martes, 15 de marzo de 2011

ARTÍCULO INFUMABLE DE UN AUTOR FAMOSO


Una consecuencia inmediata de la reciente publicación en este blog de la página dedicada a Villaescusa de Haro, ha sido la petición vía telefónica de dos lectores interesados por tener noticia más detallada, y al ser posible leer, el artículo de Eugenio Noel al que allí me refiero en relación con este admirado pueblo de la Mancha Conquense.
Me ha parecido lo más oportuno transcribirlo literalmente, aportando con ello algo más de lo mucho que se conoce acerca de Cuenca y su provincia como motivo para las buenas letras. Una rareza sobre todo, de la que sospecho el posible lector podrá sacar al final -como por esas tierras se dice- los pies fríos y la cabeza caliente. Es decir, nada. La literatura es arte, y como tal resulta la mar de diversa; de manera que este artículo del autor de Piel de España, puede encajar perfectamente, para mí como extrañeza dentro de la producción literaria de una época, que pudo tener como inspiración aquellos planos manchegos.
Eugenio Noel, autor madrileño que vivió entre los siglos diecinueve y veinte, tuvo la ocurrencia de violentar el idioma escribiendo este denso artículo que transcribo a continuación. Ignoro si pudo ser un éxito; para algunos, supongo que sí. Sus rarezas le hicieron famoso en una buena parte de la población española afín al movimiento cultural del momento. Frecuentó las famosas tertulias literarias del café de Levante, y se despachó a su gusto escribiendo en contra de la fiesta de los toros y del flamenquismo como manifestación cultural de la España en la que él vivió.
Como lo que aquí nos interesa es la palabra escrita de Eugenio Noel con referencia a Villaescusa, al menos como aportación a la literatura conquense, cumplo con el deber de prestarle su espacio, satisfaciendo al menos el interés o la curiosidad de dos de mis lectores.»



