viernes, 12 de julio de 2013

SOBRE LAS BRUJAS DE PAREJA ( I )



En el año 2000, el bisemanario “Nueva Alcarria” publicó en cuatro jornadas consecutivas la serie de artículos que escribí con el título general de “Sobre las brujas de Pareja” y que quiero recordar tuvo un éxito extraordinario entre sus varios miles de lectores. Tiempo después sería la Diputación Provincial de Guadalajara la que los incluiría, todos juntos, en un trabajo único y con el mismo título, en su publicación anual titulada “Cuadernos de Etnología de Guadalajara” números 32-33, y del que me hizo entrega de una separata con 25 ejemplares, de los que apenas dispongo de dos de ellos una vez cumplidos en su día todos los compromisos.
            Pues bien, ha llegado el momento en el que, por tratarse de dos provincias implicadas en el mismo asunto, Guadalajara y Cuenca, aquel trabajo cruce los aires del mundo mundial, viajando sobre las modernas escobas electrónica que nos ha proporcionado la ciencia y alcancen así hasta el último rincón de la tierra. Los fragmentos, numerados del uno al cuatro, irán apareciendo en las pantallas de sus ordenadores, vía Internet, cada tres o cuatro días.  


“SOBRE LAS BRUJAS DE PAREJA” ( I )

            La cultura, cuando está debidamente orientada, suele dar al traste con la superstición y con las malas creencias. Cuando la formación humana de un país se viene abajo, la superstición brota sobre la piel de la sociedad inevitablemen­te como la roña sobre la piel de un cuerpo al que no se cuida. La Real Academia de la Lengua define a la superstición como «Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón». El hombre siente una necesidad vital de creer, de creer en algo que ni ve ni quizás comprende, y cuando ese algo no llega hasta él por los razonables caminos del convencimiento, el hombre se levanta sus propios "algos en los que creer", y así comienzan a aparecer en su corazón y en su mente las supersti­ciones, tantas veces perni­ciosas y acarreadoras de desgracias, horribles muchas de ellas, como ahora veremos.
            Durante la Baja Edad Media y una buena parte de los siglos XVI Y XVII, el fantasma de la superstición apareció con fuerza en la España de nuestros antepasados. Fueron famosas, pues la literatura se encargó de que lo fueran, las brujas de Trasmoz al pie del Moncayo, y las de Barahona en los páramos sorianos que lindan con nuestra provincia por la Sierra Norte.
            El Santo Oficio tenía, entre otras, la delicada misión de salir al paso de estos abusos; pero cometió al juzgarlos tantos errores, que siglos después la sociedad quiso en varias ocasiones pedir cuentas por tan tremendos castigos como se impusieron a personas inocentes, más que nada porque no se volviesen a repetir por lo menos de forma tan arbitraria. Cuando el látigo inquisitorial dejó de restallar sobre aque­llos pozos de iletrados, fue el pueblo llano, ignorante también y no menos malinten­cionado que los presuntos reos, quien se tomó por su mano la justicia, llegándose a cometer, incluso sobre clanes familiares completos, crímenes horribles. Léanse si no algunas de las últimas "Cartas desde mi celda" de Bécquer para caer en la cuenta, donde se da noticia de aquella carcoma social que entre las gentes ignorantes de nuestro país, roía y envenenaba la vida de los pueblos.
            El libro titulado "Brujería y Hechicería en el Obispado de Cuenca" escrito por Heliodoro Cordente, nos relata cómo la Ansarona, la Quiteria de Morillas y sus hermanas, fueron castigadas con todo rigor por el Santo Oficio; mas a pesar de eso, pocos años después de la muerte de todas ellas, volvió a cundir el miedo a las brujas entre algunos vecinos de la villa de Pareja. Fueron inculpadas en esta ocasión las hijas de La Morillas (Ana de Roa y María Parra), a las que el vecindario consideraba hechiceras como lo fue su madre.
            La muerte de niños en extrañas circunstancias se venía sucediendo con demasiada rapidez. Fueron muchas las personas que testificaron contra ellas, entre las que se contaba Juan Manzano, que acusó a La Roa de haber dado muerte a su hija de pocos meses por motivos de enemistad, y por haber sido ella la primera mujer que vio muerta a la niña y que al punto aseguró que la habían ahogado las brujas. Hubo testigos que declararon ante los tribunales que tanto La Roa como su hermana María Parra, se valían de su fama de brujas para intimidar a la gente del pueblo, sobre todo a las mujeres que estaban a punto de dar a luz, para pedirles dinero y productos de la despensa. Igualmente fueron acusadas de la muerte de varios niños más arrancados del lecho en el que dormían con sus padres.
            Cuando los inquisidores supieron de todo esto, mandaron leer públicamente en la iglesia de Pareja un edicto por el que se mandaba que todo aquel que tuviese noticia de brujas lo comunica­se al Santo Oficio bajo pena de excomunión mayor. El edicto se leyó el día 21 de mayo de 1554, si bien su lectura sólo sirvió para contribuir al aumento de la psicosis colecti­va, para que las alucinaciones fuesen a más y con ellas las denuncias.
            Juan Toledano, vecino de Pareja, dijo que estando una noche durmiendo con su mujer y una hija de corta edad en medio de ellos, teniendo el candil encendido, vio bajar de la cámara a tres personas con dirección al lecho en el que dormían. El relato de los hechos, copia literal de lo que consta en el archivo de la Inquisición en Cuenca, continúa así: «Y cuando vio que venían hacia él se asentó en la cama y las personas venían vestidas y una dellas dio con la mano en la lumbre del candil y lo mató este testigo asió a su hija y llegaron las tres personas y cree que eran brujas y echaron mano a su hija y trataron de quitársela pero no pudieron...» Acaba acusando a La Roa con el único argumento de la fama de bruja que tenía. (Continuará)


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