domingo, 21 de noviembre de 2010

B E T E T A


Transcribo a continuación dos páginas de un libro de juventud del que ya tienen noticia, por anteriores transcripciones, los lectores del blog. Me refiero al “Viaje a la Serranía de Cuenca”, que escribí sobre la marcha allá por el verano de 1982 y que se publicó un año más tarde. Lamento que haya dificultad por parte de los posibles lectores para adquirirlo. ¡Ha pasado tanto tiempo! Se trata de un fragmento del capítulo VIII, titulado “BETETA”. La fotografía que se incluye la tomé aquel mismo día, cuando la calidad de los medios dejaba bastante que desear.

«Metidos ya en la calle principal de Beteta, que como en tantos pueblos más de los que tuvieron vida coincide con la ca­rretera de paso, uno se encuen­tra con una microciudad antigua y encantadora, sugerente, engalanada con exquisitez, que recuerda en todo su porte las recias villas castellanas del Siglo de Oro. Tiene una plaza historiada y juvenil, que las manos, no siempre acerta­das, de los reformadores han quitado tipismo; pero que han doblado con mucho en grandiosidad, en luz y en empaque. Al cente­nario edificio de las escuelas, situado en la plaza, acompaña desde otro ángulo el más moderno del Ayunta­miento, y completa el juego de estilos al otro lado de la calle, una casona sopor­ta­lada, con larga galería de maderas, que ha venido embelleciendo duran­te cuatro centurias, y todavía lo hace, la típica estampa serrana de la villa de los Albornoces.
En Beteta, a buena hora de la tarde todavía, uno se apresura en buscar alojamiento; y lo encuentra muy pronto, en una fonda que hay por una callejue­la estrecha, transversal entre la plaza y la iglesia.
Pregunto en la fonda si por casualidad andan sobre estas fechas por allí otros dos antiguos colegas de mocedad, los herma­nos Gargallo Pérez, Alfredo y Antonio. Me dicen que no, que Al­fredo pudiera estar pasando el verano en Carrascosa, y que Anto­nio, como se instaló en la capital, viene poco, y que cuando lo hace es visto y no visto.
- A quien sí que puede ver es a sus padres. Ya están muy mayores los dos. Viven en una casa grande de la carretera, por debajo de la plaza.
Don Alfredo, el padre de mis amigos, es un señor venerable que a sus muchos años deja entrever la elegancia y el buen porte del mozo que fue, dis­tinguido, servicial, muy amable. Estaba sentado al fresco en el portal al lado de su esposa. Don Alfredo acoge con extraordinario cariño la visita del forastero y le sirve como primicia que su hijo Alfredo tiene previsto llegar a Beteta esa misma tarde.
- ¿Me ha dicho que hace muchos años que no se ven?
- Muchos. De veinte para arriba, si no recuerdo mal.
- Entonces, desde que acabaron los estudios, seguramente. Eran unos niños entonces. Ahora, igual ni se conocen.
Don Alfredo se ha salido conmigo a dar un paseo corto por los alrededo­res de su casa. Me cuenta que Beteta es un pueblo con mucha historia, que existe desde el tiempo de los arévacos y que fue cabecera de las siete aldeas: El Tobar, Lagunaseca, Masegosa, Valsalobre, Carrascosa, La Cueva y Valtabla­do. Me va contando las cosas muy pausadamente, queriendo agradar, esforzán­dose por contarme todo con el máximo rigor y detalle.
- A Valtablado lo compró el Gobierno, hace ya tiempo, y ahora no deben quedar ni las tejas.
- ¿Cómo se vive en Beteta?
- Bien. Este debe ser de los pocos pueblos que, por lo menos hasta el momento, vive ajeno al paro y a la mayor parte de los problemas graves de carácter económico que existen por ahí.
Nos hemos acercado hasta un mirador sobre la vega que hay cerca de su casa. Desde aquellos altos me muestra don Alfredo todo el valle, los campos de mimbre, y me indica, más o menos, el lugar por donde viene a caer la ermita de La Rosa, a nuestra derecha, ya en la lejanía de cara a las puestas del sol.
- Es que con estos ojos míos ya no alcanzo hasta tan lejos; pero desde aquí se ve muy bien. La Virgen se la han tenido que traer al pueblo porque dentro de la ermita se estropeaba con la humedad. La fiesta se celebra para el día 16 de septiembre.
Por los ajardinados patios de Beteta, la antigua y bella Vétera de los romanos, al pie del castillo roquero que dicen de Rochafría, destrozado, según cuentan, en tiempo de los carlistas, conviven en armonía el peral, el tilo y el glorioso laurel. La iglesia es una hermosa muestra del arte ojival con portada plate­resca, en cuyo arco de cobertura se cuentan cabezas esculpidas de ángeles mofletudos, de apóstoles, de evangelistas y de pa­triar­cas de la Antigua Ley. Por el interior del templo corren aires de catedral. Se abre en tres naves separadas por recias columnas de piedra serrana, y un retablo de formas góticas no acorde en el tiempo con el resto de la obra. Por el techo, en los huecos que dejan entre sí al cruzarse las diferentes nervaduras, se aparecen repetidas veces los escudos familiares de los Albornoz, señores que fueron de Beteta y de sus siete aldeas.
La imagen de la Virgen de la Rosa está colocada sobre unas andas en la tercera nave del templo. Es una talla muy bonita, revestida con ropajes color de rosa y lleva una rosa en la mano. En torno a imagen de la Patrona de Beteta corre una leyenda cu­riosa en la que se habla de un pastor de Valtablado, llama­do Ruperto, que la encontró casualmente junto a un rosal, y tantas veces como se la llevó al pueblo, tantas como volvió a aparecer en el lugar del hallazgo; hasta que las autoridades acordaron, visto lo visto, levantarle allí una ermita, en donde ha recibido desde muy antiguo el fervor y las oraciones de las buenas gentes de aquellas sierras.
Al regresar a la casa de don Alfredo Gargallo, mi amigo estaba esperan­do. Más de cuatro lustro de por medio es demasiado tiempo para volverse a reconocer a primera vista. Cuando mi amigo dice que por sí solo no me hubiera reconocido, siento una enorme desilusión. Con Alfredo vuelvo a dar la segunda vuelta por el pueblo. Beteta es pequeño y se recorre a pie sobradamente en cuestión de media hora. Para entrar a fondo en su vida y en su historia sería preciso emplear muchos días; pero uno reconoce que no es esa su misión, que no va exactamente por ahí. Nada nuevo, sino la amistad con Alfredo traída a la actualidad por milagro de la memoria y una conversación, tanto para uno como para otro cargada de recuerdos, de nombres entrañables, de aconteceres no olvidados, fue en cualquier momento la salsa y el almíbar de este último paseo por la villa de Beteta envuelta en la noche.»

3 comentarios:

san Bernabé dijo...

Hola,

me ha llamado mucho la atención este artículo, pues vivo en Beteta, y desde allí ridijo otro blog titulado:
artesonadomudejarenlagunaseca.blogspot.com

Puedes visitarlo y si te interesa algún artículo del recién restaurado artesonado lo puedes colgar en tu blog.

Un saludo.

José Antonio Belinchón

san Bernabé dijo...

Hola de nuevo,

acabo de leer tu perfil, yo soy de natural de Valverde de Júcar y mi segundo apellido es Lacasa. Qué coincidencia, ¿no seremos familia?

Un saludo
José Antonio

neusarte dijo...

Esa del triciclo soy yo con 2 años y la de la falda mi madre. jejejjeej
Que casualidad.

NGE