lunes, 27 de octubre de 2008

GUADALAJARA EN LA LITERATURA


GUADALAJARA EN LA LITERATURA

La provincia de Guadalajara ha tenido, desde los orígenes de nuestra lengua, un atractivo especial para los escritores de todas las épocas. Se ve, y así lo podemos asegurar ante la evidencia de los hechos, que es una tierra que se presta a ser cantada, contada o descrita. También en ella nacieron o han vivido personas que dejaron huella a lo largo de la Historia en el quehacer literario, manejando como instrumento de extraordina­ria cali­dad la Lengua Castellana que, dicho sea de paso, en Guadala­jara se suele emplear de manera correcta, incluso a nivel popular, en su modali­dad coloquial como medio de expresión oral al uso y servicio de todos.
Ya en las primeras manifestaciones de la naciente Lengua Castellana, aparece Guadalajara en algunas de las más popula­res "jarchas", cuando no toman­do parte de los grandes monumen­tos de la literatura medieval, como el Poema de Mío Cid o en la obra del Arcipreste de Hita. Allá por el año 1040 el autor o autores del Poema daban detalles geográficos bastante preci­sos de Atienza, Miedes, Castejón, Hita, las Alcarrias, Angui­ta, como se lee en varios de sus versos. El Libro de Buen Amor, sitúa muy veladamen­te muchas de sus andanzas y relatos en campos presumiblemente guada­lajareños, campiñeses y serranos sobre todo, también en la capi­tal. «Mur de Guadalfajara entró en su forado/ el huesped acá e allá fuía deserrado/ non tenía lugar çierto do fuese anparado/ estovo a lo escuro, a la pared arrimado». Era para nuestro uso el siglo XIV.
Metidos en pleno Siglo de Oro, será Santa Teresa de Jesús quien en su libro de Las Fundaciones dedique todo un capítulo a contar los inicios de la Orden Carmelita en la provincia, dando cumplida referencia acerca de la fundación de los dos conventos de Pastrana, allá por el año de 1569.
Los años de la Ilustración tuvieron como punto de interés la provincia de Guadalajara, en la que fijaron su residencia temporal algunos de los nombres más sonoros de aquel siglo. Tal es el caso de Moratín, que pasó temporadas enteras en su casa de Pastrana; de Jovellanos, huésped ilustre de Jadraque durante el verano de 1808, quien también conoció en 1798 los baños de Trillo y las posadas del Pozo y de Aranzueque, como bien dejó escrito en sus Diarios.
En 1781 viajó a la Alcarria Tomás de Iriarte. De los recuer­dos que dejó, fruto de su deambular alcarreño, hay notas referen­tes a su paso por Aranzueque y Tendilla; pernoctó en el convento que los Franciscanos tenían en La Salceda. Los frai­les le debie­ron servir bien, más no todo pareció ser a su gusto, pues así dejó escrito:«Ya he dicho lo bien que me hospedaron y me dieron de cenar los Padres; pero como los gustos de esta vida no son dura­bles, quiso mi mala suerte que cargasen sobre mí aquella noche tantas pulgas que no me deja­sen dormir».
El final del siglo XIX, período del Realismo en la nove­la, lo ocupa en buena parte don Benito Pérez Galdós. Son muchas las citas, alusiones con nombres incluidos, que de la provincia de Guada­lajara suelen figurar en su extensa obra; La Fontana de Oro, Juan Martín "El Empecinado" y El Caballero encantado" son una buena muestra para poderlo comprobar; pero es quizás Narváez, una de las más conoci­das de las nove­las que se inclu­yen en los Episo­dios Naciona­les, la que dedica mayor extensión a las tierras de Guadalaja­ra, concreta­mente a la villa de Atienza con sus viejas calles, sus costum­bres, sus monumentos, sus gentes y sus leyendas: «Adiós, Atienza, ruina gloriosa, hospita­laria; adiós, santa madre mía; adiós, Noble Hermandad de los Remedios, que me hicis­teis vuestro "Prioste"; adiós, amigos míos, curas de San Juan, San Gil y la Trinidad; adiós Ursula, Prisca, José, servidores fieles». Dice Pepillo Fajardo, el protagonista, al despedirse de la villa con profundo dolor en su alma.
