viernes, 23 de marzo de 2012

LA VIEJA FÁBRICA DE PAPEL (In memoriam)

            Las ruinas -si no venerables, sí de un grato e histórico recuerdo- que tantas veces hemos visto al pasar por los aledaños del pueblo de Gárgoles, me han traído a la memoria una vez más aquella lejana España de la Ilustración en que se alzaron de nueva planta, para introducir en ellas lo que llegó a ser una de las fábricas de papel más importantes que hubo en aquella época, o por lo menos así se desprende del tamaño del edificio y de la repercusión que tuvo entre los grandes autores que la conocieron y de la cual, con más o menos detalle, dejaron noticia escrita.
            Las piedras son siempre un documento mudo que pasa por encima de los hombres y de las circunstancias que tantas veces condicio­nan la vida de los hombres.
            Hace algunas fechas que anduve por allí. Los muros desgrana­dos entre la maleza de la antigua fábrica de papel me llevaron mucho más atrás en el tiempo; más o menos a las dos últimas décadas del siglo XVIII que es cuando aquella industria debió de funcionar con sus dos molinos parejos, uno destinado a la fabricación de papel fino destinado a la escritura, y otro para el papel de estraza, ambos movidos por las aguas del arroyo que, a instancias de su fundador, el obispo de Sigüenza don Juan Díaz de la Guerra, atravesó a manera de caz bajo las paredes de la factoría para que sus aguas sirvieran de fuerza motriz, como así fue.

            De entre los diversos personajes de renombre que conocieron en plena actividad la fábrica de papel por aquellos años, y de cuya visita dejaron la correspondiente reseña en sus diarios, conviene referir llegado este punto el breve texto de Antonio Ponz en su "Viaje de España", que dice así: «El Señor Obispo de Sigüenza, habiendo considerado por su parte el aprovechamiento que de esta agua casi perdida podía sacarse, tomó la plausible resolución de hacer un molino de papel junto a Gárgoles introdu­ciendo el riachuelo en el mismo molino. Apenas se habló de la fábrica, quando ya supimos que estaba acabada, y que se hacía papel de varias suertes: tal es la eficacia del zelos Prelado, y su deseo de ocupar las gentes en exercicios útiles á la Nación. Ha tenido el gusto de que hayan aplaudido las calidades del papel los que lo han usado: y se puede esperar que esta industria adquiera incremento y mucha perfección».

            El papel que por aquel entonces salía de las fábricas españolas lo fue de una calidad excelente, como bien demuestran los muchos libros impresos y los documentos que han llegado hasta nosotros editados precisamente por aquellos años, en el primer impulso editorial del Siglo de las Luces, que comenzó por instalar en Madrid imprentas famosas, como la de M.Rodríguez y Compª, de la Plazuela del Biombo, y otras muchas en las que cabe suponer se abastecían del producto manufacturado por fábricas como ésta, y aun por otras más antiguas sitas en las provincias próximas a la capital de España. Es lástima que en un imaginario museo dedicado a realidades artesanales de esta tierra nuestra en épocas precedentes, no podamos contemplar y palpar alguna muestra del papel alcarreño de la fábrica de Gárgoles, cuando tantos archivos y librerías de viejo estén repletas de él como soporte de obras escritas en producto callado y anónimo.

            No hay nada que al pasar junto a los muros derruidos del edificio haga pensar al ajeno, ni siquiera remotamente, que aquellos arcos interiores, bajo cuya cúpula se encierra quizás alguna vieja máquina de labor; que aquellos ventanales vacíos que miran al camino como los de las antiguas ventas; que aquel cúmulo de vegetación silvestre que ha crecido a su alrededor al amparo de la humedad de la vega, no sea sino el esqueleto de alguna vieja casona de labradores, o el palacete olvidado de cualquier ricohombre, romántico y calavera, que levantó su mansión como capricho en medio del campo, y como capricho la dejó poco después a merced del entorno natural de la vega del río Cifuentes.

            Pero volvamos al relato documental que nos dejaron algunas de las mejores plumas de entonces. Fue Jovellanos quien con mayor impulso hizo perpetuo aquel paraje a través de su prosa. Las obras del autor de "El Pelayo" son hoy documentos valiosos, sobre todo si aparecen en sus célebres "diarios" pueden considerarse irremplazables, no sólo por la categoría humana y social de quien lo escribe, que ya sería bastante, sino por la objetividad que se desprende como norma principal de todos ellos. La provincia de Guadalajara, y en especial las villas de Jadraque y de Cifuentes con sus respectivos entornos, es privilegiada en la obra de Jovellanos por razones de amistad con un ilustre personaje de nuestra tierra que en esta ocasión ni siquiera viene al caso. De su "Diario noveno"(años1798-1801) es el siguiente fragmento que aquí recogemos en relación con el tema que nos ocupa:

            «A las seis tomamos el coche madama Vera (doña María Josefa Jover, murciana), el barón viudo de Les (don Juan Zazo, oficial de la Secretaría de guerra) D...Pantoja, capellán de honor de la Orden de alcántara, y yo; mi ayuda de cámara a caballo, y un guía del país. Buena mañana. A la fábrica de papel de Gárgoles, propia del Hospital de San Mateo de Sigüenza, arrendada por don Santiago Grimand en 20.000 reales anuales, y dirigida por él mismo con actividad y buena inteligencia; la vimos despacio. Vimos no sólo muestras de todas las clases de papel que se fabrican, sino de lo empaquetado para el consumo, que me ha parecido bien unido, bien encolado y blanco; el de imprenta, el de marquilla y marca, y varias clases de escribir; todo igual. Me ofreció más indivi­duales noticias, que pondré aquí»

            Noticias -agrego yo- que ahora nos hubieran sido útiles y que bien nos hubiera gustado conocer, pero que luego no puso, o por lo menos no he sido capaz de encontrar en el resto de sus diarios.

            Han pasado doscientos veintitrés años desde aquel de 1774 en que el Obispo Albañil puso a funcionar aquella fábrica de papel en propiedad y a beneficio del hospital seguntino de San Mateo. Produjo a pleno rendimiento hasta 1835, año en el que al considerarla como un bien de la Iglesia fue incluida en la siniestra Ley de Mendizábal, lo que supuso su debilidad paulatina hasta el cierre definitivo a principios del siglo XX, y su ruina posterior que ha llegado hasta nosotros como parte de un legado sentimental, económico venido a menos, histórico...; tómese como se quiera, pero ahí está, ocupando su página correspondiente en el libro de oro de nuestra historia personal, capítulo de desdichas, junto al vecino monasterio de Ovila, el de Bonaval, el de Monsalud, o las en otro tiempo fábricas de vidrio de Tamajón y El Recuenco, o las resineras del Ducado, tan nuestras y tan olvidadas, casi tan ajenas a nosotros por haber sido cubiertas con el tamo del tiempo.
(Fotografía del libro "El río de las cien fuentes" de Francisco García Marquina)

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