Justamente detrás, en el
espacio que hay entre esta pina subida y el angosto callejón de los Artículos,
está la añosa iglesia de San Andrés,
castigada cuando la Guerra Civil, pero que todavía tiene para ofrecer, pese a
su extrema pobreza, una hermosa portada de principios del XVIII, donde lo
barroco se mezcla con lo neoclásico en una combinación sencillamente admirable.
Alguien pensó en dedicar esta iglesia de San Andrés a museo de la Semana Santa
conquense.
No
lejos de donde ahora estamos ‑la primera de ellas en la confluencia de la calle
Andrés de Cabrera con Alfonso VIII, y la segunda en el callejón que lleva su
mismo nombre‑ nos interesan todavía las iglesias de San Felipe y de San Gil.
Al templo de San Felipe Neri se sube por unos escalones con barbacana.
Atendieron esta iglesia después de la Guerra Civil los padres Oblatos, hasta
algunos años más tarde que abandonaron la ciudad. Fue construida hacia el año 1739 a expensas de don
Alvaro Carvajal y Lancaster, quien para ello se dice que hubo de vender hasta
los colgantes de su cama. Se sabe que en su tesoro artístico contó con pinturas
de Alonso Cano y alguna talla de Salzillo. Ahora, restaurada y coqueta, la
iglesia de San Felipe recuerda en su interior aquellos flamantes salones
palaciegos del arte rococó.
La
que fue parroquia de San Gil Abad está situada según descendemos por la calle
de Caballeros. Nos anuncia su emplazamiento la cancela por la que se entre a
un jardín semiabandonado. La cancela de San Gil tiene la forma de un arco de
triunfo, levantada con buen sillar allá por los años finales del siglo XVII.
La torre de la parroquia y la que debió ser su bella portada sobreviven
malamente a los azotes del tiempo y del desinterés.
Es
casi todo aún lo que nos falta por ver de esta Cuenca empinada que sube hasta
la catedral. Vamos a recrearnos en la recia y castellana estampa de la calle de
Alfonso VIII, teniendo muy en cuenta que las casas de cuatro y de cinco plantas
que aquí vemos, andan medio suspendidas en su parte trasera sobre la Hoz del Huécar. Se trata de uno de los
ejemplos claros de arquitectura vertical que distingue a esta ciudad de
cualquier otra del mundo. La calle de Alfonso VIII termina en la Anteplaza, bajo los arcos del
Ayuntamiento que dan paso a la Plaza Mayor.
Sin entrar por el momento en la Plaza Mayor, lo que ya se hará a su debido tiempo, vamos a dedicar unos minutos a recorrer la plazoleta de la Merced, o del Seminario, y a contemplar in situ el segundo de los símbolos que tiene la ciudad ‑el primero son las Casas Colgadas‑, es decir, la torre de Mangana.
Al
Seminario Conciliar de San Julián, se llega por un estrecho callejón en cuesta
que queda al respaldo de la Anteplaza. La portada barroca del Seminario,
exquisita en ornato, compite con su vecina de la Merced, si bien en ésta las
formas propias del arte barroco se ven menos acentuadas. Parece ser que, antes
de que los monjes mercedarios abandonasen Cuenca en el pasado siglo, hubo en
este convento de su Orden lienzos del Veronés, de Morales, de Mengs, y algunos
más atribuidos a Goya. La iglesia de la Merced se construyó hacia el año 1684,
sobre el mismo solar en que antes estuvo el palacio familiar de los Hurtado de
Mendoza. De su pasada grandeza permanece para la posteridad el magnífico rincón
de la plazuela de la Merced, uno de los más completos e interesantes de la
capital.
La torre de Mangana surge como fondo a la calle que dicen del Canónigo Ayala, lateral al edificio del Seminario. Parece haber constancia de que sobre sus almenas llegó a tener una máquina lanzapiedras, o fundíbulo, para defender desde la altura los accesos a Cuenca. Se trata de un esbelto torreón de piedra que domina desde su explanada a la ciudad entera. Antiguamente, al tañido de la campana de esta torre, se ponía en sobreaviso a los conquenses ante cualquier eventualidad o peligro; luego se le colocó un reloj que va cantado, de día y de noche, las horas amables y las menos gratas de la vida de Cuenca. Como detalle perdurable del antiguo alcázar árabe, su origen es bastante impreciso. Se ha modificado su estructura en alguna ocasión y, desde luego, su color varias veces. Desde la explanada de Mangana se divisan impresionantes vistas de los distintos barrios y de los alrededores de la capital.
Terminaremos
este apretado recorrido por la "Cuenca en puntillas" asomándonos, a
través de una puerta en ojiva que hay en la Anteplaza, a la Bajada a San Miguel, dando vistas a la Hoz del Júcar. A esta escalinata se
llamó en principio Cuesta de la Merced, nombre que el tiempo fue borrando caprichosamente,
y cambiando por el que ahora tiene, es decir, Bajada a San Miguel, precisamente porque a su través se accede
hasta la iglesia, románica en origen, dedicada al arcángel. En este templo de
extramuros recibieron sepultura los famosos orfebres conquenses de la familia
Becerril, y se han dado en repetidas ocasiones varios de los conciertos de la
Semana Internacional de Música Religiosa. el conjunto de viviendas que dan con
sus espaldas en este rincón de la ciudad alta, viene a ser, como en otros vericuetos
conquenses, un desafío a las leyes más elementales del equilibrio, un grito
de conquista sobre algo que en buena lógica resultaría increíble.
(En la fotografía: El Júcar desde el Puente de San Antón. Al fondo el Seminario Mayor y la torre de Mangana)
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