sábado, 13 de febrero de 2010

DE PAIRÓN EN PAIRÓN POR TIERRAS DE MOLINA


No considera el diccionario de la Real Academia la palabra "pairón", y pienso que es una deuda injustificada la que tan benemérita institución tiene contraída con Guadalajara en general, y en particular con los pueblos y tierras de Molina. No ha sido así con otros vocablos que hacen referencia a monumentos afines y con función muy similar a la que ostentan nuestros pairones, y que adornan, como sabemos y aplaudimos, los caminos de otros lugares de España; entiéndase a tal efecto las palabras "crucero" o "cruz de término", para las que sí hay alusión en el que podríamos considerar como registro oficial de nuestro idioma.
Pues, bien; ahí están en cualquier caso los pairones molineses, solemnes, místicos, desafiadores de intemperies y de calcinantes veranos de sol, marcando límites y sirviendo de amparo, de adiós y de bienvenida, a los caminantes que por los solitarios campos del Señorío salieron a la brega, de sol a sol mientras que aguantó el cuerpo, durante los dos o los cuatro últimos siglos, si no más.
Tengo para mí como enseña principal de aquellas tierras a sus típicos pairones. No he conseguido entrar, y bien que me gustaría, en el significado que estos sencillos monumentos de piedra llevan como mensaje al alma de las buenas gentes de los pueblos en los que están enclavados. Salieron de la piedad popular de nuestros antepasados, de su religiosidad profunda en la que no faltó un ápice de superstición y una pinta de rivalidad y de abierto desafío. Nuestros abuelos eran así. Todavía se ensalza en cada lugar su propio monumento con cierto fanatismo, se veneran de modo singular a los santos y santas titulares de los mismos, a los que se considera sus ángeles buenos, sus abogados y protectores ante el trono de Dios, menospreciando, si llegado es el caso, a los del pueblo vecino, lo que, visto a través del monolítico prisma de lo local, tiene siempre una explicación.
Por los ejidos y por los primeros campos de labor en una buena parte de los pueblos molineses, existe una importante variedad en este tipo de monumentos. Para quienes no los conocen diremos que se trata de unos murillos de piedra, alzados a veces sobre gradas o escalinata, y que remata en sencilla o doble hornacina donde se guarda una imagen -en ocasiones un simple azulejo- de Cristo, o de su Madre Santísima en cualquiera de sus advocaciones, de las Animas Benditas o de un santo o santa de la corte celestial, con preferencia por San José, San Antonio, San Isidro Labrador y San Pascual Bailón. Por cuanto a la forma y estilo de los pairones, depende de la época en que se construyó así como del esmero que los albañiles y picapedreros quisieron poner en su ejecución. La altura oscila entre los tres y los cinco metros, rematando la mayor parte de ellos en una cruz de hierro forjado. Existe mayor variedad y número de pairones en la mitad septentrional del Señorío, de manera que se pueden contar uno, dos, y hasta cuatro pairones, según la categoría de los pueblos con arreglo a lo que fueron por su importancia y su número de habitantes. Suelen aparecer en los cruces de caminos, así como en las salidas al campo, no lejos de las últimas casas del lugar.
Sería bueno saber cuántos pasan del centenar en el recuento más o menos exacto de los pairones molineses que siguen todavía en pie. No hablaremos aquí de todos ellos, ni de las leyendas y tradiciones montadas en torno a los mismos, ni del cuándo ni el porqué de su origen, pues sería difícil de averiguar en casi todos los casos. Alguna historia local muy concreta, sabida por tradición oral, es lo único que se conoce de alguno de ellos; por lo demás, apenas queda su propio testimonio caracterizando el paisaje, y sellando la identidad de una de las comarcas más significativas -y más olvidadas también- de las tierras de la Meseta.
Antes de entrar en al ahora agónico pueblecito de anchuela del Pedregal, se alza a la vera del camino uno de los pairones más sobresalientes, cuya existencia anda pareja con el siglo que acabó. Consta sobre la piedra que fue construido en el año 1900, por un picapedrero apellidado Martínez. Está dedicado a San José, San Vicente y las Animas Benditas.
En Rueda de la Sierra se considera como destacado monumento local el pairón de la Virgen de las Nieves, colocado junto a la carretera que atraviesa el pueblo. Algo más adelante, en Cillas, vale la pena detenerse a contemplar la bella estampa barroca del que, hace más de dos siglos, el pueblo erigió a devoción de la Virgen del Pilar.
Ya muy cerca de Cubillejo del Sitio nos sorprende a mano izquierda, escalonado en la linde junto a la cuneta, el más elegante, ajustado y fotogénico de los ejemplares de este género que conocemos: su pairón barroco de San Isidro y de la Virgen de la Hoz, del que años atrás se labró una réplica exactamente igual y que fue instalada, nada menos, que en un vistoso jardinillo de la Capital de España.
El pairón de Tortuera, en honor y memoria de las Animas Benditas, es por antigüedad y por forma uno de los más distingui­dos de cuantos todavía existen. Se trata de un muro de piedra, a modo de pequeña espadaña, que concluye en triple adarve como si fuera un calvario. Concluye en vistosa cruz de herraje.
Quisiera referirme de paso a otros muchos que conservan lugar preferente en el arcón de la memoria, tales como los pairones de Labros, Tartanedo, Hinojosa, La Yunta, o el bien plantado del camino de Amayas, y de muchos más que en tiempo pasado ocuparon mi atención por las tierras parejas del Bajo Señorío, como los de Orea, Tordesilos y Lebrancón, que mantienen en pie a través de los siglos toda una lección de historia y de anónimas piedades, el peso de la tradición y de la fe arraigada que da carácter a las tierras sobre las que se levanta.
Habrá que tomar nota de este singular tesoro que son los pairones molineses, levantado sobre piedra cargada de connotacio­nes nobles. Ahí están todavía casi todos ellos para gozo y regocijo nuestro. Algunos son reflejo fiel del punto de civiliza­ción, muy alto por cierto, de las gentes que por allí viven. Por nuestra parte, por parte de los que nos honramos en conocerlos, de los que tenemos a bien guardar en aquel escondido rinconcito del corazón lo más importante que vieron nuestros ojos, vaya esta retahíla de consideraciones, como homenaje a los lugares y a los lugareños que todavía se sienten honrados y que se desviven por conservar junto a los pueblos la gracia singular de sus pairones.
(En la imagen, pairón barroco de Cubillejo del Sitio)

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