La relación de la comarca alcarreña con Camilo José Cela es bien conocida. En cualquier tiempo y lugar, siempre que se hable o se escriba de la obra de nuestro Premio Nobel, habrá que hacer referencia a la Alcarria como escenario que fue de una de sus obras más celebradas con la que, de la mano del “Pascual Duarte”, aquel ilustre gallego entró con buen pie en el Olimpo de los triunfadores.
Ignoro si a
su muerte -doloroso acontecimiento para las letras españolas, cuyo X
aniversario se cumple el próximo día 17- don Camilo dejó pendiente alguna
cuenta sin saldar con Guadalajara, aunque sospecho que no; pero de lo que tengo
absoluta certeza es de que la Alcarria, y Guadalajara toda, tienen contraído
con él un compromiso de gratitud sin límites. Una buena parte de la notoriedad
que estas tierras puedan tener más allá de nuestras fronteras, se debe a su
“Viaje a la Alcarria”. Que nadie lo dude.
Estamos a
escasas fechas de la efeméride. Camilo José Cela, que entró en esta provincia
aconsejado por la sospecha de que la Alcarria sería la comarca ideal para su
proyecto literario, en una época difícil de nuestra historia (junio de 1946);
vivió con nosotros en calidad de vecino durante varios años, cuando su nombre
ya era conocido dentro y fuera de nuestro país y había escrito la mayor parte
de la obra que nos dejó en herencia. Aquí vivió, y residiendo en la
urbanización “El Clavín” recibió la noticia de haberle distinguido la Academia
Sueca con el más alto galardón con que el mundo premia a los mejores, a sólo
unos pocos; aquí sentó plaza como un vecino más, habitando en su propia casa
extramuros de la ciudad, al lado del Henares, y de aquí se marchó cuando su
estado de salud aconsejó que lo hiciese.
Han pasado
diez años y la popularidad del autor se ha ido desvaneciendo de manera
increíble e injustificada. También entre nosotros. Apenas se habla y se escribe
de él. “Sic transit gloria mundi” -la
más cruel de todas las leyes a las que estamos sujetos los mortales. La
admiración por aquellos que anduvieron en vida bajo el signo de un destacado
valor es efímera, queda por fortuna la huella que dejaron al partir, que en el
caso de Cela es profunda, y como tal, universal y perpetua.
Por cuanto
al legado impresionante de nuestro autor, aunque no le faltan detractores,
somos más los que nos sentimos honrados de ser sus contemporáneos; también de
su personalidad y de su condición humana los que le tratamos alguna vez. Todos
hemos aprendido algo de él, incluidos los que no fueron sus amigos; por lo que,
justo es corresponderle como a él le gustaría: leyendo o releyendo algo de su
obra. A nuestros lectores de acá les recomiendo el “Viaje a la Alcarria”,
naturalmente, el primero de los dos. Es una joyita como de oro envejecido,
producto de una pluma memorable y siempre actual.
(En la fotografía: con C.J.Cela meses antes de haberle concedido el Premio Nobel. Guadalajara, mayo de 1989)
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