jueves, 8 de enero de 2009

HUETE, LA PEQUEÑA FLORENCIA EN LA ALCARRIA DE CUENCA


Es muy posible que no llegue a los dos mil habitantes, como población de hecho, la que antes fue cabecera de un alfoz al que estaban incorporados nada menos que ochenta y cinco municipios de las provincias de Guadalajara y Cuenca. Huete, la antigua Opta de los romanos, conserva en la piedra labrada de sus monumentos y en la tinta de antiguos legajos, la memoria fiel de lo que antes fue: solar donde la planta del pie por parte de los hombres, se detuvo desde los tiempos más remotos, anteriores a la Historia, como se ha ido comprobando en yacimientos próximos, y en monumentos admirables de épocas posteriores que han merecido que hoy se aproximen hasta ellos las páginas de nuestro periódico.
De las ciudades históricas de nuestra Comunidad Autónoma, tal vez sea ésta, fuera de las de nuestra provincia, la que nos queda más cercana. Desde Guadalajara no es mucho más que un paseo llegar hasta Huete, sin necesidad de salir siquiera de la comarca alcarreña; pues ésta es, sin ninguna otra que se lo pueda discutir, la capitalidad de la Alcarria de Cuenca, título que la villa ostenta con absoluto merecimiento, y de qué manera.

Había estado en Huete una sola vez, y de esto hace ya mucho tiempo. Debo confesar que cuando he vuelto varios años después, la pequeña ciudad alcarreña me ha resultado desconocida. Por una de las principales calles he conseguido llegar de buena mañana hasta el Arco de Almazán, al pie mismo de la Torre del Reloj, señera de la villa, y que es uno de los tres arcos que quedan de la antigua muralla, de los ocho que tuvo. Más allá, y como fondo al poniente a cuyas faldas se extiende la villa, el Cerro del Castillo, con las ruinas de la antigua fortaleza en piedra desmoronada, la antena de teléfonos, y la monumental escultura del Sagrado Corazón en piedra blanca bendiciendo desde la altura a personas y haciendas. Abajo la histórica ciudad, la solemne urbe renacentista y barroca, Huete, de piedra sillar y escudos nobiliarios sobre las fachadas de antiguas heredades, de casas solariegas y de palacetes por cualquiera de sus calles; de sorpresa en sorpresa, sin que uno pueda distinguir a fin de cuentas cuál de ellas fue la que más le impresionó. La cámara fotográfica no debe faltar, amigo lector, si haces un viaje a Huete.
He dejado atrás la Torre del Reloj y sigo por una calle estrecha hasta el primero de los monumentos que tengo previsto visitar. Me acompaña un anciano del pueblo que camina en la misma dirección por la que yo voy. El buen hombre lamenta con nostalgia el otro Huete, el de su juventud como trabajador del campo. Le importa su ciudad como monumento, pero le preocupa el que se vaya quedando sin gente por no ofrecer un futuro más o menos halagüeño para la juventud. Al cabo de un par de minutos o poco más nos decimos adiós. El anciano me ha dejado frente a la portada manierista de la iglesia del Cristo y me ha indicado por dónde debo bajar después hasta el convento de la Merced.
El verdadero nombre, o dedicación, de esta iglesia que en Huete llaman del Cristo, es el de Iglesia y Convento de Jesús y María. Los altorrelieves de su portada, representando con todo realismo y todo detalle la escena de la Adoración de los Magos, es algo de lo más perfecto con lo que uno se puede encontrar en esta Castilla de incomparables artífices del cincelado en piedra. Se atribuye su diseño al jienense Andrés de Vandelvira, aquel que llenó de bellísimos monumentos las ciudades de Úbeda y Baeza durante las décadas medias del siglo XVI. Esta portada sur de la iglesia del Cristo no sólo es digna de tan extraordinario autor, sino una muestra a perpetuidad de lo mejor de su obra.
La distancia no es demasiado larga entre la Plaza del Cristo y la Plaza de la Merced, donde se encuentran las respectivas iglesias y monasterios de su mismo nombre. El espacio entre una y otra se puede cubrir a pie en cinco minutos. El Monasterio de la Merced es el mayor en tamaño de todos los monumentos que hay en Huete. Dentro de este antiguo edificio, que se asoma al exterior por unas setenta ventanas en línea, luciendo en todas ellas una magnífica rejería, se encuentran el Ayuntamiento, la oficina de Turismo que atiende una amable señorita, y los museos de Arte Sacro, Etnográfico, y el de Arte Contemporáneo Florencio de la Fuente, pudiéndose ver en este último obras de Picasso, Dalí, Corot y Vázquez Díaz, entre otros muchos autores, casi todos ellos del siglo XX. El Monasterio de la Merced es parte obligada en la visita a Huete.
Y así, callejeando por esta noble ciudad de la Alcarria, ahora en busca del ábside de la antigua parroquia de Santa María de Atienza, nos sale al paso otra iglesia de aspecto notable, la que en tiempos pasados perteneció al extinto monasterio de Santo Domingo de Guzmán, obra del siglo XVII y hoy propiedad particular. Y a cuatro pasos otra portada llamativa, es ahora la de la Real Parroquia de San Nicolás de Medina, antiguo colegio de Jesuitas, cuyas obras concluyeron en 1705 bajo la dirección del arquitecto Juan de Palacios.
Llegamos al fin frente al ábside de Santa María de Atienza, tal vez el más original, y sin duda el más antiguo de los edificios notables de Huete. Su estilo es el gótico-normando, bastante difícil de encontrar por estas latitudes. No pude entrar hasta su mismo pie por no ser hora de la visita guiada; pero sí que desde la corta distancia me fue posible tomar alguna fotografía general de lo que queda del monumento, y que me ha permitido imaginar, por la magnificencia de sus columnas y ventanales, lo que antes fue, una muestra exquisita del arte europeo del siglo XIII, al que pertenece.
Regreso hasta la Torre del Reloj, Plaza de la Constitución, donde un par de horas antes había dejado el coche. Como obsequio final para tan interesante paseo, he podido contemplar al paso las fachadas de otros dos edificios harto interesantes: la Casa de los Amoraga (siglo XVIII), con un magnífico escudo de piedra sostenido por tenantes, y la del Pósito Real, donde se luce otro bello escudo en piedra, en este caso el de Castilla y León sostenido por el águila imperial.

