El de "Licenciado Torralba" es el título con el que pasó a la historia un personaje singular nacido en Cuenca en el año 1485, cuyo verdadero nombre fue el de Eugenio Torralba. Se trata del mago más conocido de la España del Renacimiento, y del que se cuentan cosas realmente maravillosas. Viajó a Roma, ciudad en la que estudió Filosofía y Medicina, lo que nos lleva a pensar que se trata de uno de los personajes más cultos del siglo XVI. En Roma se adiestró en el conocimiento de la astrología y de la nigromancia. Todo cuanto se sabe de él se debe a sus propias declaraciones en el proceso al que fue sometido en 1527 que duró cuatro años.
Nuestro hombre entabló una estrecha amistad con un clérigo conocido por fray Pedro, quien a su muerte le puso a su servicio un espíritu familiar de nombre Zaquiel, que Torralba consideró como un ángel bueno, aunque a lo largo del proceso antes referido reconoció tratarse de un demonio el cual, además del español, hablaba el latín y el italiano. La especialidad de Zaquiel era la de poder comunicar antes, o en el mismo momento en el que los hechos estaban ocurriendo, los sucesos más importantes acaecidos en España, Francia o Italia, durante los años que van del 1510 al 1527. Y así, Eugenio Torralba fue avisado en Roma de la muerte del rey Fernando el Católico, o del levantamiento de las comunidades y las germanías en 1519, entre otros muchos portentos más; si bien, el hecho más importante realizado por él y que más fama le dio, fue el que en la noche del 6 de mayo de 1527, fue llevado por los aires hasta la Ciudad Eterna, donde fue testigo ocular del sangriento saqueo de la ciudad, y regresar a Valladolid en la misma noche para dar la noticia.
Por aquellas mismas fechas, Torralba fue delatado por un viejo amigo suyo, don Diego de Zúñiga, ante el tribunal del Santo Oficio de Cuenca, y encarcelado. Hacia el año 1531 renegó de la diabólica compañía y, según se escribió de él, se dedicó a su profesión como médico. Murió poco tiempo después. Su fama fue tan grande que muy pronto se hizo de conocimiento común, pasando incluso al mundo de la fábula. Cervantes se refiere a él y a su viaje a Roma por los aires, en el capítulo 41 de la segunda parte del Quijote.
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