Las tierra de Guadalajara y Cuenca merecen una visita, no sólo por el placer de conocerlas, que ya sería bastante razón, sino por el de gozar de ellas en cualquiera de sus comarcas más significativas. En las tierras de Guadalajara sólo es preciso señalar en el mapa al azar una superficie no mayor de diez o de quince kilómetros a lo largo y a lo ancho, para encontrarse, cuando menos, con un motivo de interés donde emplear el día.
No hace mucho anduve por aquellos paisajes de olivar que entre las dos Alcarrias dibuja la llamada Hoya del Infantado. Son cuatro o seis villas interesantísimas las que asientan por aquellas latitudes, merecedoras cada una de ellas de una particular atención, de un tiempo y un espacio del que ahora aquí no disponemos. La Historia dejó señal bien visible por todos aquellos pueblos a partir del siglo XIII, sin que haya cesado de ocuparse de ellos, por una o por cualquier otra razón, en tiempos más cercanos a los nuestros: escudos heráldicos sobre la pátina de los viejos caserones, portadas de iglesias que son toda una lección en piedra de los dos principales estilos arquitectónicos que nos dejó el Medievo, costumbres ancestrales, leyendas increíbles, fiestas de profunda raíz, campanarios suntuosos... Estos, los campanarios en los pueblos de la Hoya me han llamado atención poderosamente. Creo no desmerecer a nadie si aseguro que, en una distancia muy corta del uno al otro, allí avecinan los tres campanarios más vistosos, más artísticos, más grandiosos y elegantes, no sólo de las tierras de la Alcarria, sino de ambas provincias en su conjunto, Guadalajara y Cuenca, que allí se dan la mano desde una y a otra ribera del río Guadiela.
En la Alcarria de Guadalajara
La torre campanario de Alcocer será la primera que nos salga al paso apenas haber iniciado la ruta. Sirve de remate a una iglesia inmensa, a una iglesia antigua con pretensiones de catedral, que muestra en ventanales y portadas la línea característica del arte románico y del gótico a la vez, como escaparate y como documento de lo que la villa fue allá por los tiempos del rey Sabio, Alfonso X de Castilla, cuya amante doña Mayor, fue señora de la villa, y allí se guardaron sus restos hasta época relativamente reciente en que fueron profanados y hechos desaparecer. El campanario destaca en la mañana sobre el plano de la Hoya, y sobre los reflejos cristalinos del agua del embalse. Es monumento nacional la torre de Alcocer con la iglesia en su conjunto desde hace más de medios siglo. Posee un artístico pináculo, reconstruido recientemente gracias al esfuerzo, casi siempre personal, de su párroco don Chencho. En el campanario se distinguen aspilleras, arquillos ojivales, pequeños ventanales góticos con parteluz, y una linterna como remate que ensalza todavía más su elegante estampa.
No lejos, y a través de Millana, otra de las villas señeras a las que antes me he querido referir, queda Escamilla. El pueblo de Escamilla, más pequeño que Alcocer, se anuncia en la distancia por el vástago erguido de su torre, rematada por un curioso monigote de metal que brilla con el sol y gira sobre un eje a merced de los vientos. Lo conocen en el pueblo por la Giralda, como a la famosa veleta de la catedral de Sevilla, y como a la que en el propia Escamilla hubo en ese mismo lugar antes de que el ímpetu destructor de una nube cargada de electricidad, hace más de treinta años, acabase con ella. Dicen que la torre como proyecto se debe al genio arquitectónico de Ventura Rodríguez, todo un lujo, como lujo es para todas las tierras de la Alcarria el verse presididas desde el altiplano de Escamilla por aquel irrepetible milagro de la piedra convertida en visible exposición de arte permanente.
En la Alcarria de Cuenca
Pero salgamos de Escamilla después de haber subido, pueblo arriba, hasta lo que todavía queda de su antigua fortaleza, así mismo de ser tenida en cuenta. Viajamos ahora por las solitarias carreteras de la Hoya del Infantado con dirección a Valdeolivas. Como entre las dos villas anteriores, Millana y Escamilla, la distancia es corta hasta Valdeolivas, apenas un entrar y salir como jugando con la línea fronteriza entre ambas provincias.
