martes, 20 de enero de 2009

SAN JULIÁN DE CUENCA


Por estas fechas se cumple el ciclo de actos culturales que la ciudad de Cuenca ha venido celebrando con motivo del octavo centenario de la muerte en esta ciudad del obispo San Julián, patrón de la capital y de su diócesis.
San Julián de Cuenca nació en Burgos, por entonces capital del reino de Castilla, en el año 1128. Sus biógrafos colman su vida de misterios, de prodigios que comenzaron a ocurrir desde el mismo día de su nacimiento. Fue hijo de una familia acomodada: De joven marchó a Palencia para cursar estudios superiores en la nueva universidad fundada por Alfonso VIII, donde habría de permanecer veinticinco años: once como estudiante y diez como profesor de Filosofía y Teología, disciplinas en las que poseía el título de Doctor.
Muertos sus padres, regresa a Burgos en el año 1163 para vivir por las afueras de la ciudad en una humilde casita, haciendo vida de retiro como preparación para su inminente sacerdocio, cuya ordenación recibiría tres años después.
Hacia el año 1190 llegó como misionero a tierras de Toledo, después de haberlo hecho durante veinte largos años por otros lugares de Castilla. Sólo un año después fue nombrado arcediano de la ahora Catedral Primada; hasta que muerto don Juan Yáñez, primer obispo de Cuenca, a finales de 1195, fue nombrado su sucesor el santo y sabio clérigo burgalés en el mes de junio de 1196, a la edad de sesenta y ocho años.
Desde Toledo llegó el nuevo obispo a la Ciudad del Júcar caminando a pie, acompañado de su fiel criado Lesmes. Entró de noche. Un muchacho adolescente -que según la tradición después llegaría a ser arcediano de la catedral conquense- le acompañó hasta el palacio episcopal.
De las muchas virtudes de San Julián sobresale la caridad ardiente por las almas de sus diocesanos. Se solía retirar durante algunos días cada año a una cueva abierta en el Cerro de la Majestad, donde ejercitaba su cuerpo y su espíritu con ayunos y oraciones. El santo le llamaba “el lugar de mi tranquilo día”. Hoy, en aquel lugar próximo a la ciudad, existe una pequeña ermita que en Cuenca se conoce por “San Julián el tranquilo”. Durante aquellos días de oración y penitencia, ocupaba el tiempo en confeccionar cestillas de mimbre, que solía regalar a los necesitados.
Falleció en olor de santidad en Cuenca la noche del 28 de enero de 1208. La ciudad guardó fervoroso luto por el Obispo santo, quien en un Breve fechado el 18 de octubre de 1594, se daba cuenta de su canonización por el papa Clemente VIII.
Lo que todavía queda de sus restos se conserva y venera en una arqueta de plata sobre el altar dedicado al Santo en un ábside de la Catedral.

(La imagen, del conquense Andrés de Vargas, nos muestra “La Virgen entrega la palma del triunfo a San Julián”. Capilla del Sagrario de la Catedral)

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