué sólo se da a Dios. Fue sacada en procesión por las
calles y por el interior de la iglesia con velas encendidas, incensada como se
inciensa a la Sagrada Hostia en el altar, y recibiendo a su paso las
genuflexiones y reverencias que sólo se rinden a la divinidad
Eran
tiempos los suyos en los que hechos como estos podían y solían ocurrir,
contando incluso con el respaldo de una parte considerable del respaldo
popular; pero eran tiempos también en los que este tipo de osadías se castigaban
con el mayor rigor, casi siempre con excesivo rigor, obligando a sus autores a
pasar por el filtro inapelable del Tribunal de la Inquisición, del que Isabel
Herráiz no se pudo librar, más si se tiene en cuenta que la popularidad que el
hecho había llegado a adquirir, traspasó los límites de la Diócesis.
Iniciado el
proceso por el obispo Palafox, las Beata de Villar del Águila fue presentada
ante el Tribunal de la Inquisición de Cuenca que, como cabía esperar, dictó
sentencia condenatoria; por lo que fue llevada a prisión, donde fallecería poco
después por enfermedad sin haberse visto acabado el proceso.
Una estatua
de la Beata fue quemada en público, y tras su muerte se tomó el acuerdo de que
recibiera sepultura bajo los escalones de entrada de la iglesia de San Pedro,
en la Cuenca alta, sita junto al Tribunal de la Inquisición, para que fuese
pisada por los fieles al entrar y salir del templo. Tanto el cura de su pueblo
como algunos religiosos acusados de complicidad, fueron desterrados a las Islas
Filipinas.
(En la fotografía: Portada de la iglesia de San Pedro en Cuenca)
No hay comentarios:
Publicar un comentario