El Real sitio del Solán de Cabras ocupa el fondo de un inmenso anfiteatro pinariego, donde da la impresión de que jamás llegó a pisar el hombre. Un paraíso en el que el mayor milagro ha sido el conservarse sin mácula, desde hace tres siglos, en que los enfermos comenzaron de manera sistemática a acudir a él, al reclamo de los efectos curativos de sus aguas; circunstancia que podría agravarse en la actualidad, debido a la gran afluencia de camiones que entran y salen a diario, cargados de envases conteniendo agua mineral que luego distribuyen por toda España.
La fuente del Solán arroja, como mínimo, cinco mil litros por minuto en circunstancias normales. Se trata de agua procedente de roca caliza, con residuos animales y vegetales en su composición que facilitan el correcto funcionamiento del organismo humano; y tiene, parece ser, efectos curativos para una serie de dolencia específicas. Su explotación se viene llevando a cabo desde el año 1775, cada vez utilizando medios más modernos y efectivos.
Cuentan que dos siglos antes de Cristo, el noble romano Julio Graco sanó de artrosis en estos manantiales, lo que quiere decir que con anterioridad se había llegado a conocer su poder curativo. Se asegura que fueron las cabras que pastaban por aquellos barrancos las primeras favorecidas, al curar de sarna cuando ponían su piel enferma en contacto con la corriente. Después serían los pastores prerromanos los que la utilizaron con éxito para curar sus reses, lo que dio lugar al apelativo primero de "sólo para cabras", del que procede, sin duda, su nombre actual.
La historia más reciente, sobre todo los escritos del famoso crítico literario y autor del siglo XVIII, Juan Pablo Forner, en su obra "Noticias de las aguas minerales de la fuente de Solán de Cabras", nos habla de que antes de 1777, año en el que acabaron definitivamente las obras del balneario, ya acudían los agüistas a bañarse al abrigo de las peñas, en las que, con las incomodidades que cabe imaginar, colocaban sus colchones para el reposo. Eran tiempos en los que las aguas del Solán venían a ser "como el asilo último para los enfermos y producían efectos, que ni aun los facultativos se atrevían a esperar". Entre los enfermos de aquel entonces, se encontraba el que más tarde habría de ser ministro de la Real Hacienda, don Pedro López de Lerena. Doce años después de funcionar debidamente todos los servicios, el rey Carlos IV lo declaró Real Sitio.
De los muchos visitantes ilustres que a lo largo de los últimos siglos han acudido a los baños, y sobre todos ellos, en el Solán se recuerda la estancia de la reina María Josefa Amalia de Sajonia, tercera esposa de Fernando VII, que llegó allí con el fin de buscar remedio al problema de su infecundidad. La reina, luego de una temporada larga como destacado huésped de los baños, se hubo de marchar a la corte tal y como llegó, pero, eso sí, con las maletas cargadas de versos compuestos por ella misma, como éstos que figuran en los Anales de la Real Academia de Farmacia, que durante el verano de 1826 le inspiraron los peñascales abruptos, las pinadas espesas, las agujas de espliego, las jaras, las aguas y los pájaros del Real Sitio.
Dos hogares reducidos
entre peñas sepultados.
Dos senderos escarpados
los paseos más floridos.
Aún el Sol, sus resplandores
sólo escasos deja ver
y las cabras deberían ser
sus únicos moradores.
Dejando a parte el gracioso poema, escrito por una reina que se empeñó en no dar a luz otra descendencia que esta clase de ripios, el balneario es hoy un lugar romántico, tranquilo, bárbaramente hermoso, donde las parejas de matrimonios de edad avanzada y otros más jóvenes, gozan cada verano de la pureza sin límites del ambiente, y de la paz del barranco hasta saciarse. Y ya un último consejo para concluir: si se decide por visitar este paraje sin igual de la Serranía, no se marche de allí sin haber dedicado un rato de su tiempo a pasear entre sombras y rumores de río hasta el Mirador de la Reina y el Mirador del Rey, seguro que lo agradecerá, que le merecerá la pena.