Valdeolivas es un pueblo industrial (aceite y miel son los dos productos de los que el pueblo se honra). Un pueblo antiguo, pero elegante; malherido por el vendaval de la emigración como todos los pueblos, pero cuidado con mimo por los pocos que se quedaron allí y por los que marcharon a vivir fuera y que gustan regresar al sitio de su raíz cuando el tiempo y sus ocupaciones se lo permiten. Unos molinos de viento del siglo XVIII, dos plazas hermosas, y un campanario único, son las notas que lo distinguen. Las portadas de piedra en arco, las casonas de corte señorial, y los escudos heráldicos de hidalgas familias, son el ingrediente común de Valdeolivas con las demás villas de su rango. Sobre el presbiterio de la iglesia, posee un Pantocrátor monumental, sorprendente, único, con tetramorfos en los extremos, que por sí solo merece una visita.
Más refirámonos al campanario de su iglesia de la Asunción, que es lo que de manera muy especial nos llevó al pueblo en aquel momento. La torre se levanta sobre cinco cuerpos, y se corona con triples parejas de vanos superpuestos en el campanario. El aspecto de la torre es magnífico, sin duda una muestra simpar de la arquitectura tardorrománica de la comarca alcarreña; obra del siglo XIII como lo es la pintura del Cristo bendiciendo, antes anunciada, que se luce por encima del altar mayor, lo que convierte a Valdeolivas en una reliquia muy a tener en cuenta dentro del catálogo artístico medieval de Castilla en toda su extensión.
Y la ruta concluye. Es posible que a los visitantes de Guadalajara, de Cuenca o de Madrid, les sobre tiempo en un día de primavera o de verano para recorrerla, para conocerla, para disfrutar de ella, incluso para plantearse una futura excursión, en fecha más o menos cercana, a las ruinas de la ciudad romana de Ercávica, que esta Ruta de los Campanarios tienen desde allí a cuatro pasos, en el término municipal de Cañaveruelas, a tiro de piedra o poco más de las aguas del pantano de Buendía, al otro lado del río.
No hace mucho anduve por aquellos paisajes de olivar que entre las dos Alcarrias dibuja la llamada Hoya del Infantado. Son cuatro o seis villas interesantísimas las que asientan por aquellas latitudes, merecedoras cada una de ellas de una particular atención, de un tiempo y un espacio del que ahora aquí no disponemos. La Historia dejó señal bien visible por todos aquellos pueblos a partir del siglo XIII, sin que haya cesado de ocuparse de ellos, por una o por cualquier otra razón, en tiempos más cercanos a los nuestros: escudos heráldicos sobre la pátina de los viejos caserones, portadas de iglesias que son toda una lección en piedra de los dos principales estilos arquitectónicos que nos dejó el Medievo, costumbres ancestrales, leyendas increíbles, fiestas de profunda raíz, campanarios suntuosos... Estos, los campanarios en los pueblos de la Hoya me han llamado atención poderosamente. Creo no desmerecer a nadie si aseguro que, en una distancia muy corta del uno al otro, allí avecinan los tres campanarios más vistosos, más artísticos, más grandiosos y elegantes, no sólo de las tierras de la Alcarria, sino de ambas provincias en su conjunto, Guadalajara y Cuenca, que allí se dan la mano desde una y a otra ribera del río Guadiela.
En la Alcarria de Guadalajara
La torre campanario de Alcocer será la primera que nos salga al paso apenas haber iniciado la ruta. Sirve de remate a una iglesia inmensa, a una iglesia antigua con pretensiones de catedral, que muestra en ventanales y portadas la línea característica del arte románico y del gótico a la vez, como escaparate y como documento de lo que la villa fue allá por los tiempos del rey Sabio, Alfonso X de Castilla, cuya amante doña Mayor, fue señora de la villa, y allí se guardaron sus restos hasta época relativamente reciente en que fueron profanados y hechos desaparecer. El campanario destaca en la mañana sobre el plano de la Hoya, y sobre los reflejos cristalinos del agua del embalse. Es monumento nacional la torre de Alcocer con la iglesia en su conjunto desde hace más de medios siglo. Posee un artístico pináculo, reconstruido recientemente gracias al esfuerzo, casi siempre personal, de su párroco don Chencho. En el campanario se distinguen aspilleras, arquillos ojivales, pequeños ventanales góticos con parteluz, y una linterna como remate que ensalza todavía más su elegante estampa.
No lejos, y a través de Millana, otra de las villas señeras a las que antes me he querido referir, queda Escamilla. El pueblo de Escamilla, más pequeño que Alcocer, se anuncia en la distancia por el vástago erguido de su torre, rematada por un curioso monigote de metal que brilla con el sol y gira sobre un eje a merced de los vientos. Lo conocen en el pueblo por la Giralda, como a la famosa veleta de la catedral de Sevilla, y como a la que en el propia Escamilla hubo en ese mismo lugar antes de que el ímpetu destructor de una nube cargada de electricidad, hace más de treinta años, acabase con ella. Dicen que la torre como proyecto se debe al genio arquitectónico de Ventura Rodríguez, todo un lujo, como lujo es para todas las tierras de la Alcarria el verse presididas desde el altiplano de Escamilla por aquel irrepetible milagro de la piedra convertida en visible exposición de arte permanente.
En la Alcarria de Cuenca
Pero salgamos de Escamilla después de haber subido, pueblo arriba, hasta lo que todavía queda de su antigua fortaleza, así mismo de ser tenida en cuenta. Viajamos ahora por las solitarias carreteras de la Hoya del Infantado con dirección a Valdeolivas. Como entre las dos villas anteriores, Millana y Escamilla, la distancia es corta hasta Valdeolivas, apenas un entrar y salir como jugando con la línea fronteriza entre ambas provincias.
Valdeolivas es un pueblo industrial (aceite y miel son los dos productos de los que el pueblo se honra). Un pueblo antiguo, pero elegante; malherido por el vendaval de la emigración como todos los pueblos, pero cuidado con mimo por los pocos que se quedaron allí y por los que marcharon a vivir fuera y que gustan regresar al sitio de su raíz cuando el tiempo y sus ocupaciones se lo permiten. Unos molinos de viento del siglo XVIII, dos plazas hermosas, y un campanario único, son las notas que lo distinguen. Las portadas de piedra en arco, las casonas de corte señorial, y los escudos heráldicos de hidalgas familias, son el ingrediente común de Valdeolivas con las demás villas de su rango. Sobre el presbiterio de la iglesia, posee un Pantocrátor monumental, sorprendente, único, con tetramorfos en los extremos, que por sí solo merece una visita.
Más refirámonos al campanario de su iglesia de la Asunción, que es lo que de manera muy especial nos llevó al pueblo en aquel momento. La torre se levanta sobre cinco cuerpos, y se corona con triples parejas de vanos superpuestos en el campanario. El aspecto de la torre es magnífico, sin duda una muestra simpar de la arquitectura tardorrománica de la comarca alcarreña; obra del siglo XIII como lo es la pintura del Cristo bendiciendo, antes anunciada, que se luce por encima del altar mayor, lo que convierte a Valdeolivas en una reliquia muy a tener en cuenta dentro del catálogo artístico medieval de Castilla en toda su extensión.
Y la ruta concluye. Es posible que a los visitantes de Guadalajara, de Cuenca o de Madrid, les sobre tiempo en un día de primavera o de verano para recorrerla, para conocerla, para disfrutar de ella, incluso para plantearse una futura excursión, en fecha más o menos cercana, a las ruinas de la ciudad romana de Ercávica, que esta Ruta de los Campanarios tienen desde allí a cuatro pasos, en el término municipal de Cañaveruelas, a tiro de piedra o poco más de las aguas del pantano de Buendía, al otro lado del río.
(En la imagen: campanario de Escamilla, según proyecto de Ventura Rodríguez)
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