viernes, 4 de marzo de 2011

LA GUADALAJARA DE LEOPOLDO ALAS



«Excmo. Señor.
En el día de hoy y previas las formalidades prevenidas por la ley, he tomado posesión del Gobierno de esta provincia, cuyo mando se ha dignado confiarme S.M. la Reina (q.v.g) por su real decreto de 28 de junio último. Lo que tengo el honor de partici­par a V.E para su supe­rior conocimiento.
Dios Gue a V.E muchos años, Guadalajara 12 Julio de 1865.
Excmo. Señor: Genaro Alas.

El profesor Pedro Fernán­dez, vecino de esta ciudad de Guadalajara, diputado provincial y concejal de este Ayunta­miento, leyó en el paraninfo de la Uni­versidad de Oviedo, el 16 de mayo de 1963, un estupendo tra­bajo al que tituló "Aporta­ción a la biografía de Clarín: Leo­poldo Alas en Guadalajara". La entrega amable de una separata de esta importante comunica­ción, me ha ofrecido la oportunidad de referirme, un poco a mi manera, a la estancia del ilustre autor del XIX en la Guadalaja­ra donde vivimos.
Leopoldo García-Alas Ureña nació en Zamora el 25 de abril de 1852, festividad de San Mar­cos Evangelista, y falleció en Oviedo el 13 de junio de 1901, fiesta de San Antonio. Tenía que haber nacido en Oviedo, dejó escrito, porque de allí eran sus padres y allí vivieron hasta unos meses antes de que él vi­niese al mundo. Pasó los años de su infancia en Zamora, y luego en León y en Guadalajara, ciuda­des castellanas todas ellas en las que su padre, don Genaro García-Alas, estuvo destinado como gobernador civil de las provincias respecti­vas. Aquí, en esta capital de la Alcarria, que fue la última de las tres en las que su padre ejerció tan impor­tante cargo, debió vivir el futuro "Clarín" entre los años 1865 y 1866; pues fue en ese último año cuando su familia regresó a Oviedo de manera defi­nitiva; luego el autor vivió su experiencia guadalaja­reña cuando se encontraba por edad a las puertas de la adolescen­cia. Después volvería en diferen­tes ocasiones. Tuvo una especial devoción por esta tierra en la que aprendió a vivir y, sobre todo, a pensar por sí solo. Su estancia en estos lares de junto al río fue la de las primeras experien­cias, la que dejó impre­sa en su persona una importante huella vital.
En 1892 Leopoldo Alas pu­blicó tres narraciones que él mismo consideró como «nouvell­e», es decir, novelas cortas. Fueron estas Doña Berta, Cuervo y Su­perchería. Pues bien, como re­cuerdo a esta ciudad de la Alca­rria en la que había sido niño, quiso situar la acción de la última de las tres referidas precisamente aquí, tomando como protago­nista a Nicolás Serrano, un hombre joven, reflejo fiel de su propia persona como se tras­luce en diferentes fragmentos del relato al que aquí nos vamos a referir.
Nicolás Serrano -según se dice en la novela- vino a Guada­la­jara casualmente a visitar a un primo suyo, alumno de la Academia de Ingenieros, que por algún aquel se encontraba arres­tado: «Allí, a las diez o doce leguas de Madrid, estaba aquella Guadalajara donde él había teni­do doce años, y apenas había vuelto a pensar en ella, y ella le guardaba, como guarda el fósil el molde de tantas cosas muertas, sus recuerdos petrifi­cados. Se puso a pensar en el alma que él había tenido a los doce años. Recordó de pronto unos versos sáficos, imitación de los famosos de Villegas al "huésped eterno del abril flori­do", que había escrito a orillas del Henares que estaba helado».El viaje lo hizo Nicolás Serrano un poco a presión; obli­gado por la pertinaz insistencia de su tía, la madre de Antoñito, a la sazón desesperado en los calabozos de la Academia, con amenaza de suicidio y de no sé cuántas cosas más en contra de lo que él consideraba disciplina férrea y falta de toda conside­ración que se guardaba en la Academia. El viaje desde Madrid por aquellos tiempos resultaba algo más que un paseo. La dili­gencia debió llegar a nuestra ciudad entre dos luces; una tarde de octubre, de esas en que las sombras de la noche comien­zan a extenderse sobre el campo con una inesperada premura. Clarín lo cuenta así: «Llegó a la triste ciudad del Henares al empezar la noche, entre los pliegues de una nube que descar­gaba en hilos muy delgados y fríos el agua, que parecía caer ya sucia, que sucia corría sobre la tierra pegajosa. Un ómnibus con los cristales de las venta­ni­llas rotos le llevó a trompi­cones por una cuesta arriba, a la puerta de un mesón que habría de tomar por fonda. Estaba fren­te al edificio de la Academia vieja, a la entrada del pueblo. La oscuridad y la cerrazón no permitían distinguir bien el hermoso palacio del Infantado que estaba allí cerca, a la izquierda; pero Serrano se acor­dó en seguida de su fachada suntuosa que adornan, en simé­tricas filas, pirámides que parecen descomunales cabezas de clavos de piedra».No queda en todo punto bien parada la ciudad en la obra de Clarín, y mucho menos algunos de sus personajes más representati­vos: el alcalde, por ejemplo, apellidado Mijares, a quien el autor trata de majadero y de hombre supersticioso y de bajos princi­pios. Aprovechando la tal circunstancia, y con la anuncia­da sesión de magia que el alcal­de pretende organizar en su casa, Clarín aprovecha para incluir en su relato una escena costumbris­ta muy al uso en la sociedad provinciana de mediados del XIX. Son las siguientes palabras que el autor pone en boca de Mijares: «Nada, nada; mañana mismo, mientras se limpia el teatro y los periódicos anun­cian la llegada de ustedes, por vía de propaganda y reclamo dan ustedes, es decir, damos una función en mi casa. Vengan uste­des a eso de las siete, porque tengo gusto en que coman conmi­go; después del café vendrán el gobernador civil y el militar y varios profesores de la Academia de Ingenieros, con más el chan­tre de Sigüenza, que está aquí de paso; y más tarde, a la hora de la función, se llenarán mis salones con lo mejor de Guadala­ja­ra: muchas señoras, mucha pillería, un público distin­guido que hará atmósfera, que decidirá del éxito que al día siguiente tengan ustedes en el teatro».Verdaderamente, lo que Clarín saca a la luz en el trasfondo de esta obra menor a la que titula Superchería, no es otra cosa que el dilema entre la propia contradicción (ficción y realidad) en la que el autor a sus cuarenta años se hallaba inmerso. La temática un juego fácil de amoríos al gusto de su tiempo, que él aprovecha para retratar magistralmente el ca­rácter, las pasiones, los inte­reses, las debilidades de sus personajes; para contar las situaciones reales, o al menos posibles, propias del momento y del lugar, así como la imagen auténtica de aquella Guadalajara que él conoció de niño y que, pese a que pueda resultarnos hoy tan dispar en apariencia, no queda tan lejos de esta otra en la que vivimos los que ahora somos. Casi todos nuestros monu­mentos, y no pocas de las vi­viendas que todavía conforman el casco antiguo de la ciudad, son testimonio en pie de aquellos tiempos.

(En la fotografía, "Puente sobre el Henares a la entrada de Guadalajara")

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