Nunca había estado en Tresjuncos hasta el verano del años
2010 que pasé por allí a conocerlo, junto a su vecino Osa de la Vega, en viaje
especial con el exclusivo fin de tomar datos en ambos pueblos con relación al
tristemente famoso “Crimen de Cuenca” en el primer centenario del suceso al que
dio nombre.
Tenía algunos amigos y conocidos de Tresjuncos, desde mis
años de estudiante en Cuenca; pero a los que les he perdido la pista
definitivamente después de tantos años.
Ahora, este importante lugar manchego cuenta con cierta
preferencia en nuestro blog con motivo de otro aniversario, el X de la muerte
de Camilo José Cela que, mucho antes que yo, pasó por Tresjuncos y dejó escrito
para la posteridad uno de los mejores artículos de sus andanzas viajeras por
tierras de España.
Pese a todo, lo considero poco conocido entre mis
paisanos los conquenses, incluso entre los propios habitantes de Tresjuncos.
Creo que se publicó en el diario “Ofensiva” de Cuenca allá por los años
cincuenta, y después en sus Obras
Completas, de donde lo extraigo con todos los honores y transcribo para quienes
lo quieran leer, un ejercicio que les aconsejo.
TRESJUNCOS
«El pueblo de Tresjuncos está en la Mancha de Cuenca. Al
pueblo de Tresjuncos acaban de darle un premio por su aseo y galanura. Al
escritor le gustaría contar aquí una fabulilla ejemplar, una tierna y sosegada
parábola en la que se hablase de rosas en el estercolero y de bellas y tímidas
perlas en el muladar hediondo.
Tresjuncos, como manchego, es pueblo de secano. Según don
Pascual Madoz, Tresjuncos, por todo tener, tiene varios pozos de malas aguas. Al
cabo del siglo transcurrido desde la información de don Pascual, Tresjuncos
sigue sin agua para lavarse la cara, incluso sin agua para beber. En Tresjuncos
no hay fuentes públicas y los pozos, si alguna vez los hubo, se han cegado. Los
tresjunqueños -bachuilleres, les
llaman los de Villamayor de Santiago y los de Hontanaya, los de Fuentelespino
de Haro y los de Osa de la Vega- han de caminar un cuarto de legua para ir por
agua y han de desandar lo andado para traerla. Las casas de Tresjuncos, albas
como palomas, se adornan con el geranio y la pasionaria, con el clavel y la
albahaca, con las fucsias como sangre de toro, las calas blancas y verdes y las
begonias de diminutas flores de color de rosa, que pintan sus honestas pinturas
sobre la cal.
Tresjuncos es pueblo de fabulosos tesoros escondidos. En
el cerro de la Butrera, que tiene el corazón de onzas de oro, los tresjunqueños
empezaron a arañar la costra de la tierra y desenterraron elegantes ánforas
romanas y preciosos pisos de mosaico multicolor y brillador. Esto fue en el
1949 y el año siguiente recibieron orden de parar: Estas cosas hay que hacerlas
científicamente -les dijeron-; estense ustedes quietos, que seguiremos
escarbando nosotros como Dios manda y con arreglo a las costumbres de la
ciencia.
A los diez años de la orden, los tresjunqueños no han
visto todavía un azadón científico -¡ay, cerro de la Butrera, quién te tuviera
en la faltriquera!-, pero no desesperan de escucharlos golpear algún día. Los
tresjunqueños jamás desesperan, ni e esto ni de nada.
Mientras espera, como el olmo seco de don Antonio, quizás
otro milagro de la primavera, el pueblo de Tresjuncos -¿se dijo ya lo de la
azucena y el vertedero?-, con el agua que no tiene, se adorna y se acicala y se
compone, quién sabe si para recibirlos.
El escritor piensa que el pueblo de Tresjuncos, el
honesto pueblecillo manchego en el que el Turco
rapa barbas, y el Pele toca el
acordeón, y Calabala levanta casas y
tapias, y Cavite lee el papel de la
solfa, y el Pelola escarda
cebollinos, es el símbolo de las viejas e ilustres virtudes que el tiempo -y
peor para el tiempo- se va encargando de desterrar.
Al escritor le sosiega el alma el escribir, a veces, unas
tranquilas páginas sobre la paz que aún queda, como un avecica que se esconde,
en los minúsculos objetos que engrandece su propia e inmensa paz. El escritor
cree que fue Salustio quien dijo, en su latín preciso, aquello de que concordia res parvae crescunt.
Tresjuncos, alumbrado por su paz, da actual relieve a las permanentes palabras
de Salustio.»
(En la fotografía, el Ayuntamiento de Tresjuncos en su actual imagen)
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