BUENDÍA, DE SORPRESA EN SORPRESA
Por escudo municipal eligieron para Buendía un sol radiante. Buendía, no sólo por su historia, sino también por su mérito, es la capitalidad de una serie de pueblos de la Alcarria de Cuenca que, de alguna manera, dio a conocer en toda España el famoso pantano que lleva su nombre. Buendía, entre campos de labor y cerros grises salpicados de chalés por todo el valle, se deja ver extendido en la solana al otro lado de las aguas; tierra mate sobre el azul en la línea divisoria de las dos Alcarrias.
Poco tiene que ver el pueblo que hemos conocido hace sólo unas semanas, con aquel otro al que fui por primera vez en los años finales de la década de los setenta. Le distingue, lo mismo que entonces, el soberbio corpachón de su iglesia parroquial en mitad desde la distancia, pero una vez dentro casi nada es igual. Plazas restauradas, viviendas cómodas sobre el lóbrego solar que ocupaban los corrales, restaurantes de lujoso aspecto y un completo polideportivo al otro lado de la muralla, rejas y balcones floreados, son la nota característica del Buendía de hoy ante los ojos de los que llegan a él sin conocerlo, o de quienes hace veinte o más años que no volvieron por allí y apenas guardan, como en el caso de quien esto escribe, un turbio recuerdo perdido entre los pliegues de la memoria.
Son las seis de la tarde. Con Ángel Bueno, compañeros de viaje como en alguna otra ocasión por estos mundos siempre por descubrir de la bendita Alcarria, acabamos de entrar en la iglesia de la Asunción. Hay unas cuantas mujeres haciendo con meticulosidad la limpieza del suelo y de los altares. Los ojos se van enseguida hacia la techumbre. Resulta único el juego de nervaduras que la recorre casi por completo a lo largo y ancho de las tres naves: estrellas, ramas de palmera que salen del fingido capitel con el que acaban las gruesas columnas. Las naves laterales se reparten en capillas. El baptisterio es pequeño, queda como escondido con su vieja pila de piedra por detrás de la girola. En el presbiterio, junto al altar mayor, por delante del retablo renacentista de Bernardo de Oviedo, la imagen menuda de la Patrona, la Virgen de los Desamparados, señora de Buendía y reina de aquellos precipicios y risqueras de a orillas del Guadiela donde tiene su ermita, y donde pasa la mayor parte del año. Son razón de fe para las buenas gentes de Buendía los infinitos hechos sobrenaturales que se atribuyen a su Patrona.
A un lado la torre y la portada renacentista de la iglesia; al otro el edificio restaurado del ayuntamiento. La plaza se adorna con arcos y soportales como las plazas castellanas de tantas villas y ciudades de renombre. Se anuncia como Plaza de la Constitución, y en sus piedras y columnas se siente latir, en el silencio de la media tarde cuando comienza a cubrirse de sombras, el corazón cansado de una villa por la que pasaron, se detuvieron, y se marcharon después los vientos de la Historia.
Una chica joven, muy atenta, nos acompaña después hasta el Museo del Carro. En la Casa Tercia -antiguo edificio del Pósito, obra del siglo XVI, anejo a la iglesia y hoy restaurado con esmero, también con acierto- están la biblioteca pública y el Museo del Carro. Una idea magnífica. Hemos visto los dos departamentos. En la biblioteca, espaciosa y al parecer en sus inicios, atiende a la escasa clientela una señorita sentada detrás de una mesa mostrador. El Museo del Carro queda en la primera planta. Hay hasta once ejemplares de carruajes diferentes, recogidos todos ellos en el propio Buendía y adquiridos ex profeso para el museo. Llaman la atención, sobre todos los demás, una calesa de primeros de siglo, y una diligencia de cuatro o seis plazas, que durante muchos años cubrió el servicio de viajeros entre Buendía y Madrid. El interés, indudable en cada una de las piezas que allí se muestran, se acrecienta en esa pareja de carruajes de época, detalle a considerar como página de gran valor en el libro del pasado, cada vez más lejano, de este importante lugar de la Alcarria.