UN CARRO EN LA CALLE DE LOS SIETE OBISPOS
«Cada uno suele contar de la vendeja y granjería de la feria como le fue en ella, y yo, salvo salir a montear un nuevo Greco y no cohecharle, lo que algún rucio rodado de chamarilero motejará de jonjona y guasa verde, de Toledo no he de garabatear cominerías ni empanar maltrato y sobajo con loas y pasos a la enmohecida ciudad de los metalarios. Al Dante me atengo cuando zaherizaba a los romanos en su buena parladuría lombarda y les espetaba aquello de: «Son unos muertos que se figuran que viven.» Con el carro, arriero y reata cara a Villaescusa de Haro, que es un viajecito como para andar en coplas, y me aturo la boca y me zampo las cuarterías y soledumbres del antojo de la caminata hasta que el dolor de la gatada se vaya resentando. De noche y en el puente de Alcántara empezó el zorongo y trasteo, y -entre paréntesis lo de la belleza del lugar y lo castizo y tal, que habría para hablar por el colodrillo más que Carranza emborronó de la espada- atrás quedó ensabanada Toledo, que inadeliñada con la laca de rubia de la paleta de su pintor, y atrás, albarraza­dos, sus cigarrales, que ni ataviados con los chorreones de la prosa de Tirso se hacinaran más en sombrajos de guinga. Y a Villaescusa llegamos con frío y ventisquil, yo todo arromadizo y respahilando el Tizón del cardenal Mendoza, amorosamente preso en mis manos, que por sólo mercarle me habría dado de tantas estrechezas una biznaga, y el arriero de marras, «que me muero, que me fino», a pesar de ser novillo cerrero. Mal avío para la raza éste de que hasta sus trajinantes vayan calveando por los calcañares y no sean ya aquellos cachidiablos lisos y descargados de todo jarrete. No obstante tener infartada la quejumbre, el chinchorrero encubría sus pleoteras y soponcios con escaras de sal y cechero de atalaya y sus pullas y burlerías de gentil oficial de la carda, sonrisa de envite y pasacalle de revoleo, que él almohazaba con sus palabrotas empapuciadas de jotas, erres, eñes y ajos... Amén e que bregar con aquel carro y aquellas bestias matalonas por carriles de lama pegajosa, de rodalas de carros ahondadas en el tarquín, no es una pelusa para zangolotearse y entumbarse sin charlear como una rana o escamon­dar de lo más santo. Pero todo, aun los torniscones de la vida perra, tiene su trasbarras, y he aquí al arriero y su carro, después de tantos bordos y barzones, en la calleja más mansejona y recoleta de España y cabe la hostería más serrana que ha engavillado, bajo techo en abertal, un ramujo de acebo seco. De la posada no hay sino catonizar que lardándola con tocino no estaría más reluciente; y de la vía, ¡oh!, de la calleja, se siente el ánimo poltrón y cabezalero para definirla. Estos temores mismos, torzuelos y galopines machuchos, empachados de ajiaceite y calambres de mollera, no hablan de ella sino de rodillas, como quiebro a puerta de gayola. Tened entendido que no se trata de escurrilladas históricas ni recuerdos viejos de picote, sino que en esta calle nacieron siete obispos, ni uno más ni uno menos, si perdigado en hervor divino cuál de los siete, tal de los siete profundo en asuntos gordales y sustanciosos de Escrituras, que en su comparanza todos los licenciados del reino eran como borricos amapoleros. Y lo que es más todavía y más admira a estos traviesos y tracistas cascarrabias, los padres de esos obispos no fueron nobles, ni noblas sus madres, sino pelgares redomados, gente desandrajada, sollastres destripaterro­nes, pastores boquirrojos y bocimohinos, zafia obrería de hisopo y cucarda. Ahí están pintaparadas las casas y estarán en lo perdurable, para alivio y palmeo de pasmarotes como nosotros. ¿Eh? ¡Y que no hay que hojaldrear bien las asentaderas en los bancos para llegar a obispo cuando el padre es un majagranzas y la madre una flor de jara!... Y en la misma calle, no vaya a olvidarlo, que eso es lo de repelón y no se cata en cualquier punto. Así es el respeto y la tiesura espetada de los felices manchegos que en esta calle viven. Vieja vi que se santiguaba en descargas al pasar frente al umbral de las casas bienaventuradas, haciéndoles maulas y melindres como si los siete obispos faldearan hogaño en sus siete aposentos. Mi buen arriero, desde que esquinó la calleja santa habla a contrapelo, y al desguarni­cionar la reata, apenas si, de lo compungido y edificado, se le va la jeta entre la cachucha, cuando echa unas nesgas al pellejo, mojón y catavinos; porque no se debe arriscar por poco mucho, y aunque es hombre de sesenta y seis sabores vináticos, como el Berrocal de La elección de los alcaldes de Daganzo, en calle como esta calle sobran los perales de cascabeles y sería ensopar migajón en naffe. Y a su andadura, los de la altana.Paradores como éste, pocos en contorno, sin desmán ni acecinamiento, sin cuchufletas ni chirlerías. Los jayanes, los chicarrones, los bodoques, los soplavivos, los embaidores, bujarras y rústicos que beben o zascandilean en la posada, si andan es porque se estila. Un grupo huronea silencioso alrededor de la rueda de un vaciador mohedino que pone fiel a unas tijeras desenfiladas. Los otros van y vienen con cabezalejos, calzos, traspontines, braceros o codales en las manazas. Y yo mismo, contagiado del alma de la calle, donde sin duda haldean sueltos y cabizbajos los fantasmas nocturninos de los siete obispos, lo contemplo todo con ojos remellados. La maritornes arroja sin ruido las lavazas a un regacho. Mi arriero echa su carro. Lo coge por el dentejón del pértigo y suavemente lo apoya en tierra; no suenan los cinchos, no rechina el bocacil, no cruje el tendal, nada murmura de la zaga a la riostra, como si el carro también supiera en que calle está.»

(En la fotografía, aspecto actual de la Calle de los Siete Obispos en Villaescusa de Haro)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Curioso artículo. Le invitamos a participar en el I Encuentro de Blogueros y Tuiteros conquenses (Resoli&Blogs&Tuits) que organiza el periódico digital Voces de Cuenca. Será el viernes 25 de marzo a partir de las 20.00 horas en el Recinto Ferial 'La Hípica' de Cuenca. Más información en http://cort.as/0d-6

Un saludo

JOSÉ SERRANO BELINCHÓN dijo...

Muchas gracias. Os felicito por vuestro trabajo, que desconocía; pero no me es posible acompñaros en la reunión a la que tan amablemente me invitáis. Saludos.