lunes, 14 de noviembre de 2011

LA BEATA DE VILLAR DEL ÁGUILA


La lista de personajes curiosos que ha dado el mundo no tiene fin, y éste debió de ser en su tiempo y lugar uno de los que haya dejado una huella más profunda para la posteridad.

            Nos referimos a una labradora del pueblo de Villar del Águila, provincia y diócesis de Cuenca, que vivió en la segunda mitad del siglo XVIII, y de nombre Isabel María Herráiz; la que ha pasado a la historia con el bien conocido apelativo de la Beata de Villar del Águila.

            A la infeliz mujer no se le ocurrió nada mejor que considerarse -según ella por revelación del propio Jesucristo- como materia eucarística, es decir, que en su cuerpo se había producido la transustanciación propia del Sacramento, de manera que su persona, su carne y su sangre, no eran otra cosa sino la carne y la sangre de Jesucristo.

            Produce cierto sonrojo sólo pensar que estas cosas ocurriesen, y que además trascendiesen en nuestro país en un periodo tan avanzado de la civilización; y sobre todo que fuesen admitidas no sólo por la humilde masa del campesinado, sino por otras personas de mayor cultura entre las que no faltaron varios eclesiásticos y algunos religiosos, los cuales, con mejor o peor intención, entraron en el juego hasta el punto de venerarla y adorarla con culto de latría, o sea, con el culto qué sólo se da a Dios. Fue sacada en procesión por las calles y por el interior de la iglesia con velas encendidas, incensada como se inciensa a la Sagrada Hostia en el altar, y recibiendo a su paso las genuflexiones y reverencias que sólo se rinden a la divinidad

            Eran tiempos los suyos en los que hechos como estos podían y solían ocurrir, contando incluso con el respaldo de una parte considerable del respaldo popular; pero eran tiempos también en los que este tipo de osadías se castigaban con el mayor rigor, casi siempre con excesivo rigor, obligando a sus autores a pasar por el filtro inapelable del Tribunal de la Inquisición, del que Isabel Herráiz no se pudo librar, más si se tiene en cuenta que la popularidad que el hecho había llegado a adquirir, traspasó los límites de la Diócesis.

            Iniciado el proceso por el obispo Palafox, las Beata de Villar del Águila fue presentada ante el Tribunal de la Inquisición de Cuenca que, como cabía esperar, dictó sentencia condenatoria; por lo que fue llevada a prisión, donde fallecería poco después por enfermedad sin haberse visto acabado el proceso.

            Una estatua de la Beata fue quemada en público, y tras su muerte se tomó el acuerdo de que recibiera sepultura bajo los escalones de entrada de la iglesia de San Pedro, en la Cuenca alta, sita junto al Tribunal de la Inquisición, para que fuese pisada por los fieles al entrar y salir del templo. Tanto el cura de su pueblo como algunos religiosos acusados de complicidad, fueron desterrados a las Islas Filipinas.

(En la fotografía: Portada de la iglesia de San Pedro en Cuenca)

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