Infinidad de restos arqueológicos, unas veces a la vista y otras ocultos bajo la capa de tierra que los siglos fueron depositando sobre ellos, son la prueba más veraz y más convincente de lo que pudo ser el pasado de un pueblo o un país. Los libros de historia, producto tantas veces de una investigación meticulosa, resultan más fríos que el testimonio de las piedras encontradas sobre el que fue su asiento, de ahí que éstas, sea cual fuere el lugar donde se encuentren, supongan en la mayor parte de los casos una riqueza cultural interesantísima a la que no siempre se le presta la atención que merece.
La vieja
Europa está minada de hallazgos remotos, a los que se ha de echar mano para
tejer el impresionante tapiz de la Historia de la Humanidad. España es Europa,
una península habitada por la especie humana desde los primeros tiempos de su
existencia. Se cree que fue Túbal -hijo de Jafet y por tanto nieto de Noé, el
del bíblico diluvio universal- el primer hombre histórico que con su familia
pisó suelo español. Pudiera ser; si bien, como con todas las cosas borradas por
el tiempo y sin que exista un documento absolutamente fiable que lo acredite,
siempre queda la duda. No obstante, nos puede servir como referente.
No ocurre
así cuando el documento está ahí, latente a lo largo de los siglos, avalando
una verdad y sirviendo al mismo tiempo como materia para la investigación que
más tarde permitirá sacar a la luz nada menos que la historia de un pueblo,
teniendo como punto de apoyo el soporte inamovible de la piedra milenaria.
Conocer Ercávica
Y digo esto
porque, aprovechando tiempo atrás un viaje a otro lugar cercano, se me ofreció
la oportunidad de visitar las ruinas de una de las tres ciudades romanas cuyos
restos ya hace años, aunque con demasiada lentitud, se emprendió la tarea de
descubrir en la provincia de Cuenca. Segóbriga, Valeria y Ercávica, son los
nombres de las tres ciudades romanas, siendo a la última de ellas a la que hoy
me quiero referir, a la vez que invito al lector a que viaje a conocerla.
Ercávica está situada en plena Alcarria, término municipal de Cañaveruelas, al
otro lado del pantano de Buendía cuyas aguas, ahora de un azul intensísimo, le
lamen los pies desde lo que antes fue una abundosa vega que recorre el paraje
de saliente a poniente, siguiendo la ribera en este momento oculta, del río
Guadiela.
Cañaveruelas
es un pequeño pueblo de agricultores, situado a un paso del límite de las
provincias de Cuenca y Guadalajara. El camino que lleva hasta las históricas
ruinas parte del propio pueblo. La distancia hasta Ercávica es de tres o de
cuatro kilómetros por pista de tierra. Con dificultad, y salvando cuando se
pueden salvar los enormes socavones del camino, es posible llegar hasta la
caseta que cumple la función de portería junto a la entrada a las ruinas. No es
agradable tener que denunciar públicamente el mal estado del camino de acceso,
pero es verdad; más si se tiene en cuenta que en tanto se prepare una pista de
asfalto por la que se pudiera y se debiera llegar, con cuatro remolques de
tierra y un par de pasadas con una apisonadora, el problema quedaría resuelto
hasta que se lleve a término, si es que alguna vez se hace, la pista para
llegar que el sitio merece.
Una vez
salvado el inconveniente, conseguimos alcanzar la altura de la que pudo ser en
su día una de las puertas de entrada a la ciudad a través de la muralla. La
portera es una señora entrada en edad que al momento me sirvió una fotocopia en
papel folio donde se recogen algunos datos de lo que a partir de allí se puede
ver. Después, todo el campo es tuyo, un campo al aire libre que deberás
recorrer con el interés y el respeto que merece todo documento histórico con
más de veinte siglos de antigüedad, como aquí es el caso, aunque no aparezca
escrito sobre viejos pergaminos, sino con piedras labradas sobre la tierra áspera
y ondulante de la Alcarria.
Las
excavaciones se han ido sucediendo en diferentes etapas, siendo todavía una
importante superficie de terreno la que falta por descubrir. La actuación de
los arqueólogos no ha sido continua (ya se sabe lo que ocurre con estas cosas
de especial interés cultural, que rara vez encuentran fondos para llevarlas a
término), y las “catas” están separadas unas de otras por centenares de metros;
de manera que hasta el momento son cinco o seis las que se han ido sacando a la
luz, y casi todas ellas tapadas con enormes coberturas de material plástico, a
manera de lonas, para librarlas de los accidentes atmosféricos y de la
condición, supongo, poco leal de algunos visitantes buscadores nada
escrupulosos de antigüedades.
Y así nos encontramos
como más interesante entre lo ya descubierto con el “Domus”, o conjunto de viviendas entre las que se encuentra la
llamada casa del médico, por haber
encontrado en ella durante la excavación diverso material clínico de la época,
y de la que puede verse el “nispluvium”,
a manera de pequeño patio rodeado por cuatro columnas. El “Foro”, digamos para la mentalidad de hoy, era el lugar público u
oficial mas importante en todas las ciudades romanas, algo así como las plazas
mayores de nuestras ciudades y de nuestros pueblos. En Ercávica se ha
descubierto una buena parte de él, con su plaza rectangular de grandes
dimensiones, una “basílica” de tres
naves, las “tabernae”, “la curia”, algo
así como la sede del Senado local, ahora diríamos la casa-ayuntamiento. La Insula de las termas es otro de los
espacios de la ciudad que ahora se puede ver, a cierta distancia de los
anteriores. Ahí queda la señal al descubierto de lo que fueron las saunas
subterráneas y algunas de las cisternas que contuvieron el agua para los baños.
De otras
estructuras nos encontramos con restos de calles empedradas, algunos lienzos de
la muralla que cercaba la ciudad, y como curiosidad una urna funeraria de
piedra expuesta al borde del camino, que por su interés y el impecable estado
de conservación que presenta, me parece oportuno reseñar. Y como fondo a todo
lo dicho, a la caída pone la nota de magnificencia y de actualidad el tramo
final del embalse de Buendía, como un gigantesco cristal de intenso color azul,
recortando en la distancia las vertientes de los oteros y colinas desnudas a
que da lugar el paisaje, a veces austero y siempre singular, de nuestras
tierras. Un aditamento ciertamente espectacular, que sólo cuenta cuando el
contenido del pantano raya o supera la mitad de su capacidad, como lo es ahora.
Historia
Es el historiador romano Tito
Livio, quien considera a la ciudad de Ercávica en sus escritos como “potens et nobilis civitas”, una ciudad
potente y noble, y añade cómo en el año 179 antes de Cristo fue obligada a rendirse
durante la campaña de Tiberio Sempronio Graco contra las tribus celtíberas que
ocupaban estas tierras, cuyo primitivo nombre siguieron conservando, si bien no
se tiene por seguro que su posterior emplazamiento fuese el mismo, o
ligeramente distante al otro lado del río Guadiela.
Se sabe que
esta ciudad fue edificada y urbanizada en los primeros años del siglo I, es
decir, coetánea con Jesucristo; obteniendo poco después el estatuto de
municipio romano con todos los derechos que ello suponía para sus ciudadanos.
El mayor esplendor de toda su historia lo vivió Ercávica durante los dos
primeros siglos de nuestra era, iniciándose su decadencia a partir de la
segunda mitad de la tercera centuria, que culminaría con el abandono progresivo
de sus habitantes durante los siglos IV y V, corriendo la misma suerte que el
resto de las ciudades de la Hispania romana, inmersas en la crisis general del
Imperio que acabaría, como todos sabemos, por desaparecer no muy tarde con la imparable
invasión de los pueblos bárbaros.
Por cuanto
a materiales recuperados en las excavaciones de Ercávica hasta el día de hoy,
hay que hacer mención a diversidad de utensilios de uso común entre la
población de la época: lucernas y otras piezas de alfarería, así como diversos
objetos de metal, empleados en el adorno personal, especialmente de las
mujeres. Por cuanto a escultura en mármol se han encontrado algunos ejemplares
de extraordinario valor artístico, de entre los que es justo hacer mención a la
cabeza de Lucio Cesar niño (nieto que fue del emperador Augusto), a la cabeza
de Agripina, esposa de Claudio y madre de Nerón. Los materiales referidos y
otros en gran número y variedad, pueden ser contemplados y admirados en el
Museo Arqueológico de Cuenca, uno de los más completos en hallazgos
pertenecientes a los dos primeros siglos de la era cristiana, habida cuenta
como antes se apuntó, de poseer dentro del entorno de su provincia tres de las
más importantes ciudades de la Hispania Imperial que, como no podía ser menos,
recomiendo a los lectores visitar.
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