En un instante nos fuimos con Vicente Obispo hasta el paraje que dicen La Península, al lado del pantano en la ribera sur. Entre la pinada abundan las piedras de arenisca tan fáciles de encontrar en bastantes kilómetros a la redonda. Unos jóvenes de Madrid hace años que vienen a temporadas y esculpen sobre la superficie de las rocas unas caras enormes; rostros fantásticos que el soplo del viento entre los pinos y la soledad del sitio cargan de misterio. Entre uno y tres metros de altura tienen las caras talladas en las peñas por las sombras del Badén. La Monja, la Dama del Pantano, Beethoven de Buendía, entre otros, son los nombres que les han puesto. Una carteleta junto a cada cara lleva grabado su texto correspondiente: "Título: El Beethoven de Buendía. Jorge Juan Maldonado Díaz. Roca caliza arenisca. 1992" dice en una de ellas. Desde el pueblo hasta las caras hay pista y caminos de fácil acceso, señalizado convenientemente. La distancia es de cinco minutos en automóvil, siempre por terreno llano de cultivo hasta casi las mismas caras.
Y el pueblo a la caída de la tarde. Cabecera de condado instituido por el rey Católico don Fernando en 1475 sobre la persona de don Pedro de Acuña y Albornoz, que fue su primer conde. Los restos de muralla; las dos puertas en arco consideradas hoy monumento representativo de su pasado como en verdad lo son; el convento franciscano, vivo en el recuerdo y en los viejos anales de la villa, con restos del desaparecido monasterio en lo que ahora es camposanto, y una fecha sobre la doble arcada de lo que fue una ermita: 1596, se puede leer escrito sobre la piedra; y el sosiego y la paz poco más allá, por donde están las cuevas... Un pastor cuida su hatajo que pace en el pastizal de la calle de Las Huertas, al otro lado de la barbacana.
Buendía, un pueblo a considerar en la Alcarria que nos es menos afín, en la otra Alcarria, en la de Cuenca, sobre un leve altozano que dejan más allá las aguas del pantano; preámbulo a distancia de otra comarca histórica de la que estas tierras de Guadalajara son como un anuncio a partir de aquí: los campos de la Mancha. Buendía en tarde de verano. Buendía..., de sorpresa en sorpresa.
NOTA: Este trabajo se publicó en el periódico “Nueva Alcarria” de Guadalajara en 1998. Han pasado diez años, desde entonces, y el pueblo de Buendía sigue vivo, quizá más vivo que entonces. La Ruta de las Caras, verdadero museo de escultura al aire libre, pienso que único en España, va incrementando la cantidad y la calidad de sus obras, el Museo del Carro sigue recibiendo cada vez más visitas.
Por escudo municipal eligieron para Buendía un sol radiante. Buendía, no sólo por su historia, sino también por su mérito, es la capitalidad de una serie de pueblos de la Alcarria de Cuenca que, de alguna manera, dio a conocer en toda España el famoso pantano que lleva su nombre. Buendía, entre campos de labor y cerros grises salpicados de chalés por todo el valle, se deja ver extendido en la solana al otro lado de las aguas; tierra mate sobre el azul en la línea divisoria de las dos Alcarrias.
Poco tiene que ver el pueblo que hemos conocido hace sólo unas semanas, con aquel otro al que fui por primera vez en los años finales de la década de los setenta. Le distingue, lo mismo que entonces, el soberbio corpachón de su iglesia parroquial en mitad desde la distancia, pero una vez dentro casi nada es igual. Plazas restauradas, viviendas cómodas sobre el lóbrego solar que ocupaban los corrales, restaurantes de lujoso aspecto y un completo polideportivo al otro lado de la muralla, rejas y balcones floreados, son la nota característica del Buendía de hoy ante los ojos de los que llegan a él sin conocerlo, o de quienes hace veinte o más años que no volvieron por allí y apenas guardan, como en el caso de quien esto escribe, un turbio recuerdo perdido entre los pliegues de la memoria.
Son las seis de la tarde. Con Ángel Bueno, compañeros de viaje como en alguna otra ocasión por estos mundos siempre por descubrir de la bendita Alcarria, acabamos de entrar en la iglesia de la Asunción. Hay unas cuantas mujeres haciendo con meticulosidad la limpieza del suelo y de los altares. Los ojos se van enseguida hacia la techumbre. Resulta único el juego de nervaduras que la recorre casi por completo a lo largo y ancho de las tres naves: estrellas, ramas de palmera que salen del fingido capitel con el que acaban las gruesas columnas. Las naves laterales se reparten en capillas. El baptisterio es pequeño, queda como escondido con su vieja pila de piedra por detrás de la girola. En el presbiterio, junto al altar mayor, por delante del retablo renacentista de Bernardo de Oviedo, la imagen menuda de la Patrona, la Virgen de los Desamparados, señora de Buendía y reina de aquellos precipicios y risqueras de a orillas del Guadiela donde tiene su ermita, y donde pasa la mayor parte del año. Son razón de fe para las buenas gentes de Buendía los infinitos hechos sobrenaturales que se atribuyen a su Patrona.
A un lado la torre y la portada renacentista de la iglesia; al otro el edificio restaurado del ayuntamiento. La plaza se adorna con arcos y soportales como las plazas castellanas de tantas villas y ciudades de renombre. Se anuncia como Plaza de la Constitución, y en sus piedras y columnas se siente latir, en el silencio de la media tarde cuando comienza a cubrirse de sombras, el corazón cansado de una villa por la que pasaron, se detuvieron, y se marcharon después los vientos de la Historia.
Una chica joven, muy atenta, nos acompaña después hasta el Museo del Carro. En la Casa Tercia -antiguo edificio del Pósito, obra del siglo XVI, anejo a la iglesia y hoy restaurado con esmero, también con acierto- están la biblioteca pública y el Museo del Carro. Una idea magnífica. Hemos visto los dos departamentos. En la biblioteca, espaciosa y al parecer en sus inicios, atiende a la escasa clientela una señorita sentada detrás de una mesa mostrador. El Museo del Carro queda en la primera planta. Hay hasta once ejemplares de carruajes diferentes, recogidos todos ellos en el propio Buendía y adquiridos ex profeso para el museo. Llaman la atención, sobre todos los demás, una calesa de primeros de siglo, y una diligencia de cuatro o seis plazas, que durante muchos años cubrió el servicio de viajeros entre Buendía y Madrid. El interés, indudable en cada una de las piezas que allí se muestran, se acrecienta en esa pareja de carruajes de época, detalle a considerar como página de gran valor en el libro del pasado, cada vez más lejano, de este importante lugar de la Alcarria.
En un instante nos fuimos con Vicente Obispo hasta el paraje que dicen La Península, al lado del pantano en la ribera sur. Entre la pinada abundan las piedras de arenisca tan fáciles de encontrar en bastantes kilómetros a la redonda. Unos jóvenes de Madrid hace años que vienen a temporadas y esculpen sobre la superficie de las rocas unas caras enormes; rostros fantásticos que el soplo del viento entre los pinos y la soledad del sitio cargan de misterio. Entre uno y tres metros de altura tienen las caras talladas en las peñas por las sombras del Badén. La Monja, la Dama del Pantano, Beethoven de Buendía, entre otros, son los nombres que les han puesto. Una carteleta junto a cada cara lleva grabado su texto correspondiente: "Título: El Beethoven de Buendía. Jorge Juan Maldonado Díaz. Roca caliza arenisca. 1992" dice en una de ellas. Desde el pueblo hasta las caras hay pista y caminos de fácil acceso, señalizado convenientemente. La distancia es de cinco minutos en automóvil, siempre por terreno llano de cultivo hasta casi las mismas caras.
Y el pueblo a la caída de la tarde. Cabecera de condado instituido por el rey Católico don Fernando en 1475 sobre la persona de don Pedro de Acuña y Albornoz, que fue su primer conde. Los restos de muralla; las dos puertas en arco consideradas hoy monumento representativo de su pasado como en verdad lo son; el convento franciscano, vivo en el recuerdo y en los viejos anales de la villa, con restos del desaparecido monasterio en lo que ahora es camposanto, y una fecha sobre la doble arcada de lo que fue una ermita: 1596, se puede leer escrito sobre la piedra; y el sosiego y la paz poco más allá, por donde están las cuevas... Un pastor cuida su hatajo que pace en el pastizal de la calle de Las Huertas, al otro lado de la barbacana.
Buendía, un pueblo a considerar en la Alcarria que nos es menos afín, en la otra Alcarria, en la de Cuenca, sobre un leve altozano que dejan más allá las aguas del pantano; preámbulo a distancia de otra comarca histórica de la que estas tierras de Guadalajara son como un anuncio a partir de aquí: los campos de la Mancha. Buendía en tarde de verano. Buendía..., de sorpresa en sorpresa.
NOTA: Este trabajo se publicó en el periódico “Nueva Alcarria” de Guadalajara en 1998. Han pasado diez años, desde entonces, y el pueblo de Buendía sigue vivo, quizá más vivo que entonces. La Ruta de las Caras, verdadero museo de escultura al aire libre, pienso que único en España, va incrementando la cantidad y la calidad de sus obras, el Museo del Carro sigue recibiendo cada vez más visitas.
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