Separados a cierta distancia uno del otro para no estorbarse, quedan en el Real Sitio del Solán de Cabras, por una parte la planta embotelladora y el muelle de carga, en el que se preparan del orden de las dos mil garrafas y doce mil botellas a la hora, sin dar abasto a la demanda; por otra el balneario propiamente dicho: residencia y baños, con edificios cómodos, puestos al día y jardines donde el pasear, sobre todo en verano, constituye una inefable delicia. Norma y resumen de toda la Serranía de Cuenca.
La fuente del Solán arroja, como mínimo, cinco mil litros por minuto en circunstancias normales. Se trata de agua procedente de roca caliza, con residuos animales y vegetales en su composición que facilitan el correcto funcionamiento del organismo humano; y tiene, parece ser, efectos curativos para una serie de dolencia específicas. Su explotación se viene llevando a cabo desde el año 1775, cada vez utilizando medios más modernos y efectivos.
Cuentan que dos siglos antes de Cristo, el noble romano Julio Graco sanó de artrosis en estos manantiales, lo que quiere decir que con anterioridad se había llegado a conocer su poder curativo. Se asegura que fueron las cabras que pastaban por aquellos barrancos las primeras favorecidas, al curar de sarna cuando ponían su piel enferma en contacto con la corriente. Después serían los pastores prerromanos los que la utilizaron con éxito para curar sus reses, lo que dio lugar al apelativo primero de "sólo para cabras", del que procede, sin duda, su nombre actual.
La historia más reciente, sobre todo los escritos del famoso crítico literario y autor del siglo XVIII, Juan Pablo Forner, en su obra "Noticias de las aguas minerales de la fuente de Solán de Cabras", nos habla de que antes de 1777, año en el que acabaron definitivamente las obras del balneario, ya acudían los agüistas a bañarse al abrigo de las peñas, en las que, con las incomodidades que cabe imaginar, colocaban sus colchones para el reposo. Eran tiempos en los que las aguas del Solán venían a ser "como el asilo último para los enfermos y producían efectos, que ni aun los facultativos se atrevían a esperar". Entre los enfermos de aquel entonces, se encontraba el que más tarde habría de ser ministro de la Real Hacienda, don Pedro López de Lerena. Doce años después de funcionar debidamente todos los servicios, el rey Carlos IV lo declaró Real Sitio.
De los muchos visitantes ilustres que a lo largo de los últimos siglos han acudido a los baños, y sobre todos ellos, en el Solán se recuerda la estancia de la reina María Josefa Amalia de Sajonia, tercera esposa de Fernando VII, que llegó allí con el fin de buscar remedio al problema de su infecundidad. La reina, luego de una temporada larga como destacado huésped de los baños, se hubo de marchar a la corte tal y como llegó, pero, eso sí, con las maletas cargadas de versos compuestos por ella misma, como éstos que figuran en los Anales de la Real Academia de Farmacia, que durante el verano de 1826 le inspiraron los peñascales abruptos, las pinadas espesas, las agujas de espliego, las jaras, las aguas y los pájaros del Real Sitio.
Dos hogares reducidos
entre peñas sepultados.
Dos senderos escarpados
los paseos más floridos.
Aún el Sol, sus resplandores
sólo escasos deja ver
y las cabras deberían ser
sus únicos moradores.
Dejando a parte el gracioso poema, escrito por una reina que se empeñó en no dar a luz otra descendencia que esta clase de ripios, el balneario es hoy un lugar romántico, tranquilo, bárbaramente hermoso, donde las parejas de matrimonios de edad avanzada y otros más jóvenes, gozan cada verano de la pureza sin límites del ambiente, y de la paz del barranco hasta saciarse. Y ya un último consejo para concluir: si se decide por visitar este paraje sin igual de la Serranía, no se marche de allí sin haber dedicado un rato de su tiempo a pasear entre sombras y rumores de río hasta el Mirador de la Reina y el Mirador del Rey, seguro que lo agradecerá, que le merecerá la pena.
Separados a cierta distancia uno del otro para no estorbarse, quedan en el Real Sitio del Solán de Cabras, por una parte la planta embotelladora y el muelle de carga, en el que se preparan del orden de las dos mil garrafas y doce mil botellas a la hora, sin dar abasto a la demanda; por otra el balneario propiamente dicho: residencia y baños, con edificios cómodos, puestos al día y jardines donde el pasear, sobre todo en verano, constituye una inefable delicia. Norma y resumen de toda la Serranía de Cuenca.
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