Fragmento del capítulo II de mi libro "Viaje a la Serranía de Cuenca", escrito y publicado en el año 1983
A Cuenca se entra por la avenida de los Reyes Católicos, una
calle ancha de buenos edificios que se interna en el corazón de la ciudad
lamiendo los muros de la plaza de toros. Un borrachín mata la mañana sentado
junto a la botella de vino a la sombra de una cabina de Teléfonos. Los
viajeros, algunos ya con el equipaje dispuesto en el pasillo para apearse,
dicen que el borracho de la cabina cuando acaba la botella la vuelve a llenar
en una bodega que hay al cruzar la calle, y que aguanta allí, haga frío o
calor, todas las santas mañanas del año.
- Y el tío no falla. Aunque estén cayendo chuzos ahí lo
tienes. Anda, rómpete los cuernos a trabajar como un borrico, que pronto vas a
vivir como ese ¡Maldita sea su estampa!
El coche en esta primera estación se queda casi vacío. Hasta
el final seguimos un señorito con portafolios y cara de poca salud, que debe
ser viajante de comercio, mi compañera de asiento no repuesta aún del achuchón
de la vomitera y yo. Cuando el coche llega al final del trayecto, me cargo el
morral en una mano y la bolsa de la mujer en la otra. La señora ya no parece la
misma. Ha mejorado mucho. Se recoge los pelos sueltos con una peineta de color
miel y me da las gracias correctamente. Los aires de la capital -qué tendrán
los aires de la capital- han puesto en boca de la mujer palabras corteses.
- Bueno, señor, pues muchas gracias. Si alguna vez va por mi
pueblo, ya sabe. Que la vida da muchas vueltas, mire usted, y nunca sabemos
cuando nos vamos a necesitar, ¿no le parece? Hoy por mí y mañana por ti, como
decía aquel. Dispense las molestias, pero es que cuando me da el telele me
pongo imposible..
- No tiene importancia, señora; no hay por qué preocuparse.
Para mí ha sido un placer haberla conocido. Lo único que lamento es no ir por
donde va usted para llevarle la bolsa. Yo ando camino de la Sierra y eso está
por abajo.
- ¡Ea! Que ya lleva usted también lo suyo. Vaya con Dios,
y... a lo dicho.
Con el macuto a la espalda uno se va calle adelante buscando
el centro de la ciudad. Hace fresco todavía y la gente prefiere para caminar
los paseos soleados de la calle. En Carretería están desiertos los veladores
que hay a lo largo de las aceras del Café Colón y de La Martina, frente por
frente en la zona más concurrida de la ciudad. Algunos tienen aún las sillas
patas arriba, colocadas encima del tablero. Las cañas de cerveza con aceitunas
rellenas de anchoa y el café a eso de las cuatro en los veladores de Carretería,
son parte del diario acontecer de la vida de Cuenca. Costumbre inamovible que
no ha ido a más, ni tampoco a menos como el comer o el respirar, como la vida o
la muerte. Cambian, eso sí, las caras de los asiduos que prefieren ser
notarios, desde la puerta de un bar, del correr de la vida; del ir y venir
apresurado de las gentes de la calle; coleccionistas de tipos pintorescos, de
hombres y mujeres con faz manchega, alcarreña o serrana, acabados de arribar
a la metrópoli; espectadores ocasionales del entierro de su compadre, amigo
del alma que palmó el pobrecito, "quién lo iba a decir" sentado
tranquilamente en un banco del Recreo Peral, mientras contaba como un pasmarote
las hojas secas de sauce que arrastraba la corriente, ¡para que luego digan!
Los tenderos de Carretería están abriendo, casi todos a la
vez, las puertas de sus establecimientos. En el poco tiempo que uno necesita
para tomarse su segundo café con leche de la mañana, la actividad comercial se
ha puesto en funciones prácticamente en toda la capital. No hace una brizna de
aire y el jerseicillo de lana estorba sobre el cuerpo del viajero. Cuenca es en
este momento una ciudad limpia, acogedora, una ciudad pequeña cargada de añoranzas
y de personalísimos encantos que los conquenses han de compartir, ignoro si
de buen grado, con el aluvión turístico de las últimas décadas.
