Después
de todo esto contó cómo había sido la muerte de la criatura de Gil Herrero,
vecino de Pareja, si bien manifestó que en este crimen ella no había tomado
parte. El Provisor le preguntó si todo lo que acababa de confesar lo había
hecho por temor al tormento o porque la dejasen libre. Ella mantuvo la
declaración hecha en todos sus términos, añadiendo que no lo hacía por temor a
las torturas ni por ninguna otra causa a la que pudiera temer.
(Hay
al margen una nota en la que se hace constar la contradicción en la que había
incurrido La Roa en sus dos declaraciones, ya que una dijo que los hechos
habían ocurrido hacía tres años y en la siguiente que hacía diez).
A
resulta de las declaraciones vertidas ante el tribunal por La Roa y por María
Parra, fueron detenidas y encarceladas La Machuca y sus tres hijas: Teresa
López, Ana Machuca y María Rodríguez, así como Juana La Carretera y María de
Mingo.
Durante
la mañana del día 5 de agosto de 1556, el Provisor Briceño sometió a
interrogatorio a La Machuca, la cual dijo que era el de Violante su verdadero
nombre, pero que le decían La Machuca por haber estado casada con Fernando
Machuca. Preguntada por el Provisor sobre si era consciente de la causa por la
que había sido detenida, contestó diciendo que sí, que a ella y a sus hijas las
habían apresado por brujas, y que conocía muy bien cómo La Roa y María Parra
las habían acusado con falsedad de hechos que no habían cometido, y que las
habían metido en todo aquel embrollo en un intento de acortar su propio
cautiverio. Lo mismo que había dicho la madre, así respondieron las hijas, y
luego de haber sido amonestadas para que dijesen la verdad se declararon libres
a todas ellas.
El
día 13 de noviembre del mismo año acudieron al interrogatorio Juana La
Carretera y María de Mingo. Las dos manifestaron ante el Santo Oficio que las
hijas de La Morillas les habían levantado aquel falso testimonio por el que
penaban en prisión, y que las dos eran inocentes de los cargos por los que se
les acusaba. Lo mismo que a las anteriores, a éstas se les dejó marchar
libremente.
En
vista del buen resultado obtenido ante el Santo Oficio por las demás mujeres,
Ana La Roa solicitó una nueva audiencia para desdecirse de todo lo que había
dicho en sus anteriores comparecencias. Le fue concedida nueva audiencia, y en
ella manifestó que todo había sido mentira, una farsa inventada por su hermana
por miedo al tormento y para que las dejasen en libertad como lo había
prometido el alcaide de la prisión: «e
que lo dixo de puro miedo al tormento y de las cosas que le dezían los criados
y el ama del provisor...» Después manifestó que ella y su hermana habían
sido penitenciadas y azotadas por la Inquisición antes de todo aquello, que
ayunaron a pan y agua todos los viernes durante un año, y que cumplieron hasta
el último día todas las penitencias que les impusieron:
«... e que dizen mucho de su hermana e de ella las malas
gentes que las quieren mal e las tienen sobre ojos especialmente por lo de
antes de su madre e que nunca tal hizo y sus confesiones eran mentiras... e
que dará buenos testigos abonados de su vivienda e cristiandad e que el
provisor nunca se los quiso rescibir...»
El
fiscal presentó contra ella una acusación el día 30 de marzo de 1557, cuyos
capítulos tenían como base las declaraciones de los testigos y las suyas
propias. Tanto la acusada como su letrado defensor negaron rotundamente los
cargos expresados por el fiscal.
Cinco
meses después, el 23 de agosto de 1557, La Roa solicitó una cuarta audiencia
que le fue concedida. En ella aportó como novedad que todo cuanto había dicho
fue por "persuasión e induzimiento" de su hermana María Parra, con
la que solía estar en contacto dentro de la cárcel, que le había dicho cómo el
Provisor había prometido que las pondría en libertad si declaraban.
El
proceso de Ana La Roa termina ahí. Incompleto, por no haber quedado noticia
escrita de la sentencia; aunque todo hace pensar que sería azotada y desterrada
como lo fue su hermana María Parra, de la que queda escrito que el 7 de febrero
de 1558 también se desdijo de sus confesiones anteriores, arguyendo que todo
fue una farsa para librarse de las torturas, y del presidio, según le había
prometido el Provisor si declaraba.
El
conjunto de inquisidores que habrían de calificar los hechos, oídas una por una
a todas las acusadas, acordaron por unanimidad que María Parra recibiese cien
azotes por las calles de la ciudad montada en un asno "desnuda de cintura
hasta la cinta, con una soga al pescuezo y a voz de pregonero", y que
fuese desterrada a perpetuidad del Obispado de Cuenca y que no quebrantase el
destierro bajo pena de cuatrocientos azotes. La sentencia se leyó en la Plaza
Mayor de la ciudad de Cuenca el día 5 de mayo de 1558, ante el numeroso público
que acudió a presenciar el auto de Fe.
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