miércoles, 14 de enero de 2009

HITA AL SOL PONIENTE


Al mes de febrero, hermano menor de los meses del año, le toca esta vez llegar hasta nosotros más crecidito, ha recogido de cada uno de los tres que le precedieron, además de las suyas, las seis horas que se dejaron como lastre, para cumplir con precisión casi matemática el viajar de los astros en ese juego inimaginable de enormes magnitudes en el que los hombres participamos como simples pasajeros. Es un año de dichos y desdichas, de leyendas rancias en donde la gente dice que ocurren acontecimientos singulares que nunca en otro tiempo se dan. Momento propicio para los cambios y para andar un poco con los ojos abiertos por lo que pudiera ocurrir.
En nuestro periódico, con sesenta y cinco años de andadura al servicio de la gente, ha ocurrido hoy, está ocurriendo algo importante en este febrerillo especial de veintinueve días. Las cosas han cambiado, han cambiado mucho. Al periódico casi ni se le reconoce según lo que hasta ahora fue. Sonó la hora de ponerse a la altura de los tiempos y de las circunstancias. Lo hacemos con gusto. Nos queda sobre la superficie de la piel en el alma la impronta del tirón que nos arranca del pasado, por lo menos en las formas, en la manera de llegar hasta ustedes; por lo demás, al menos para mí, el cambio será mucho más suave. Seguiré viajando por los pueblos de esta Guadalajara diferente del siglo XXI, hablando con sus gentes, fotografiando plazas, callejas y rincones, admirándome y tratando de admirar a los lectores con los cambios habidos en nuestros pueblos desde la primera vez que anduve por cada uno de ellos. Un cambio patente, y casi siempre para bien. Los pueblos parecen otros, aunque, qué quieren que les diga, cada vez con menos gente. No hay que culpar solamente a la emigración de los años sesenta de la caída del censo en nuestros pueblos. Aquello ocurrió cuando ocurrió y rara vez ha vuelto a repetirse; ha sido la desaparición paulatina de los mayores la causa principal, la que ha dejado y sigue dejando las solanas de nuestros pueblos sin ancianos reunidos en tertulia tantas mañanas de invierno, y el sendero familiar de los ejidos sin paseantes en las tardes templadas. El verano volverá a poner las cosas en su sitio, casi siempre de manera exagerada, para volver de nuevo a hacer girar, sobre los pueblecitos apartados y sus gentes, la rueda de los nuevos tiempos.

El sol de la media tarde alumbra en oblicuo sobre el cerro de Hita, sacando destellos de las tierras húmedas por las que llanea escondido entre la maleza el río Badiel. Hita, el pueblo, se solaza en la ladera al pie del cerro cónico en cuya cima apenas queda un pedazo de muro que recuerda que allí hubo un castillo, presente en el recuerdo por algunos libros de historia medieval y por las páginas en lengua romance escritas por don Iñigo López de Mendoza, el de las famosas “serranillas” que lo tuvo como posesión y como cárcel. Pero no es este poeta memorable el que da nombre y razón al pueblo de Hita, sino otro anterior a él que es piedra clave de nuestra literatura primeriza, el controvertido Juan Ruiz, su célebre Arcipreste, sombra y luz, beatífico y picaruelo, autor de uno de los libros sobre los que se apoya toda la riqueza literaria que en lengua castellana vendría después, y cuya sombra nos parece resurgir cada viaje de las desgastadas piedras en los escasos retazos de muralla que se dan por auténticos después de los bombardeos.
Hita es un mirador escalonado sobre los campos de labor y sobre las parcelillas de olivar que tiene al mediodía. Creo haber podido contar hasta nueve pueblos desde el balcón que hay junto a los arcos de la desaparecida iglesia de San Pedro. Aunque el contraluz de la media tarde hace difícil la visión, allá quedan esparcidas por campos de Alcarria y de Campiña las casas y los campanarios de Cañizar, de Rebollosa, de Valdearenas, de Trijueque, de la Torre del Burgo, de Heras, de Taragudo, de Humanes, y de Alarilla a la sombra de su Muela desde la que se tiran al espacio los hombres-pájaro. Desde lo alto del cerro la visión es mucho más completa, se domina en todas direcciones un panorama extenso de campos y de montañas, praderías y serrezuelas lejanas, aquellas por las que anduvo paso a pie el autor de El libro de Buen Amor, quien sigue siendo al cabo de los siglos el alma de Hita.

Me ha tocado subir y bajar por muchas calles en cuesta. Es el tributo a pagar cuando se llega a Hita con intención de conocerlo y de entrar en el misterio de su alma multicentenaria. A la histórica villa conviene hacerse presente en una mañana o en una tarde de un día cualquiera. La gente suele conocer la Villa del Arcipreste con ocasión de sus Festivales de a principios de verano que organiza y mantiene, con extraordinario talento, el profesor Criado de Val, por otra parte autor de su Historia. La de los Festivales es una visión diferente. En esas ocasiones el pueblo actúa como escenario por un día de exhibiciones festivas que en otro tiempo pudieron ser así, aprovechando el más propicio de los ambientes.
Por la Puerta de Caballos, en cuanto a imagen la más conocida de la histórica villa, se entra a la plaza mayor, que en Hita, como no podía ser menos, se llama Plaza del Arcipreste. Es una plaza extensa, abierta, con soportales en una de sus caras y un frontal de piedra nueva, a modo de muralla, al lado opuesto. Sobre ese sólido frontis de caliza han incrustado un plano en relieve, que, de puro original, atrae la atención del visitante además de servirle de guía para conocer con detalle las plazas, las murallas, las calles y los monumentos más representativos del pueblo que en un espacio de escasas superficies da lo suficiente para dedicarle una mañana o una tarde con la sola intención de ver.
Se asciende por calles nuevas y bien cuidadas, por calles con nombres sacados de la historia local y de la rancia literatura castellana, que no poco tuvo que ver con el pasado lejano de la villa: Plaza de Doña Endrina, Calle Marqués de Santillana, de Criado de Val, Calle Cerería, de la Virgen de la Cuesta. No hay ninguna calle en su pueblo natal en memoria de aquel abominable personaje del siglo XV que en algunos pueblos de Molina todavía quieren recordar como “El Caballero de Motos”, de nombre Álvaro de Hita, temido bandolero que fue capaz de construirse un castillo sobre el cerro de Motos a fuerza de robos y saqueos a los humildes gentes de la comarca, hasta que su crueldad llegó a oídos de los Reyes Católicos que dieron orden tajante de derribar el castillo, sin que haya quedado de él el menor rastro. Es la sal y la pimienta con la que se condimenta el manjar de la Historia, y la de Hita no podía ser menos.
He pasado junto a la Casa del Arcipreste. Queda por encima de la plaza y no lejos del nuevo edificio del ayuntamiento. Uno quiere adivinar en esa casa -pienso que debidamente acondicionada para ello, o por lo menos fácil de acondicionar- una sede destinada a algo útil. Alguien me habló de que guardan en su interior algunas piezas arqueológicas de cierto interés recogidas por aquellos pueblos; de que se piensan exponer las caretas que se conservan en alguna parte procedentes de los festejos tradicionales, y los carteles de todos los Festivales Medievales habidos hasta ahora. Yo añadiría que el sitio podría ser, además, el idóneo para una exposición permanente de ediciones de El libro de Buen Amor, que con toda probabilidad serán muchas y la mar de curiosas. Y un horario para poderlo ver, un horario conocido aunque solamente alcance de momento a los fines de semana. Algo que sirva para avivar la llama tenue de este Hita de 2004, con un centenar escaso de personas en un día cualquiera, como el de hoy de un invierno no demasiado crudo.
Hita es un legado cultural que no sólo debiera aparecer en los libros de texto y en el común conocimiento de los habitantes de los pueblos vecinos. Es el mal endémico de esta tierra nuestra en la que preferimos por sistema mirar hacia lo ajeno, dejando al margen lo que tenemos en casa. Tengo como cosa cierta que los más importantes estudiosos de la vida y la obra del Arcipreste, son extranjeros, norteamericanos para más datos. Yo sé de alguno de ellos.

No hay comentarios: