viernes, 11 de noviembre de 2011

LA LEYENDA DE LA REINA CLOTILDE


Existe una vieja tradición por la que sabemos cómo un paraje muy concreto de la comarca alcarreña pudo servir de escenario en el que tuvo lugar uno de los acontecimientos, no demasiado conocidos, de la historia medieval de la vieja Europa. Así se contó entre las gentes hasta su práctica desaparición en el decir popular, y así lo contamos como uno más de los novelescos aconteceres ocurridos en un lugar de la Alcarria.
    

            Desde luego que sí, que a la Historia como maestra de la vida hay que tratarla como merece ser tratada, y a la leyenda, que viene a ser su sombra, también según su merecimiento; pero sabiendo distinguir la una de la otra. La Historia está garantizada por documentos reales y verídicos, de papel o de piedra; la leyenda, en cambio, carece de ellos y flota en el decir de la gente de generación en generación sin una base sólida. No es lo mismo hablar de un hecho ocurrido en el pasado, por muy lejano que éste sea, pero que se puede demostrar documentalmente, que hablar o escribir de sucesos pretéritos ajustados en el tiempo, con nombres de personas reales a veces, ficticias otras, puro producto de la imaginación, a las que les falta la fuerza documental de lo fiable, el apoyo seguro sobre el que dejar caer el peso de los siglos que todo lo borran, o al menos lo nublan y lo oscurecen. La leyenda de la reina Clotilde en tierras de Guadalajara tiene un aliado en la tradición oral, pero se encuentra huérfana de un documento acredita­tivo que de ello de fe. Así que, consciente de esa importante deficiencia, lo paso a contar.


La leyenda

            Pues sucedió que allá por la segunda o tercera década del siglo VI, un rey visigodo de origen germano llamado Amalarico -nieto de Teodorico II, su antecesor en la complicada lista de reyes de aquel tiempo, hombre feroz, inteligente y astuto-, casó por conveniencias y pactos de nobleza con Clotilde, hija de Clodoveo y hermana de Childeberto, rey de los francos de París, a la sazón enemigos acérrimos del pueblo visigodo que hasta entonces, y aun después, habían sido los dueños y señores de los territo­rios que siglos atrás constituyeron el Imperio Romano, entre los que se encontraban, como sabido es, la propia Francia, Italia y España. Pues bien; el matrimonio por conveniencia entre Amalarico y la princesa Clotilde, no sólo fracasó en su intento de unir a dos dinastías extranjeras, entre las que había existido un odio visceral y permanente, sino que fue motivo de ruptura encarniza­da, dado que Amalarico -arriano de creencias, que había transigi­do con los católicos hispanorromanos en el terreno de la política- se mostró brutalmente intransigente con Clotilde, su mujer, ferviente católica, quien en modo alguno y aun a costa de su vida, quiso aceptar las ofertas heréticas de su marido ni ceder ante sus crueles presiones. Según el relato de un cronista de aquel tiempo llamado Gregorio de Tours, la princesa, como prueba evidente del mal trato que venía recibiendo de su esposo y rey, envió a su hermano Childeber­to en cierta ocasión un pañuelo empapado con su propia sangre, lo que fue bastante para que el rey de los francos, al saber la noticia y sospechar de su significado, acudiera inmediata­mente a vengar a su hermana, como así fue, venciendo al cruel Amalarico cerca de Narbona. El rey visigodo, derrotado y perseguido, huyó lo más lejos que le fue posible, pero no le sirvió de nada, pues fue capturado y asesinado en Barcelona el año 531.

            Se dijo que alguno de aquellos enfrentamientos habidos entre los esposos, en los que siempre salía perjudicada la parte más débil, trajo como consecuencia fatal el destierro de Clotilde.  Amalarico ordenó que la dejasen sola y abandonada en unos bosques perdidos -sin otra compañía que las fieras y las alimañas- que por entonces ocupaban las tierras próximas al río Guadiela, en lo que ahora son los campos colindantes con el pueblo de Córcoles, en la Alcarria. Su esposo el rey, a falta de otros argumen­tos, dado el cúmulo de virtudes que a lo largo de toda la vida adornaron a su mujer, se le ocurrió acusarla de adulterio, a sabiendas de que nadie podría defenderla con pruebas convincentes, y sí en cambio, alimentar la calumnia con testigos falsos pagados por él. Y allí la dejó, sin otro amparo que el sobrenatural merecimiento de su impecable condición de mujer honesta que, desde luego, no le faltó en aquella larga temporada de prueba.

            La curiosa leyenda de la reina Clotilde la refieren algunos autores de la antigüedad y ha venido prevaleciendo, aunque un poco olvidada, entre las gentes de la Alcarria.

            Dejamos a la infeliz protagonista de nuestra historia dónde y como la tradición nos la presenta: desnuda y atada a un árbol a la espera de que el frío, el hambre, la desesperación o las garras de las fieras, acabasen con su vida a poco tardar. Mas no fue así, sino más bien todo lo contrario al infame proyecto de su esposo el rey. Las alimañas y los animales salvajes de la comarca se encargarían de soltarle las ataduras, de proporcionarle alimentos y de regalarle vestido con la piel de otros depredadores muertos. Se encargarían así mismo de su seguridad en tanto que la luz se hiciera ver, y la justicia y la verdad resplandeciesen sobre el horror y la calumnia. Y resplandecieron; y los ejércitos franceses de su hermano en armas derrotaron al cruel Amalarico y le dieron muerte, como ya se ha dicho, por la intercesión de la Madre de Dios a la que ella había invocado en tan penoso trance y de la que era gran devota.

            Se ha dicho que la Virgen le pidió que se edificase en aquel mismo lugar una ermita o pequeño santuario en su memoria para conmemorar el portento. Y se construyó la ermita, y allí acudían con frecuencia enfermos afectos de rabia, de melancolía y de mal de corazón, que se iban viendo curados según su propia fe en aquella primera ermita a la que ya por entonces comenzaron a llamarle de Monsalud. Fue una primera ermita, sí, porque algunos siglos más tarde, y con el apoyo del rey castellano Alfonso VIII, lo que en aquel mismo lugar se erigió fue un formidable monasterio cisterciense, que muy pronto se llegaría a convertir, tal vez por la impactante impresión de la leyenda, o quizás por la misma fastuosidad del edificio, en sitio habitual de peregrinaciones y de romerías, famoso en aquellas tierras y por otras más alejadas de la comarca en las que cundió la fuerza sobrenatural del ya viejo suceso.


El monasterio

            El monasterio de Monsalud es hoy uno de los grandes hitos del pasado histórico y religioso de las tierras de Guadalajara. Es muy probable que fuese la leyenda de la reina Clotilde el origen de todo cuanto se hizo y se levantó en torno a aquel lugar. Dentro de sus muros deseó el rey Alfonso que se retirasen a descansar y a mentalizarse en espíritu de victoria, perdido casi por completo después de los desastres de Alarcos, la cabecera de la Orden de Calatrava antes de emprender la marcha hacia Las Navas de Tolosa, donde el rey de Castilla se apuntaría una de las mejores bazas que durante la Reconquista se ganaron al invasor musulmán.

            El monasterio de Monsalud, desde su fundación hasta el siglo XIX en el que fue obligado a atenerse a la ley de Desamortización, a sus órdenes y consecuencias, estuvo habitado por los monjes de San Bernanrdo, de los que pasado el tiempo prevalece viva huella sobre la piedra conventual en formas y en imágenes. Si bien su inicio se llevó a cabo hacia el último tercio del siglo XII, se fue completando hasta su conclusión en siglos posteriores, por lo que en lo que todavía queda de él se puedan comprobar formas románicas, ojivales, clasicistas, y sobre todo el recuerdo latente del espíritu monástico que se advierte dentro de sus muros. 

            La mano bienhechora del restaurador llegó últimamente a poner en orden, dentro de lo que ha sido posible, las viejas piedras de Monsalud. Por lo menos se ha conseguido que no fuera cundiendo el deterioro. Las gentes acuden por allí de tarde en tarde buscando las formas románicas de las arcadas y de los capiteles, la severa tranquilidad de los claustros, la solemne crucería de sus bóvedas... Pocos, muy pocos van hacia más allá en el tiempo, aunque la fuerza de la leyenda continúa moviéndose por encima de las ruinas cistercienses de Monsalud.

            La reina Clotilde es desde hace siglos una de las santas de la Iglesia. Ignoro si el sonado milagro de su liberación y custodia por los osos, frecuentes en aquellos tiempos por los campos y serrezuelas de la provincia, los lobos feroces y los zorros de la Alcarria contó a la hora del proceso. En todo caso ahí está. “Si non e vero, e ben trobato” Si no es verdad, es bonito. Cosas más difíciles se han visto en tiempos pasados que incluso la Historia suele avalar. En esta tarde tibia, de uno de los últimos atardeceres del me de octubre, las piedras de Monsalud se doran con el sol poniente. Por las veguillas de la Hoya del Infantado el mundo vive en paz, es todo silencio.

(En la fotografía: detalle interior del monasterio de Monsalud en la actualidad)

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