Huete es una ciudad antigua. No faltan quienes aseguran que la provincia de Cuenca se formó a partir de Huete, opinión nada fácil de demostrar aunque se basa en razones cuando menos respetables. Cuando Alfonso VI la conquistó, los habitantes que allí había siguieron ocupando sus respectivos barrios: los judíos el barrio de Atienza, y los moriscos el barrio de San Gil. Al obligarles a hacerse cristianos, cada uno de ellos eligió un patrón a su gusto sacado del santoral, que pasados los siglos habría de servir para señalar acrecentadas las diferencias entre una y otra etnia.
Juanistas y quiterios convivieron juntos, pero como ocurre con el agua y el aceite, sin revolverse ni llegar a mezclar sus sangres. No hace mucho tiempo que la regla, por otra parte insostenible, que dictaba aquella extraña manera de vivir en sociedad, acabó por romperse. Unos y otros conviven hoy en total normalidad y se casan entre ellos; pero cuando llega la fiesta del barrio, cada cuál celebra la suya, sin que haya forma de que un “quiterio” intervenga en la fiesta de los “juanistas” y viceversa. Las dos fiestas son muy parecidas, tanto en devociones como en contenidos. San Juan tiene lugar el primer fin de semana del mes de mayo, y Santa Quiteria dos semanas después. La procesión con la imagen del santo suele ser el momento clave de cada celebración. Saludos, loas, cantos, incluso danzas, ambientan los respectivos desfiles. Casi todo igual, tan sólo les diferencia que los juanistas bailan con los brazos levantados y los quiterios lo hacen con las manos caídas. ¡Ah!, y otra diferencia más; en la procesión, San Juan va a hombros de sus devotos, mientras que Santa Quiteria lo hace subida en carroza.
Son detalles vitales de la más arraigada tradición castellana, que poco a poco el tiempo se encarga de limar, cuando no de lograr que desaparezcan, sin distinguir entre lo inconveniente y lo que a toda costa convendría conservar como parte de nuestra cultura, incluso, como en este caso, forzada en su origen; pero que con el pasar de los siglos ha ido dejando un poso de profunda raíz en los terrenos de su majestad la Tradición.


(En la foto, juego de altorrelieves en la fachada de la iglesia del Cristo)

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