sábado, 17 de marzo de 2012

TRESJUNCOS


 
            Nunca había estado en Tresjuncos hasta el verano del años 2010 que pasé por allí a conocerlo, junto a su vecino Osa de la Vega, en viaje especial con el exclusivo fin de tomar datos en ambos pueblos con relación al tristemente famoso “Crimen de Cuenca” en el primer centenario del suceso al que dio nombre.
            Tenía algunos amigos y conocidos de Tresjuncos, desde mis años de estudiante en Cuenca; pero a los que les he perdido la pista definitivamente después de tantos años.
            Ahora, este importante lugar manchego cuenta con cierta preferencia en nuestro blog con motivo de otro aniversario, el X de la muerte de Camilo José Cela que, mucho antes que yo, pasó por Tresjuncos y dejó escrito para la posteridad uno de los mejores artículos de sus andanzas viajeras por tierras de España.
            Pese a todo, lo considero poco conocido entre mis paisanos los conquenses, incluso entre los propios habitantes de Tresjuncos. Creo que se publicó en el diario “Ofensiva” de Cuenca allá por los años cincuenta,  y después en sus Obras Completas, de donde lo extraigo con todos los honores y transcribo para quienes lo quieran leer, un ejercicio que les aconsejo. 
                   TRESJUNCOS
            «El pueblo de Tresjuncos está en la Mancha de Cuenca. Al pueblo de Tresjuncos acaban de darle un premio por su aseo y galanura. Al escritor le gustaría contar aquí una fabulilla ejemplar, una tierna y sosegada parábola en la que se hablase de rosas en el estercolero y de bellas y tímidas perlas en el muladar hediondo.
            Tresjuncos, como manchego, es pueblo de secano. Según don Pascual Madoz, Tresjuncos, por todo tener, tiene varios pozos de malas aguas. Al cabo del siglo transcurrido desde la información de don Pascual, Tresjuncos sigue sin agua para lavarse la cara, incluso sin agua para beber. En Tresjuncos no hay fuentes públicas y los pozos, si alguna vez los hubo, se han cegado. Los tresjunqueños -bachuilleres, les llaman los de Villamayor de Santiago y los de Hontanaya, los de Fuentelespino de Haro y los de Osa de la Vega- han de caminar un cuarto de legua para ir por agua y han de desandar lo andado para traerla. Las casas de Tresjuncos, albas como palomas, se adornan con el geranio y la pasionaria, con el clavel y la albahaca, con las fucsias como sangre de toro, las calas blancas y verdes y las begonias de diminutas flores de color de rosa, que pintan sus honestas pinturas sobre la cal.
            Tresjuncos es pueblo de fabulosos tesoros escondidos. En el cerro de la Butrera, que tiene el corazón de onzas de oro, los tresjunqueños empezaron a arañar la costra de la tierra y desenterraron elegantes ánforas romanas y preciosos pisos de mosaico multicolor y brillador. Esto fue en el 1949 y el año siguiente recibieron orden de parar: Estas cosas hay que hacerlas científicamente -les dijeron-; estense ustedes quietos, que seguiremos escarbando nosotros como Dios manda y con arreglo a las costumbres de la ciencia.
            A los diez años de la orden, los tresjunqueños no han visto todavía un azadón científico -¡ay, cerro de la Butrera, quién te tuviera en la faltriquera!-, pero no desesperan de escucharlos golpear algún día. Los tresjunqueños jamás desesperan, ni e esto ni de nada.
            Mientras espera, como el olmo seco de don Antonio, quizás otro milagro de la primavera, el pueblo de Tresjuncos -¿se dijo ya lo de la azucena y el vertedero?-, con el agua que no tiene, se adorna y se acicala y se compone, quién sabe si para recibir­los.
            El escritor piensa que el pueblo de Tresjuncos, el honesto pueblecillo manchego en el que el Turco rapa barbas, y el Pele toca el acordeón, y Calabala levanta casas y tapias, y Cavite lee el papel de la solfa, y el Pelola escarda cebollinos, es el símbolo de las viejas e ilustres virtudes que el tiempo -y peor para el tiempo- se va encargando de desterrar.
            Al escritor le sosiega el alma el escribir, a veces, unas tranquilas páginas sobre la paz que aún queda, como un avecica que se esconde, en los minúsculos objetos que engrandece su propia e inmensa paz. El escritor cree que fue Salustio quien dijo, en su latín preciso, aquello de que concordia res parvae crescunt. Tresjuncos, alumbrado por su paz, da actual relieve a las permanentes palabras de Salustio.»
  (En la fotografía, el Ayuntamiento de Tresjuncos en su actual imagen)                           

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