Por aquellos mismos años, coincidiendo con la Semana Santa de 1891, la condesa de Pardo Bazán viajó en tren desde Madrid hasta Sigüenza, pasando por Guadalajara. En su libro Por la España pintoresca, dejó escrito doña Emilia, entre muchas cosas más: «Hacía luna durante nuestro viaje de Guada­la­jara a Sigüenza, y el país, conforme nos acercábamos a tierras de Aragón, aparecía abrupto y montañoso. El alcalde, persona muy cortés, nos esperaba en la estación.»
Leopoldo Alas, "Clarín", escribe en 1892 una novela corta a la que tituló Superchería; en ella se puede adivinar la contradic­ción en la que el autor se debate por aquellos años. Clarín sitúa en esta obra a Nicolás Serrano, el protagonista, aposentado en una fonda que debió haber frente a la Academia de Ingenieros, otro monumento emblemático que hace tiempo desapare­ció del paisaje urbano de Guadalajara. Así lo refiere el propio Leopoldo Alas. «Llegó a la triste ciudad del Henares al empezar la noche, entre los pliegues de una nube que descarga­ba en hilos muy delgados y fríos el agua, que parecía caer ya sucia, que corría sobre la tierra pegajosa. Un ómnibus con los cristales de las ventanillas rotos le llevó a trompicones por una cuesta arriba, a la puerta de un mesón que había que tomar por fonda. Estaba frente al edificio de la Academia vieja, a la entrada del pueblo. La oscuridad y la cerrazón no permitían distinguir bien el famoso palacio del Infantado, que estaba allí cerca, a la izquierda; pero Serrano se acordó en seguida de su fachada suntuosa que adornan, en simétricas filas, pirámides que parecen descomunales cabezas de clavos de piedra».
Amado Nervo, el ilustre poeta mejicano, primer exponente de la literatura hispanoamericana de la época del Modernismo, pasó por Guadalajara en visita relámpago el año 1913. Se llevó una serie de notas escritas en su libreta de apuntes, que luego le sirvieron como cañamazo donde apoyarse para dar luz a un bello trabajo sobre la capital de la provincia. De ese trabajo son estas líneas en las que el autor hace referencia a una costumbre ya perdida, la de "Las Mayas". Dice así:
«Al salir de nuevo a la Calle Mayor, un tropel de niños me rodea:
-¿Caballero, un cuarto para la Maya!
Y me tienden minúsculas bandejas...
Las Mayas son niñas a las cuales, en algunos pueblos de España, visten graciosamente, lo más majas posibles, el día de la Cruz de Mayo. Siéntanlas en una especie de trono, y los chicue­los del barrio piden cuartos para ellas, con los cuales ofrecen después una merienda suculenta.
Tengo la fortuna de ver a dos Mayas en dos portales oscuros. Son las dos criaturas monísimas. Están allí muy adornadas, inmóvi­les, hieráticas (la Maya no debe hablar ni reírse), rígidas y graves como vírgenes españolas. Doy mi óbolo para cada una, y cumplido este deber con nuestra dama la Tradición -¡Muy señora mía!-, me encamino, por la cinta de plata de la carretera hacia la estación».
Allá por los inicios de los años veinte de este siglo, don José Ortega y Gasset echó algunas jornadas a recorrer las tierras de Sigüenza a lomos de una mula torda. La primera impresión que la Ciudad Mitrada produjo en el insigne pensador fue :«Es una alborada limpia sobre los tonos rosa y cárdeno del poblado de Sigüenza. Quedan en el cielo unos restos de luna que pronto el sol absorberá. Sigüenza, la viejísima ciudad episcopal aparece rampando por una ancha ladera, a poca distancia del talud que cierra por el lado frontero del valle. En lo más alto el castillo lleno de heridas, con sus paredones blancos y unas torrecillas cuadradas, cubiertas con airoso casquete. En el centro del case­río se incorpora la catedral, del siglo XII».
Metidos ya en nuestra propia época, es el académico gallego y premio Nobel de Literatura don Camilo José Cela quien acapara con sus Viajes a la Alcarria, uno en 1946 y otro en 1985, casi todo el laurel literario de la provincia de Guadalajara a niveles internacionales.
