domingo, 28 de julio de 2013

SOBRE LAS BRUJAS DE PAREJA (y IV)

       
    Después de todo esto contó cómo había sido la muerte de la criatura de Gil Herrero, vecino de Pareja, si bien manifes­tó que en este crimen ella no había tomado parte. El Provisor le preguntó si todo lo que acababa de confesar lo había hecho por temor al tormento o porque la dejasen libre. Ella mantuvo la declaración hecha en todos sus términos, añadiendo que no lo hacía por temor a las torturas ni por ninguna otra causa a la que pudiera temer.
            (Hay al margen una nota en la que se hace constar la contradicción en la que había incurrido La Roa en sus dos declaraciones, ya que una dijo que los hechos habían ocurrido hacía tres años y en la siguiente que hacía diez).
            A resulta de las declaraciones vertidas ante el tribunal por La Roa y por María Parra, fueron detenidas y encarceladas La Machuca y sus tres hijas: Teresa López, Ana Machuca y María Rodríguez, así como Juana La Carretera y María de Mingo.
            Durante la mañana del día 5 de agosto de 1556, el Provi­sor Briceño sometió a interrogatorio a La Machuca, la cual dijo que era el de Violante su verdadero nombre, pero que le decían La Machuca por haber estado casada con Fernando Machu­ca. Preguntada por el Provisor sobre si era consciente de la causa por la que había sido detenida, contestó diciendo que sí, que a ella y a sus hijas las habían apresado por brujas, y que conocía muy bien cómo La Roa y María Parra las habían acusado con falsedad de hechos que no habían cometido, y que las habían metido en todo aquel embrollo en un intento de acortar su propio cautiverio. Lo mismo que había dicho la madre, así respondieron las hijas, y luego de haber sido amonestadas para que dijesen la verdad se declararon libres a todas ellas.
            El día 13 de noviembre del mismo año acudieron al inte­rroga­torio Juana La Carretera y María de Mingo. Las dos mani­festaron ante el Santo Oficio que las hijas de La Morillas les habían levantado aquel falso testimonio por el que penaban en prisión, y que las dos eran inocentes de los cargos por los que se les acusaba. Lo mismo que a las anteriores, a éstas se les dejó marchar libremente.
            En vista del buen resultado obtenido ante el Santo Oficio por las demás mujeres, Ana La Roa solicitó una nueva audiencia para desdecirse de todo lo que había dicho en sus anteriores comparecencias. Le fue concedida nueva audiencia, y en ella manifestó que todo había sido mentira, una farsa inventada por su hermana por miedo al tormento y para que las dejasen en libertad como lo había prometido el alcaide de la prisión: «e que lo dixo de puro miedo al tormento y de las cosas que le dezían los criados y el ama del provisor...» Después manifestó que ella y su hermana habían sido penitenciadas y azotadas por la Inquisición antes de todo aquello, que ayunaron a pan y agua todos los viernes durante un año, y que cumplieron hasta el último día todas las penitencias que les impusieron:
            «... e que dizen mucho de su hermana e de ella las malas gentes que las quieren mal e las tienen sobre ojos especial­mente por lo de antes de su madre e que nunca tal hizo y sus confesio­nes eran mentiras... e que dará buenos testigos abona­dos de su vivienda e cristiandad e que el provisor nunca se los quiso rescibir...»
            El fiscal presentó contra ella una acusación el día 30 de marzo de 1557, cuyos capítulos tenían como base las declara­ciones de los testigos y las suyas propias. Tanto la acusada como su letrado defensor negaron rotundamente los cargos expresados por el fiscal.
            Cinco meses después, el 23 de agosto de 1557, La Roa solicitó una cuarta audiencia que le fue concedida. En ella aportó como novedad que todo cuanto había dicho fue por "per­sua­sión e induzimiento" de su hermana María Parra, con la que solía estar en contacto dentro de la cárcel, que le había dicho cómo el Provisor había prometido que las pondría en libertad si declaraban.
            El proceso de Ana La Roa termina ahí. Incompleto, por no haber quedado noticia escrita de la sentencia; aunque todo hace pensar que sería azotada y desterrada como lo fue su hermana María Parra, de la que queda escrito que el 7 de febrero de 1558 también se desdijo de sus confesiones anterio­res, arguyendo que todo fue una farsa para librarse de las torturas, y del presidio, según le había prometido el Provisor si declaraba.
            El conjunto de inquisidores que habrían de calificar los hechos, oídas una por una a todas las acusadas, acordaron por unanimidad que María Parra recibiese cien azotes por las calles de la ciudad montada en un asno "desnuda de cintura hasta la cinta, con una soga al pescuezo y a voz de pregone­ro", y que fuese desterrada a perpetuidad del Obispado de Cuenca y que no quebrantase el destierro bajo pena de cuatro­cientos azotes. La sentencia se leyó en la Plaza Mayor de la ciudad de Cuenca el día 5 de mayo de 1558, ante el numeroso público que acudió a presen­ciar el auto de Fe.                 


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