Existe una vieja tradición por la que sabemos cómo un paraje muy
concreto de la comarca alcarreña pudo servir de escenario en el que tuvo lugar
uno de los acontecimientos, no demasiado conocidos, de la historia medieval de la
vieja Europa. Así se contó entre las gentes hasta su práctica desaparición en
el decir popular, y así lo contamos como uno más de los novelescos aconteceres
ocurridos en un lugar de la Alcarria.
Desde luego que sí, que a la Historia como maestra de la
vida hay que tratarla como merece ser tratada, y a la leyenda, que viene a ser
su sombra, también según su merecimiento; pero sabiendo distinguir la una de la
otra. La Historia está garantizada por documentos reales y verídicos, de papel
o de piedra; la leyenda, en cambio, carece de ellos y flota en el decir de la
gente de generación en generación sin una base sólida. No es lo mismo hablar de
un hecho ocurrido en el pasado, por muy lejano que éste sea, pero que se puede
demostrar documentalmente, que hablar o escribir de sucesos pretéritos
ajustados en el tiempo, con nombres de personas reales a veces, ficticias
otras, puro producto de la imaginación, a las que les falta la fuerza
documental de lo fiable, el apoyo seguro sobre el que dejar caer el peso de los
siglos que todo lo borran, o al menos lo nublan y lo oscurecen. La leyenda de
la reina Clotilde en tierras de Guadalajara tiene un aliado en la tradición
oral, pero se encuentra huérfana de un documento acreditativo que de ello de
fe. Así que, consciente de esa importante deficiencia, lo paso a contar.
La leyenda
Pues sucedió que allá por la segunda o tercera década del
siglo VI, un rey visigodo de origen germano llamado Amalarico -nieto de
Teodorico II, su antecesor en la complicada lista de reyes de aquel tiempo,
hombre feroz, inteligente y astuto-, casó por conveniencias y pactos de nobleza
con Clotilde, hija de Clodoveo y hermana de Childeberto, rey de los francos de
París, a la sazón enemigos acérrimos del pueblo visigodo que hasta entonces, y
aun después, habían sido los dueños y señores de los territorios que siglos
atrás constituyeron el Imperio Romano, entre los que se encontraban, como
sabido es, la propia Francia, Italia y España. Pues bien; el matrimonio por
conveniencia entre Amalarico y la princesa Clotilde, no sólo fracasó en su
intento de unir a dos dinastías extranjeras, entre las que había existido un
odio visceral y permanente, sino que fue motivo de ruptura encarnizada, dado
que Amalarico -arriano de creencias, que había transigido con los católicos
hispanorromanos en el terreno de la política- se mostró brutalmente
intransigente con Clotilde, su mujer, ferviente católica, quien en modo alguno
y aun a costa de su vida, quiso aceptar las ofertas heréticas de su marido ni
ceder ante sus crueles presiones. Según el relato de un cronista de aquel
tiempo llamado Gregorio de Tours, la princesa, como prueba evidente del mal
trato que venía recibiendo de su esposo y rey, envió a su hermano Childeberto
en cierta ocasión un pañuelo empapado con su propia sangre, lo que fue bastante
para que el rey de los francos, al saber la noticia y sospechar de su
significado, acudiera inmediatamente a vengar a su hermana, como así fue,
venciendo al cruel Amalarico cerca de Narbona. El rey visigodo, derrotado y
perseguido, huyó lo más lejos que le fue posible, pero no le sirvió de nada,
pues fue capturado y asesinado en Barcelona el año 531.
Se dijo que alguno de aquellos enfrentamientos habidos
entre los esposos, en los que siempre salía perjudicada la parte más débil,
trajo como consecuencia fatal el destierro de Clotilde. Amalarico ordenó que la dejasen sola y
abandonada en unos bosques perdidos -sin otra compañía que las fieras y las
alimañas- que por entonces ocupaban las tierras próximas al río Guadiela, en lo
que ahora son los campos colindantes con el pueblo de Córcoles, en la Alcarria.
Su esposo el rey, a falta de otros argumentos, dado el cúmulo de virtudes que
a lo largo de toda la vida adornaron a su mujer, se le ocurrió acusarla de
adulterio, a sabiendas de que nadie podría defenderla con pruebas convincentes,
y sí en cambio, alimentar la calumnia con testigos falsos pagados por él. Y
allí la dejó, sin otro amparo que el sobrenatural merecimiento de su impecable
condición de mujer honesta que, desde luego, no le faltó en aquella larga
temporada de prueba.
La curiosa leyenda de la reina Clotilde la refieren
algunos autores de la antigüedad y ha venido prevaleciendo, aunque un poco
olvidada, entre las gentes de la Alcarria.
Dejamos a la infeliz protagonista de nuestra historia
dónde y como la tradición nos la presenta: desnuda y atada a un árbol a la
espera de que el frío, el hambre, la desesperación o las garras de las fieras,
acabasen con su vida a poco tardar. Mas no fue así, sino más bien todo lo
contrario al infame proyecto de su esposo el rey. Las alimañas y los animales
salvajes de la comarca se encargarían de soltarle las ataduras, de
proporcionarle alimentos y de regalarle vestido con la piel de otros
depredadores muertos. Se encargarían así mismo de su seguridad en tanto que la
luz se hiciera ver, y la justicia y la verdad resplandeciesen sobre el horror y
la calumnia. Y resplandecieron; y los ejércitos franceses de su hermano en
armas derrotaron al cruel Amalarico y le dieron muerte, como ya se ha dicho,
por la intercesión de la Madre de Dios a la que ella había invocado en tan
penoso trance y de la que era gran devota.
Se ha dicho que la Virgen le pidió que se edificase en
aquel mismo lugar una ermita o pequeño santuario en su memoria para conmemorar
el portento. Y se construyó la ermita, y allí acudían con frecuencia enfermos
afectos de rabia, de melancolía y de mal de corazón, que se iban viendo curados
según su propia fe en aquella primera ermita a la que ya por entonces comenzaron
a llamarle de Monsalud. Fue una primera ermita, sí, porque algunos siglos más
tarde, y con el apoyo del rey castellano Alfonso VIII, lo que en aquel mismo
lugar se erigió fue un formidable monasterio cisterciense, que muy pronto se
llegaría a convertir, tal vez por la impactante impresión de la leyenda, o
quizás por la misma fastuosidad del edificio, en sitio habitual de
peregrinaciones y de romerías, famoso en aquellas tierras y por otras más
alejadas de la comarca en las que cundió la fuerza sobrenatural del ya viejo
suceso.
El monasterio
El monasterio de Monsalud es hoy uno de los grandes hitos
del pasado histórico y religioso de las tierras de Guadalajara. Es muy probable
que fuese la leyenda de la reina Clotilde el origen de todo cuanto se hizo y se
levantó en torno a aquel lugar. Dentro de sus muros deseó el rey Alfonso que se
retirasen a descansar y a mentalizarse en espíritu de victoria, perdido casi
por completo después de los desastres de Alarcos, la cabecera de la Orden de
Calatrava antes de emprender la marcha hacia Las Navas de Tolosa, donde el rey
de Castilla se apuntaría una de las mejores bazas que durante la Reconquista se
ganaron al invasor musulmán.
El monasterio de Monsalud, desde su fundación hasta el
siglo XIX en el que fue obligado a atenerse a la ley de Desamortización, a sus
órdenes y consecuencias, estuvo habitado por los monjes de San Bernanrdo, de
los que pasado el tiempo prevalece viva huella sobre la piedra conventual en
formas y en imágenes. Si bien su inicio se llevó a cabo hacia el último tercio
del siglo XII, se fue completando hasta su conclusión en siglos posteriores,
por lo que en lo que todavía queda de él se puedan comprobar formas románicas,
ojivales, clasicistas, y sobre todo el recuerdo latente del espíritu monástico
que se advierte dentro de sus muros.
La mano bienhechora del restaurador llegó últimamente a
poner en orden, dentro de lo que ha sido posible, las viejas piedras de
Monsalud. Por lo menos se ha conseguido que no fuera cundiendo el deterioro.
Las gentes acuden por allí de tarde en tarde buscando las formas románicas de
las arcadas y de los capiteles, la severa tranquilidad de los claustros, la
solemne crucería de sus bóvedas... Pocos, muy pocos van hacia más allá en el
tiempo, aunque la fuerza de la leyenda continúa moviéndose por encima de las
ruinas cistercienses de Monsalud.
La reina Clotilde es desde hace siglos una de las santas
de la Iglesia. Ignoro si el sonado milagro de su liberación y custodia por los
osos, frecuentes en aquellos tiempos por los campos y serrezuelas de la
provincia, los lobos feroces y los zorros de la Alcarria contó a la hora del
proceso. En todo caso ahí está. “Si non e vero, e ben trobato” Si no es verdad,
es bonito. Cosas más difíciles se han visto en tiempos pasados que incluso la
Historia suele avalar. En esta tarde tibia, de uno de los últimos atardeceres
del me de octubre, las piedras de Monsalud se doran con el sol poniente. Por
las veguillas de la Hoya del Infantado el mundo vive en paz, es todo silencio.
(En la fotografía: detalle interior del monasterio de Monsalud en la actualidad)
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