A pesar de todo, sin que sea tan notorio a escala popu­lar, ahí queda el incomparable relato que Sánchez Ferlosio titula Industrias y andanzas de Alfanhuí, un cuento fantásti­co cuya primera parte transcurre en otra Guadalajara fantásti­ca también: «Las viejitas de Guadalajara -dice- tienen los huesos de alambre y mueren después de los hombres y después de los álamos. Se ahogan en los vados del Henares y se las lleva la corriente, flotando como trapos negros». El mismo autor tiene también pre­sente esta tierra en varios pasajes de El Jarama.
Seguramente que es de mayor actualidad El río que nos lleva, del académico José Luis Sampedro. Novela escrita en 1960 que ha sido trasladada al cine, en la que se cuentan las pendencias y aconteceres de la vida de los antiguos gancheros por los pueblos y vericuetos ribereños del Alto Tajo. En el siguiente fragmento el Seco, uno de los gancheros, habla así del balneario de Mantiel, desaparecido bajo las aguas del pantano de Entrepeñas: «...estas son las mejores aguas del mundo pa el reuma. Pero no puede, aquí no hay médico, ni luz, ni postín, ni na. Mejor: así está barato pa los pobres y áspero pa los ricos, que tienen que irse al médico. Bien que les escuece a los de los baños de La Isabela, siempre con denuncias porque éste les quita gente. Pero allí cobran un dineral y aquí, por un duro por barba, te metes en un cuarto y te dan hasta un jergón de paja y tu cabezal. Lo demás que quieras tú te lo traes y tan ricamente.»
Un autor molinés, natural de Labros, Andrés Berlanga, ha dejado un hermoso documento sobre la vida y costumbres del Alto Señorío durante los años de la posguerra en su novela La Gaznápira, publicada en 1984 y que constituye otro título puntero dentro de las mejores obras que tienen como tema las tierras de Guadalaja­ra: «El pobre sacristán se marchó cariacontecido de la Casa Lugar porque ni el Cristóbal ni ninguno se ha dirigido a la Liboria. Los mozos se meten en el bar de la Pitona y se la echan a ver quién come más huevos fritos o quién parte más nueces y almendrucos con las muelas o, si el porrón mana generoso, acaban por apostarse con el Caguetas un cuartillo de vino o una lata de anchoas a que no es capaz de romper de un cabezazo la pared de adobes del corral del Manquillo».
Otro destacado periodista y escritor de nuestro tiempo afincado en la Alcarria, Manuel Leguineche, publicó en 1999 un libro de muy grato leer que titula La felicidad de la tierra; relatos y vivencias de su estancia en la finca de su propiedad “El Tejar de la Mata”, junto a Cañizar, y que, sin duda, se trata de uno de los libros más bellos de los que han elegido como asunto aquel u otros lugares cualquiera de la Provincia, su naturaleza particular, sus cosas y sus gentes: «Almuerzo de todo el pueblo en la plaza del Ayuntamiento, en homenaje a Manolo, el médico que se despide. Se va a Mondéjar. Le echarán de menos. Son los sólidos lazos que se establecen entre él, médico rural, y el pueblo. Este Manolo, aragonés de Maella, está hecho de rabos de lagartija. Se pagó la carrera cantando con la tuna por las rutas de Europa. Es un tipo espigado, muy filarmónico, andarín, más del campo que las amapolas. Cobra un par de zorzales, los despluma, los tuesta al fuego, añade la sal que siempre lleva consigo en el zurrón y se los merienda debajo de un olivo. Causa asombro verle brincar por el paisaje. Su padre, guardia forestal, le puso al tanto de los secretos del campo. Tuvo un buen maestro porque Manolo, con precisión clínica, adivina los cambios del tiempo, conoce la querencia de la perdiz, las zigzagueantes trayectorias del zorzal, los caprichos de la liebre.» Todo lo dicho sin contar en ningún momento con la labor meritoria de tantos autores que nacieron o viven en la Provincia, cuyos nom­bres, en entradas monográficas dedicadas a cada uno de ellos, aparecen en el lugar correspondiente de este libro.

No hay comentarios: