Se abrieron días atrás las puertas de la cripta-enterramiento de los Mendozas en el Fuerte de San Francisco para poder ser vista por el público. La restauración no ha ido mucho más allá de ser una limpieza a fondo, la reposición de algunos mármoles en donde hizo falta, y dejarla, en fin, en unas condiciones aptas para ser visitada sacándola del lamentable estado de ruina en el que se encontró, quizás desde las horas siniestras de su profanación y desmantelamiento a manos de los soldados franceses de Napoleón, ahora a punto de cumplirse los dos primeros siglos.
El origen del monasterio de San Francisco en la capital alcarreña, se puede fijar en tiempos de la reina doña Berenguela de Castilla como casa de los caballeros Templarios, y más tarde como asiento de la Orden Franciscana. A finales del siglo XIV, esta casa fue convertida en cenizas por un incendio, y levantada más tarde a expensas del almirante don Pedro Hurtado de Mendoza, nombre al que hay que unir el del Marqués de Santillana como sus dos principales mecenas. Durante varios siglos continuaron siendo los Mendozas, en su rama ducal del Infantado, los que contaron como sus principales protectores.
Uno de los muchos personajes de esta noble familia, don Juan de Dios Mendoza y Silva, allá por los años finales del siglo XVII, encargó la construcción de un mausoleo familiar en Guadalajara, según diseño del arquitecto Felipe Sánchez, tomando por modelo el panteón de Reyes del monasterio de El Escorial. La planta de este enterramiento mendocino tiene forma de elipse, con ocho pilastras en su entorno, entre las que se fueron colocando los nichos con series de sarcófagos en orden vertical y con una capilla anexa para los funerales de un deslumbrante barroquismo, rica en mármoles, yesos y jaspes, algunos de ellos, como en toda la cripta, dañados por las humedades y el abandono del que ha sido víctima durante doscientos años. La bóveda y la linterna de la capilla anexa al mausoleo, es una exposición magnífica del esplendor y del gusto artístico de sus creadores.
Los sarcófagos fueron abiertos, destruidos varios de ellos o rotos, por los soldados gabachos en su afán de llevarse de nuestro país todo lo que ofreciese algún valor artístico o material; y en ese estado es en el que se sigue presentando hoy a los ojos del visitante.
El ejército francés se sirvió del monasterio como centro estratégico militar, y una vez acabada la Guerra de la Independencia, la Desamortización y otros avatares de un pasado lejano, ha sido el ejército español el que lo ha venido utilizando para sus servicios hasta tiempos recientes, siendo a partir del año 2000 cuando, el ayuntamiento de la ciudad, con alguna pequeña aportación de los gobiernos nacional y regional, emprendió la costosa tarea de su dignificación.
Los restos de los nobles allí enterrados fueron recogidos después de su profanación, y trasladados a una fosa común en otra cripta mendocina: la de la iglesia colegial de Pastrana, junto a los que en aquel lugar se guardan de los Príncipes de Éboli y de algunos más de sus primeros duques. Enterramiento que corrió mejor suerte y que también vale la pena ser visto.
El origen del monasterio de San Francisco en la capital alcarreña, se puede fijar en tiempos de la reina doña Berenguela de Castilla como casa de los caballeros Templarios, y más tarde como asiento de la Orden Franciscana. A finales del siglo XIV, esta casa fue convertida en cenizas por un incendio, y levantada más tarde a expensas del almirante don Pedro Hurtado de Mendoza, nombre al que hay que unir el del Marqués de Santillana como sus dos principales mecenas. Durante varios siglos continuaron siendo los Mendozas, en su rama ducal del Infantado, los que contaron como sus principales protectores.
Uno de los muchos personajes de esta noble familia, don Juan de Dios Mendoza y Silva, allá por los años finales del siglo XVII, encargó la construcción de un mausoleo familiar en Guadalajara, según diseño del arquitecto Felipe Sánchez, tomando por modelo el panteón de Reyes del monasterio de El Escorial. La planta de este enterramiento mendocino tiene forma de elipse, con ocho pilastras en su entorno, entre las que se fueron colocando los nichos con series de sarcófagos en orden vertical y con una capilla anexa para los funerales de un deslumbrante barroquismo, rica en mármoles, yesos y jaspes, algunos de ellos, como en toda la cripta, dañados por las humedades y el abandono del que ha sido víctima durante doscientos años. La bóveda y la linterna de la capilla anexa al mausoleo, es una exposición magnífica del esplendor y del gusto artístico de sus creadores.
Los sarcófagos fueron abiertos, destruidos varios de ellos o rotos, por los soldados gabachos en su afán de llevarse de nuestro país todo lo que ofreciese algún valor artístico o material; y en ese estado es en el que se sigue presentando hoy a los ojos del visitante.
El ejército francés se sirvió del monasterio como centro estratégico militar, y una vez acabada la Guerra de la Independencia, la Desamortización y otros avatares de un pasado lejano, ha sido el ejército español el que lo ha venido utilizando para sus servicios hasta tiempos recientes, siendo a partir del año 2000 cuando, el ayuntamiento de la ciudad, con alguna pequeña aportación de los gobiernos nacional y regional, emprendió la costosa tarea de su dignificación.
Los restos de los nobles allí enterrados fueron recogidos después de su profanación, y trasladados a una fosa común en otra cripta mendocina: la de la iglesia colegial de Pastrana, junto a los que en aquel lugar se guardan de los Príncipes de Éboli y de algunos más de sus primeros duques. Enterramiento que corrió mejor suerte y que también vale la pena ser visto.
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