El sol, lentamente, se ha ido colocando sobre el cielo de la
capital; el cielo que alguien dijo ser el más azul de las tierras de España y
que yo tendré buen cuidado en no desmentir. Después de un rato el sol comienza
a molestar a los ojos y hace que se note sobre la espalda el peso del equipaje.
En el parque de San Julián hay un chaval leyendo tebeos a la
sombra de un seto. En Cuenca, los chiquillos tienen la buena costumbre de
leer tebeos y las abuelas de hacer calceta sentadas en los bancos del parque de
San Julián.
- Oye: ¿Sabrías decirme dónde puedo encontrar una visera para
el sol?
El muchacho se levanta para responder, coloca una hoja de
árbol como señal en el tebeo antes de cerrarlo, piensa unos instantes con la
mano derecha tocándose la frente y me contesta al fin con otra pregunta.
- ¿De las que dan de propaganda?
- No, de propaganda no. Mejor de las que venden en las
tiendas.
- Es que las de propaganda las dan de balde, pero hasta las
ferias seguro que no hay.
- ¿Y de las que se compran?
- Esas las venden en el mercado, pero no es día. En "Las
Tres Bes" hay sombreros de los de vestir; mi abuelo se compró uno; a lo
mejor tienen también gorras. Si quiere puedo ir con usted, como no tengo otra
cosa que hacer...
- Bueno, si está cerca te puedes venir conmigo, pero si está
lejos, tú me dices dónde es y me voy solo. Casi es mejor que te quedes aquí
terminándote el tebeo, y luego te puedes ir a casa a estudiar cuando haga más
calor. ¿No te parece?
- Como usted quiera.
El chiquillo, que debe ser más sensible que un huevo en gálgara,
se queda despagado y triste con mi respuesta. Seguramente que él esperaba otra
cosa, por lo menos que no pusiera puertas a su refinado sentido de la complacencia.
Reconozco al instante que me he portado mal e intento rectificar inmediatamente.
- Y si prefieres venir, puedes hacerlo -le digo. Casi es mejor
que me acompañes. Al fin y al cabo siempre ven más cuatro ojos que dos, ¿no te
parece? Coge tus cosas y vámonos.
- Si quiere puedo acompañarle hasta la esquina de Carretería,
le indico dónde es y luego me vuelvo.
Cuando ha tomado confianza, mi amigo no me deja entrar en
conversación sino es para responder a sus preguntas. Se ve que es un muchacho
simpático, atento, responsable y bien educado. Uno piensa que es una balsa de
aceite de la mejor clase y que los padres estarán encantados de tener un hijo
así.
- No lo crea. Algunas veces me regañan, porque me peleo con mi
hermana que es una cursi, y me dicen que no me van a llevar al pueblo. Luego
sí que me llevan. Eso lo dicen por decir algo.
- ¿Qué estudias?
- Para el mes de Septiembre voy a empezar con sexto de
Educación General Básica. Ahora he terminado quinto. Aunque parezca un poco
mayor no tengo más que diez años.
- Ya, ¿Y... todo bien?
- Sí, a mí no me han dejado nada. Nunca me dejan nada. Pero
lo paso de mal como si me dejaran, porque como a mis amigos siempre les queda
algo, en el verano me toca estar sólo casi todos los días hasta que me voy al
pueblo.
- Pues no deja de ser una faena, ya lo creo.
- A Salva no le han dejado más que las Sociales, y a Rafi
Navarro las Mate y el Idioma. A lo mejor en Septiembre las aprueban. Como
antes han hecho el vago... Y no salen casi nada de casa. Algunas veces un poco
por la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario